El mambo rondaba en el alma de un genio musical llamado Dámaso Pérez Prado, de la cuna del danzón, Matanza. Tiempo después, en México no se bailaba más que mambo, tan popular era que escribió una letra que decía: "yo soy, el ruletero, el matalacachimba ........." y pronto llegó a Lima y atrapó a gente de toda condición, las niñas bien lo ensayaban frente al espejo: "mambo, que rico el mambo, mambo, que rico es, es, es ......" Fácil no era, había que sumar el ritmo, la gracia y las ganas de moverse. Pérez Prado debía llegar al Perú a principios de marzo de 1951, se iba a presentar por Radio El Sol, quince días de actuaciones en la capital le traerían una ganancia más que jugosa: medio millón de dólares. Y, ¡cómo no! si se trataba del músico latino mejor pagado de la época. Bordeaba los treinta y cinco, apenas media un metro y cincuenta y ocho. Usaba zapatos de dos colores, al estilo "elevate shoes". Y cinco años residiendo en México eran suficientes para que empezara a hablar con el acento mexicano. En alguna presentación a Benny Moré se le había ocurrido decir ¿Quién inventó el mambo que me sofoca? ¡Un chaparrito con cara de foca! Y así, se quedó con el sobrenombre de Cara de Foca.
Al amanecer del sábado 3 de marzo de 1951, el aeropuerto de Limatambo estaba que rebalsaba de gente: periodistas, editores y centenares de fanáticos que gritaban, lloraban lo aclamaban, y es que no era para menos, llegaba el "rey del mambo" con su orquesta, lo que algunos creían era el ¡diablo en persona! Lentes ahumados y una amplia sonrisa bajo el bigotito, trajeado con un saco gris a cuadros, unos zapatos de chinchilla y su corbata verde adornada con un brillante prendedor, regalo de alguna estrella de cine como Doris Day, Cary Grant o podría haber sido un regalo del gángster Costello, luego de haberlo conocido en un club nocturno. Después de volar toda la noche había llegado con sueño, listo para irse directo a la cama, aunque Última Hora y Radio el Sol, no lo dejaran ni pestañear. No importaba, porque aunque andaba con sueño, también tenía apetito, ah! y estaba sediento, es que cuando le preguntaron qué tomaba respondió: ¡el Faraón del mambo bebe de todo! De todo como una Coca Cola bien chispeante, y es que "la bebida popular de calidad", colocó un gran aviso en las páginas centrales de un tabloide que Pérez Prado se presentaría hoy, ¡hoy a las siete y quince en Radio El Sol! Diez mil personas, no entraba un alma en ese caluroso auditorio. Radio El Sol era la señal prohibida por el cardenal aunque de nada sirvió, a la siete y cuarto todos sintonizaban la radio y hasta radios de provincias se habían encadenado para transmitir el especial del mambo.
¡Pero que horror! Rabiaron las voces de los púlpitos. ¡Qué obra diabólica es el compás del mambo! Se escuchaba en las emisoras católicas. ¡Pero si el mambo es un baile muy decente! -decía Pérez Prado. Los tabloides como Última Hora empezaban a preocuparse. Nada más que un año atrás, el cardenal Guevara había organizado un masivo Congreso Eucarístico Nacional. Cien mil almas se habían reunido en el Campo de Marte en una solemne ceremonia para la consagración de la eucaristía ahora prohibida para los que prefiriesen el mambo a la salvación eterna. El mambo estaba prohibido por la Iglesia del Perú, lo mismo que ese demoníaco concurso que se anunciaba para el próximo sábado en la Plaza de Acho. Pero si ni siquiera estaba permitido bailar mambo en las casas.
"Hoy en Acho: la emoción del mambo". Los concursantes vengan a las siete de la noche y "bien comidos" se leía en grandes titulares del pequeño tabloide y por otro lado circulaban volantes de la sociedad católica recordando que quienes se dejasen arrastrar por "el compás del mambo" serían condenados al infierno.
Temprano en la mañana del sábado, afuera del hotel un gentío gritaba y lo llamaba a coro. A ratos asomaba por la ventana del segundo piso para devolver el saludo, hasta que tocaron a su puerta. El pequeño músico había aceptado una sesión fotográfica ahí, en la misma habitación. Había quedado con Última Hora que las fotos serian así, tal cual. Pérez Prado en la cama, recién levantado; en calzoncillo, claro, era largo y hasta las pantorrillas. Pérez Prado ante el espejo, vistiéndose, colocándose los famosos botines, hasta con ¡bonete y mandil de chef! pues se suponía había preparado un "pavo a la cubana". Los lectores del tabloide desayunaban con Pérez Prado, almorzaban y cenaban con Pérez Prado. Como el faraón dijo que bebía de todo, los periodistas "más famosos del mundo", le dieron a beber un pisco sour que lo hizo ¡echar fuego!
Cruzando el puente, sobre el río hablador, se veía el perfil de la Plaza de Acho que era rodeada por las vivanderas, gruesas señoras, que escondidas tras el fuerte humo, vendían sus anticuchos, el choclito y el choncholí; mientras más se estaba cerca a la plaza había más gentío y más revendedores que sólo se arriesgaban con eventos como este de mucha demanda. Eran pasadas las seis de la tarde, a lo lejos, se escuchaba el eco de las últimas campanadas de alguna antigua iglesia. A esa hora los boletos estaban agotados y en la Plaza no entraba un alfiler más. El que no alcanzó a entrar, no se tenia que preocupar, podía escuchar por los altavoces. Nadie debía quedarse con las ganas de escuchar a Cara de Foca. Llegó la hora, por las puertas por donde salen los toros, salieron los primeros concursantes. Ellas trajeadas de luces y bobos tropicales y los varones con pantalones de "huatatiro" que favorecían aún más las contorsiones. ¡La locura! De pronto, se escuchan los eufóricos aplausos. Señal que Cara de Foca estaba ¡ya, ahí! El resplandor de los grandes reflectores bañaban todo el círculo de arena, a los músicos y a las primeras treinta parejas, y, al centro, vestido todo de blanco, con sus botines elevadores y su eterna sonrisa, al faraón del mambo. Esa noche estrenaba una pieza, compuesta en los últimos días: "al compás del mambo". Animaba Pantuflas, un cómico que imitaba a Cantinflas y que tuvo el buen tino de hablar poco y dejar que Pérez Prado llenara la noche que estaba de un impresionante color azul, con su música que rebotaba en ese cerro color pardo, el San Cristóbal. Fueron varias noches vibrantes en la misma Plaza de Acho, la última, la del miércoles 14 de marzo, quedaban tres parejas, entre ellas, dos niños, Héctor y Otilia. Pérez Prado los escogió a ellos como los ganadores. Se repartieron la enormidad de ¡cinco mil soles!
Meses después, en ese invierno húmedo de Lima, regresó Cara de Foca, esta vez vino con sus músicos, con dos baúles de partituras, además de ochenta valijas, bailarinas, dúos de cantantes y más. Llegó con las ganas de beberse un pisco sour con los periodistas "más famosos del mundo". Pero, algo llamaba la atención en el músico y es que entre sus brazos cargaba un perrito faldero llamado Mambo. Por el tabloide Ultima Hora, se supo también que Pérez Prado se había casado en secreto con Margo, una de sus bailarinas.
Finalmente, la prohibición del mambo nunca fue levantada, simplemente fue languideciendo, apagándose hasta quedar en el olvido. Los púlpitos ya no se preocupaban por lo que Última Hora publicaba y el cardenal pasó a una clausura palaciega.
Fuente:
- Ultima Hora, el rey de los tabloides, Guillermo Thorndike
- Ultima Hora, el rey de los tabloides, Guillermo Thorndike
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