¡Nos vamos a Lima, nos vamos al Estrasburgo!
Lima a inicios del mil novecientos vivía arrullada por la música vienesa. Fueron estas damas las que alegraron, con el encanto de un vals vienés, las tardes y noches del Palais, el Zoológico y el Estrasburgo. El Estrasburgo era un verdadero jardín, de allí su nombre, Jardín Estrasburgo. Esta confitería, heladería y restaurante, fino y elegante, fue lugar de encuentro de los grandes aristócratas, de hombres de Estado, de políticos y periodistas que durante largas, amenas y a veces vibrantes y hasta acaloradas discusiones, sentados alrededor de una pequeña mesa de mantel blanco y sillas de esterilla, resolvían a menudo las cuestiones más arduas y duras del país. Era el lugar para la solución de una vida o determinación de más de un matrimonio. No faltaba la presencia a la hora del almuerzo de algún personaje cuyos gustos en el vestir eran algo caprichosos y que por el año diecisiete fueron llamados "huachafos". Perfumados con su aroma favorito, la Violeta de Parma, estos personajes lucían corbatas de lacitos, guantes de borlón, jacket ribeteado y zapatos con caña de elástico. Al final de la noche, solían visitar el Estrasburgo, las primeras figuras de alguna compañía de ópera, de zarzuela o la comedia. Los hermanos Mario y Orestes Quazza, eran los propietarios de este magnífico lugar allá por el año 1921. Encontrar a Mario, un tipo de rostro bonachón, alegre y divertido, chupando un puro cubano no era raro. Como tampoco era raro ver a Clemente Palma fumando un largo cigarrillo. Los Quazza recorrían mesa por mesa y en cada una, regalaban un elogio o un chiste. Un letrero al costado de las altas y grandes puertas de este local anunciaba para los próximos días, la presentación de una nueva orquesta dirigida por una dama, la señorita Jenny Cerch. Cerch, de rostro sonrosado y sonrisa contagiosa, cada diez minutos, junto a la robusta directora, daba tres golpes secos, golpes que anunciaban que un nuevo número se iniciaba. Un charleston o un foxtrot, hacían palidecer, emocionar y excitar a la concurrencia. Un vals de opereta o un inconfundible potpourri era especial para ellas, las damas. Un atónito comensal, una copa de champagne, un cocktail o un suave vino; una alegría desenfrenada al lado de un trozo de Wagner, parte de "La viuda alegre" o una romanza. Un huayno de Alomía Robles y la canción alemana y el repertorio se acababa ......
Ubicado en plena Plaza de Armas, en el 122 del Portal de Escribanos, el Estrasburgo era, pues, el más central, elegante, cómodo y fresco de los restaurantes de aquellos años. Con una cocina deliciosa preparada por el gran chef italiano, Juan Ripamonti. Ripamonti había sido años antes, segundo jefe de la cocina del gran hotel "Excelsior", en Venecia, uno de los primeros del mundo. Bien dispuesto, fina atención y trato amable, el Jardín Estrasburgo estaba al nivel de los mejores restaurantes de Europa o Buenos Aires y, lo mejor de todo, es que estaba rodeado de frondosos helechos, finas y esbeltas palmeras y vistosas enredaderas.
Y fue en este mismo lugar que el 2 de enero de 1897, los primeros propietarios, Tulio Turchi y Bartolomé Boggio, organizaron la primera proyección de cine animado. Fue una exhibición de carácter privado con invitados especiales, entre ellos, el Presidente de la República, Nicolás de Piérola y el alcalde de Lima de ese entonces, el general Juan Manuel Echenique y Tristán. Un fonógrafo de Edison abrió la velada aquella tibia noche de verano cuando a lo lejos, se escuchaba, desde la desaparecida iglesia de Desamparados, el eco de siete lentas campanadas. La sala estaba repleta; repleta de un público entusiasta. Todos vestidos de etiqueta. Ellos con trajes oscuros, pecheras blancas y corbatas negras. Las damas lucían vestidos largos, enormes sombreros con plumas o grandes moños además de ostentar costosas alhajas. La impresión que causó en los asistentes el poder escuchar la voz de un tenor que en esos momentos se hallaba en Estados Unidos o en Europa, hacía que sus rostros se convirtieran en rostros plenos de emoción, placer y asombro. Más allá, se escuchaban algunos murmullos y algunas disimuladas sonrisas. De pronto, se apagaron las luces del salón y en el lienzo aparecieron las figuras como sombras proyectadas desde atrás. Aparecieron primero dos esbeltas bailarinas con sus diminutos trajes en una animada danza; luego se proyectó un pugilato; enseguida un paciente que nervioso y asustado, acudía a un consultorio médico y un cómico tratando de arriar un caballo. Todo un programa que finalizó con el baile de la serpentina, un divertido tango, la vista de dos individuos que se escondían y las travesuras de dos locos. El público no pudo más de la emoción y aplaudió hasta que el cansancio pudo más.
En 1913 en el Estrasburgo, se celebró el centenario de Giuseppe Verdi, con una gran fiesta que contó con el acompañamiento de una orquesta estupenda y por tres años consecutivos se presentó "il violinista di Vieste", Sante Lo Priore, que encantaba con su famoso "Stradivario".
A raíz de la caída de la bolsa de Nueva York en 1929 y, al año siguiente, la del régimen de Leguía, tanto el Palais Concert, el Zoológico como el Jardín de Estrasburgo cerraron sus puertas para siempre. Hoy se levanta ahí el Club de la Unión.
Fuentes:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Revista Mundial año 1921
- Revista Variedades, años 1917 y 1919
- Fotografía: Lima la Única
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Revista Mundial año 1921
- Revista Variedades, años 1917 y 1919
- Fotografía: Lima la Única
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