Antes, hace ya muchos años atrás, se desconocía la diversidad de esencias que existían. Muchos hombres no usaban perfumes. En cambio las damas limeñas, desde el siglo XVI, gastaban en las aguas de olor destiladas por los azahares y rosales de sus patios y sus chacras. Algunas se contentaban con que tan solo la ropa interior tuviera, aunque sea una pizquita de aroma a jazmines, rosas y hasta un vestigio del olor del sahumerio. Sin embargo, poco a poco fueron llegando algunos aromas desde el extranjero, sobre todo, del viejo continente. Aromas con mezclas más complicadas y seguramente un tanto más extrañas y hasta exóticas. Tremenda fama adquirió la esencia de la bergamota. La bergamota naranja, era una mezcla entre el limón y la naranja amarga. La usaban allá por el 1850. El perfume era fortísimo y bastante pegajoso, ideal para las damas elegantes de la época. Por aquellos años, las viejitas y las no tan viejitas, colocaban en un platito un surtido de olorosas mixturas. Juntaban un tanto de ñorbo -una flor pequeña y aromática- algo parecida a la pasionaria, la flor de la pasión, aquella trepadora que adornaba las clásicas ventanas de rejas. Agregaban un poco de palillo o unas cuantas ramitas de canela. Una fragante manzana verde o colorada, unos coloridos capulíes y jazmines en abundancia. No era raro, ni nada del otro mundo, que esa mixtura se hiciera sahumar. Toda esa mezcla alcanzó no solo fama, sino, también, una importancia en la alta sociedad. Servía para todo y para todos. Para poner olorosas las habitaciones y para ofrecer un puñadito a las visitas. Es que las visitas, no podían irse de la casa con las manos vacías. Tenían que llevarse su puñado de aromáticas esencias. Además las mixturas servían para el regalo de cumpleaños de la comadre o la suegra. Cursi se vería hoy en día, de repente, entregar a la amiga, la prima o a cualquier otra visita, un puñado de estas mixturas. Sin embargo, por esos años, era más poético obsequiarlas que invitar una simple taza de té.
Y así pasaron los meses y los años y a la Ciudad de los Reyes fueron llegando novedosos perfumes europeos. Algunos de ellos se quedaron con sus nombres originales, por lo general el de alguna flor. Otros en cambio, fueron rebautizados con nombres estrafalarios, huachafos y con un toque de cursilería: "Te Adoro" o "Mentirosa"; "Eres Hermosa" y no podía faltar uno que se llamase "Soy Linda". Corre el tiempo y los sahumerios fueron desapareciendo y la esencia de la bergamota se guardó en el fondo de un viejo cajón. El cajón de los recuerdos. Luego entraron con fuerza las destilaciones europeas, que consiguieron un cupo importante en el mercado limeño. En los lavatorios de las casas se colocaban una serie de pomitos con las esencias más diversas y fragantes. Y así como el sahumerio pasó a la historia, las mixturas quedaron en el olvido. Aparecieron en escena los pañuelos. Pañuelos olorosos y fragantes que se convirtieron en los principales protagonistas de la sociedad. La moda cambió. La moda en los hogares era rocear los pañuelos de las damas o los caballeros con algún aroma. Despedían a las visitas ya no con el puñadito de mixtura, había que echarles algunas olorosas esencias de un "Yo te Amo" sobre sus delicados pechos.
El tiempo corre, el tiempo pasa volando y a Lima va llegando el Agua de Florida, después el Agua de Kananga y más tarde la tan famosa Agua de Colonia, inventada hace más de trescientos años, por un italiano en la ciudad de Colonia, Alemania. La Kananga para los chamanes, el vudú y los rituales esotéricos. Servía para la limpieza, para llamar a la suerte y la prosperidad. Para atraer el amor o para eliminar las energías pesadas. Pero lo que tenía una enorme importancia era el Agua de Florida. Creada en la ciudad de Nueva York allá por 1808. Agua refrescante de aroma a cítricos y al ámbar; del almizcle y el benjuí. Servía para mil y un usos. Desde un perfume o como remedio para el corazón y el dolor de estómago; el de muelas y de garganta. Útil para las gárgaras. Solo había que mezclarla con agua tibia y listo, se iniciaba la conocida tonadilla. Y si a Fulanita le dio la pataleta, pues su Agua de Florida para la rabieta. Mengano tiene algunas palpitaciones, su Agua de Florida al instante. Un moretón o un chichón en la cabeza del niño, su pañito con su Agüita de Florida. Para la jaqueca, el reuma o los antipáticos callos. En los calurosos días de verano, la mezclaban con agua y servía para rellenar los chisguetes de carnaval.
Estas viejas costumbres del sahumador o del baulito con el aroma de alcanfor, de los palillos y los ñorbos. De los capulíes, de la lavanda o la violeta; daban a los hogares un aire sedante y delicado. Y algo más, las ropas no podían ser usadas tal cual venían de la batea. Imposible que rozaran la piel sin antes coger un gotero y echarles unas cuantas gotas de algún aroma. Y de eso se encargaban las manos de la abuela o la esposa. Aromas y fragancias como el de las rosas o el limón; de la naranja o de los infaltables jazmines.
Fuente: "Estampas limeñas", José Gálvez. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1966
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