lunes, 5 de marzo de 2018

EL PLEITO DE LA LITERATURA PERUANA


El pleito de la "literatura peruana" entre Ricardo Palma y Manuel González Prada, nació en 1886, sin embargo, la crisis se profundizó en 1912. Según Luis Alberto Sánchez, ambos escritores fueron utilizados. Para los entendidos era estar a favor de Leguía o contra Leguía. Varias veces los admiradores de González Prada trataron de convencerlo que aceptara un puesto en el Estado. Su amigo y compañero, un antiguo bohemio del 1886, don Germán Leguía y Martínez, a quien apodaban "el tigre", de andar encorvado por tanta altura, mirada felina y eterno ceño fruncido; que fuera nombrado por su primo hermano, el Presidente Augusto B. Leguía, como ministro de Relaciones Exteriores durante su primer gobierno; le ofreció en 1908 la dirección del Guadalupe. Prada cortesmente declinó. Carezco de dotes de pedagogo, dijo. Tiempo después, le ofreció la dirección de la Escuela de Artes y Oficios; tampoco aceptó. Es contrario a mis doctrinas y mis facultades, mencionó; pero sí, prometió considerar algo en un futuro.  

En la mañana del 13 de febrero de 1912, Ricardo Palma, con setenta y nueve años recién cumplidos, un viejito socarrón y muy seguro de sí mismo, recibió un oficio de la Dirección de Instrucción Pública. En él le comunicaban que el Supremo Gobierno había nombrado conservador de la Biblioteca Nacional al poeta arequipeño Percy Gibson en reemplazo de su hijo Clemente Palma. Gibson, flaco, pícaro y sarcástico, autor del poema "El Gallo"; gustaba de la vida bohemia, y, a menudo también, del whisky y la ginebra.  Cuando en 1883, don Ricardo aceptó la dirección de la Biblioteca, con el compromiso de "rehacerla", se propuso una tarea: elaborar un nuevo reglamento. Y así fue. En uno de sus artículos, en el número tres, se consignaba que los empleados debían ser propuestos por el director. "Yo siempre he propuesto a jóvenes preparados. Buscaba a hombres con aptitudes para el empleo y no destino para hombres sin destino".


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A los dos días, Palma respondió con otro oficio. En él rechazaba el nombramiento del poeta arequipeño. Se quejó por el incumplimiento del articulo tres del reglamento, presentando, luego, su renuncia al cargo. No pasó mucho tiempo para que el escritor de las "Tradiciones Peruanas" recibiera una segunda comunicación. En ella se le manifestaba que estaban satisfechos con sus servicios, rechazando, por tanto, su renuncia. En vista de este nuevo rechazo, Palma propuso al nuevo reemplazante de su hijo Clemente. Se trataba del poeta Alberto J. Ureta. El gobierno de Leguía no lo aceptó y derogó el famoso reglamento, según el cual el director de la Biblioteca era el único con capacidad para proponer a los empleados. Lo que en realidad estaba causando este reglamento era que un tema meramente burocrático se convirtiera en un caso político, con algunos tintes ideológicos pero con la careta de un conflicto literario. En consecuencia, a finales de ese mes de febrero, se resolvió "mantener el nombramiento del poeta Percy Gibson".

Don Ricardo Palma poseía una colección a la que llamaba "papeles varios", los había juntado con cuidado y amor pero sin orden, durante los veinte y pico años de director de la Biblioteca Nacional.  Era una cantidad inmensa de papeles que llegaba a cerca de los tres mil volúmenes, de cuanto folleto y hoja impresa caía en sus manos. ¡Era una selva inmensa de papeles! Desde tomos pequeñitos de poesías, reglamentos de cuanto había, estatutos de algún club, tesis de metalurgia, panfletos, es decir, ¡de todo!  

El escritor insistió, entonces, en renunciar. Era la segunda vez. El gobierno no la aceptó. Días después, en tono altivo, don Ricardo le escribió al director de Instrucción: "en tal virtud, ruego a usted se sirva transmitir al Supremo Gobierno mi insistencia en la renuncia". El que la sigue la consigue. Finalmente, el 6 de marzo, el gobierno, en vista de tanta insistencia, aceptó la renuncia y nombró en su reemplazo a don Manuel González Prada, "quien deberá practicar inventario minucioso y elevarlo al gobierno". A los sesenta y ocho años; Prada,  alto, buenmozo y muy erguido, de voz suave casi un susurro; por primera vez, asumía un cargo público acorde con "sus gustos y capacidades". Fue una promesa que, después de muchos años, la cumplió.

Ese mismo año de 1912 el joven novelista y cronista, Félix del Valle, que a sus veinte, empezaba a llevar una vida bohemia, publicó en la revista Actualidades una entrevista a don Manuel y en la que, entre otras cosas, le preguntó

- "¿Cómo aceptó usted la dirección de la Biblioteca Nacional
- Es muy distinto, le respondió. La acepté porque me siento con capacidad suficiente para desempeñar el cargo. Toda mi vida la he pasado entre libros".

Entre el nombramiento de Prada y el envío de la "Nota informativa", en Lima se había desarrollado una tremenda campaña, una campaña bulliciosa y con tintes políticos, en la que Palma representaba la dignidad, la tradición y la democracia; y González Prada la claudicación, el abuso y la inconsecuencia. La noche del 11 de marzo se llevó a cabo en el Teatro Municipal (hoy Segura), un teatro pequeño pero muy bonito, una velada de "desagravio" al tradicionalista. Sin embargo, con el paso de los minutos y las horas, se fue convirtiendo esta en una velada en contra del gobierno y solo uno de los oradores, habló en contra de Prada.  Algunos consideraron esta velada, que se inició con la obertura de Guillermo Tell de Rossini, como una cursilería. Prada vivía en la calle de la Puerta Falsa del Teatro, ni más ni menos que al costado del Municipal, en una pequeña casita de un solo piso muy bonita, muy atrayente y, en cuya ventana de reja, sombreada por las enredaderas, en esa noche de luna, brillaba la tenue luz de la lámpara del escritor.

A tempranas horas de la tarde del 30 de abril, Prada, vestido con su largo mandil blanco, sentado en su ancho y pesado escritorio junto a la ventana que daba a un patio donde se lucía una antigua pileta, entrega a don Carlos Alberto Romero, su colaborador, el folleto titulado "Nota informativa" para que fuera enviado al Ejecutivo. Don Carlos había ingresado a la biblioteca como "peón de limpieza". Chapado a la antigua, Romero, se caracterizaba por ser nada generoso pero sí muy entretenido y con una memoria prodigiosa; solía llevar un revólver "Smith Wesson" para espantar, por si acaso, a los ladrones cuando volvía tarde en las noches a su casa. La presentación del folleto era muy modesta y casi transparente. Estaba forrado en un papel azul, ese papel finito que conocemos como "papel cometa". En él se señala el mal estado de la contabilidad. Añade que había mandado abrir tres nuevos libros de cuentas. Describió con crueldad y malicia algunas notas de don Ricardo, e indicaba que el "tesoro bibliográfico" de la Biblioteca Nacional, se encontraba en un estado de "hacinamiento de libros" no catalogados y ni siquiera inventariados. ¡Era como haberle dado un disparo fulminante!  Agrega, además, que era impropio de un buen bibliotecario, anotar apreciaciones personales en los libros que se le han confiado a su tutela, así como mancharlos con inscripciones manuscritas. González Prada amaba los libros. Para él era un ritual "limpiar los libros". Lo hacía, según cuenta su hijo Alfredo, con kerosene mezclado con otros químicos, a fin de defenderlos de las infaltables polillas. Pero volviendo a la "Nota informativa", el tono de este informe era, pues, muy duro, aunque no tan duro como los insultos que recibió desde los editoriales "De Jueves a Jueves", escritos por Clemente y publicados en la revista Variedades, que él dirigía; ni tampoco como la réplica de don Ricardo, cuya tercera parte era realmente un insulto hacia Prada. Se titula "un catón de alquiler". Desde su nombramiento Prada no recibió otra cosa más que agravios de tipo personal, así como deslealtades de sus más antiguos  y cercanos colaboradores.


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Había transcurrido más de un año, aún en algunos corrillos y cafés como el Péndola o desde las Gotas Amargas de Leonard, se escuchaban algunas discusiones entre los escritores, estudiantes y políticos sobre el pleito de la Biblioteca Nacional: "el Maestro se ha excedido, decían unos. Palma no merece tanta diatriba, comentaban otros. ¿Ustedes no recuerdan el discurso en el Teatro Olimpo? ..... Palma durante seis meses ha publicado nada más que calumnias infames en contra de Prada, ¡y las cartas en El Comercio, qué les parece! No hay derecho para que dos escritores tan grandes se mechen así porque sí, acusándose de simplezas que rayan en lo infantil. La culpa la tienen los civilistas que no hicieron otra cosa más que un cargamonton contra el Maestro". Según  cuenta Adriana de Verneuil, esposa de don Manuel, mucha culpa tuvo Germán Leguía, que lo asediaba mañana, tarde y noche, valiéndose de su amistad y sus "mañas", para que tomara la dirección de la Biblioteca. 

El 4 de febrero de 1914 se produjo el golpe de Estado contra el presidente Guillermo Billinghurst. Pocos meses después, el 15 de mayo, el Congreso ascendió a General a Oscar R. Benavides, elegido luego como "Presidente Provisional". Benavides juró a la Presidencia ante la asistencia de menos de un tercio de congresistas. Prada renunció a los dos días a su cargo de director de la Biblioteca Nacional, como protesta por el atentado  contra la Constitución. La nota que envió era corta, dura y aguda como el toque de una espada. El gobierno de Benavides quiso desviar la estocada. González Prada insistió. El gobierno, entonces, optó por desestimar tontamente la renuncia y, lo destituyó.

Fuentes:
- "Cuadros vivos, breves biografías peruanas", Luis Alberto Sánchez
- "Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- "Nuestras vidas son los ríos/Historia y leyenda de los González Prada, Luis Alberto Sánchez
- "Los últimos años de don Manuel", Luis Alberto Sánchez 



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