viernes, 19 de enero de 2018

¡¡GRINGO, GO HOME!!

En mayo de 1958 Richard Nixon (1913-1994) vino a visitarnos en una época en que las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina habían alcanzado su punto más crítico. Era por entonces el vicepresidente, el que habría de gobernar más tarde una porción enorme del planeta. De acuerdo al protocolo, el vicepresidente Luis Gallo Porras, era el encargado de ir a recibirlo. En el aeropuerto se escuchaban las fanfarrias, varios niños se le acercaron con ramos de rosas rojas y blancos claveles como símbolo de paz. El estilo de Nixon era rápido, eficiente, directo. Iba directo al grano, sin rodeos. Traía negocios y una imagen que construir. Su gira por Sudamérica le sería útil para su campaña, pues en poco tiempo tendría que someterse a elecciones para suceder al presidente David "Ike" Eisenhower. Tenía, pues, que convencer a los electores norteamericanos que él era el hombre indicado para preservar la paz. Esa paz siempre en peligro. Venía, por tanto, a ser aclamado.


La visita del segundo hombre más poderoso de los Estados Unidos llenó de orgullo a los gobernantes pero de ira al pueblo ....
Para el presidente Manuel Prado Ugarteche no había otra cosa más importante sino conversar con el que podría ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Durante meses había estado ansioso de poder estrecharlo en un fuerte abrazo. La misma noche de su llegada le ofrecieron un suntuoso banquete en Palacio. También fue condecorado y no faltaron algunos discursos. A la mañana siguiente, Nixon, vestido con un elegante terno oscuro, salió muy temprano en un automóvil para echarle un vistazo a las chozas de los barrios marginales. Luego del recorrido, se dirigió a la Universidad de San Marcos en el Parque Universitario. Allí pronunciaría un discurso y recibiría el grado de doctor honoris causa.

Esa mañana de otoño, exactamente el 7 de mayo de 1958, los jóvenes que esperaban a Nixon no daban señales de hostilidad. Todo estaba tranquilo ....... en apariencia. Sin embargo, ni bien el flamante Cadillac negro sin capota se detuvo frente a la puerta de la casona, empezaron los silbidos, las voces de ¡¡Nixon go home!!, ¡¡fuera Nixon!! Sorprendido, siguió de pie en el gran automóvil oficial. Trataba de disimular su sorpresa saludando con una gran sonrisa y el brazo derecho en alto. El vicepresidente Gallo Porras iba a su costado. Intentó hablar a la multitud, con las manos en alto hacía gestos para pedir silencio. Trataba de dialogar, pero era imposible. No lo dejaron. Se escuchaban las voces de ¡¡Gringo, go home! Luego de unos minutos, bajó del descapotable dispuesto a entrar a la casona de todas maneras. De pronto, recibió un escupitajo en el rostro. Los hombres del Servicio Secreto Norteamericano trataron infructuosamente de llevárselo en un automóvil blindado, pero un desafiante Nixon insistía en dar la pelea. Un segundo escupitajo voló por los aires. Al poco rato, los hombres que cuidaban al vicepresidente se batieron a puntapiés con los sanmarquinos. Rostros enfurecidos, gritos, empujones. No quedaba otra. La situación ya era muy violenta. No pudo ingresar a la vieja casona. Bajo el intenso sol, Nixon optó por regresar caminando por la avenida La Colmena hasta el hotel Bolívar. Por esos tiempos ya empezaban a aparecer algunos vendedores ambulantes de baratijas, frutas y hasta comidas. Caminó las tres cuadras de distancia acompañado de su embajador y de un acalorado y sudoroso vicepresidente Luis Gallo Porras. Los estudiantes lo iban siguiendo con letreros en mano: "¡¡Gringo, go home!!", "¡¡Fuera sabueso!!"; siguió recibiendo más escupitajos e incluso le arrojaban algunas frutas.
¿Qué pensamientos habrán cruzado por la cabeza de tan poderoso hombre?
Luego de cruzar la Plaza San Martín y bajo la mirada atenta de algunos asiduos concurrentes al café Zela, finalmente llegó hasta la puerta del hotel Bolívar. Desde allí quiso pronunciar un discurso. ¡¡Imposible!! Nuevamente lo volvieron a escupir. Al principio no quería que la policía interviniese. Sin embargo, tuvo que retractarse e intervino la Guardia de Asalto. Nixon tuvo que refugiarse en su suite.

Fuentes:
- Los Apachurrantes años 50, Guillermo Thorndike
- Diario El Comercio

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