martes, 2 de enero de 2018

LIMA LA DEL MOTOTAXI Y LOS AFICHES COLORIDOS

Este fin de semana tuve la oportunidad nuevamente de ir por el mercado central y hoy al mismo cementerio El Ángel. Ay! De pensar que alguna vez hace ya muchos, pero muchos años atrás, por el antiguo Jirón Lampa alguna vez se vio a un elegante González Prada del brazo de Adriana a su salida del famoso Teatro Politeama ("los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra") era, pues, un lugar con algunas casas que aún sobreviven y que conservan ciertos detalles arquitectónicos extraordinarios como son las bonitas guirnaldas, unas elaboradas cornisas, otros tantos frisos y algunas rejas labradas; hoy algunas de esas pequeñas casas están dadas al abandono o simplemente desapareciendo como van desapareciendo esos pequeños balcones de madera que están, como se dice, en un hilo y a punto de venirse abajo; allí están también las tiendas con decenas de luminarias, de las copiadoras, de las cantinas o de los calendarios con la foto de algún futbolista; un poco más allá, la antigua y antes aristocrática y hoy muy venida a menos avenida Nicolás de Piérola, inaugurada por el presidente Piérola a fines del siglo XIX, y que antes lucía unas elegantes casonas al puro estilo afrancesado; hoy se siguen viendo aunque pasen un poco desapercibidas, será porque hoy llama la atención, de repente, no sé, la fuente de papas rellenas con harta grasa, las masajistas que esperan algún cliente o las carretillas con el combinado de mazamorra con arroz con leche; las rodajas de piña, sandía y las largas tiras de cáscara de naranja o las decenas de gatos arrullados al pie de los monumentos a Hipólito Unanue o Sebastián Lorente en el parque Universitario, un lugar que antaño fue punto de encuentro de los estudiantes sanmarquinos. Hoy ya no, hoy se escucha a unos cómicos ambulantes o uno de estos personajes que hablan y hablan y que te venden hasta la última novedad para bajar de peso y así como ahí hay varios ambulantes, a unos cuantos pasos nada más y después de cruzar una caótica avenida Abancay, con sus veredas ennegrecidas y polvorientas se encuentran centenares de ellos. Sin embargo, lo polvoriento no quita que se venda el cebiche, la chicha o el choncholí. Lima la bulliciosa, Lima la del cobrador de micro que grita a todo pulmón: "¡Callao Callao!", "¡pisa pisa!", "¡sube sube!" y el tan famoso "¡lleva lleva!" y "¡habla, vas!". Lima la de la estridente salsa, la cumbia o la guaracha. Lima la del "qué buscas linda", "pregunta mami" o "casera lleva"; Lima la del profundo y peligroso "Hueco"; Lima la de sus calles en el aire, de los majestuosos templos y de las señoriales casonas. Lima la de la fina garúa y el cielo panza de burro y Lima la de sus afiches de alucinantes colorinches de la avenida Grau que anuncian el próximo concierto del grupo "Delirio" o el del cumbiambero de moda; esa avenida -triste avenida- la del bonito edificio de San Fernando, de la asistencia pública y del Hospital Almenara, la de cientos de tiendas con productos bamba; esa avenida que alguna vez, hace mucho tiempo atrás, fue una hermosa alameda con inmensos y frondosos árboles. ¡A dónde se llevaron esos hermosos árboles! Árboles que fueron reemplazados por una fría avenida y luego, años más tarde, por un gélido by-pass adornado por unos cuantos y terrosos cactus de un triste color verde, además, claro, de largas filas de micros y buses llenos de tierra y mucha tierra, abundante tierra, es la que hay en el mismo cementerio El Ángel, se podría decir que está no poco, sino, bastante abandonado, pero eso no quita que hayan algunos solitarios perros que recorren silenciosamente sus veredas o unos tantos ambulantes dentro de él y otros que en la misma puerta te ofrecen les compres hasta unas ..... ¡cervezas! Esa es Lima, la Lima de los miles de enclenques, diminutas, frágiles y hasta pintorescas mototaxis conducidas de manera temeraria por un joven conductor y su robusto pasajero como copiloto con medio cuerpo en el aire y que por un milagro del Todopoderoso se salva de caerse pero, parece, no importar a nadie y es que en realidad, ojos le deben faltar al que se anime a estar horas de horas parado bajo ese calcinante sol y encima con el ensordecedor ruido de las miles de bocinas, gritos y hasta lisuras de los chóferes que conducen no sólo esos diminutos y escurridizos vehículos con sus "lunas" de plástico, sino también, del taxista formal e informal o el empoderado microbus que hace de las suyas. Es que, pues, este país reinan los ¡"Pepe el vivo"!

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