El viajero francés Max Radiguet describe cómo era la Lima de 1844, el mismo año en que un día como hoy, nació el maestro Manuel González Prada. La Lima que Radiguet conoció era "un mundo aparte por su civilización refinada y elegante", y los limeños eran "los parisienses de la América del Sur". Aquella era una Lima que aún vivía asfixiada por las gruesas murallas; la de los soberbios templos que con el vibrar de sus pesadas campanas de toques desordenados y salvajes pero a la vez encantadores, llamaban a los fieles a los oficios.
Don José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, conocido como Manuel González Prada; era arrogante, gallardo y también pretencioso pues aunque era miope renegaba para ponerse los anteojos y era porque no quería perder el porte y la gallardía que lo caracterizaban. "Él era un griego; un griego extraviado entre zambos", decía Federico More. Su cabello era blanco e iluminado por algunas luces de plata. Bajo las cejas blancas y densas, su mirada era penetrante y azul, de un azul de agua; sus labios eran "varoniles y suaves"; un bigote blanco y sedoso le daba un aire solemne y a la vez dulce como dulce y bondadosa era su sonrisa. Era temido por algunos por sus escritos violentos pero en casa era otra persona. Era amoroso con su esposa Adriana y con Alfredo, su buenmozo hijo. Era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Había nacido cuando "los presidentes se turnaban desde hacía tres años"; era en esos momentos don Manuel Ignacio de Vivanco, general apuesto y rico; elegante y académico, quien ocupaba el sillón de Pizarro. La familia de Prada era muy religiosa. Comenzó a estudiar en un colegio privado en Lima pero, al poco tiempo su padre fue desterrado, estudiando luego en el Colegio Inglés de Valparaíso, donde "comenzó a sentirse ajeno a los suyos". Luego de unos años y ya de regreso en Lima, hacia 1855, fue internado en el Seminario de Santo Toribio, allí empezó a sentir el "aguijón de otras ideas" y es que lo que le decía su corazón no iba al ritmo de aquel ambiente del que escapó sin que sus padres lo supieran para trasladarse al San Carlos. Las ideas católicas no iban con él pues Prada era un rebelde librepensador. "Mientras mis hermanas hacían el rosario, yo devoraba libros opuestos o reñidos con la aspiración de subsistir en los cielos". En el San Carlos estudió varios años Jurisprudencia, y quizá habría llegado a recibirse de abogado de no haberse encontrado con un Derecho Romano que lo aterró y le hizo dejar trunca la carrera. Más tarde se estableció en Tutumo, en una de las propiedades familiares ubicada en el valle de Mala, en Cañete, al sur de Lima. Allí se dedicó por entero a la agricultura donde criaba gusanos de seda sin dejar al mismo tiempo de leer a Quevedo, uno de los escritores que más lo recreaban; a Cervantes o al Inca Garcilaso de la Vega. Leía mucho y sobre todo tipo de tema incluso, libros sobre espiritismo; el libro era su compañero en el campo y los peones de la chacra, una tarde lo dejaron estupefacto al preguntarle: "¿por qué reza usted tanto?" Sentía que para él la suerte estaba echada pues lo que le tocaba era ser un escritor y un escritor de lucha. No recordaba cuándo publicó su primer artículo. Sólo recordaba que había roto muchos originales; "cuando publiqué por primera vez ya había escrito mucho".
La Lima que conoció González Prada era "una ciudad atormentada y empobrecida por treinta años de lucha anárquica" pero era al mismo tiempo, la de la colorida Catedral la que había sido pintada de varios colores donde predominaban los tonos rosas y verdes; el azul y el cálido amarillo; el mismo amarillo ocre como estaba pintado el Caserón de los Caudillos. Eran las épocas en que los vendedores de loterías pregonaban la suerte mientras que los hombres, con el puro o el cigarrillo en la boca, se regocijaban fumando en calma. Conoció la Lima donde desapareció la calma y la guerra dejó la huella de los escombros en Miraflores y Chorrillos allí mismo donde González Prada asiste como teniente coronel de reserva. Esa misma guerra que lo amarga y lo encierra para no presenciar la entrada del enemigo y sale a la calle cuando ese enemigo se va; la guerra "lo convierte en un prosador violento y en un orador metafórico", pero con la voz de otro pues la voz de Prada, era casi como un susurro al oído.
Prada admiraba en José Pardo y Lavalle "la tenacidad, la inventiva y el corte moderno de sus negocios" pero también fue enemigo del partido que había fundado: el Partido Civil, que para él era "el arte de comer en todas las mesas y meter la mano en todos los sacos". Fue Prada, según Porras Barrenechea, el precursor del socialismo y porque "es bello el socialismo, lo amó fervientemente"; el que con encono llamaba a los gobernantes de turno: "repartidores de butifarra"; y a los parlamentarios: "enorme parásito que succiona los jugos vitales de la nación". Pero su enemistad iba en contra del catolicismo y los frailes, contra la tradición y el pasado. Prada creía en un Dios "pero la verdad es que hay días en que dudo y días ...... pero generalmente no creo", decía.
"Piérdame temor. No tengo nada de ogro", le dijo al poeta y periodista Guillermo Luna Cartland cuando lo entrevistó para la revista Mundo Limeño en 1917. El autor de Pájinas Libres, Exóticas o Bajo el Oprobio no era amante de las entrevistas; era enemigo de los retratos a los que solía llamar "baratijas inútiles": "Mi casa no puede ofrecer el menor interés. Hace treinta años que pago por ella arriendo a la Sociedad de Beneficencia". No le gustaban las jerarquías ni tampoco las solemnidades ni tener que dar órdenes. Cuando en 1912 fue Director de la Biblioteca Nacional, se sentía muy solo en la gran sala de Dirección donde tenía timbres para llamar a los empleados; ese sistema lo enfermaba. Un buen día clausuró la Dirección, puso una mesa en uno de los salones y se instaló allí en medio de los empleados.
Fuentes:
- Manuel González Prada y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea
- Antología de Lima, Raúl Porras Barrenechea
- Elogio de don Manuel González Prada/Mito y realidad de González Prada, Luis Alberto Sánchez
- Pensamiento y Acción en González Prada, Mariátegui y Haya de la Torre, Eugenio Chang-Rodríguez
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