"Solo un puñado de imágenes fotográficas da cuenta fidedigna de que realmente existió, que los peruanos no lo habíamos imaginado". (Guillermo Thorndike)
Por aquellas épocas se escuchaba decir que, "de una sola mirada conocía a la gente, que era imposible engañarlo, pues sus ojos tenían poderes especiales"; y sus ojos, de mirada afable, eran pardos y ahumados; acuosos y simplones. Parecía inofensivo. Era pequeño de estatura, delgado, casi con un aspecto débil pero no de débil, sino, de amplia sonrisa. Hablaba con una "vocecita sin aristas ni matices, con la pobreza y las faltas de lenguaje de quien nunca ha leído un libro desde que pasó por el colegio". Alejandro Esparza Zañartu había nacido en los inicios del siglo XX, en el año 1901, en La Tahona, Cajamarca, lugar donde el cielo es azul, claro y diáfano durante el día, frío en las azules noches y en las violáceas madrugadas.
En un encuentro en la prefectura con el periodista Raúl Villarán Pasquel, hombre alto, robusto y fumador empedernido, éste le preguntó: "Pero, ¿usted es capaz de cualquier cosa para defender a Odría, no es cierto señor Esparza? El Director de Gobierno mostró una sonrisa de dientes largos y le respondió suavemente: "....... yo puedo hacer uso legítimo de la fuerza en todas sus formas, puedo apelar a la muerte legítima. Podría matar y no mato a nadie. Si hay miedo, la muerte no es necesaria".
Poco se sabe de él. De él se sabe que vivió en el seno de una familia pudiente. De muchacho recorrió todo el Perú como representante de la Casa Grace que, por ese entonces, vendía las primeras cajas registradoras para los comercios, y poco tiempo después, pasó a ser un oscuro mercader de vinos y piscos. Fue amigo de su paisano, Zenón Noriega Agüero, quien tenía casi su misma edad y que llegó a ser General del Ejército y el número dos de la Junta de Odría; esto le sirvió a Esparza Zañartu para ser convocado y posteriormente ser nombrado Director de Gobierno para convertirse en un todopoderoso, pues sus órdenes se cumplían a rajatabla y sin duda ni murmuraciones. Para acceder a él, había que pasar de una instancia a otra, gracias a tarjetas de recomendación. La ansiada entrevista podía tardar desde una semana o uno, dos y hasta tres meses, solo para que Esparza presentara en el momento un rostro que no movía un músculo, desencajado y adusto o al mismo tiempo insinuase un favorcito, a la vez que miraba las rodillas de la mujer que, suplicante y con lágrimas en los ojos, llegaba hasta su despacho en la plaza Italia.
No cualquiera, pues, que se sentara frente a él en ese despacho de "paredes grasientas" separado por tan solo un macizo escritorio de madera lleno de timbres y teléfonos, sentía en su mirada "ganas de caer bien". Muchas veces "no se levantaba a saludar al que lo visitaba, a muchos no los hacía sentarse. Hacía una venia para ver qué querían, y sin despegar los labios, escuchaba cuando les tocaba hablar o balbucear". Y es que algunos personajes ante este oscuro "hombrecito adefesiero e intemporal de cara apergaminada y aburrida", los atacaba el "nerviosismo y la excitación", creían haber detectado a un Esparza; pero ese Esparza no era el único Esparza, aunque acaso fuera, en esos momentos, el menos peligroso, el más manso, el Esparza social, "la fiera de sociedad".
Cuanto más fuertes los hombres, más vigilados estaban por el aparato nacional de este pequeño y silencioso hombre que empleaba todo, desde chóferes o prostitutas; secretarias o confidentes. Pero no era de eso de lo único que se valía. Se valía también de cartas abiertas, líneas telefónicas intervenidas y de micrófonos escondidos. No había diálogo, sino garrotazos. Y sin embargo, el que disponía de las torturas o utilizaba las tenazas eléctricas, podía sonreír ante quien estuviera sentado al frente suyo y el que estuviera frente a él podía terminar sintiendo una atracción fatal ante esa amplia sonrisa.
"La gente imagina que trabajo de verdugo durante las noches, que me paseo por los calabozos, que yo mismo vigilo a los enemigos del régimen. No importa. Ese es precisamente el origen de mi poder".
Acaso su caminar como en punta de pies y el querer arrinconarse era -quizá- consecuencia del poder en la sombra, de la atmósfera de penumbra en la que se desempeñaba, aunque este poder le pertenecía en su totalidad al General Odría. Y desde la penumbra y la sombra gubernamental, este siniestro y tenebroso personaje era quien todo lo sabía y quien informaba en los atentos oídos del Jefe Supremo. Desde la sombra manejó la gigantesca maquinaria de control y represión del Ochenio. Con los métodos utilizados para corromper, exiliar, intimidar, encarcelar, torturar o desaparecer a los adversarios, consiguió anular todos los intentos de rebeldía contra el régimen, especialmente si esta venía del lado de los apristas y comunistas. "¿Usted sabe a cuánta gente he enviado yo al destierro?, le preguntó de golpe a Raúl Villarán, "la gente cree que han sido miles -respondía-, y en realidad no han sido ni cien". El cargo le permitió llevar su tarea en las sombras, aunque ya todos sabían quién estaba detrás de esa sombra, de esa represión. El poder que alcanzó parecía excesivo para el cargo que desempeñaba, el de eterno Director de Gobierno, que, aunque era, por esos tiempos, el cargo más poderoso del país, era casi el de un subalterno. Sin embargo, no era excesivo para el hombre que todas las mañanas conversaba a solas con el Presidente de la República. Gozaba de amplia autonomía; autonomía no solo para vigilar a los gobernados, sino también, a los gobernantes pues con sus métodos hacía seguir a cuanto quisiera caer en los excesos. Esparza no lograba comprender a la aristocracia de esos días que, por lograr algunos favores, le guardaba el mejor asiento en algún banquete privado y para un banquete en el Club Nacional, cuentan que una fría noche invernal, se quedó una hora dudando ante una docena de corbatas colocadas encima de su escritorio de su despacho. Es que tenía que encontrar la adecuada para el traje gris claro o el beige desentonado que solía vestir; en vez del azul oscuro que marcaba la etiqueta de los años cincuenta. Y en un oscuro rincón solía pararse en aquellas reuniones sociales en las que era como un intruso. En una mano sostenía un vaso pleno de whisky, y la otra, en el bolsillo del pantalón. Siempre con una sonrisa como incapaz de cometer una maldad, de tener un gesto brusco o de encarcelar a cualquiera que se oponga a la Dictadura odriísta.
No le gustaba ser fotografiado. Sin embargo, el periodista de La Prensa, natural de Cajamarca también, Guillermo Hoyos Osores, en una cálida tarde de verano, al llegar al antiguo aeropuerto de Limatambo, se encontró cara a cara con el mismo Esparza Zañartu. En ese momento, un fotógrafo de la revista 50, les tomó una foto juntos y después la publicó con una leyenda que decía: "el gobierno y la oposición juntos". Según donde estuviera podía hablar a media voz o dar órdenes con esa brutalidad de quien se sabe será obedecido siempre. Alejandro Esparza Zañartu, pues, controlaba también todos los cuerpos policiales, las prefecturas, vigilaba los aeropuertos y hasta las cárceles. Se movía por una silenciosa y pacata Lima en un rápido automóvil negro, lleno de antenas y seguido por varios patrulleros y vehículos con matones particulares. Solía inclinarse levemente ante los ricos; no parecía impresionarlo la pobreza ni conmoverlo el llanto de aquellos que diariamente colmaban su tenebrosa sala de espera llena "de policías de uniforme y de civil y oficialistas apretujados en cuartitos claustrofóbicos".
Esparza lejos de los hombres encumbrados y de las miradas atentas de esas damas luciendo esplendorosos vestidos ceñidos en la cintura, de esos fastuosos abrigos de pieles de visón, y además, luciendo sus finas joyas; lejos de los ambientes llenos de brillantes luces y mesas cubiertas con finos manteles y numerosos cubiertos, recuperaba en la intimidad de su frío despacho su voz, esa voz que se convertía en otra, en una muy diferente ante una hilera de cinco o seis teléfonos, teléfonos que podían activar la furia de una dictadura. "¿Qué opina de lo que Mario Vargas Llosa ha escrito sobre usted en su novela Conversación en la Catedral?" -le preguntó el periodista César Lévano para la revista Caretas- "No he comprado todavía el libro. Él ha debido conversar conmigo antes de escribir para cerciorarse. Yo le habría dado datos. Algunos amigos me han dicho que habla muy mal de mí. ¿Por qué no se viene dentro de tres meses? Yo le puedo enseñar mis memorias. Ahí digo muchas cosas interesantes", le respondió.
Al final del Ochenio y cuando Arequipa decidió rebelarse nuevamente, Odría lo nombró, el 16 de setiembre de 1955, Ministro de Gobierno. Renunció al cargo el 24 de diciembre de ese mismo año, gracias a la insurgencia en esa parte del sur del país. Al poco tiempo desaparecería sin dejar huella ni rastro. Al parecer estuvo viviendo en Madrid. Años después, regresó al Perú refugiándose en su casa-huerta de Chosica. Allí recibía cada cierto tiempo a dos políticos del partido que alguna vez persiguió a morir, a Ramiro Prialé y a Armando Villanueva del Campo. El pequeño hombrecito de la sonrisa silenciosa, falleció en Lima, en el año 1985.
"No estoy arrepentido de los abusos. Creo que dimos al país la época en que más fácil trabajo hubo".
Fuentes:
- "Los apachurrantes años cincuenta, Guillermo Thorndike
- "Última Hora, el rey de los tabloides", Guillermo Thorndike
- "Memorias de una pasión. La prensa peruana y sus protagonistas, Tomo I (1948-1963)", Domingo Tamariz Lúcar
- Testimonio de Mario Vargas Llosa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario