El caudillaje de Leguía, después de la etapa de fascinación en 1919, de la etapa de la lucha entre 1919 y 1925 y de la etapa de la apoteosis entre 1926 y 1929, tenía que empezar su cuarta etapa, la del ocaso.
Era el otoño de 1930, los días de Semana Santa estaban próximos a llegar. Acababa de morir José Carlos Mariátegui, en la ciudad se vivían momentos de alta tensión y convulsión. Era evidente que la segunda reelección de Leguía estaba destinada al fracaso. El gobierno no tenía ninguna fuerza, ni política ni económica. Los grupos que lo rodeaban eran heterogéneo y moralmente débiles. La crisis económica mundial hirió de muerte a muchos gobiernos, entre ellos, el de Leguía. Cada vez había menos dinero y más número de desocupados. Estuvo a punto de llevarse a cabo un intento de asesinato o tomar prisionero al Presidente en el momento en que se dirigiera a la misa en la Catedral. Esos días, pues, transcurrían entre, los rumores, la zozobra y las persecuciones. Muchas conjuraciones abortaron, muchos fueron llevados a prisión, es decir, todas las intentonas fallaban.
Foción Mariátegui Ausejo (1885-1961), era el Presidente de la Cámara de Diputados y como diputado representaba a Tahuamanu, provincia del recientemente creado departamento de Madre de Dios y que, por aquellos años, solo tenía unos quinientos habitantes y a la que jamás visitó. Estaba emparentado con la familia Swayne, a la que pertenecía la esposa de Leguía, fallecida once años atrás. Foción era un hombre alto, de nariz larga, ojos claros y mirada profunda; de caminar lento y ademanes mesurados. Hacía unos meses que había cumplido los cuarentaicinco años. Era tan aficionado a la hípica como el propio Leguía. Ambos no dejaban de asistir ni un solo domingo al hipódromo de Santa Beatríz.
El Presidente Leguía ya estaba enfermo, se le notaba pálido y mucho más delgado. Su enfermedad había aparecido con caracteres crónicos, pese al tratamiento al que se sometía y a la capacidad de reacción que tenía. En las noches de ese otoño, en la casona de la calle Pando, después de las comidas familiares, se venía discutiendo un solo tema, tema que venía preocupando a muchos. Era necesario el retiro. Lo mismo sucedía en Palacio, después de los almuerzos. Leguía lo pensaba y también le preocupaba; mas solo tenía una indecisión, quién podía ser su sucesor. Necesitaba de alguien que pudiera continuar la obra.
Pasaron los meses y llegó el mes de agosto con sus vientos fríos y sus finas garúas. Se notaba en la ciudad que algo raro venía ocurriendo. La gente cercana al régimen se sentía preocupada, nerviosa e inquieta. El Ministro de Gobierno, no dormía y las autoridades hacían ronda todas las noches. Una de esas noches de agosto cuando el cielo era de un hermoso color azul cobalto, estaba el Presidente conversando, bajo la tenue luz de los candelabros y con una copa de agua mineral, con Foción Mariátegui. Foción, luego de haber estado hablando largo rato sobre la difícil situación política le dijo al Presidente, que en unos días estaría viajando a la ciudad de Arequipa pues debía ir luego a los baños termales de Jesús.
En el mes de febrero de ese año, el menudo Luis M. Sánchez Cerro había sido ascendido al grado de comandante. Según cuenta Basadre, si las memorias de Leguía, "yo tirano, yo ladrón", son ciertas, él vaciló antes de firmar la resolución, pero tanto Foción Mariátegui, como el coronel Manuel María Ponce Brousset y hasta el propio Sánchez Cerro, pese a su pasado lleno de aventuras revolucionarias, le dieron toda clase de garantías. Una vez que fue ascendido, Sánchez Cerro viajó a Arequipa a ocupar el cargo que le habían asignado.
Al llegar a la soleada ciudad sureña, Foción Mariátegui, mantuvo algunas reuniones de carácter sedicioso con su protegido, el recientemente ascendido comandante Sánchez Cerro y con otros militares, además de algunos civiles. Mientras tanto, en Lima, en la vieja casa de Pizarro, una tarde Leguía recibió un telegrama de manos de José, su mayordomo. En él se le informaba sobre lo que venía ocurriendo, pero se negó a creerlo. No podía creerlo puesto que Foción mismo le había enviado un telegrama hacía apenas unos días atrás donde lo adulaba.
Leguía escribe en sus memorias: "Después de esos sucesos volvió Mariátegui a Lima y, como de costumbre, su primera visita fue para mí. Cuando lo tuve frente a frente, inquirí en su mirada, en sus actos y en sus movimientos el vestigio de lo pasado, quise arrancarle un rayo de luz que aclarara su auténtica condición de traidor o servidor sincero y noble. Pero, para decir verdad, nada adiviné, tal era la confianza que me inspiraba por su doble rol de pariente y amigo".
Aquel viernes 22 de agosto de 1930, en la capital había llovido ligeramente. Corrían muchos rumores. Por la mañana, el Ministro de Gobierno había acudido a Palacio no una, ni dos, sino, ¡tres veces! Algo sucedía, pues el Ministro mantuvo esa misma tarde una larga reunión con el Comandante en jefe del Ejército. A la mañana siguiente, los titulares de El Comercio, La Prensa y La Crónica, anunciaban que el día anterior se había sublevado en Arequipa el regimiento de infantería cuyo comandante era Luis M. Sánchez Cerro.
En la tarde del domingo 24 de agosto de 1930, tal como era su costumbre dominical, Leguía no quiso dejar de concurrir al hipódromo de Santa Beatríz. Esa misma noche presentaba su renuncia ante el general Manuel María Ponce Brousset.
Foción Mariátegui se asiló en la Embajada de Chile. Meses antes de la revolución se venía escuchando por algunos corrillos que a Mariátegui le interesaba ocupar el cargo de Leguía. Por otro lado, pruebas fehacientes de la traición no las hay, pero la mayoría de los leguiístas lo acusa. Después de la caída de Leguía, Foción se retiró de la política. Murió en Lima en el año 1961 a los setenta y seis años.
Fuentes:
- "Historia de la República del Perú", Jorge Basadre
- "Los Burgueses", Luis Alberto Sánchez
- "Leguía, ensayo biográfico", Rene Hooper López
- "Sánchez Cerro y su tiempo", Carlos Miró Quesada Laos
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