Decían que jamás gozó de buena salud. También que a raíz de los grandes convites y las malas noches, volvió a sufrir algo de su antigua enfermedad a la orina. A principios de 1863, el Presidente Miguel San Román cayó enfermo y a mediados de marzo de ese año, decidió trasladarse hasta su villa en el lejano balneario de Chorrillos. Allí continuó trabajando en su despacho junto a sus cinco ministros. Su estado al poco tiempo desmejoró, agravándose los últimos días de ese mismo mes. Sucedió que los médicos se equivocaron en el diagnóstico. Su verdadero mal no era la antigua enfermedad de la orina. La verdadera enfermedad del Presidente estaba en el hígado y los riñones.
En una de esas cálidas mañanas de otoño, Ramón Castilla, que por entonces andaba por los sesenta y cinco, llegó hasta la villa y le dijo a San Román, con la franqueza con la que otros no se habían atrevido, para que "arreglara su conciencia y sus asuntos". Esa misma tarde, San Román, que se hallaba en compañía de su confesor, el padre Pedro Gual, hizo su testamento. De ese testamento se supo que solo dejaba una parte de la herencia que recibió de su padre y que su familia quedaba desamparada. Fue así que solicitó para ella "la protección de la patria". El jueves 2 de abril, mientras San Román recibía la extremaunción, entró a su dormitorio Castilla, a quien habían llamado expresamente. Luego de un rato, llegaron, José Rufino Echenique y Manuel Ignacio de Vivanco. Al día siguiente, a las once de la mañana, en aquel Viernes Santo de 1863, el Presidente murió en brazos de Castilla. Estaba próximo a cumplir los setentaiún años. Era la primera vez que en el país se iba a presenciar los funerales de un Presidente. Estos fueron muy sentidos, con grandes discursos y ceremonias majestuosas que terminaron seis días después, el 9 de abril, cuando fue enterrado en el cementerio Presbítero Maestro. Según algunos diarios, San Román no tuvo tiempo de hacer obras, ni de crearse enemigos como Jefe de Estado. Pero sí fue una sorpresa y para muchos, su tino y cordura.
El efímero Presidente falleció apenas a los cinco meses de haber asumido el cargo. Por cierto, Bernardo Alcedo, autor del Himno Nacional, compuso un "Himno Inaugural"; himno que fue cantado a toda voz, a toda orquesta y con todas las bandas militares la misma noche de la transmisión del mando, el 24 de octubre de 1862. Pero regreso al momento del fallecimiento. Resulta que el primer Vicepresidente, el general Juan Antonio Pezet, no estaba en el país. Había viajado a Europa. Y el segundo Vicepresidente, el general Pedro Diez Canseco, tampoco estaba, se hallaba en esos momentos en Arequipa. Mientras esto sucedía y mientras Diez Canseco emprendía el viaje de retorno a la capital, en algunos corrillos se preguntaban quién podía asumir momentáneamente el cargo. Algunos opinaban que el poder debía quedar en manos del Consejo de Ministros. Otros, sin embargo, pensaban en un Presidente transitorio nombrado por el Congreso. Un tercer grupo no estaban de acuerdo con ninguna de las opiniones anteriores y pensaban que la autoridad le correspondía al prefecto de Lima. Finalmente, los jefes de la guarnición de Lima, acordaron dar el mando a don Ramón Castilla. Lo escogieron a él porque en esos momentos era el militar de más alto grado, además, consideraban que merecía la confianza. Castilla asumió, pues, el día 3 y el 9 de abril, se encargó de la dirección del Estado.
Cuentan que desde la victoria electoral de San Román, éste recibía todas las noches en Torre Tagle, lugar donde se alojaba, a cientos de visitantes. Visitantes de todos los partidos políticos con los que el Presidente se mostraban bastante afable y los visitantes, se sentían bastante a gusto con él. Sin embargo, Castilla al poco tiempo quedó desengañado del Presidente. Incluso en varias ocasiones llegaron hasta sus oídos, algunos rumores de que San Román había dado órdenes para apresarlo.
Castilla, considerado un self-made-man, es decir, un autodidacta, tenía algunos enemigos que temían que se apoderara del poder. Se produjo hasta un pánico a nivel comercial. Sin embargo, no pasó lo que muchos se imaginaban. Castilla ejerció el cargo hasta la llegada de Diez Canseco. El segundo Vicepresidente, entonces, llegó a Lima en el mismo instante en que el cadáver de San Román salía de la Catedral. Pasaron varios meses y recién, el 5 de agosto de 1863, cuando regresó el primer Vicepresidente al país, Diez Canseco le transmitió el mando.
Fuente:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre, Tomo III
- Hombres e ideas en el Perú, Jorge Guillermo Leguía
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