"Con viva emoción recupero este sitial, del cual fui despojado a partir del 5 de octubre de 1948, cuando resultó ocupado el local del Congreso por fuerzas policiales, manteniéndose así, pese a mis esfuerzos de todo orden en defensa de la majestad del Poder Legislativo". Este es parte del discurso que, con su claro timbre de voz, pronunció José Gálvez Barrenechea la vez que retornó al Senado de la República en 1956.
Años antes, el gobierno de don José Luis Bustamante y Rivero se debatía en una agobiante crisis política y económica. Eran meses tormentosos. El Apra, que había empujado su candidatura por el Frente Democrático Nacional, ya se había distanciado y es que Haya y Bustamante eran de temperamento diametralmente opuestos. El primero era efusivo, exuberante, autoritario, en tanto el Presidente era un hombre tranquilo, parco y "nada mandón". Una crisis politica que se agravó aun más tras la renuncia de los ministros apristas luego de ocurrido el crimen de Francisco Graña los primeros días de 1947. Odría, dos años antes, había sido ascendido a general de brigada y tras la renuncia del gabinete, Bustamante lo nombra Ministro de Gobierno. Mientras todo esto ocurría en el Congreso de la República, en las calles, el costo de vida se disparaba. Un paquetazo dejaba espantados a todos; los productos de primera necesidad empezaron a escasear y si había suerte de encontrarlos, costaban el "capricho de los especuladores" y sumado a todo esto, el petróleo gota a gota se iba acabando. Tiempo después, en la tarde del 27 de octubre de 1948 se recibe en Palacio una llamada telefónica; era una llamada que cambiaría el curso de la historia. Esa tarde para el Presidente Bustamante, ¡la suerte estaba echada! Odría, su ministro de Gobierno, encabezaba un levantamiento en Arequipa.
Años después y tras ocho años de lo que se llamó el ochenio de Odría, al paso que marchaba el proceso electoral de 1956, los peruanos no tenían muchas opciones para escoger al candidato para las elecciones presidenciales. El Apra estaba proscrita; el Partido Comunista "apenas sí le permitían levantar la cabeza"; agonizaban el fascismo y el Partido Socialista; Héctor Boza y Carlos Miró Quesada Laos habían reunido las firmas para inscribirse sin embargo, el primero había presidido el Senado en las épocas de Odría y el segundo, había mostrado admiración por Mussolini; y la de Belaúnde titubeaba pues no lograba poder inscribirse. En medio de partidos políticos con sus lideres en el exilio; partidos agonizantes o aquellos como el Partido Restaurador que no podía disimular su "parentesco con la Tiranía" aparecía en escena el Movimiento Democrático Pradista que impulsaba la candidatura de don Manuel Prado Ugarteche que, desde su elegante departamento de la avenida Foch en París, empezaba a deshojar margaritas hasta que sus asesores, Manuel Cisneros Sánchez y Javier Ortíz de Zevallos, duchos en el "cubileteo político", terminaron por convencerlo. Esta vez, y con Prado como candidato, se podía ver alguna luz alumbrando las elecciones de 1956. Con Prado como Presidente de la República; José Gálvez, "el patricio de bien conocida vinculación aprista", presidiendo la Cámara de Senadores y Carlos Ledgard, la de Diputados, en el país se empezaba a respirar aromas de democracia.
Aunque Gálvez consideraba que "mal negocio para poetas y gente de letras es la política, pero pese a ingratitudes e injusticias inevitables [..], acepté, muy a última hora, encabezar la lista independiente de todo compromiso, por habérseme invocado un sésamo mágico para mi espíritu [..]". José Gálvez, que superaba los setenta años, había sido elegido Senador con la más alta votación hasta entonces registrada. Sin embargo, cuando el Parlamento lo "consagró Presidente del Senado, ya lo acosaba lenta pero certeramente la enfermedad". Una y otra vez quiso sorprenderlo pero una y otra vez pudo derrotarla mas no alejarla, pero pudo más sus ganas de servir al pueblo y mientras aquella fría tarde del 27 de julio de 1956, el pueblo llenaba la Plaza del Congreso; cuando llenas estaban las veredas que conducían a la Casa de Pizarro pues era la ruta que seguiría el nuevo Presidente de la República desde su casona en la calle de la Amargura; en el Congreso se escuchaba un rotundo carpetazo que aprobaba el final de la Dictadura. Minutos más tarde Gálvez, vestido de frac y con las manos entrelazadas a la espalda; con su barba blanca y espesa, con sus viejos anteojos y su sonrisa bonachona esperaba la llegada del estuche que llevaba adentro, la banda presidencial. Mientras los ministros entraban al hemiciclo; con "un movimiento marcial", un general le entregaba a José Gálvez y ante un inacabable aplauso, el esperado estuche. Pero el poder no podía quedar vacante fue así que Gálvez se colocó la banda presidencial sobre su pecho mientras esperaba la llegada de un elegante Manuel Prado. Meses después, se apagaría la voz del poeta tribuno, esa voz que, como escribió Luis Jaime Cisneros, "nos confunde con el perdido olor a jazmines de las casas antiguas [..]".
Fuentes:
- José Gálvez, Luis Jaime Cisneros
- Los apachurrantes años 50', Guillermo Thorndike
- Historia del Poder en el Perú, Domingo Tamariz Lúcar
- José Gálvez, Luis Jaime Cisneros
- Los apachurrantes años 50', Guillermo Thorndike
- Historia del Poder en el Perú, Domingo Tamariz Lúcar