domingo, 25 de marzo de 2018

UN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI DIFERENTE

Su afición predilecta era viajar. "Soy un hombre orgánicamente nómade, curioso e inquieto", decía. Pero, sin embargo, tuvo que adaptar su vida y su trabajo a lo que él llamó sus "mudadas" condiciones físicas. Fue por ese motivo que adquirió los gustos que da el sedentarismo. En su casa de la calle Washington Izquierda, escribía a última hora sus cuartillas, escuchando como música de fondo, alguna sinfonía de Beethoven, su músico preferido. De allí tenía que mandarlas apurado hasta la imprenta. Eso, claro, lo hizo en la época que escribía para algunos diarios como El Tiempo, La Prensa y en el periódico que fundó junto a César Falcón y Humberto del Águila: La Razón. Además de algunas revistas como: Mundo Limeño, Mundial o Variedades. José Carlos Mariátegui había escrito siempre a máquina pero llegó un momento en que ésta le fatigaba. Fue así que tuvo que trabajar al lado de un mecanógrafo. Unas veces le dictaba y otras no. Es que no se acostumbraba a dictar. No aprendía a hacerlo. En otras ocasiones, le entregaba al mecanógrafo unas cuartillas pero eran horribles, según decía. Las hacía con una letra muy desigual, llenas de borrones y con un gran número de tachones.

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Mariátegui no tenía un poeta favorito. Afirmaba que "con los poetas pasa igual que con las mujeres, el poeta favorito no es siempre el mismo". Un tiempo gustó de Rubén Darío. Después fue Mallarmé y Apollinaire. Luego Parcoli, Heine hasta el último que fue Walt Whitman. Pero si no tenía un poeta favorito; sí sentía admiración por Cristóbal Colón y qué decir de Lenin, Einstein o el industrial y político alemán, Hugo Stinnes. Ellos tres eran para él, los hombres más representativos. Mas los que en la vida real ganaban su simpatía, eran el héroe anónimo de la fabrica, de la mina y del campo.
En una época buscaba expresar sus sentimientos más íntimos por medio de sus versos. Sobre ello, alguna vez confesó que no siempre eran comprendidos. Pocas personas los entendían, uno de ellos fue Valdelomar. Mariátegui quería mucho a Valdelomar. Y ese sentimiento era recíproco. "Te abrazo con toda mi alma, cojito genial", le escribió Valdelomar desde Trujillo en 1918. Pese al contraste, ambos eran inseparables. Valdelomar era de sonrisa despectiva y rostro amulatado; más bien alto que bajo. El rostro de Mariátegui era pálido, sonreía poco y de baja estatura. Caminaba como un gorrión a saltos, pero siempre sin descansos ni pausas. Siempre aferrado a un bastón. Un bastón simple. No como la ostentosa "malaca" de Valdelomar que la llevaba por puro gusto. De tarde en tarde se sentaban en el Palais Concert, en una de esas mesas pintadas de blanco con sus sillas de esterillas del color del cielo. El sonido de las copas al golpear, el murmullo de las conversaciones bizantinas y la música de fondo de la orquesta de las damas vienesas, hacía que ambos escritores, con sus voces aflautadas, dialogaran a gritos. Aunque muchas veces era nada más porque querían que los oyeran. Y fue allí, en el Palais, que una de esas cálidas tardes, entre una inmensa nube causada por el humo de los cigarrillos, cogieron tal como si fueran unas cuartillas, algunas servilletas. Al final de la tarde, y al encenderse los primeros faroles de la ciudad, el escrito tenía el sabor de un helado de pistachio, el aroma del café cortado y el ritmo de un vals vienés. Y si de música hablamos, de teatro también se puede. Eleonora Duse, era su actriz de teatro preferida. Había nacido en Italia y, según decía; era una dama crepuscular, fatigada y vieja. Vieja de sesenta y pico de años. Pero, ¡qué podía hacer!, ella era la actriz que más lo había emocionado.

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En Frascatti, Italia, allá por el año 1921, nació Sandro, su primer hijo y fue bautizado así por uno de sus pintores preferidos: Sandro Boticelli. Pero él no era el único. Vivía enamorado del arte de Da Vinci y Piero della Francesca. Del arte de los pintores franceses Matisse, Degas y Cezanne y del expresionismo del alemán Franz Marc.
Mariátegui, como Valdelomar y Yerovi; nacieron, vivieron y murieron escritores. Ninguno de los tres gozó ni sufrió de los cuarenta años. Los tres murieron jóvenes. José Carlos decía que no había escrito aún las páginas que más quería. Sin embargo, junto a don Manuel González Prada, Mariátegui es considerado como uno de los mejores escritores políticos. Si bien su prosa no tiene la grandeza y el brillo de la de Prada; la de Mariátegui es brillante, suave y diáfana.
Fuentes:
- Revista Variedades 1923
- Federico More, Un maestro del periodismo. Estudios preliminares: Osmar Gonzáles

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