Este es un pasaje de un hecho que sucedió cuando Haya de la Torre se encontraba asilado en la embajada de Colombia durante el gobierno del general Manuel A. Odría (1948-1956).
Cuenta Víctor Raúl que el momento más grave que atravesó estando como refugiado en la embajada de Colombia fue después de la primera sentencia dictada por la Corte Internacional de La Haya, esto fue el 20 de noviembre de 1950. Los agentes de Odría estaban dispuestos a atacar la residencia con el pretexto de un tumulto popular. A cargo de esto estaría el general Cabrejos, quien previamente, ordenó a los hombres que se vistieran de civiles y luego se encaminó con ellos hasta la sede de la embajada.
Horas antes, el coronel Alfredo Duarte Blum, un joven agregado militar, había salido de la embajada cuando vio una aglomeración de gente más o menos a una cuadra de distancia que caminaba hacia la residencia. Al acercarse al comandante de la guardia para preguntar de quiénes se trataba, éste le respondió: "no se preocupe, son apristas y vienen a la embajada para festejar a su jefe". Al no quedar satisfecho con la respuesta, regresó rápidamente a la embajada, se puso su uniforme de coronel, sacó algunos costales de arena y los colocó en el porche. Al tener en frente a la guardia les gritó: "les notifico que este es territorio colombiano y mi misión es defenderlo. En estos momentos, yo soy del ejército de Colombia. Les aviso que al primero que pise la embajada le voy a dar plomo. A mí me matan pero aquí va a morir mucha gente".
Luego de estos hechos, Haya le hizo entrega al coronel Alfredo Duarte una carta para el Presidente de su país, haciéndole saber que sólo muerto saldría de la embajada. Duarte, que sentía una gran admiración por el refugiado, se quedó toda la noche acompañándolo. Finalmente, el asalto a la residencia no se llevó a cabo, gracias a la intervención del cuerpo diplomático. Al cabo de unas horas, Cabrejos retiró a sus tropas y perdió una recompensa que probablemente era bastante jugosa porque anteriormente otros agentes de Odría estuvieron dispuestos a conseguirla.
Según cuenta Jorge Idiáquez, a él le llegaban diversos mensajes del dirigente aprista gracias al apoyo de Duarte. Este joven coronel salía a pasear todas las tardes por el bosque del Olivar de San Isidro. Allí, en medio de los troncos y ramas de esos añejos árboles, intercambiaba secretamente los mensajes. A veces era él quien dejaba su sobre disimuladamente dentro de un hueco de un arbol, otras, era Idiáquez. Sin embargo, ambos nunca se vieron las caras. A veces, en alguna de esas bancas del Olivar, se sentaba una bella mujer silenciosa. Ella también tenía recados para Víctor Raúl, le tejía suéteres, además, le enviaba algunos libros. Duarte estaba seguro que aquella dama silenciosa amaba al refugiado, pero nunca llegó a saber su nombre.
La misteriosa dama era Anita Billinghurst, hija del ex presidente Guillermo Billinghurst, derrocado en 1914 por Oscar R. Benavides. Ana, que en su época fue reina de belleza, fue, sin duda, la mejor amiga de Haya. Años atrás, en 1942, Haya le dedicó uno de sus libros: "para Anita con la devoción de veinte años". Pasado un tiempo, ella le agradeció el gesto organizándole en su honor una gran fiesta.
Una vez un periodista venezolano le preguntó en una entrevista a Haya:
- "Revelenos su secreto ........ ¿Cómo se llamó o se llama la mujer que más ha querido?"
Sonriente le responde:
- "Mi mejor amiga fue Anita Billinghurst.
Luego de una pausa continuó diciendo:
- "He sido y soy muy pobre, no tengo casa propia ....... he sido desterrado .... quizá este sea un factor que no creó condiciones propicias para el matrimonio ......."
Fuente: "Víctor Raúl, el Señor Asilo", Luis Alva Castro
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