viernes, 27 de abril de 2018

EGUREN

"José María Eguren es un raro". Así lo describió el poeta arequipeño Alberto Guillén, aquel poeta que le habría gustado ser una nube, un pájaro o una brizna de yerba. "Y es raro, menciona, en este ambiente pleno de aromas sensuales y congestionado de gentes gordas", esas gentes gordas que, como decía Valdelomar, le manchaban el paisaje. Eguren, "era extraño y atormentado; sombrío y paradójico; colorista y sencillo". Una persona circunspecta, modesta y un poco huraña. Sus ademanes eran espontáneos y cortantes. Cortantes mas no agresivos. Cortantes con fluidez, con gracia y elegancia. Un amigo de Guillén, había dicho que Eguren era inconexo y desligado. Y era verdad el dicho del amigo y no era verdad.
"No me interesan las técnicas en mi poesía, no creo en menudas recetitas de cocina literaria".

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El poeta José María Eguren, había nacido en Lima por el año 1874. Era de mediana estatura, menudo y de ojos tímidos. Tenía un halo atractivo. Su bigote se parecía a los de un actor de cine francés. Su cabello, en el que se reflejaban apenas algunas canas, era ensortijado y abundante. Vestía siempre con un saco negro, una camisa de cuello alto y curiosos pantalones a rayas. Le gustaba hablar. Hablar hasta agotar el tema. "La palabra no es importante, la palabra como música. La palabra tiene color, la palabra tiene un matiz, la palabra tiene una sugerencia a veces solo por la palabra misma". Nunca escuchaba pero tampoco pedía que lo escucharan. Su sola presencia llenaba la habitación de un aroma de poesía.
Martín Adán dijo: "Eguren era un hombre excepcional. Un poeta puro que vivía en función de poesía".
Vivió en Barranco desde 1897, lo hacía en compañía de dos de sus hermanas, Susana y Angélica. Su casa, a unos cuantos pasos de la Plazuela de San Francisco, era sencilla, clara y solariega. Tenía unas rejas amables pero no detalles. Detalles que mostrasen que allí vivía un pintor poeta. Es que esa villa de ensueño, y como escribió en su poema Pensativas: "de jardines otoñales y mañanas azules"; de alamedas frondosas y de grandes ficus, era refugio de poetas y escritores. Amante de las caminatas, acostumbraba hacer largos recorridos, de más de quince kilómetros, desde el centro de la ciudad hasta Barranco. En su largo camino -acompañado de un sol amarillo y del cantar de los grillos- iba contemplando la ciudad encantada, las chacras y los ríos; los cultivos y los árboles. Esos largos caminos lo inspiraban para escribir su poesía.
Hace apenas unos pocos días, el 19 de este mes, se cumplieron setenta y seis años de la partida de José María Eguren, un poeta harto elogiado. Un poeta de claroscuros, de sombras y silencio; de perfume y matiz. Pero también, un poeta tan raro y difícil.

Fuentes:
- Revista Variedades/Alberto Guillén 
- Testimonio personal, Luis Alberto Sánchez

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