Era mediados de los años cincuenta. Ningún peligro acechaba a los pacíficos habitantes de Lima. Ni asaltantes de bancos o residencias, ni robos al paso, ni secuestros tampoco narcotraficantes haciendo alguna oscura transacción con disparos de por medio. El "Zorro" Iglesias acaparaba la sintonía radial y también algún drama radionovelero auspiciado por el detergente de moda; la gente adinerada iba al Waikiki o La Herradura y la escultural bailarina "Anakaona" iluminaba las boites en las cálidas noches limeñas ...... Pero, entonces, ¿qué pasó que de pronto, todos se fueron contra Odría? Se sentía en las calles, en los parques, en los cafetines. En las esquinas vigiladas por detectives y bien que se los reconocía desde lejos, pues llevaban unos largos abrigos azules además, de algún diario de la tarde bajo el brazo. Se sentía en los noticieros en cadena transmitidos desde la casona de Radio Nacional; hasta en los automóviles de placa verde, reservada para los amigos del gobierno y que les otorgaba total impunidad. Era, pues, el año de 1955 y se acercaba el prometido final, el final del Ochenio. Sin embargo, en algunos corrillos se escuchaban rumores de continuismo, de lo bien que habían estado bajo su mandato. Y, en verdad, ¿qué les impedía cambiar la Constitución? y así lograr reelegirse no una, sino dos, tres, o más años mientras tuviera vida y, claro, los peruanos aguantasen. ¡Era bastante difícil enfrentársele! En las calles y en las plazas no se autorizaban reuniones públicas, aquellos eran lugares para caminar para pasear mas no para generar desórdenes y menos para hacer mítines políticos.
En algún lugar de la capital, la oposición se venía reuniendo de manera clandestina, para luego salir a la luz pública. Pedro Roselló era un industrial muy afortunado. Era un hombre bastante alto, corpulento, llevaba un bigote finito, rostro campechano y voz potente como buen fumador que era. Roselló estaba al frente de la Coalición Nacional, fue, pues, el primer bache que encontró Odría para buscar su reelección. Para "La Prensa" de Pedro Beltrán, que tenía fama de tacaño, Roselló no era más que un hombre común y corriente. Pagaba puntualmente sus impuestos y los soplones del Ochenio no lo asustaban. No se le podía acusar de ningún crimen. Tampoco se le podía considerar un ambicioso. Se necesitaba a alguien que se ponga al frente de la protesta, había que ensayar la unificación del pueblo pero no en los claustros del convento de los dominicos con discusiones entre el humo de los cigarrillos Lucky Strike y personajes somnolientos sino desde los lugares prohibidos: una plaza, un teatro, un coliseo. La Coalición Nacional podía, por qué no, crecer y convertirse en un gran partido político o, tal vez, fracasaría y yendo al extremo, sus dirigentes terminar en el exilio. Beltrán era un próspero empresario algodonero, líder de la Sociedad Nacional Agraria, director y dueño de "La Prensa" y un ducho economista egresado de The London School of Economics. En esos momentos estaba decidido a cumplir su sueño dorado: llegar a la presidencia de la República. Aquél que en esos momentos rompiera fuegos contra la Dictadura podía terminar o chamuscado o, peor aún, carbonizado. Fue por eso que Beltrán dejó que tomara la iniciativa su amigo Roselló. Desde la penumbra, él, Manongo Mujica y el propio Beltrán se encargaron de activar la Coalición Nacional. Nada dijeron a medias tintas. Las cosas había que decirlas como eran. Sin temor alguno acusaron directamente a Odría de pretender perpetuarse en el poder o de querer imponer a un sucesor. Por ese entonces, rostros nuevos salían a la luz. Detrás de Beltrán asomaba la joven figura flaca y casi quijotesca de Sebastián Salazar Bondy. Otro rostro nuevo y cercano a Roselló era Carlos Enrique Ferreyros, él tenía el papel de orador de la insurrección.
En los teatros y cinemas y como si fuese el anuncio de una nueva obra teatral o el estreno de una película se leía: "Coalición Nacional, hoy aquí cita de honor a las 6:30pm"
Fue así que la primera reunión de los coalicionistas tuvo lugar en el Teatro Segura. Pedro Beltrán ocupó el primero y mejor de los palcos. El lugar estaba lleno, no cabía un alfiler, la gente ocupó los palcos y galerías; hasta el foyer se encontraba repleto. Parecía que todo iba viento en popa para la Coalición. Aquella asamblea, además de las reuniones abiertas en las calles y plazas, los violentos discursos de Roselló y la resonancia de "La Prensa", hicieron que el movimiento fuera creciendo y ganando más popularidad. Sin embargo, no todo era color de rosa para los coalicionistas. Cuando viajaron a la calurosa ciudad de Chimbote, los apristas los recibieron a pedradas. Beltrán era un furibundo enemigo de ellos. Al APRA se le atribuía el asesinato en, enero de 1947, del entonces director de "La Prensa", Francisco Graña Garland, su amigo y socio en el diario. A finales de 1955, la Coalición tentó suerte. Era jugarse el todo por el todo. Sus líderes viajaron a la ciudad de Arequipa donde, al igual que en 1950, se respiraban vientos de revuelta; pero, la suerte no acompañó a Roselló. Desde que llegaron se vieron en problemas. ¿Qué sucedió? Pues enterado el todopoderoso Alejandro Esparza Zañartu, eterno director de gobierno, del viaje al sur del país de los coalicionistas, mandó desde Lima a un centenar de matones. Estos se colaron en el teatro donde estaban reunidos haciéndose pasar como parte del grupo. Se armó la de san quintín. Estallaron desordenes y trifulcas y antes de que los coalicionistas pudieran responder, los hombres de Esparza acabaron con la protesta.
Fuente: "Los Apachurrantes años 50", Guillermo Thorndike