Lima en tiempos de la Colonia era una ciudad apagada y silenciosa y eran sus campanas las que le daban la vida y las que ponían las notas ruidosas. Por las campanas se sabía qué había ocurrido. Según el toque triste o el toque jubiloso se sabía si se trataba de un duelo o de un festejo; de una mala o de una buena noticia. Las campanas eran tan importantes que se acostumbraba hacerlas vibrar cuando el elegante virrey, acompañado de toda su corte, pasaba por alguna plazuela, así sabían cuándo visitaba algún barrio. Era el campanero, al no existir mayor prensa, una suerte de periodista de la época y eran las campanas las chismosas de la ciudad. Y eran esas campanas, las de la cercana Iglesia de San Pedro, las que se escuchaban, desde aquella elegante casona, cuando iniciaba a clarear el día hasta la última hora del crepúsculo.
Corría el año 1771, épocas en que por las polvorientas calles de Lima se podía ver andar al galante y enamorador virrey Manuel Amat y Juniet. Épocas en que el caballero italiano Francisco Serio y su socio y tocayo de apellido Carabana, abren, en la calle Santo Domingo o del Correo Viejo, el primer café de la ciudad y ese mismo año se inició la construcción, frente al Palacio de Torre Tagle, de la Casa Goyeneche. Una elegante casona cuyo primer propietario fue don Ignacio Cavero y Vásquez de Acuña, antepasado de doña Dolores Cavero y Núñez, esposa del almirante Miguel Grau Seminario. Esta casa es especial. Especial porque está vestida como la limeña pero lleva el perfume francés y ese perfume francés se lo da sus cornisas, su portada y, en los balcones, sus curvos paneles al estilo Luis XV, finos balcones color del chocolate oscuro. Y, cuando de azul oscuro se tornaba el cielo, los balcones eran el vínculo entre la casona y la calle. José Gálvez decía que: "el balcón era el mensaje, la ventana la confidencia". Aquellas ventanas enrejadas que se prestaban para crear historias noveladas y que, al igual que los balcones, durante las solemnidades religiosas, pendían de ellas los encajes y los tapices suntuosos y las damas aprovechaban para mostrar la opulencia de sus hogares. Y, ¡vaya que eran opulentas!
Su hermoso y sobrio zaguán cubierto de grandes losas de piedra; su magnífico patio abierto al cielo pleno de helechos, madreselvas y hiedras que caen como jardines colgantes desde sus barandales de madera a los que se accede por una larga escalera de dos tramos. Los techos, como en todas las casonas antiguas, son de madera, quizá de caoba, de cedro o de roble tallados. Sus alfombras mullidas, su sobrio decorado y los cálidos colores de las paredes le dan a esta bonita casona un encanto especial.
Era el año 1859, gobernaba por segunda vez el Presidente Ramón Castilla. Ese año y luego de haber sido legada por el arzobispo José Manuel Pasquel al Seminario de Santo Toribio, el rector de éste vendió la casona a don José Sebastián de Goyeneche y Barreda. Lima era, por entonces, una ciudad con su cielo siempre gris, pero era, también, una ciudad monumental y ese lujo monumental se hallaba en sus iglesias y monasterios. Por las calles se escuchaban aún vibrar las campanadas aunque éstas ya no hacían el papel de periodistas puesto que, por esos tiempos, circulaban El Comercio, El Correo o El Peruano. Al caminar por sus calles -algunas terrosas, algunas empedradas- se encontraban vestigios de una corte que, en tiempos pasados, fue rica, fue suntuosa y fue altanera. Las casas eran de regular altura mostrando casi todas ellas las hermosas "calles en el aire" cubiertas de celosías, con sus rejas pintadas de verde y verde eran las hojas de las macetas que se colocaban en aquellas ventanas.
Los hijos de Goyeneche heredaron la casa hacia el año 1894. En esos días, por las calles de Lima se escuchaba el sonoro silbato del tren que había partido de la estación de San Juan de Dios hacia la bahía del Callao. Algunos galanes rondaban las rejas esperando ver a sus novias. Las limeñas, con sus trajes únicos, hacía tiempo que ya no se las veía por las silenciosas calles. Las mujeres por esos años, lucían trajes poco elegantes y un tanto chillones. Diez años después, la casona la hereda María Josefa, la hermana menor de los Goyeneche. Al morir, la casa fue heredada por su sobrino segundo Pablo A. Rada y Gamio. Allí vivió don Pedro Rada y Gamio que, por la década del veinte, fue alcalde de Lima y ministro del Presidente Leguía. Esta fue una de las casas que, tras la caída del régimen leguiísta, fue saqueada la fría mañana del 25 de agosto de 1930.
En 1971 el Banco de Crédito adquirió esta hermosa casona la que restauró y redecoró con materiales y mobiliario de la época.
Fuentes:
- Historia general de los peruanos, el Perú virreinal, Raúl Porras Barrenechea, Rubén Vargas Ugarte y otros autores
- Cafés y fondas en Lima ilustrada y romántica, Oswaldo Holguín Callo
- Viajeros en el Perú Republicano, Alberto Tauro
- Una Lima que se va, José Gálvez
- Historia general de los peruanos, el Perú virreinal, Raúl Porras Barrenechea, Rubén Vargas Ugarte y otros autores
- Cafés y fondas en Lima ilustrada y romántica, Oswaldo Holguín Callo
- Viajeros en el Perú Republicano, Alberto Tauro
- Una Lima que se va, José Gálvez
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