El texto está basado en una entrevista que le hizo Teófilo Castillo a José María Eguren en 1919 no como poeta sino, como artista plástico. Castillo, nacido en Carhuaz, Ancash, era un crítico de las artes plásticas, así como Clemente Palma lo era para la literatura. Bigotudo, de estatura mediana y rostro adusto, Castillo pasaba los sesenta años y, como pintor de retratos, se había especializado en una pintura descriptiva, llamada "fin-du-siècle". Pintaba retratos muy convencionales, pero, en verdad, conocía bien su oficio.
"Conozco a Eguren, al genial Eguren, al delicioso Car San Gú". (Abraham Valdelomar)
Eran cerca de las tres de la tarde de ese verano de 1919 cuando acompañado de mi amigo Alcántara La Torre, llegué a Barranco, a ese lugar de ensueño, apenas a quince minutos de Lima, yendo en el tranvía eléctrico. El sol consumía los restos de esa mañana nublada, algo común en esta época del año. Era Barranco un refugio de poetas y escritores. Un lugar ni dormido y orgulloso como Chorrillos; ni lleno de "gringos" como Miraflores, era así como se escuchaba en algunos corrillos de la capital. En ese lugar de calles rectas y barrios quietos; de alamedas frondosas y de grandes ficus; de fucsias buganvilias y de azules jacarandás, vivía José María Eguren. Eguren era, además de un gran poeta, fotógrafo, pintor y hasta inventor.
Al tocar la puerta de la casa, nos recibe un criado.
- ¿El señor Eguren?
- Pase no más .......
Su casa era pequeña, clara y sencilla, no había detalles en el exterior que mostrasen que allí vivía un pintor poeta. Algunas macetas corrientes, con grandes y rojos geranios; unas antiguas sillas de mimbre y un viejo fonógrafo que dejaba escuchar, muy bajito, una sinfonía de Beethoven y en una sala contigua, colgados en una pared, muchos cuadros que no se dejaban ver por la intensa luz del sol que entraba de la calle.
Eguren era un artista completo y complejo. Su arte fue fundamentalmente autodidacta, natural. En él combinaba el sonido, las palabras y la imagen. Había pintado desde niño, cuando pasó largas temporadas en algunas haciendas como la de Chuquitanta y Pro, al norte de Lima; esto se debió, a su delicada salud. Cuentan algunos que el poeta acostumbraba hacer largas caminatas desde el centro de la ciudad hasta Barranco, en su largo camino iba contemplando las chacras, los ríos, los cultivos, los árboles y todo lo que rodeaba ese ambiente natural que dotaría luego a su obra poética y plástica de una especial sensibilidad. Aunque nunca tuvo profesores que le enseñaran, en su memoria quedaba el recuerdo de una señora italiana, Cazoratti era su apellido, no recuerdo su nombre, me dijo, pero le gustaba mucho hacer gobelinos y flores, muy bonitos. Eguren era original y un poco raro en su pintura, pero raro sin teatros ni poses.
- ¿Cuál género de pintura usted prefiere?
- Todos, pero quizá el paisaje ...
- ¿Qué pinta usted ahora?
- ¡Nada!
- ¡No es posible eso! ¿Por qué?
- Porque me he convencido de que no tengo condiciones.
- ¿Y quién le ha dicho eso?
- Nadie, yo que lo siento.
Eguren era una persona circunspecta, modesta y hasta un poco huraña. Andaba por entonces, por los cuarenta y cinco, de mediana estatura con un halo atractivo y su rostro era blanco aunque un poco tostado por el sol. De ademanes espontáneos, cortantes, pero cortantes con fluidez, con gracia y elegancia. La voz de Eguren era como sus años, de tonos otoñales.
Luego de un largo rato de conversación, nos fuimos a la sala contigua. La luz del sol era menos brillante y una viento frío entraba por una de las rendijas de la ventana, pude ver así más de cerca sus cuadros. Algunos me parecieron toscos, tan toscos que me asustaron. Sin embargo, en otros dos, noté una cierta simpatía, simpatía que me tranquilizaron y que me hicieron ver que Eguren era un pintor real, tangible y nada metafórico.
Los cuadros que el crítico más le elogiaba eran los que había ejecutado en una primera etapa. En ellos se sentía más la sensibilidad del artista y que, precisamente, nadie había aplaudido ni hecho alguna mención siquiera. Sin embargo, los que eran considerados como un prodigio dejaron a Castillo de una pieza, frío y hasta lelo por el disgusto. Eran para él, cuadros que alguien hasta con los ojos vendados, sin más pinceles que los dedos, podía ejecutar.
Habían pasado varias horas, eran las primeras horas de esa cálida noche de verano, en las calles se sentía el silencio. Para esas horas, Castillo había terminado de catalogar al artista plástico. Para el crítico, Eguren era un artista de una intensa sensibilidad; un artista que su fuerza está en el detalle y en la fineza; en la exquisitez y la emotividad. Un artista de una técnica delicada e ingenua, tan ingenua como un niño.
Fuentes:
- Revista Variedades, año 1919
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- Revista Variedades, año 1919
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
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