Fue generoso y fue mordaz. Fue un gran profesor y fue un gran arquitecto. Rafael Marquina y Bueno nació en Lima en un soleado mes de febrero de 1884. Era Lima por entonces, una ciudad triste. Atrás habían quedado las grandes fiestas y las suntuosas tertulias. Fue hijo del capitán de navío José Marquina y Dávila Condemarín y de Isabel Bueno y Ortíz de Zevallos. Hacia el año 1897 inició sus estudios en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. Eran otros tiempos, la ciudad y el país se iba transformando, las costumbres iban cambiando. Los colegios, aunque lentamente, iban dejando los métodos de la palmeta, los calabozos y la constante lucha entre maestros y estudiantes o la lucha entre colegio y colegio. Todo comenzó a transformarse. Se trazaron la avenida Piérola y el Paseo Colón. Lima era romántica gentil y picaresca. En 1902 Marquina viajó a los Estados Unidos y dos años después, inició -como él siempre lo decía, gracias a la generosidad de su hermano Luis Guillermo- sus estudios en la Universidad de Cornell, situada en el Estado de Nueva York, en lo alto de una colina de verdes prados y edificios de estilo tudor o renacentista; góticos y neoclásicos, rodeados de grandes bosques y pequeñas y bulliciosas cataratas.
Rafael Marquina regresó al Perú en 1909. Por ese entonces, Lima seguía siendo una pequeña gran aldea. Una aldea de calles polvorientas. Eran los años en que cualquier suceso que cambiara la rutina provocaba oleajes. Bastaba que un pequeño grupo de personas resolviera hacer una revolución, como la del 29 de mayo, se apoderara del Palacio de Gobierno y del Presidente de la República. Ese año recibió el encargo de tomar la posta en el proyecto del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe iniciado por el arquitecto Maximiliano Doig. Dos años después inicia, por encargo especial de The Peruvian Corporation Ltd., la antigua empresa inglesa que administraba el Ferrocarril Central, el proyecto de la Estación de Desamparados. Este es, quizás, uno de sus más bonitos proyectos. Un edificio cálido un edificio silencioso. Un edificio lleno de luz lleno de sombras y es que Marquina le diseñó dos hermosas farolas de estilo Art Nouveau, dos farolas por donde ingresan los rayos del sol y el sol cae sobre el andén desde donde se escucha el correr de las aguas a veces tormentosas a veces silenciosas del río Rímac y bordeando el Rímac, más arriba, en Chosica, diseñó la solariega casona Fari rodeada por añosos sauces y esbeltos eucaliptos como los eucaliptos que rodean el Cementerio General de Jauja diseño también de Marquina en el mismo año once. Y no en el once, ni en el doce, sino, en el catorce, asume la jefatura de Obras Públicas en la Beneficencia Pública de Lima. Fue en este periodo que le encargan el Hospital Arzobispo Loayza. Este edificio albergó a los pacientes del viejo y virreinal Hospital de Santa Ana en los Barrios Altos.
Hacia el año 1928 fue Catedrático de la Escuela de ingenieros. Marquina enseñaba el curso de Arquitectura de la Habitación, que consistía en diseñar casas para las altas clases sociales algo que contrastaba con su labor, como arquitecto de la Beneficencia Pública de Lima, donde se encargaba del diseño de centenares de casas para los obreros. Eran entretenidas sus clases, eran entretenidos los cafés en su compañía y es que siempre contaba sus "chistes de café". Sus chistes eran contados con arte y al ser creada, años antes, durante el gobierno del Presidente José Pardo, la Escuela de Bellas Artes, en la primavera de 1918, Marquina ocupó una plaza como docente. Fue así que a él lo consideran como uno de los fundadores de la Escuela.
Pasó el tiempo y con el tiempo y, aunque Lima siempre era gris, las calles del viejo jirón lucían sus coloridas y atractivas vitrinas y olorosas eran las vitrinas de La Botica Francesa y atrayentes las bebidas de la fuente de sodas de Leonard. En el diecisiete, Rafael Marquina, planteó el diseño del Puericultorio Pérez Aranibar, por esas épocas en las afueras de la ciudad. Luego de muchos años y después de algunas modificaciones se inauguró en el año 1930. Lima por aquellos años se engalanaba con sus nuevos edificios de estilo europeo, sus grandes avenidas y sus bonitas plazas. Unos años después, fue que Jesús María se engalanó con la construcción de la casa de don Francisco Graña Reyes. La casa resalta por su elegante portada y su poético balcón de madera que era sombreado por un frondoso árbol de pesado y añoso tronco. Y cómo poder olvidar del Hotel Bolívar inaugurado en 1924 con motivo de las celebraciones del Centenario de la Batalla de Ayacucho y también dos años después comienza la construcción de los Portales Pumacahua y Zela en la que, por esos años, era una cosmopolita Plaza San Martín.
Marquina, Sahut, Bianchi o mi abuelo, vieron con sus propios ojos como Lima se iba transformando e iba dejando de ser una pequeña gran aldea. Marquina fue ganador de varios premios y de la Condecoración de la Orden del Sol. Falleció en el otoño de 1964. Se fue cuando, unos meses antes, había cumplido los ochenta años.
Fuentes:
- Revista El Arquitecto Peruano
- Una Lima que se va, José Gálvez
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- 100 años formando arquitectos en el Perú, Universidad Nacional de Ingeniería
- Revista El Arquitecto Peruano
- Una Lima que se va, José Gálvez
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- 100 años formando arquitectos en el Perú, Universidad Nacional de Ingeniería