Al sentirla llegar a los limeños les parecía que lo de la guerra con Chile había sido solo una terrible pesadilla. Lima era en 1886, una ciudad pequeña, triste y apagada. Sin embargo, la que muchos consideraban como una "femme fatale" y una artista de la talla de ella, vino a iluminar las noches en el gran Teatro Politeama.
Henriette Rosine Bernard había nacido en París el 22 o 23 de octubre de 1844, su madre, Judith o Julie Bernard (Youle en Francia), era una prostituta de clientela rica, natural de Ámsterdam y su padre, según algunas fuentes, probablemente era hijo de un acaudalado comerciante de Le Havre. De niña ingresó a un convento. Luego tuvo la intención de convertirse en monja, pero no siempre seguía las reglas del lugar donde fue acusada de sacrilegio cuando organizó un entierro cristiano, con una procesión y ceremonia para su mascota: ¡un lagarto! Henriette, años más tarde, se encargaría de cambiar su nombre por uno más artístico y sensual: Sarah Bernhardt. Cuando su padre murió en el extranjero, el duque Charles Morny, medio hermano de Napoleón III, amigo y patrocinador de Julie, propuso convertir a Sarah en una actriz, una idea que a ella la horrorizó. Sin embargo y aunque su madre la educó para que fuera una prostituta fina, la niña, al asistir a su primera presentación teatral quedó fascinada con la Comedia Francesa. Eso hizo que, tiempo después, su verdadera pasión fuera el teatro, donde llegó a encandilar al público con su belleza y su imponente voz, la "voz de oro", que embelesaba a hombres y mujeres.
Estatua, esfinge, mala, virtuosa, indomable, apasionada, atractiva e inaccesible, Sarah transmitía las emociones que sentía. Era la reina de la actitud y la princesa del gesto. Admirada por todos los públicos y perdonada por sus extravagancias y sus caprichos, ella no pasaba desapercibida en ningún lugar. La artista era excéntrica. Dormía en un féretro de palisandro, tapizado en terciopelo violeta. Así era Sarah. Viajaba con un séquito de perros, gatos, aves, tortugas, monos, leopardos e incluso lagartos. Muy aparte de los príncipes y potentados; de los actores y los hombres que la amaban e idolatraban. "La Divina" era, pues, una mega estrella. Escandalosa y hechizante, apasionada y compleja. Hombres como Gustave Flaubert, Marcel Proust, Sigmund Freud o Bernard Shaw, caían rendidos ante su encanto y erotismo. "Hay cinco clase de actrices -escribió Mark Twain- las malas, las regulares, las buenas, las grandes y Sarah Bernhardt".
La espigada rubia de ojos de un intenso color azul cobalto, de nariz perfilada y labios rosados, por fin llegó a Lima el 23 de noviembre de 1886 a bordo del vapor "Ayacucho", procedente de Valparaíso, después de haber pasado una temporada triunfal en Santiago de Chile y Buenos Aires. Ese día centenares de personas la esperaban desde las primeras horas de esa fría madrugada de cielo azul profundo. Al ver su esbelto perfil, largos gritos de admiración se escucharon desde el muelle. Gritos que se agudizaron cuando Sarah empezó a descender por la liviana escalerilla. Llevaba consigo una bonita carabina con una elegante funda de tul y cuero. En uno de sus brazos cargaba un hermoso perro llamado "Braque", el que llevaba en su cuello un bonito collar de plata brillante y que tenía grabado el nombre de ella. Desmesurado el equipaje de la compañía y en especial el de "la Divina", quien, además de los más de cien grandes y pesados baúles traía otras cajas de menor tamaño con los nombres de cada uno de los personajes que representaba. Un elegante carruaje la esperaba afuera del muelle para trasladarla hasta sus departamentos que se le tenía preparados en el hotel Francia e Inglaterra a unos pasos de la Plaza de Armas. Cientos de personas se habían apostado al pie de la carretera, para ver el paso de la artista que sonriente, saludaba agitando los brazos.
En vista del gran éxito económico de sus presentaciones, Sarah estuvo en Lima hasta el 11 de diciembre de 1886, día en que partió rumbo a Guayaquil, para luego seguir a Panamá, México, La Habana y los Estados Unidos. Durante su estancia en la capital, Sarah movilizó multitudes. El Comercio designó a un reportero para que siguiera a la artista para no perder un solo detalle de la sensacional visita. Acaparó páginas enteras en los diarios que cada día colocaban una nota contando sobre sus actividades y sus magistrales actuaciones en el Politeama, en las escenas de "La dama de las camelias" y "Fedra" o en las de "Theodora" y "Hernani". Escenas en las que la artista era experta en toda clase de triquiñuelas, pataleos, toses y quejidos agónicos. "La Divina" odiaba a los periodistas, a los que trataba de víboras y sanguijuelas. Contra ellos renegó hasta el último día de su vida. Sarah Bernhardt murió en brazos de su hijo Maurice, el 23 de marzo de 1923.
Fue ella, Sarah Bernhardt, la que inauguró un nuevo tipo de sensacionalismo en el Perú: el artístico.
Fuentes:
- La prensa sensacionalista, Juan Gargurevich
- Página negra Sarah Bernhardt, diario La Nación
- La prensa sensacionalista, Juan Gargurevich
- Página negra Sarah Bernhardt, diario La Nación
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