Hacia 1921 las librerías de Lima se encontraban mucho mejor organizadas que la mismísima Biblioteca Nacional y no por sus catálogos científicos ni mucho menos, sino, porque poseían fondos variados. Además, estas librerías eran manejadas por personas amantes de los libros. Las conversaciones del mediodía o las que se realizaban al caer la tarde en las trastiendas y los pasillos de estos mentideros, reemplazaban a las tertulias en los cafés de Madrid, París o Berlín. Por aquellos años existían las peñas literarias. Dos eran las más conocidas. Una era la "Librería francesa científica E. Rosay", de madame Mercedes Rateri de Rosay; una señora que en sus venas llevaba tinta en vez de sangre. La otra era "La Aurora Literaria" de M. Lorenzo y Rego. Cuando madame Rosay enviudó del francés monsieur Gallard, se casó, tiempo después, con el señor Émile Rosay, de quien tuvo cuatro hijos. Dos hombres y dos mujeres. Los dos jóvenes eran mellizos, se llamaban Fernando y Emilio (uno rubio y el otro más moreno). El local de Madame Rosay, que también hacía las veces de imprenta, se ubicaba a tan solo unos metros de La Prensa. Allí acudían, a veces en las mañanas y a veces en las tardes, Carlos Wiesse, Elvira García y García y el matemático Enrique Guzmán y Valle. No faltaban los "colónidas" del que editó este curioso libro llamado "Las voces múltiples". En él colaboraron Abraham Valdelomar (el Conde de Lemos); Alberto Ulloa Sotomayor, Antonio Garland (el diminuto Antuco); Federico More, Alfredo González Prada (el bello Ascanio); Félix del Valle, el simpático y enamorado de los claros de luna y el veinteañero Pablo Abril de Vivero. Cuando Madame Rosay murió, sus hijos Fernando y Emilio se encargaron del negocio. Cuenta Luis Alberto Sánchez que una tarde estando allí, Fernando le hizo un guiño señalándole a un cliente, muy discreto, que se hallaba revisando algunos libros de los anaqueles. Se trataba del director de El Comercio, don Antonio Miró Quesada de la Guerra. Por curiosidad y una vez que se retiró el importante cliente, Sánchez le preguntó a Fernando qué libro había comprado. Ah!, le respondió, don Antonio ha comprado "Los caballeros las prefieren rubias" de Anita Loos.
Donde Lorenzo y Rego, acudían Vallejo, Balarezo Pinillos o Bustamante y Ballivián. Valdelomar no era muy asiduo a ir con tanta frecuencia. Uno se preocupaba por las revistas y el otro prefería la lectura en castellano y no tanto en inglés. Balarezo y Pinillos no tenía la paciencia para devorar un libro de trescientas páginas. Lima contaba con el "Bazar Pathé", una librería grata y amigable. Se encontraba en la cuadra siguiente del Palais Concert. Nada más cruzando la calle Baquíjano. Se especializaba en obras latinoamericanas, sobre todo, las de "vanguardia" de México y Argentina. Causó impacto la vez que importó la novela "No todo es vigilia. La de los ojos abiertos", escrita por Macedonio. Estaba considerada como una "mala novela" con una prosa caótica y profunda que todo el que la leía terminaba desconcertado.
Sin embargo, no solo existían estas librerías grandes y elegantes. También habían en Lima las pequeñas y algunas un poco menos "formales" que vendían, además de centenares de libros nuevos, usados y hasta empolvados, pues, vendían ¡de todo! Don "Fierro Viejo", en la Bajada del Puente, era más un antro que una librería; donde uno respiraba en vez de aire, polvo; cruzándose, además, con miles de nidos de telarañas. Don "Fierro Viejo" vendía libros viejos y usados, hojas y copias. Vendía de todo como en botica. Todo, desde la perillas del catre, hasta almanaques de más de veinte años de antigüedad, tapas de ollas, chapas, llaves, sombreros, correas, botones ........ ¡Qué bárbaro! De todo, pero lo malo era que este personaje tenía muy mal genio. Tan mal genio que hasta miedo causaba mirarlo. Más hacia el centro, en uno de los Portales de la Plaza de Armas, se encontraba al señor Mariche. A Mariche le hacía la competencia el librero que, sentado en la puerta del elegante restaurante Jardín de Estrasburgo, en el Portal de Escribanos, vendía algunos textos antiguos y un poco gastados. Mariche era un pesimista. Decía que el negocio de los libros daba solo para ir, ¡ahí, pasándola! Es por eso que en su minúsculo local vendía anteojos. Sí, vendía anteojos a todo Lima. Claro, Lima por aquella época era aún una ciudad pequeña que recién empezaba, poco a poco, a crecer. Mariche era fanático del ajedrez y de las damas. ¡Las damas del tablero! A todo el que pasaba frente a su local lo invitaba a jugar una "partidita". La librería del señor Tassara era más aristocrática, más intelectual, más de gustos y gente fina. Una librería, pequeñita, con libros de consulta, evidentemente para universitarios, pues estaba ubicada estratégicamente a unos cuantos metros de la casona de San Marcos. Tassara no daba miedo ni tampoco era pesimista. Él era amable y participaba de un amable círculo de amigos "literatos" que se reunían, al primer claro de luna, entre los cerros de libros, para leer, conversar y hasta les alcanzaba el tiempo para criticar y hablar mal de los políticos. Tassara no vendía gato por liebre o, mejor dicho, gato por libro. Para finalizar, el señor Baglietto. Pero, ¿adónde se le encontraba a Baglietto? Nadie lo sabía. Sólo lo encontraban los que de verdad, amaban y les interesaban los libros.
Fuentes:
- Revista Variedades
- Testimonio Personal, Luis Alberto Sánchez (1900-1931)
- Valdelomar por él mismo, editor Ricardo Silva-Santisteban
- Foto revista Variedades (la tienda de don "Fierro Viejo")
- Testimonio Personal, Luis Alberto Sánchez (1900-1931)
- Valdelomar por él mismo, editor Ricardo Silva-Santisteban
- Foto revista Variedades (la tienda de don "Fierro Viejo")
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