jueves, 25 de enero de 2018

UN ATENTADO EN MIRAFLORES

Las violentas elecciones de 1931 que dieron como ganador a Luis M. Sánchez Cerro y que el Apra las consideró fraudulentas; el país dividido entre los apristas y la Unión Revolucionaria; la Ley de Emergencia, la intransigencia del Apra, el desafuero de veintitrés constituyentes; el motín en el Callao, la persecución aprista, los sangrientos atentados, es decir, todos estos acontecimientos, y no era para menos, estremecieron al país. No por algo Guillermo Thorndike denominó al año 1932, como "el año de la barbarie".

UN ATENTADO EN MIRAFLORES

Fui a visitarlo a la Clínica Delgado en la avenida Angamos en Miraflores varias semanas después del atentado contra su vida. Acababa de levantarse de la cama por primera vez. Era pequeño, su tez oscura y sus ojos de un negro brillante que por momentos eran lánguidos, suaves y hasta bondadosos; y en otros, echaban chispas; eran como dos carbones que ardían en el fuego. Pesaba poco más de cincuenta kilos. Estaba en bata una bata de color azul como la noche. Uno de sus ayudantes le alcanzó un peine. Me recibió mientras se peinaba penosamente.
Sánchez Cerro era un fervoroso creyente, oía misa todos los domingos. Había elegido vivir en Miraflores y una de las iglesias de su preferencia era la iglesia matriz en el parque central y eso lo sabía todo el mundo y todo el mundo eran también los que complotaban contra él. Habían planeado el golpe para que no pudiera fallar, conocían la hora exacta de llegada y por donde el presidente debía entrar .......


Sucedió el domingo 6 de marzo de 1932, el presidente salió de Palacio de Gobierno, como era la costumbre, con destino a la iglesia matriz de Miraflores. Estaba acompañado por el jefe de la Casa Militar, el coronel Antonio Rodríguez Ramírez y por su edecán, el mayor Luis Solari Hurtado. Llegaron a la iglesia alrededor de las 11:15am de esa soleada mañana de verano. Ingresaron a la iglesia sin ningún contratiempo por el portón del lado derecho, el que daba al parque. Delante del presidente iba el coronel Rodríguez, y detrás iba su edecán. La parroquia estaba llena, se sentía el aroma de las velas encendidas, algunos fieles oraban arrodillados y otros, como el asesino, estaba de pie en el lado izquierdo de las bancas de la derecha. En el momento que Sánchez Cerro pasó a su costado, el criminal se le acercó y le disparó a boca de jarro. Hizo enseguida un segundo disparo, pero el coronel Rodríguez, se interpuso entre ambos recibiendo un impacto de bala en la pierna derecha. El presidente sacó rápidamente su revólver, mas su edecán Solari, se abalanzó contra el joven que seguía disparando, una de las balas impactó contra una de las asistentes a la misa, la señorita Augusta Miró Quesada Carassa. El agresor trató de huir, pero al intentar trepar por la reja su chaqueta se enganchó y fue inmediatamente apresado. Sánchez Cerro quedó gravemente herido siendo trasladado de emergencia a la Clínica Delgado. Cuenta Basadre que "el estuche de anteojos" que llevaba el presidente en el bolsillo de su saco impidió un desenlace fatal. El atacante fue identificado como José Melgar Márquez, un joven de apenas dieciocho años, un metro ochenta de estatura y de filiación aprista.


Lo encontré sentado en un sofá de espaldas a la ventana, por donde entraba la luz del sol otoñal. Afuera, en los jardines de la clínica, corría una suave brisa que hacía danzar las hojas de los árboles. Los médicos no querían que hable. El disparo le había causado estragos pues le perforó el pulmón. Su rostro se le notaba cansado, cetrino. Sus labios mostraban alguna leve sonrisa mas no tenían color. Sin embargo, y pese a la prohibición de los médicos, hablamos por un momento:

- El castigo debe imponerse -- dijo. De otra manera el país se va al caos.
- Pero usted perdonó a los culpables, presidente.
- No soy rencoroso. Yo no podía mandar fusilar a los que habían atentado contra mi vida. Hubieran creído que se trataba de una venganza personal. Pero debieron morir, para evitar la repetición de estos hechos.
- ¿Cuándo tuvo usted conocimiento de la sentencia?
- El mismo día a las once de la mañana. Creí entonces que ya los culpables habrían recibido el veredicto establecido. Pero no fue así.
- Y usted perdonó. 
- Sí. Repito que no quería que creyeran que era una venganza. Pero debió cumplirse la sentencia.

Tras el intento de asesinato, Sánchez Cerro ordenó el arresto de Haya de la Torre, aunque el líder aprista logró mantenerse, por el momento, en la clandestinidad. Días después, en la tarde del miércoles 23 de marzo de 1932, el presidente, aún convaleciente, dirigió un mensaje a la nación desde la misma Clínica Delgado, a través de los micrófonos de la OAX. Según versión del diario La Crónica, "gran cantidad de personas se detuvieron en la Plaza San Martín y también en las proximidades de las casas de música y establecimientos con radio para escucharlo". El presidente agradeció a la divina providencia y condenó sin mencionarlo por su nombre al Partido Aprista: "mi gobierno no puede permitir que en el país se prediquen doctrinas de destrucción y odio, ni tampoco que el Perú sea hogar de una secta de fanáticos que llegan hasta el crimen, en su locura por convertirlo en la llamada 'celula' de un organismo internacional". (La Crónica 24.03.32).
El atentado fue una prueba de barbarie. Durante varias semanas el país quedó paralizado y atento a la recuperación de la salud del presidente. Todos los días los periódicos publicaban los boletines médicos. Tuvo sus altas y bajas el proceso de restablecimiento. Un día la temperatura del mandatario trepaba y sus pulsaciones aceleradas daban muestras que el atentado había causado serios estragos.
Lejos de allí, en el Congreso, las sesiones seguían su curso normal; seguían siendo agitadas, agresivas, candentes y hasta insoportables. Melgar fue condenado a muerte por una corte marcial, sin embargo, la pena no fue ejecutada debido a la presión de las mujeres de Lima para perdonar al reo que fue llevado finalmente preso al Panóptico.

Fuentes:
- Historia de los medios de comunicación en el Perú: siglo XX, la radio en el Perú, Emilio Bustamante 
- Sánchez Cerro y su tiempo, Carlos Miró Quesada Laos
- Revista Caretas

1 comentario: