jueves, 25 de enero de 2018

AL GENERAL LA ALEGRÍA SE LE VA ACABANDO

Era mediados de los años cincuenta. Ningún peligro acechaba a los pacíficos habitantes de Lima. Ni asaltantes de bancos o residencias, ni robos al paso, ni secuestros tampoco narcotraficantes haciendo alguna oscura transacción con disparos de por medio. El "Zorro" Iglesias acaparaba la sintonía radial y también algún drama radionovelero auspiciado por el detergente de moda; la gente adinerada iba al Waikiki o La Herradura y la escultural bailarina "Anakaona" iluminaba las boites en las cálidas noches limeñas ...... Pero, entonces, ¿qué pasó que de pronto, todos se fueron contra Odría? Se sentía en las calles, en los parques, en los cafetines. En las esquinas vigiladas por detectives y bien que se los reconocía desde lejos, pues llevaban unos largos abrigos azules además, de algún diario de la tarde bajo el brazo. Se sentía en los noticieros en cadena transmitidos desde la casona de Radio Nacional; hasta en los automóviles de placa verde, reservada para los amigos del gobierno y que les otorgaba total impunidad. Era, pues, el año de 1955 y se acercaba el prometido final, el final del Ochenio. Sin embargo, en algunos corrillos se escuchaban rumores de continuismo, de lo bien que habían estado bajo su mandato. Y, en verdad, ¿qué les impedía cambiar la Constitución? y así lograr reelegirse no una, sino dos, tres, o más años mientras tuviera vida y, claro, los peruanos aguantasen. ¡Era bastante difícil enfrentársele! En las calles y en las plazas no se autorizaban reuniones públicas, aquellos eran lugares para caminar para pasear mas no para generar desórdenes y menos para hacer mítines políticos.


En algún lugar de la capital, la oposición se venía reuniendo de manera clandestina, para luego salir a la luz pública. Pedro Roselló era un industrial muy afortunado. Era un hombre bastante alto, corpulento, llevaba un bigote finito, rostro campechano y voz potente como buen fumador que era. Roselló estaba al frente de la Coalición Nacional, fue, pues, el primer bache que encontró Odría para buscar su reelección. Para "La Prensa" de Pedro Beltrán, que tenía fama de tacaño, Roselló no era más que un hombre común y corriente. Pagaba puntualmente sus impuestos y los soplones del Ochenio no lo asustaban. No se le podía acusar de ningún crimen. Tampoco se le podía considerar un ambicioso. Se necesitaba a alguien que se ponga al frente de la protesta, había que ensayar la unificación del pueblo pero no en los claustros del convento de los dominicos con discusiones entre el humo de los cigarrillos Lucky Strike y personajes somnolientos sino desde los lugares prohibidos: una plaza, un teatro, un coliseo. La Coalición Nacional podía, por qué no, crecer y convertirse en un gran partido político o, tal vez, fracasaría y yendo al extremo, sus dirigentes terminar en el exilio. Beltrán era un próspero empresario algodonero, líder de la Sociedad Nacional Agraria, director y dueño de "La Prensa" y un ducho economista egresado de The London School of Economics. En esos momentos estaba decidido a cumplir su sueño dorado: llegar a la presidencia de la República. Aquél que en esos momentos rompiera fuegos contra la Dictadura podía terminar o chamuscado o, peor aún, carbonizado. Fue por eso que Beltrán dejó que tomara la iniciativa su amigo Roselló. Desde la penumbra, él, Manongo Mujica y el propio Beltrán se encargaron de activar la Coalición Nacional. Nada dijeron a medias tintas. Las cosas había que decirlas como eran. Sin temor alguno acusaron directamente a Odría de pretender perpetuarse en el poder o de querer imponer a un sucesor. Por ese entonces, rostros nuevos salían a la luz. Detrás de Beltrán asomaba la joven figura flaca y casi quijotesca de Sebastián Salazar Bondy. Otro rostro nuevo y cercano a Roselló era Carlos Enrique Ferreyros, él tenía el papel de orador de la insurrección.


En los teatros y cinemas y como si fuese el anuncio de una nueva obra teatral o el estreno de una película se leía: "Coalición Nacional, hoy aquí cita de honor a las 6:30pm"
Fue así que la primera reunión de los coalicionistas tuvo lugar en el Teatro Segura. Pedro Beltrán ocupó el primero y mejor de los palcos. El lugar estaba lleno, no cabía un alfiler, la gente ocupó los palcos y galerías; hasta el foyer se encontraba repleto. Parecía que todo iba viento en popa para la Coalición. Aquella asamblea, además de las reuniones abiertas en las calles y plazas, los violentos discursos de Roselló y la resonancia de "La Prensa", hicieron que el movimiento fuera creciendo y ganando más popularidad. Sin embargo, no todo era color de rosa para los coalicionistas. Cuando viajaron a la calurosa ciudad de Chimbote, los apristas los recibieron a pedradas. Beltrán era un furibundo enemigo de ellos. Al APRA se le atribuía el asesinato en, enero de 1947, del entonces director de "La Prensa", Francisco Graña Garland, su amigo y socio en el diario. A finales de 1955, la Coalición tentó suerte. Era jugarse el todo por el todo. Sus líderes viajaron a la ciudad de Arequipa donde, al igual que en 1950, se respiraban vientos de revuelta; pero, la suerte no acompañó a Roselló. Desde que llegaron se vieron en problemas. ¿Qué sucedió? Pues enterado el todopoderoso Alejandro Esparza Zañartu, eterno director de gobierno, del viaje al sur del país de los coalicionistas, mandó desde Lima a un centenar de matones. Estos se colaron en el teatro donde estaban reunidos haciéndose pasar como parte del grupo. Se armó la de san quintín. Estallaron desordenes y trifulcas y antes de que los coalicionistas pudieran responder, los hombres de Esparza acabaron con la protesta.
Fuente: "Los Apachurrantes años 50", Guillermo Thorndike

UN ATENTADO EN MIRAFLORES

Las violentas elecciones de 1931 que dieron como ganador a Luis M. Sánchez Cerro y que el Apra las consideró fraudulentas; el país dividido entre los apristas y la Unión Revolucionaria; la Ley de Emergencia, la intransigencia del Apra, el desafuero de veintitrés constituyentes; el motín en el Callao, la persecución aprista, los sangrientos atentados, es decir, todos estos acontecimientos, y no era para menos, estremecieron al país. No por algo Guillermo Thorndike denominó al año 1932, como "el año de la barbarie".

UN ATENTADO EN MIRAFLORES

Fui a visitarlo a la Clínica Delgado en la avenida Angamos en Miraflores varias semanas después del atentado contra su vida. Acababa de levantarse de la cama por primera vez. Era pequeño, su tez oscura y sus ojos de un negro brillante que por momentos eran lánguidos, suaves y hasta bondadosos; y en otros, echaban chispas; eran como dos carbones que ardían en el fuego. Pesaba poco más de cincuenta kilos. Estaba en bata una bata de color azul como la noche. Uno de sus ayudantes le alcanzó un peine. Me recibió mientras se peinaba penosamente.
Sánchez Cerro era un fervoroso creyente, oía misa todos los domingos. Había elegido vivir en Miraflores y una de las iglesias de su preferencia era la iglesia matriz en el parque central y eso lo sabía todo el mundo y todo el mundo eran también los que complotaban contra él. Habían planeado el golpe para que no pudiera fallar, conocían la hora exacta de llegada y por donde el presidente debía entrar .......


Sucedió el domingo 6 de marzo de 1932, el presidente salió de Palacio de Gobierno, como era la costumbre, con destino a la iglesia matriz de Miraflores. Estaba acompañado por el jefe de la Casa Militar, el coronel Antonio Rodríguez Ramírez y por su edecán, el mayor Luis Solari Hurtado. Llegaron a la iglesia alrededor de las 11:15am de esa soleada mañana de verano. Ingresaron a la iglesia sin ningún contratiempo por el portón del lado derecho, el que daba al parque. Delante del presidente iba el coronel Rodríguez, y detrás iba su edecán. La parroquia estaba llena, se sentía el aroma de las velas encendidas, algunos fieles oraban arrodillados y otros, como el asesino, estaba de pie en el lado izquierdo de las bancas de la derecha. En el momento que Sánchez Cerro pasó a su costado, el criminal se le acercó y le disparó a boca de jarro. Hizo enseguida un segundo disparo, pero el coronel Rodríguez, se interpuso entre ambos recibiendo un impacto de bala en la pierna derecha. El presidente sacó rápidamente su revólver, mas su edecán Solari, se abalanzó contra el joven que seguía disparando, una de las balas impactó contra una de las asistentes a la misa, la señorita Augusta Miró Quesada Carassa. El agresor trató de huir, pero al intentar trepar por la reja su chaqueta se enganchó y fue inmediatamente apresado. Sánchez Cerro quedó gravemente herido siendo trasladado de emergencia a la Clínica Delgado. Cuenta Basadre que "el estuche de anteojos" que llevaba el presidente en el bolsillo de su saco impidió un desenlace fatal. El atacante fue identificado como José Melgar Márquez, un joven de apenas dieciocho años, un metro ochenta de estatura y de filiación aprista.


Lo encontré sentado en un sofá de espaldas a la ventana, por donde entraba la luz del sol otoñal. Afuera, en los jardines de la clínica, corría una suave brisa que hacía danzar las hojas de los árboles. Los médicos no querían que hable. El disparo le había causado estragos pues le perforó el pulmón. Su rostro se le notaba cansado, cetrino. Sus labios mostraban alguna leve sonrisa mas no tenían color. Sin embargo, y pese a la prohibición de los médicos, hablamos por un momento:

- El castigo debe imponerse -- dijo. De otra manera el país se va al caos.
- Pero usted perdonó a los culpables, presidente.
- No soy rencoroso. Yo no podía mandar fusilar a los que habían atentado contra mi vida. Hubieran creído que se trataba de una venganza personal. Pero debieron morir, para evitar la repetición de estos hechos.
- ¿Cuándo tuvo usted conocimiento de la sentencia?
- El mismo día a las once de la mañana. Creí entonces que ya los culpables habrían recibido el veredicto establecido. Pero no fue así.
- Y usted perdonó. 
- Sí. Repito que no quería que creyeran que era una venganza. Pero debió cumplirse la sentencia.

Tras el intento de asesinato, Sánchez Cerro ordenó el arresto de Haya de la Torre, aunque el líder aprista logró mantenerse, por el momento, en la clandestinidad. Días después, en la tarde del miércoles 23 de marzo de 1932, el presidente, aún convaleciente, dirigió un mensaje a la nación desde la misma Clínica Delgado, a través de los micrófonos de la OAX. Según versión del diario La Crónica, "gran cantidad de personas se detuvieron en la Plaza San Martín y también en las proximidades de las casas de música y establecimientos con radio para escucharlo". El presidente agradeció a la divina providencia y condenó sin mencionarlo por su nombre al Partido Aprista: "mi gobierno no puede permitir que en el país se prediquen doctrinas de destrucción y odio, ni tampoco que el Perú sea hogar de una secta de fanáticos que llegan hasta el crimen, en su locura por convertirlo en la llamada 'celula' de un organismo internacional". (La Crónica 24.03.32).
El atentado fue una prueba de barbarie. Durante varias semanas el país quedó paralizado y atento a la recuperación de la salud del presidente. Todos los días los periódicos publicaban los boletines médicos. Tuvo sus altas y bajas el proceso de restablecimiento. Un día la temperatura del mandatario trepaba y sus pulsaciones aceleradas daban muestras que el atentado había causado serios estragos.
Lejos de allí, en el Congreso, las sesiones seguían su curso normal; seguían siendo agitadas, agresivas, candentes y hasta insoportables. Melgar fue condenado a muerte por una corte marcial, sin embargo, la pena no fue ejecutada debido a la presión de las mujeres de Lima para perdonar al reo que fue llevado finalmente preso al Panóptico.

Fuentes:
- Historia de los medios de comunicación en el Perú: siglo XX, la radio en el Perú, Emilio Bustamante 
- Sánchez Cerro y su tiempo, Carlos Miró Quesada Laos
- Revista Caretas

domingo, 21 de enero de 2018

LAS VARIEDADES DEL PRISMA

En la esquina de Mercaderes y San Pedro estaba la famosa fuente de soda las Gotas Amargas de "larga vida" del desterrado polaco don Leonard Jaworsky, un bebedero que ofrecía tragos más que refrescantes y que si uno se descuidaba pues ....... podía salir borracho. Todos los días frente al mostrador montaban guardia Clemente Palma y José Gálvez junto a José Patroni y Julio A. Hernández, es decir, la gente de Variedades y La Crónica. Allí se enfrascaban durante horas en largas tertulias. Frente a las Gotas y sobre el mismo Mercaderes había una inmensa portada por donde se entraba a la redacción de la revista Variedades

Años atrás, entre los años 1905 y 1908, circulaba en Lima una publicación de lujo que aparecía como un bello álbum pero era demasiado literaria, demasiado severa y muy aristocrática. Prisma fue fundada por Manuel Moral, Julio A. Hernández y Clemente Palma. Se llamaba así porque, según Hernández, "cada articulo es la manera de ver, personalísima, de cada autor; porque todo es según el color del cristal con que se mira". La revista se vendió durante tres años junto a Candideces, El Fígaro, Aplausos y Silbidos, gozaba de una amplia publicidad y fue premiada con una medalla de plata en la Exposición de Milán de 1906. Al poco tiempo de fallecer Hernández, Moral y Palma acordaron transformarla en Variedades, que fue conocida luego como "la sucesora de Prisma". 


Manuel Moral era un portugués con ciertos aires de don Juan y que, como buen fotógrafo que era, le gustaba pararse en la puerta o bajo alguna sombra  junto a Clemente Palma, para ver pasar a las mujeres pero no con ojos codiciosos sino con esa mirada serena del artista de la fotografía que buscaba la pose y la luz. Palma, el hijo mayor del tradicionalista don Ricardo Palma, tenia más bien una mirada melancólica y, según Federico More, satánica, un poco agresiva un poco tímida. Sin embargo, Clemente Palma era una buenísima persona. Fumador empedernido, sus preferidos eran los Zuzini, unos cigarrillos largos del color del chocolate. Su figura era larga, su cara muy pálida, feo y sus cabellos crespos. Ambos usaban grandes mostachos.


A Prisma la reemplazó la revista Variedades, su número prospecto o el cero dejó entrever que se trataría de una revista muy distinta a Prisma, más ágil, más entretenida, más colorida, más popular; sin faltar la información política y social.  Salió el 29 de febrero de 1908 y su primer número oficial una semana después, el 7 de marzo apareciendo en el encabezado el año IV, dando a entender que era la continuación de Prisma. Variedades era un semanario de hojas finitas que todos los sábados se vendía en  las principales librerías y en los puestos de periódicos. Se imprimía en la casa Editora M. Moral La Crónica y Variedades. Circuló por largos veintidós años y siempre bajo la dirección de Clemente Palma. 

Variedades tenia un nutrido grupo de colaboradores de la talla de César Vallejo, Abraham Valdelomar, José Santos Chocano, José Gálvez Barrenechea, José María Eguren, Luis Alberto Sánchez, Leonidas Yerovi, José Carlos Mariátegui, Raúl Porras Barrenechea, Jorge Basadre, Angélica y Clemente Palma, entre muchos otros más. La numeración de sus páginas, al igual que en Actualidades, era continua de una edición a otra y en su portaba había una caricatura de Julio Málaga Grenet, Francisco González Gamarra o José Luis Caamaño. Esto se rompió el 3 de setiembre de 1930, cuando en la caratula apareció una foto de la Junta de Gobierno presidida por Luis M. Sánchez Cerro.  



En Variedades, como su nombre lo indica, ofrecía un conjunto variado de temas que pretendían llamar la atención de nuevos lectores. Así, había secciones dedicadas a la caricatura: "Chirigotas", "Gente de casa" y "La caricatura en el extranjero". Otras daban un aire cosmopolita tanto en lo literario, lo económico y lo político: "Teatro y espectáculos", "Modas", "Curiosidades y recortes", "Comercio e industria", "Información europea", "Figuras y aspectos de la vida mundial".
Mundial y Variedades son dos muestras de lo que en artes gráficas y en periodismo revisteril hacían los peruanos en las primeras décadas del siglo XX. Dos muestras que hubieran obtenido notas sobresalientes  en cualquier competencia. La calidad gráfica del color es increíble; dos revistas que salían puntualmente cada semana.
Aunque era un semanario sin partido, absolutamente independiente, desligado completamente de los partidos políticos y sobre todo, de cualquier político Palma, sin embargo, fue promotor del presidente Leguía durante sus dos mandatos, fue por eso que no sufrió censura alguna durante el oncenio y por eso también su director y el semanario eran reconocidos como partidarios del régimen. Variedades desapareció con el fin del oncenio en 1930.

Fuentes:
- "100 años de periodismo en el Perú", María Mendoza Michilot 
- "Oiga, una pasión quijotesca", John Bazán Aguilar, compilador 






viernes, 19 de enero de 2018

UN CÓNCLAVE EN EL CONVENTO DOMINICO

Era 1956, la dictadura democrática del general de la alegría tenía que acabar. Para ese entonces, Odría era dueño del Jurado Nacional de Elecciones, del Congreso, del Poder Judicial, de las prefecturas y subprefecturas, de las tropas y hasta de la fabrica de donde saldrían las sagradas ánforas para los próximos comicios. Además, detrás suyo se alineaban generales a quienes había ascendido muchas veces por amistad y que le serían leales hasta las últimas consecuencias. Quitaba el sueño los siete años de brutal represión a los apristas. No sólo al Gobierno sino también, a las fuerzas de la derecha que, además de haber prosperado en este régimen, eran las únicas que podían movilizarse en la legalidad. Esto creó el fantasma que en el secreto de las urnas se pudiese elegir a un candidato jacobino. A los temidos apristas, la dictadura democrática los había acusado de crímenes perversos, poniéndolos fuera de la ley. Muchos de sus dirigentes aún estaban en el Panóptico. Los más afortunados estaban en el destierro. Haya de la Torre había logrado su salvoconducto pero estaba impedido de regresar. En teoría, los apristas habían dejado de existir. El general ordenaba que se disolvieran hasta sus huesos, que no volvieran nunca más. Sin embargo, en cualquier lugar, un casi inadvertido silbido de la Marsellesa hacia que entre ellos se reconocieran.
Pero ........ ¿a quién elegir de esa derecha? Al general le daba lo mismo cualquiera entre los muchos de los posibles candidatos, siempre y cuando se conviniera en no investigar los negocios oscuros de su régimen.
En ese ambiente se produjo una extraordinaria reunión en el Convento de Santo Domingo. A nadie se le cursó invitación que no fuera de apellido antiguo, de sólida fortuna y con una clara inclinación paternal y a la vez severa de la autoridad. Qué mejor espacio para este cónclave que el convento de los dominicos. Apenas a tres cuadras de Palacio con el que se había comunicado subterráneamente en los tiempos de virreyes e inquisidores. Aunque luego se haya querido bajar la importancia de ese cónclave, la gente en las calles y cafetines olfateaba que allí se buscaba al nuevo presidente.


Dos sectores poderosos de la época presidirían esa discusión. Por un lado, Luis Miró Quesada de la Guerra, quien presidía por ese entonces el diario "El Comercio". Personificaba la intransigencia frente al aprocomunismo y era partidario de no abrir las cárceles políticas sino de continuar con la represión. Y al otro lado de esa mesa tallada, cubierta por un espeso terciopelo litúrgico estaba, Augusto N. Wiese, un banquero afable y generoso pero un conservador a ultranza. Llegó la hora del encuentro. Allí estaban todos los que en el Perú eran y habían sido. Los fotografiaban apenas llegaban a la antigua plazuela hasta que bajaban solemnemente de sus elegantes automóviles negros. Al ingresar al convento, todos ellos eran escoltados por atentos frailes vestidos de un pulcro hábito blanco. Los señores estaban sentados en cómodas y mullidas sillas estilo Luis XV, con incrustaciones de conchaperla, mientras que a los hombres de prensa los habían ubicado en los tiesos y duros asientos del coro.
Empezaron las discusiones. Pero ...... ¿y quién podía ser el elegido? Las miradas iban en dirección a Luis Miró Quesada. ¿Y el fogoso industrial Pedro Roselló? No. No era de la simpatía del dictador. ¿Y qué tal Manuel "Manongo" Moreyra? ¿O tal vez pensaban en el ex-presidente Manuel Prado? Él había perseguido a los apristas. Sin embargo, hubo un gran ausente en esa reunión. Sin la presencia de Pedro Beltrán, las fuerzas conservadoras no se pondrían de acuerdo. No estaba Beltrán pero sí estaban periodistas y fotógrafos de su diario que vigilaban el cónclave. A Beltrán se le conocía por ser cercano al fogoso de Roselló y también a Manongo. Habían alentado y financiado el golpe del dictador y que, sin ninguna pena, éste había dado la espalda apenas tomó posesión del sillón de Pizarro. Eso Beltrán no se lo perdonaba y tampoco tenía la más mínima intención de hacerlo. Los organizadores suspiraban de alivio al saber que el director de "La Prensa" no se presentaría. Y si había humo blanco esa noche, tendría, de repente, que aceptar al elegido. En el ambiente, los periodistas con sus libretas de apuntes sobre sus rodillas, respiraban una densa atmósfera de protocolo en ese inmenso salón con un Cristo crucificado en una de sus paredes flanqueado por las imágenes de San Martin de Porras y del Beato San Juan Masías. ¿Qué tantas voces habrían escuchado esas viejas paredes, qué tantos murmullos y qué secretos allí fueron develados? ¡y cuántas conspiraciones! 


Bajo esas bóvedas del templo estaban los poderosos, los que todo lo tenían, hasta el derecho de repartirse la sucesión presidencial. Las "fuerzas vivas" asumían la representación de todo el pueblo peruano. Allí estaban los industriales, comerciantes, banqueros y políticos. Un delgado y sonriente Enrique Chirinos Soto o Luis Gallo Porras trajeado con un elegante atuendo color claro. Apenas iniciaron los primeros oradores se invocó al Todopoderoso para que los iluminara. Hablaban de paz pero no había paz. Hablaban de libertad y no había libertad. Los amigos de Odría se mostraban dispuestos a aceptar la jefatura de un independiente. Independiente era un decir, puesto que se proponían seguir controlando el Congreso y la caja registradora. Para ponerlo de manera elegante, lo que pretendían era seguir controlando los negocios públicos. Mientras hablaba Julio de la Piedra, un ácido latifundista norteño, Manongo se dormía y sólo un carraspeo de su vecino logró disipar su sueño. Algunos escuchaban atentos con la compañía de un cigarrillo Lucky Strike. Otros, fijaban los ojos hacia el techo abovedado o hacia una pintura al óleo de Francisco Pacheco.
De pronto, llegó un anciano de levita negra y pantalón listado discretamente zurcido, con un sombrero negro de hongo en una mano y, en la otra, un bastón. Llevaba unos viejos escarpines que cubrían sus zapatos recién lustrados. Él no viajaba en carruaje o en una elegante limosina con chófer, ni llegó a París o Londres, ni tampoco había tomado una copa de champagne ni probado un poco de caviar. En sus brillantes ojos negros se representaba toda la tragedia del Perú. Esa inmensa mayoría que los dominicos no habían invitado. La sala quedó en silencio. El anciano avanzó lentamente hasta sentarse en el coro junto a los periodistas pero cerca a los poderosos. Miró Quesada y Wiese cruzaban miradas sin saber qué decir. Se trataba de Pedro Cordero y Velarde, el Apu Inca Verdadero. Hasta ese instante, los pretendientes al sillón de Pizarro habían estado discurseando sobre Dios, la Patria, el orden establecido, las instituciones públicas y la seguridad. ¿De qué podrían hablar ahora, frente a la otra cara del Perú? Esa cara que no era feliz. Cordero y Velarde escuchaba en silencio. Pasado unos minutos, intervino en su condición de Apu Inca Verdadero pero tras el desorden y enredo de sus palabras, se supo que otro tipo de paz era la que se necesitaba. No fue su voz, sino el ridículo de aquellos príncipes obligados a escucharlo, lo que convirtió a ese cónclave en el más completo fiasco de la derecha peruana. A la mañana siguiente, "La Prensa" destacó en primera plana a Cordero y Velarde junto a los organizadores de aquella reunión de potentados en tránsito a obtener uno de ellos, la ansiada banda presidencial. La noticia no sólo causó revuelo en Lima, sino que fue motivo para las carcajadas durante semanas, días y hasta meses. Sin embargo, casi nadie se percató que el Apu Inca Verdadero había modificado una parte de la historia del Perú.
Fuente: Los Apachurrantes años 50, Guillermo Thorndike

¡¡GRINGO, GO HOME!!

En mayo de 1958 Richard Nixon (1913-1994) vino a visitarnos en una época en que las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina habían alcanzado su punto más crítico. Era por entonces el vicepresidente, el que habría de gobernar más tarde una porción enorme del planeta. De acuerdo al protocolo, el vicepresidente Luis Gallo Porras, era el encargado de ir a recibirlo. En el aeropuerto se escuchaban las fanfarrias, varios niños se le acercaron con ramos de rosas rojas y blancos claveles como símbolo de paz. El estilo de Nixon era rápido, eficiente, directo. Iba directo al grano, sin rodeos. Traía negocios y una imagen que construir. Su gira por Sudamérica le sería útil para su campaña, pues en poco tiempo tendría que someterse a elecciones para suceder al presidente David "Ike" Eisenhower. Tenía, pues, que convencer a los electores norteamericanos que él era el hombre indicado para preservar la paz. Esa paz siempre en peligro. Venía, por tanto, a ser aclamado.


La visita del segundo hombre más poderoso de los Estados Unidos llenó de orgullo a los gobernantes pero de ira al pueblo ....
Para el presidente Manuel Prado Ugarteche no había otra cosa más importante sino conversar con el que podría ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Durante meses había estado ansioso de poder estrecharlo en un fuerte abrazo. La misma noche de su llegada le ofrecieron un suntuoso banquete en Palacio. También fue condecorado y no faltaron algunos discursos. A la mañana siguiente, Nixon, vestido con un elegante terno oscuro, salió muy temprano en un automóvil para echarle un vistazo a las chozas de los barrios marginales. Luego del recorrido, se dirigió a la Universidad de San Marcos en el Parque Universitario. Allí pronunciaría un discurso y recibiría el grado de doctor honoris causa.

Esa mañana de otoño, exactamente el 7 de mayo de 1958, los jóvenes que esperaban a Nixon no daban señales de hostilidad. Todo estaba tranquilo ....... en apariencia. Sin embargo, ni bien el flamante Cadillac negro sin capota se detuvo frente a la puerta de la casona, empezaron los silbidos, las voces de ¡¡Nixon go home!!, ¡¡fuera Nixon!! Sorprendido, siguió de pie en el gran automóvil oficial. Trataba de disimular su sorpresa saludando con una gran sonrisa y el brazo derecho en alto. El vicepresidente Gallo Porras iba a su costado. Intentó hablar a la multitud, con las manos en alto hacía gestos para pedir silencio. Trataba de dialogar, pero era imposible. No lo dejaron. Se escuchaban las voces de ¡¡Gringo, go home! Luego de unos minutos, bajó del descapotable dispuesto a entrar a la casona de todas maneras. De pronto, recibió un escupitajo en el rostro. Los hombres del Servicio Secreto Norteamericano trataron infructuosamente de llevárselo en un automóvil blindado, pero un desafiante Nixon insistía en dar la pelea. Un segundo escupitajo voló por los aires. Al poco rato, los hombres que cuidaban al vicepresidente se batieron a puntapiés con los sanmarquinos. Rostros enfurecidos, gritos, empujones. No quedaba otra. La situación ya era muy violenta. No pudo ingresar a la vieja casona. Bajo el intenso sol, Nixon optó por regresar caminando por la avenida La Colmena hasta el hotel Bolívar. Por esos tiempos ya empezaban a aparecer algunos vendedores ambulantes de baratijas, frutas y hasta comidas. Caminó las tres cuadras de distancia acompañado de su embajador y de un acalorado y sudoroso vicepresidente Luis Gallo Porras. Los estudiantes lo iban siguiendo con letreros en mano: "¡¡Gringo, go home!!", "¡¡Fuera sabueso!!"; siguió recibiendo más escupitajos e incluso le arrojaban algunas frutas.
¿Qué pensamientos habrán cruzado por la cabeza de tan poderoso hombre?
Luego de cruzar la Plaza San Martín y bajo la mirada atenta de algunos asiduos concurrentes al café Zela, finalmente llegó hasta la puerta del hotel Bolívar. Desde allí quiso pronunciar un discurso. ¡¡Imposible!! Nuevamente lo volvieron a escupir. Al principio no quería que la policía interviniese. Sin embargo, tuvo que retractarse e intervino la Guardia de Asalto. Nixon tuvo que refugiarse en su suite.

Fuentes:
- Los Apachurrantes años 50, Guillermo Thorndike
- Diario El Comercio

LIMA TUVO UN PASEO DE LOS ESCRITORES

"Ayer el Conde de Lemos estaba hondamente preocupado .... Dialogábamos sin decirnos una palabra -forma corriente de dialogar entre seres como el Conde de Lemos y nosotros- junto a la fuente de Neptuno".
Juan Croniqueur
Cuando se construyó el Paseo Colón, allá por 1898, se separó el Parque de la Exposición y este pequeño rincón lleno de encanto. Pasaron los años y en 1910, el gran paseo de los escritores y artistas iba desde el Paseo de los Descalzos hasta el Parque de la Exposición. En esas épocas se vivía en un ambiente de contagiosa frivolidad y a la vez de angustia. Por ese entonces, los bohemios se apoderaron del Parque Neptuno, lo que hoy se conoce como el Parque de los Museos. Uno de ellos lo llamó el "Rincón de los Garifos". En las tardes y bajo el cielo gris y la fina garúa de Lima, Valdelomar, acompañado por José Carlos Mariátegui y Alfredo González Prada, buscaban sensaciones fuertes además de otro tipo de emociones. Era la búsqueda de los paraísos artificiales con paseos a pie desde el Palais Concert hasta el Paseo Colón o hasta el vecino Parque Neptuno.


Al terminar la calle Juan Simón (cuadra diez del Jirón de la Unión), se abría un amplio y poético parque, un parque con los perfiles del Parc Monceau de París. En la época colonial existió allí una de las Portadas que daba acceso a la ciudad de Lima, la que da el nombre de la calle. Años más tarde, en 1915, como Juan Simón era una calle bastante alejada, casi al extremo de la ciudad, se habían refugiado allí algunas prostitutas de distinto precio y pelaje. El parque de Lima ocupaba apenas una manzana. Lo cruzaban senderos de tierra apisonada; sobre él caían las hojas secas y las negras orugas. Coposos ficus se levantaban de trecho en trecho, ellos señalaban el camino hasta la fuente de bronce que tenía en el centro a Neptuno con sus largas barbas verdosas, un tridente filudo y un cierto aire profético.
"En la fuente de Neptuno los surtidores se envanecían de que el Conde de Lemos les contemplace.
De pronto nuestro amigo nos habló otra vez:
- ¿Nunca os habéis enamorado de una mujer que no conocíais?
- Nunca.
- Yo sí. Estáis vulgares.
Callamos. Después de unos minutos nos retiramos."

El parque tenía cada cierto trecho una banca de mármol, allí, bajo la sombra de los ficus, se sentaban los estudiantes en búsqueda de paz y aire puro. En las tardes el panorama era muy diferente, algunos desocupados y ociosos sin dinero, a los que se les llamaban "garifos", se adueñaban del parque. Al llegar el otoño, los senderos se veían tapizados de hojas secas, hojas amarillentas, algunas con tonos casi naranjas y doradas; hojas que los caminantes al pisarlas hacían que se escuchara como un pan recién salido del horno. No faltaban las parejas de enamorados que, en verdad, preferían el aristocrático Paseo Colón. A Valdelomar le gustaba acudir al parque Neptuno al caer la tarde, a la hora del crepúsculo. Solía estar con amigos y discípulos. Leían "Jardines Lejanos" de Juan Ramón Jiménez. Un libro lleno de romances, serenatas, rosas blancas, pensamientos, malvas y rojos claveles. Discutían, recitaban y reían. Se sentían en libertad y se daban el lujo de olvidar por un momento la rutina diaria.
"Y el Conde de Lemos se marchó paso a paso. La fuente de Neptuno tuvo una sonrisa ......."
Fuentes:
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez 
- Valdelomar por él mismo, editor Ricardo Silva-Santisteban

viernes, 12 de enero de 2018

EL DÍA QUE QUISIERON ATACAR LA EMBAJADA

Este es un pasaje de un hecho que sucedió cuando Haya de la Torre se encontraba asilado en la embajada de Colombia durante el gobierno del general Manuel A. Odría (1948-1956).
Cuenta Víctor Raúl que el momento más grave que atravesó estando como refugiado en la embajada de Colombia fue después de la primera sentencia dictada por la Corte Internacional de La Haya, esto fue el 20 de noviembre de 1950. Los agentes de Odría estaban dispuestos a atacar la residencia con el pretexto de un tumulto popular. A cargo de esto estaría el general Cabrejos, quien previamente, ordenó a los hombres que se vistieran de civiles y luego se encaminó con ellos hasta la sede de la embajada.
Horas antes, el coronel Alfredo Duarte Blum, un joven agregado militar, había salido de la embajada cuando vio una aglomeración de gente más o menos a una cuadra de distancia que caminaba hacia la residencia. Al acercarse al comandante de la guardia para preguntar de quiénes se trataba, éste le respondió: "no se preocupe, son apristas y vienen a la embajada para festejar a su jefe". Al no quedar satisfecho con la respuesta, regresó rápidamente a la embajada, se puso su uniforme de coronel, sacó algunos costales de arena y los colocó en el porche. Al tener en frente a la guardia les gritó: "les notifico que este es territorio colombiano y mi misión es defenderlo. En estos momentos, yo soy del ejército de Colombia. Les aviso que al primero que pise la embajada le voy a dar plomo. A mí me matan pero aquí va a morir mucha gente".


Luego de estos hechos, Haya le hizo entrega al coronel Alfredo Duarte una carta para el Presidente de su país, haciéndole saber que sólo muerto saldría de la embajada. Duarte, que sentía una gran admiración por el refugiado, se quedó toda la noche acompañándolo. Finalmente, el asalto a la residencia no se llevó a cabo, gracias a la intervención del cuerpo diplomático. Al cabo de unas horas, Cabrejos retiró a sus tropas y perdió una recompensa que probablemente era bastante jugosa porque anteriormente otros agentes de Odría estuvieron dispuestos a conseguirla.
Según cuenta Jorge Idiáquez, a él le llegaban diversos mensajes del dirigente aprista gracias al apoyo de Duarte. Este joven coronel salía a pasear todas las tardes por el bosque del Olivar de San Isidro. Allí, en medio de los troncos y ramas de esos añejos árboles, intercambiaba secretamente los mensajes. A veces era él quien dejaba su sobre disimuladamente dentro de un hueco de un arbol, otras, era Idiáquez. Sin embargo, ambos nunca se vieron las caras. A veces, en alguna de esas bancas del Olivar, se sentaba una bella mujer silenciosa. Ella también tenía recados para Víctor Raúl, le tejía suéteres, además, le enviaba algunos libros. Duarte estaba seguro que aquella dama silenciosa amaba al refugiado, pero nunca llegó a saber su nombre. 
La misteriosa dama era Anita Billinghurst, hija del ex presidente Guillermo Billinghurst, derrocado en 1914 por Oscar R. Benavides. Ana, que en su época fue reina de belleza, fue, sin duda, la mejor amiga de Haya. Años atrás, en 1942, Haya le dedicó uno de sus libros: "para Anita con la devoción de veinte años". Pasado un tiempo, ella le agradeció el gesto organizándole en su honor una gran fiesta.

Una vez un periodista venezolano le preguntó en una entrevista a Haya:
- "Revelenos su secreto ........ ¿Cómo se llamó o se llama la mujer que más ha querido?" 
Sonriente le responde: 
- "Mi mejor amiga fue Anita Billinghurst.
Luego de una pausa continuó diciendo:
- "He sido y soy muy pobre, no tengo casa propia ....... he sido desterrado .... quizá este sea un factor que no creó condiciones propicias para el matrimonio ......."


Fuente: "Víctor Raúl, el Señor Asilo", Luis Alva Castro

LA TRANSMISIÓN DE MANDO ODRÍA - PRADO (1956)

En los últimos años del Gobierno de Odría se vivía una falsa democracia. De pronto, en el país se respiraba la democracia; el país vivía como se vive un cambio de estación del año. Había hasta cierta amabilidad en la policía; los odriístas, cautelosamente, se iban replegando; concluía la etapa del uniformado gabinete. Odría estaba impedido de asistir a la transmisión de mando pero no por razones políticas. No. Odría estaba con la cadera rota, andaba con muletas que estaban listas para viajar al Hospital Militar norteamericano de Walter Reed. ¿Y Esparza Zañartu? El hombre de la sonrisa amplia. Ese hombre pequeñito pero tan misterioso. De él se decía que ya había salido del país, probablemente con destino a la tierra del tango. Los tiempos estaban cambiando y se notaba porque se instalaron las dos Cámaras en el Congreso. José Gálvez Barrenechea, un patricio con fuerte vinculación aprista, presidía el Senado y la de Diputados estuvo presidida por Carlos Ledgard Jiménez de las filas pradistas.
Las horas avanzaban y la transmisión del mando ya estaba muy cerca. Mientras tanto, en el aeropuerto de Limatambo, aterrizaban los vuelos trayendo a las misiones especiales. John Foster Dulles, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, representó al presidente Eisenhower. El 27 de julio, el Presidente del Consejo de Ministros del Gobierno saliente, el General Juan Mendoza, recibió a las delegaciones visitantes. A la mañana siguiente, el gabinete militar en pleno asistió al Te Deum. Sin embargo, el país estaba más atento a la ceremonia que se iniciaría a las cinco de la tarde.
Esa fría tarde, los Senadores y Diputados se reunieron en pleno. Todos estaban elegantemente vestidos con frac. En la galería diplomática se ubicaron en un lado, los representantes del Poder Judicial y del Electoral; en los mejores espacios se ubicaron los representantes extranjeros. En el resto de las galerías se apretujaba una multitud de hombres y mujeres, vestidos con sus mejores galas, que esperaban ansiosos y hasta nerviosos, la esperada transmisión de mando.

Era como si todo empezara de nuevo, era como un nuevo amanecer para el país .....
Silencio en el hemiciclo. Pausadamente Gálvez subió al estrado de la presidencia y con voz sonora ordenó pasar lista a los nuevos representantes elegidos por el pueblo. Luego se inició la sesión del Congreso. En esos momentos sólo un proyecto de ley esperaba ser debatido: "Amnistía general y derogación de la ley de seguridad interior". Mientras el relator daba inicio a la lectura, Gálvez escuchaba atentamente; al finalizar la dispensó de trámite de comisiones y la puso a votación. Un rotundo carpetazo aprobó por unanimidad el final de esa oscura Dictadura. Inmediatamente todos los Diputados y Senadores se pusieron de pie para aplaudir y entre los prolongados aplausos se escucharon voces que cantaban el Himno Nacional. Al rato se eligieron, como es la costumbre, las comisiones de invitación y de recepción a los jefes de Estado: el que se iba y el que llegaba. Partieron los congresistas a sus respectivos destinos, Gálvez, mientras tanto, ordenó un receso.
Pasaban los minutos, Gálvez paseaba con las manos en los bolsillos de su frac o entrelazadas a la espalda. Su cabello era blanco, su barba espesa y su sonrisa bonachona. Llevaba unos viejos anteojos y su porte era la de un hombre seguro que inspiraba el respeto de todos los reunidos en el recinto parlamentario. Afuera del parlamento, la plaza estaba repleta; en la entrada la gente estaba apretujada. Se escuchó de pronto la banda de músicos, todos vestidos con sus elegantes uniformes militares, que inició a tocar la Marcha de la Bandera. No saludaba a Odría que llegaba con sus muletas sino a la banda presidencial que el General Mendoza traía en un fino estuche color negro. Avanzó seguido de todo su gabinete por los Pasos Perdidos hasta ingresar al hemiciclo. No se escuchó ni un solo silbido. Mientras los ministros salientes tomaban asiento frente a los entrantes, Mendoza subió al estrado. Gálvez que esperaba atento recibió la banda de manos de éste. Fuertes aplausos. Pero el poder no podía quedar vacante. Gálvez se colocó la banda presidencial sobre su pecho. En ese anciano de setenta y un años se fusionaron por un instante el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.


Como sería una costumbre en su gobierno para las ceremonias de gala, Manuel Prado prefirió llegar al Congreso en una de las calesas descubierta tirada por cuatro caballos. Como aún no había recibido la investidura la banda de música se abstuvo de saludarlo con la Marcha de Bandera. Centenares de personas siguieron el paso de la calesa que avanzó desde la casona de la calle Amargura, muy cerca a la plaza Francia, donde vivía hasta la sede del Parlamento donde un inmóvil y sonriente Gálvez esperaba. Prado al ingresar despacio, atravesó el hemiciclo entre aplausos y muy solemnemente subió al estrado. Con su frac además de dos hileras de condecoraciones, el Gran Collar de la Orden del Sol sobre su pecho y tres grandes cruces, Manuel Prado escuchó el breve discurso del Presidente del Senado. Solo cuando este último le tomó juramento, la banda pasó del pecho de Gálvez hasta el de Prado. Esa noche del 28 de julio de 1956 las luces se apagaron tarde. Las nuevas autoridades fueron invitadas a una corta recepción ofrecida por el nuevo jefe de Estado. ¿Es que acaso por esos elegantes salones de pisos de mármol jaspeado, de esos raros mármoles y finas columnas se había divertido y jaraneado el General Odría?


A la mañana siguiente una densa niebla cubría el Campo de Marte, volvieron a reunirse las nuevas autoridades, esta vez no estaban vestidos con frac sino con un elegante jacket y sombreros de copa. Nadie debía llegar después del Presidente, que apareció puntualmente a las diez de la mañana para presenciar el desfile militar. Subió pausadamente a la tribuna oficial, de pronto una doble fila de guardias de asalto corrió a situarse entre las autoridades y las centenares de personas que habían acudido al evento. Un furioso Prado gritó que se fueran. ¿Retirarse, dejar a su Excelencia a merced del populacho? Un nervioso coronel no entendía la orden. Prado enfureció aún más, inclinándose, gritó nuevamente a los aturdidos uniformados. Un largo aplauso se escuchó en el Campo de Marte.

Fuente: "Los Apachurrantes años 50", Guillermo Thorndike

jueves, 4 de enero de 2018

BREVE HISTORIA DE LA TRIBUNA APRISTA

Distribuir periódicos en el Perú en los tiempos de las dictaduras se pagaba con cárcel y, en muchos casos, hasta con la vida. Pedro Villanueva Cano era un taxista que solía ubicarse al costado de los mercados Limoncillo y Baratillo en el antiguo distrito del Rímac. Llegaba todas las mañanas en su viejo Ford y desde allí sus compañeros se le acercaban muy sigilosamente y recibían de sus manos La Tribuna, Chan Chan, y otros diarios .... 



Sus lemas:
"Diario aprista informativo de la mañana" (1931-1934)
"Diario popular para todo el Perú" (1934) 

El APRA ha tenido varios órganos de difusión durante su larga vida política sin embargo, el de mayor duración ha sido el diario La Tribuna que fue fundado el 16 de mayo de 1931 en plena campaña electoral con el fin de hacer proselitismo a favor de Haya de la Torre que competía con el comandante Luis M. Sánchez Cerro. Fue una agitada campaña electoral que empezó a mediados de ese año, para ese entonces, el aprismo había crecido llegando a ser el principal partido de masas desde su fundación en 1924. Sin embargo, las elecciones realizadas el 11 de octubre fueron ganadas por Sánchez Cerro. Al saberse los resultados, La Tribuna fue la encargada de negar la validez de los mismos y anunciar el triunfo del APRA durante cuatro días, mientras tanto, los personeros interponían las tachas ante el Jurado Nacional de Elecciones. Al poco tiempo, el Jurado concluyó que Sánchez Cerro obtuvo más votos que su contendor. Un mes después, el 28 de noviembre, el ganador fue proclamado como presidente de la República. Ese fue un momento de mucha confusión de la que se aprovechó La Crónica al dar la noticia sobre un supuesto atentado contra el director de La Tribuna, Manuel Seoane; este era el prólogo de la violenta relación entre los sanchezcerristas y los apristas. Un mes más tarde, el 8 de diciembre, el día de la transmisión del mando, Haya convocó a un mitin en Trujillo, donde lanzó un discurso publicado en varios diarios y que fue muy comentado por la opinión pública. 
"......... ellos mandarán pero nosotros seguiremos gobernando; a palacio llega cualquiera porque el camino que conduce a él se compra con oro y se conquista con fusiles. El Perú vuelve desde ahora al imperio del despotismo. Somos el partido del pueblo y la causa del pueble vencerá ..... Sólo el aprismo salvará al Perú".

Si durante la campaña Sánchez Cerro acusó a los apristas de comunistas, antipatriotas, enemigos de la religión y de la familia aparte de estar coludidos con el leguiísmo; después de las elecciones inició una feroz persecución que culminó con la detención de Haya y otros representantes del APRA en el Congreso que fueron deportados. La violencia engendró más violencia; en este sentido, los medios jugaron su propio partido: El Comercio a favor de Sánchez Cerro y en contra de Haya; La Tribuna a favor de Haya y en contra de Sánchez Cerro. Tras la noticia de un atentado contra el líder aprista el 24 de diciembre de 1931, el Gobierno promulgó la llamada Ley de Emergencia, que endureció las sanciones contra las revueltas e hizo que la oposición encendiera la mecha. La Tribuna fue clausurada por primera vez el 15 de febrero de 1932, luego de la protesta que protagonizó luego de la derrota de Haya en las elecciones. El APRA fue declarado fuera de la ley.

Tras el asesinato de Sánchez Cerro en 1933, el Presidente del Concejo de Ministros de eses entonces, José Matías Manzanilla, asumió el poder y luego solicitó a la Asamblea Constituyente reunirse para elegir al nuevo presidente, el general Oscar R. Benavides, quien para establecer un ambiente de concordia y paz amnistió a muchos presos políticos, entre ellos, a Haya de la Torre. 

Durante el Gobierno del general Oscar R. Benavides. Los soplones estaban prestos a la caza de los apristas sin embargo, estos últimos se exponían a los peligros lo que podía significar la prisión o la muerte. Pese a todo, Pedro Villanueva continuaba haciendo su labor propagandística con cautela para no caer en prisión. Para proveerse de La Tribuna tenía que presentarse en su viejo Ford en una de las llamadas "base", lugares donde este diario se imprimía en una rústica imprenta de madera que la llamaban "María". Todos los días se dedicaba a la misma tarea hasta que, en 1937, cayó en poder de la brigada política del Gobierno que lo interrogó día y noche para que revelara los nombres de quienes como él hacían la misma labor; labor que la dictadura consideraba subversiva. Los interrogatorios iban acompañados de golpes propinados con pequeños pero pesados sacos llenos de arena. Villanueva despistó a los esbirros con informaciones falsas y nombres supuestos pero no reveló nada. Sin embargo, esto no lo libró a para ser confinado en una prisión por cinco largos años. 

El ex presidente José Luis Bustamante y Rivero, que declaró al APRA fuera de la ley en 1948, en su libro: "Tres años de democracia en el Perú" señala el papel nefasto que desempeñó La Tribuna: "Cualquier lector imparcial -menciona- podrá descubrir todas las dosis de veneno almacenada en esa tinta de cloaca, todo el desprecio por la verdad que hacían gala sus columnas, adulterando hechos y falseando informaciones". 

Durante el Gobierno de Manuel Prado Ugarteche (1956-1962), en el periodo de la Convivencia, La Tribuna volvió a circular libremente. En la dictadura del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), el diario dejó de circular, pero no llegó a utilizar el método de la clausura, sino que, aduciendo una deuda con el Banco de la Nación, lo sumió bajo tal presión económica, que lo obligó a rematar sus bienes.

Fuentes:
- "100 años de periodismo en el Perú", María Mendoza Michilot 
- "Tiempos de tiranía, páginas de una historia inédita", César García Agurto 

martes, 2 de enero de 2018

LIMA LA DEL MOTOTAXI Y LOS AFICHES COLORIDOS

Este fin de semana tuve la oportunidad nuevamente de ir por el mercado central y hoy al mismo cementerio El Ángel. Ay! De pensar que alguna vez hace ya muchos, pero muchos años atrás, por el antiguo Jirón Lampa alguna vez se vio a un elegante González Prada del brazo de Adriana a su salida del famoso Teatro Politeama ("los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra") era, pues, un lugar con algunas casas que aún sobreviven y que conservan ciertos detalles arquitectónicos extraordinarios como son las bonitas guirnaldas, unas elaboradas cornisas, otros tantos frisos y algunas rejas labradas; hoy algunas de esas pequeñas casas están dadas al abandono o simplemente desapareciendo como van desapareciendo esos pequeños balcones de madera que están, como se dice, en un hilo y a punto de venirse abajo; allí están también las tiendas con decenas de luminarias, de las copiadoras, de las cantinas o de los calendarios con la foto de algún futbolista; un poco más allá, la antigua y antes aristocrática y hoy muy venida a menos avenida Nicolás de Piérola, inaugurada por el presidente Piérola a fines del siglo XIX, y que antes lucía unas elegantes casonas al puro estilo afrancesado; hoy se siguen viendo aunque pasen un poco desapercibidas, será porque hoy llama la atención, de repente, no sé, la fuente de papas rellenas con harta grasa, las masajistas que esperan algún cliente o las carretillas con el combinado de mazamorra con arroz con leche; las rodajas de piña, sandía y las largas tiras de cáscara de naranja o las decenas de gatos arrullados al pie de los monumentos a Hipólito Unanue o Sebastián Lorente en el parque Universitario, un lugar que antaño fue punto de encuentro de los estudiantes sanmarquinos. Hoy ya no, hoy se escucha a unos cómicos ambulantes o uno de estos personajes que hablan y hablan y que te venden hasta la última novedad para bajar de peso y así como ahí hay varios ambulantes, a unos cuantos pasos nada más y después de cruzar una caótica avenida Abancay, con sus veredas ennegrecidas y polvorientas se encuentran centenares de ellos. Sin embargo, lo polvoriento no quita que se venda el cebiche, la chicha o el choncholí. Lima la bulliciosa, Lima la del cobrador de micro que grita a todo pulmón: "¡Callao Callao!", "¡pisa pisa!", "¡sube sube!" y el tan famoso "¡lleva lleva!" y "¡habla, vas!". Lima la de la estridente salsa, la cumbia o la guaracha. Lima la del "qué buscas linda", "pregunta mami" o "casera lleva"; Lima la del profundo y peligroso "Hueco"; Lima la de sus calles en el aire, de los majestuosos templos y de las señoriales casonas. Lima la de la fina garúa y el cielo panza de burro y Lima la de sus afiches de alucinantes colorinches de la avenida Grau que anuncian el próximo concierto del grupo "Delirio" o el del cumbiambero de moda; esa avenida -triste avenida- la del bonito edificio de San Fernando, de la asistencia pública y del Hospital Almenara, la de cientos de tiendas con productos bamba; esa avenida que alguna vez, hace mucho tiempo atrás, fue una hermosa alameda con inmensos y frondosos árboles. ¡A dónde se llevaron esos hermosos árboles! Árboles que fueron reemplazados por una fría avenida y luego, años más tarde, por un gélido by-pass adornado por unos cuantos y terrosos cactus de un triste color verde, además, claro, de largas filas de micros y buses llenos de tierra y mucha tierra, abundante tierra, es la que hay en el mismo cementerio El Ángel, se podría decir que está no poco, sino, bastante abandonado, pero eso no quita que hayan algunos solitarios perros que recorren silenciosamente sus veredas o unos tantos ambulantes dentro de él y otros que en la misma puerta te ofrecen les compres hasta unas ..... ¡cervezas! Esa es Lima, la Lima de los miles de enclenques, diminutas, frágiles y hasta pintorescas mototaxis conducidas de manera temeraria por un joven conductor y su robusto pasajero como copiloto con medio cuerpo en el aire y que por un milagro del Todopoderoso se salva de caerse pero, parece, no importar a nadie y es que en realidad, ojos le deben faltar al que se anime a estar horas de horas parado bajo ese calcinante sol y encima con el ensordecedor ruido de las miles de bocinas, gritos y hasta lisuras de los chóferes que conducen no sólo esos diminutos y escurridizos vehículos con sus "lunas" de plástico, sino también, del taxista formal e informal o el empoderado microbus que hace de las suyas. Es que, pues, este país reinan los ¡"Pepe el vivo"!