domingo, 4 de febrero de 2018

PRADITA

Escribía bajo el seudónimo de "Ascanio"*, era esbelto y muy buen mozo; alto, pasaba del metro ochenta; sus ojos eran azules tan azules como el cielo cuando sonríe; tenía una cabellera rubia, un mentón cuadrado y agresivo y una nariz fina y larga. Era de vestir elegante tan elegante que se le consideraba un "arbiter elegantiarum" limeño. En sus memorias, su madre, Adriana de Verneuil, con su mirada encantadora y su sonrisa franca, lo recordaba como "mon bebe" o "mi hijito". Alfredo González Prada nació en la ciudad de París, un 16 de octubre de 1891; la mayor parte de su vida la pasó fuera del Perú. Uno de sus compañeros de clase en el "Instituto de Lima", dirigido por "herr lebrer", era Augusto Leguía Swayne, el hijo del presidente y conocido como todo un joven don Juan. Augusto tuvo, por el año quince, un sonado romance con la bailarina española "Marinerita". González Prada quería estudiar Filosofía y Letras y ser diplomático, fue así que en el año 1906, ingresó a la Universidad de San Marcos.
En una cálida tarde del verano de 1913 conoció, entre el aroma de la canela, de la menta y el sonido suave de un vals vienés, a Carmen Sosa Menacho, una guapa muchacha de familia aristocrática con un cierto aire andaluz, de ojos brillantes, cabellos negros y ensortijados. Carmen y sus hermanas traían de vuelta y media a todos los galanes de barrio sin embargo, ella, seis años menor que Alfredo, romántica e impetuosa, se enamoró de él y él de ella. De estos amores, nació una niña que murió al nacer. En junio del año siguiente, nació un hermoso niño al que llamaron Alfredo Felipe. Adriana, al recordar las angustias por el nacimiento de su hijo Alfredo, creyó en la necesidad de cuidar a su nieto, un niño muy frágil y enfermizo, bautizado en la iglesia de San Marcelo, como Felipe Soria, y que luego más tarde lo inscribieron como Felipe González Prada, como hijo natural de Alfredo.


Alfredo desde 1911, había ingresado como aprendiz en la Cancillería a la que renunció luego que el coronel Oscar R. Benavides dio un golpe de Estado en el año catorce. Hacía pocos meses que se había inaugurado el Palais Concert, famosa confitería donde compartía largas tertulias en los salones cubiertos de espejos, con Abraham Valdelomar, José Carlos Mariátegui, Pablo Abril de Vivero, Antenor Orrego y Federico More, todos ellos de la nueva generación literaria.
Unos años después y para graduarse de abogado, Alfredo presentó una tesis sobre "El derecho y los animales". Tesis que suscitó un acalorado debate entre los profesores y un gran entusiasmo en los alumnos que terminaron paseando al recién graduado en hombros, por los claustros sanmarquinos. Algún catedrático comentó esa vez: "¿Pradita, nos está tomando el pelo?
Al año siguiente, en el calor de la Belle Époque, cuando en Lima crecía la afición por el champagne y se empezaban a escribir temas exóticos, Alfredo empezó a trabajar en la redacción de "La Prensa" donde su nuevo dueño, el liberal Augusto Durand Maldonado, simpatizó tanto con él que cuando éste fue nombrado Ministro Plenipotenciario en la Argentina, se interesó para que al joven diplomático, por entonces de veinticinco años, lo nombrasen Segundo Secretario. El próximo viaje de Alfredo a Buenos Aires, le causó a Carmen un horrible vacío. Mientras esto se concretaba, escribía algunas crónicas y artículos para la revista "Rigoletto", cuyo director, Pedro de Ugarriza, era uno de los personajes más inquietos, cínicos y, a la vez, atractivos de la Lima de esos años. Este personaje se dedicaba también ni más ni menos, que a la ¡caza de cóndores! Escribía también para "Lulú", dirigida por Carlos Pérez Cánepa, un personaje frívolo y hasta un poco cursi; además de "Colónida", cuyo director, Abraham Valdelomar, decía que su revista era "seria, muy seria". Antes de dejar el Perú, Alfredo había escrito la mayor parte de su obra. Participó en el libro "Las Voces Múltiples", junto a Valdelomar, Antonio Garland y otros. Uno de sus poemas, el más hermoso de todos, fue "La hora de la sangre", publicado en la revista de Valdelomar. Su producción literaria la reanudaría en el año treintainueve cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. 
Desde Buenos Aires, Alfredo, que al igual que Augusto Leguía, era todo un don Juan, le escribía a su padre algunas cartas donde le contaba sus picantes aventuras de su vida donjuanesca en aquella ciudad.

- "¡Canalla! ¡Doble canalla! ¡Triple canalla! -le respondía su padre- conque siguiendo mis aficiones, te vas a ver mujeres. ¡Adriana y yo estamos escandalizados con tus palabras!"
Al poco tiempo, en julio de 1918, falleció su padre, cuando aún se encontraba en Buenos Aires. Dos años después, fue trasladado a Washington, lugar donde se produjo este enredo diplomático con la altiva señora Poindexter. Pero la muerte de su padre y los asuntos políticos determinaron un viraje en su vida. Regresó a Lima, una Lima muy cambiada, con nuevas plazas y elegantes edificios de estilo europeo; regresó para hacerse cargo de Felipe que se había quedado al cuidado de Adriana, su abuela, pues mientras Alfredo estuvo en Buenos Aires, Carmen había conocido a un industrial y empresario de cine argentino.
Mientras se llevaban a cabo las negociaciones para resolver el litigio entre Tacna y Arica, Alfredo conoció a Anne Elizabeth Howe, una muchacha de sociedad norteamericana, muy bonita con una figura esbelta y elegante. Aunque algunos amigos cercanos a Alfredo no vieron con buenos ojos esta relación, a los pocos meses se casaron y con ello acabó su vida de bohemia. El matrimonio se realizó en el año 1922, en una antigua iglesia llamada San Bartolomé, conocida como St. Bart, ubicada en el lado este de Park Avenue. Esa boda fue todo un suceso social entre los "fashionables" de Washington y Nueva York. Alfredo y Anne no tuvieron hijos. Su amor eran los libros, libros que Anne podía leer en español aunque nunca habló el idioma de su marido. Este amor a los libros fue algo que duraría hasta el fin de sus días. Ella gustaba tanto de los libros como del Dry Martini pero en dosis moderadas. Alfredo, muy sobrio, gustaba de un gin o un whisky. Sin embargo, con los años, tuvo que rendirse ante un delicioso pisco sour. Gustaban de los viajes, durante veintiún años y cada primavera visitaban los rincones y parajes más lindos del mundo. Viajaron a los países escandinavos, Turquía, Reino Unido, España, México, es decir, a muchos lugares, mas nunca llegaron al Perú. Tras la caída del régimen de Leguía en 1930, fue acreditado como Ministro Plenipotenciario en Inglaterra y como Presidente de la Liga de las Naciones pero renunció apenas asumió el poder el comandante Luis M. Sánchez Cerro. En el año 1933, Felipe, su hijo con apenas diecisiete años falleció estando en París junto a su abuela. Luego de la muerte de su hijo, Alfredo se dedicó a editar los libros de don Manuel. Lo hizo un poco para consolarse, un poco como estímulo. Aunque en su mente ya rondaba la idea del suicidio.
Seis años después, el primero de setiembre de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. Era el turno de abandonar Europa. Polonia estaba destrozada. Los Prada esperaron que los turistas abandonaran Europa en los primeros barcos. Partieron recién en octubre en el trasatlántico "Presidente Harding". Casi llegando a la ciudad de los rascacielos, chocaron con otro buque. El estrépito fue espantoso. Hubo decenas de heridos. Casi hunde al barco que los transportaba. Esta accidente, además de la toma de París, afectaron a Alfredo.
¿Qué precipitó a aquel buen mozo y galante escritor, jurista y diplomático al suicidio?
A los dos años de estar viviendo en Nueva York, Estados Unidos, a raíz del ataque a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, entró a la guerra. Fue en esos momentos que su situación se complicó, pues al haber nacido en Francia, era considerado como un "enemy allien", esto de acuerdo al "Jus Soli" que regía al Departamento de Inmigraciones. Se encontraba desesperado pues todas las puertas se le habían cerrado, incluso, no podía siquiera mantener correspondencia. A esto se sumó que una tarde, Alfredo se presentó en la oficina de Rembao, un bondadoso mexicano y ministro de la iglesia presbiteriana, ubicada en el número 20, piso once de la Quinta Avenida. Allí le contó que había visitado a su médico y que éste, luego de algunos exámenes, le había diagnosticado un tumor en el cerebro. Lo más triste era que, según Alfredo, habían dos soluciones: o moría o se volvería loco. Ya se lo había dicho a su madre, mirando por la ventana, mirando hacia los edificios lejanos de Nueva Jersey:

- No, ¡yo no aceptaré verme entre esos dementes!
- ¡No, mi hijito!
- Mamá, lo único que me detiene es el dejarte sola, pero si tú te mataras conmigo, entonces todo se arreglaría.

Adriana terminó aceptando el doble suicidio. Estaba resuelta a morir con su hijo. Por otro lado, Rembao no logró convencer al diplomático por más que le trataba de decir que si no se curaba "¿qué más le da? Seguirá viviendo en un mundo irreal". ¡Todo fue en vano! A los pocos días, Pablo Abril, su mejor amigo, se presentó una mañana en el apartamento de Alfredo, éste, barbudo y extraño, entreabrió la puerta y le arranchó casi de las manos el libro que había ido a devolverle. Luego de unos días, Alfredo volvió a hablar con su mamá:

- Yo me mato, pero tú no mamá, porque si no ¿quién cuidará de los libros de papá?



Anne Elizabeth, que no estaba enterada de la decisión de su marido, se encontraba acostada en una de las camas, la más cercana al balcón, de la habitación matrimonial del piso 22 del Hampshire House, un elegante edificio frente al Central Park. A las tres de la madrugada del 27 de junio de 1943, Anne Elizabeth, sintió vagamente que Alfredo la besaba fuertemente. Volvió a dormitar. Al poco rato, escuchó que tocaban fuertemente a la puerta. Era el policía del edificio y el de la esquina. Alfredo se había arrojado desde el piso 22, vestido con pijama y bata. Su esposa bajó rápidamente. Reconoció a Alfredo por la bata. En ese momento recordó sus últimas palabras: "Adiós, amor" .......
* Ascanio era el hijo bello del rebelde y amoroso Eneas. Eneas era don Manuel.

Fuente:
- Nuestras vidas son los ríos, historia y leyenda de los González Prada, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar por él mismo, editor Ricardo Silva-Santisteban
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez

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