domingo, 13 de enero de 2019

LOS INICIOS DE LA EDITORIAL MINERVA



Fue fundada en Lima el último día del mes de octubre de 1925, en los tiempos en que desde la estación OAX, transmitían algunas piezas de música o se escuchaba la voz sonora de los primeros locutores: Juan Fernández Stoll y Rosa Hernando; la misma Lima, pequeña y pacata, que al poeta francés Paul Morand, le hicieron creer "que la Universidad estaba sovietizada y que el rector, un auténtico maestro, era un líder comunista". Ocurrió que cuando José Carlos Mariátegui, por entonces de treintaiun años, se encontraba en delicado estado de salud luego que le fuera amputada la pierna en el antiguo Hospital Italiano; en medio de su tristeza y desaliento, "comprometió a su hermano Julio César, a trasladar su pequeña imprenta de Huaral a Lima" con el fin de poder cumplir su proyecto editorial; el proyecto de fundar la "Editorial, Imprenta y Librería Minerva". Uno de los que lo acompañó desde sus inicios fue el escritor y poeta Manuel Beltroy Vera. Quizá aquella fue la misma imprenta que se adquirió en Italia; la misma con la que se imprimieron los libros más destacados de la "vanguardia y del indigenismo". En esa misma época fueron publicadas muchas revistas pero pocos diarios nuevos; diarios que intentaban sobrevivir sin comprometer su línea editorial al gobierno. Los intelectuales de entonces, los que no simpatizaban con Leguía, debieron buscar refugio en las revistas culturales como el semanario La Perricholi editado por Ezequiel Balarezo quien, dos años después, editó La Noche, aquel diario de prosa fina y elegante, que salía a venderse apenas se encendían las primeras luces de la noche.
José Carlos Mariátegui era de baja estatura, de ojos penetrantes y cara de "artista y visionario". De vocabulario escogido, su hablar era preciso. Era incapaz de ofender a nadie. A su regreso de Europa, fija su residencia en la calle Washington, cerca al aristocrático Paseo Colón. Se levantaba temprano, a las siete; luego del desayuno, se ponía a trabajar sin detenerse desde las ocho hasta la una, siempre acompañado de sus libros que andaban desparramados, sin estar desordenados, por cada uno de los rincones de la casa. "Como los gatos, buscaba el calor". Unas veces trabajaba en el comedor; cuando la luz del sol lo acompañaba; en su escritorio y no pocas veces, al aire libre, en el patio interior. Allí, arrellanado en su chaise-longue, recibía en el "rincón rojo", a sus amigos y camaradas con sencillez, "dictando cátedra, sin proponérselo, acerca de los problemas sociales y políticos [..]".

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Una fría noche de inicios de junio de 1927, miembros de la editora Claridad fueron sorprendidos por la policía mientras llevaban a cabo una reunión a la que habían citado a los distintos periódicos. Esa misma noche apresaron en su domicilio a los más conocidos y activos militantes de las organizaciones obreras además de algunos intelectuales y universitarios; todos, según la información de los diarios oficiales, habían sido detenidos al habérseles encontrado en una reunión considerada para ellos "clandestina". Sin embargo, la batida iba dirigida contra los obreros, contra la campaña anti imperialista, contra el APRA y la revista Amauta, fundada un año antes. El Ministro de Gobierno de ese entonces, el robusto Celestino Manchego Muñoz, un antiguo simpatizante del fallecido general Andrés A. Cáceres, afirmó, sin temor a equivocarse, que se había descubierto "nada menos que un complot comunista". El Comercio, órgano del Partido Civil, bajo la dirección de Antonio Miró Quesada, diario que había sido "reducido al silencio" desde los primeros años del régimen leguiísta, aprueba desde sus editoriales, esta represión mientras que a la mayor parte del público ésta "le parece grotesca"; la misma represión que lleva a la clausura de Amauta y al cierre de los talleres de la Editorial Minerva, ubicados en la desaparecida calle de Sagástegui. Dadas sus condiciones de salud, José Carlos Mariátegui, fue llevado al Hospital Militar de San Bartolomé; "prisión mía en el Hospital Militar donde permanecí seis días, al cabo de los cuales se me devolvió a mi domicilio con la notificación de que quedaba bajo la vigilancia de la policía". Apresaron a más de cuarenta ciudadanos, entre escritores, intelectuales y obreros; todos ellos fueron trasladados a la inhóspita isla San Lorenzo; mientras que otro grupo, fue recluido en los oscuros calabozos de la policía; en tanto que dos poetas fueron deportados a La Habana.

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"La Escena Contemporánea" fue el primer libro cuidadosamente corregido y elegantemente impreso por la Editorial Minerva, se trataba de una colección de ensayos y artículos escritos por José Carlos Mariátegui para diferentes revistas; pero además, salieron a la venta títulos como "El Nuevo Absoluto", ensayo escrito por el filósofo cajamarquino Mariano Iberico Rodríguez; "La aldea encantada" del que fue uno de sus mejores amigo: Abraham Valdelomar. "Lenin y el campesino ruso" de Máximo Gorki, el prosador predilecto de José Carlos Mariátegui. Don Manuel Beltroy tradujo el libro "Bubu de Montparnasse"; un bonito volumen ilustrado por Dunoyer de Segonzac y cuyo autor era el novelista francés Charles-Louis Philippe; "Kyra Kyralina" del misterioso autor rumano que escribía en francés, Panait Istrati y claro está, "7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana".
"La Escena Contemporánea" en 1925 y los "Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana" en 1928, fueron los dos volúmenes escritos que dejó José Carlos Mariátegui. La viuda de Mariátegui, la señora Anna Chiappe, en una entrevista realizada en 1936 por el periodista de tendencia comunista, Jorge Falcón, le comentó: "Usted no se imagina cómo trabajó Mariátegui para terminar sus "7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana", que, como él decía, no eran más que los primeros ensayos. ¡Con qué interés, con cuánto fervor se ponía a la máquina a escribirlos, y qué satisfacción al terminarlos!"
Fuentes:
- 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, José Carlos Mariátegui 
- José Carlos Mariátegui y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea 
- Pensamiento y Acción en González Prada, Mariátegui y Haya de la Torre, Eugenio Chang Rodríguez 
- Introducción a la historia de los medios de comunicación en el Perú, Juan Gargurevich 
- Historia de la prensa peruana 1594-1990, J. Gargurevich 

- Revista Mundial, 1925
- Antología de Lima, Raúl Porras Barrenechea

domingo, 6 de enero de 2019

AL MAESTRO GONZÁLEZ PRADA

El viajero francés Max Radiguet describe cómo era la Lima de 1844, el mismo año en que un día como hoy, nació el maestro Manuel González Prada. La Lima que Radiguet conoció era "un mundo aparte por su civilización refinada y elegante", y los limeños eran "los parisienses de la América del Sur". Aquella era una Lima que aún vivía asfixiada por las gruesas murallas; la de los soberbios templos que con el vibrar de sus pesadas campanas de toques desordenados y salvajes pero a la vez encantadores, llamaban a los fieles a los oficios.
Don José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, conocido como Manuel González Prada; era arrogante, gallardo y también pretencioso pues aunque era miope renegaba para ponerse los anteojos y era porque no quería perder el porte y la gallardía que lo caracterizaban. "Él era un griego; un griego extraviado entre zambos", decía Federico More. Su cabello era blanco e iluminado por algunas luces de plata. Bajo las cejas blancas y densas, su mirada era penetrante y azul, de un azul de agua; sus labios eran "varoniles y suaves"; un bigote blanco y sedoso le daba un aire solemne y a la vez dulce como dulce y bondadosa era su sonrisa. Era temido por algunos por sus escritos violentos pero en casa era otra persona. Era amoroso con su esposa Adriana y con Alfredo, su buenmozo hijo. Era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Había nacido cuando "los presidentes se turnaban desde hacía tres años"; era en esos momentos don Manuel Ignacio de Vivanco, general apuesto y rico; elegante y académico, quien ocupaba el sillón de Pizarro. La familia de Prada era muy religiosa. Comenzó a estudiar en un colegio privado en Lima pero, al poco tiempo su padre fue desterrado, estudiando luego en el Colegio Inglés de Valparaíso, donde "comenzó a sentirse ajeno a los suyos". Luego de unos años y ya de regreso en Lima, hacia 1855, fue internado en el Seminario de Santo Toribio, allí empezó a sentir el "aguijón de otras ideas" y es que lo que le decía su corazón no iba al ritmo de aquel ambiente del que escapó sin que sus padres lo supieran para trasladarse al San Carlos. Las ideas católicas no iban con él pues Prada era un rebelde librepensador. "Mientras mis hermanas hacían el rosario, yo devoraba libros opuestos o reñidos con la aspiración de subsistir en los cielos". En el San Carlos estudió varios años Jurisprudencia, y quizá habría llegado a recibirse de abogado de no haberse encontrado con un Derecho Romano que lo aterró y le hizo dejar trunca la carrera. Más tarde se estableció en Tutumo, en una de las propiedades familiares ubicada en el valle de Mala, en Cañete, al sur de Lima. Allí se dedicó por entero a la agricultura donde criaba gusanos de seda sin dejar al mismo tiempo de leer a Quevedo, uno de los escritores que más lo recreaban; a Cervantes o al Inca Garcilaso de la Vega. Leía mucho y sobre todo tipo de tema incluso, libros sobre espiritismo; el libro era su compañero en el campo y los peones de la chacra, una tarde lo dejaron estupefacto al preguntarle: "¿por qué reza usted tanto?" Sentía que para él la suerte estaba echada pues lo que le tocaba era ser un escritor y un escritor de lucha. No recordaba cuándo publicó su primer artículo. Sólo recordaba que había roto muchos originales; "cuando publiqué por primera vez ya había escrito mucho".

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La Lima que conoció González Prada era "una ciudad atormentada y empobrecida por treinta años de lucha anárquica" pero era al mismo tiempo, la de la colorida Catedral la que había sido pintada de varios colores donde predominaban los tonos rosas y verdes; el azul y el cálido amarillo; el mismo amarillo ocre como estaba pintado el Caserón de los Caudillos. Eran las épocas en que los vendedores de loterías pregonaban la suerte mientras que los hombres, con el puro o el cigarrillo en la boca, se regocijaban fumando en calma. Conoció la Lima donde desapareció la calma y la guerra dejó la huella de los escombros en Miraflores y Chorrillos allí mismo donde González Prada asiste como teniente coronel de reserva. Esa misma guerra que lo amarga y lo encierra para no presenciar la entrada del enemigo y sale a la calle cuando ese enemigo se va; la guerra "lo convierte en un prosador violento y en un orador metafórico", pero con la voz de otro pues la voz de Prada, era casi como un susurro al oído.
Prada admiraba en José Pardo y Lavalle "la tenacidad, la inventiva y el corte moderno de sus negocios" pero también fue enemigo del partido que había fundado: el Partido Civil, que para él era "el arte de comer en todas las mesas y meter la mano en todos los sacos". Fue Prada, según Porras Barrenechea, el precursor del socialismo y porque "es bello el socialismo, lo amó fervientemente"; el que con encono llamaba a los gobernantes de turno: "repartidores de butifarra"; y a los parlamentarios: "enorme parásito que succiona los jugos vitales de la nación". Pero su enemistad iba en contra del catolicismo y los frailes, contra la tradición y el pasado. Prada creía en un Dios "pero la verdad es que hay días en que dudo y días ...... pero generalmente no creo", decía.
"Piérdame temor. No tengo nada de ogro", le dijo al poeta y periodista Guillermo Luna Cartland cuando lo entrevistó para la revista Mundo Limeño en 1917. El autor de Pájinas Libres, Exóticas o Bajo el Oprobio no era amante de las entrevistas; era enemigo de los retratos a los que solía llamar "baratijas inútiles": "Mi casa no puede ofrecer el menor interés. Hace treinta años que pago por ella arriendo a la Sociedad de Beneficencia". No le gustaban las jerarquías ni tampoco las solemnidades ni tener que dar órdenes. Cuando en 1912 fue Director de la Biblioteca Nacional, se sentía muy solo en la gran sala de Dirección donde tenía timbres para llamar a los empleados; ese sistema lo enfermaba. Un buen día clausuró la Dirección, puso una mesa en uno de los salones y se instaló allí en medio de los empleados.
Fuentes:
- Manuel González Prada y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea 
- Antología de Lima, Raúl Porras Barrenechea 
- Elogio de don Manuel González Prada/Mito y realidad de González Prada, Luis Alberto Sánchez 
- Pensamiento y Acción en González Prada, Mariátegui y Haya de la Torre, Eugenio Chang-Rodríguez