Ángela Ramos fue en esos tiempos, los tiempos de Augusto B. Leguía, de La Prensa, La Crónica o de El Tiempo; de Mundial y Variedades; de las tertulias en casa de José Carlos, del Estrasburgo o el Palais Concert; una de las pocas mujeres que tuvo la suerte de conocer la amistad del poeta César Vallejo. Una amistad breve pero intensa. Breve en el tiempo pero tan intensa para dejar un recuerdo imborrable. Mis recuerdos de Vallejo, menciona, se pierden allá, en los días de mis días. Fue por los años 1922 o 1923 cuando Ángela conoció personalmente al poeta en la librería "La Aurora Literaria", la de madame Rosay, en la calle Baquíjano, casi frente al edificio de La Prensa, lugar que era punto obligado de encuentro de los escritores de aquella época. Una impresión muy fuerte le produjo. Sería su cabellera negra y lacia, la profundidad de sus ojos o esas arrugas en su rostro o, de repente, su gran frente.
Nacida en el Callao en 1886, Ángela era una mujer de espigada figura, delgada y buena moza. Fue una de las primeras periodistas del siglo XX además de escritora, crítica literaria y de arte y militante socialista. Fue ella una de las pocas mujeres que asistió al entierro de José Carlos Mariátegui, allá por 1930, en una época en que las mujeres no acostumbraban asistir a los sepelios.
Se conocieron una mañana en la Aurora Literaria, apenas pasaron diez minutos estaban tuteándose como si fueran viejos amigos. Él era un hombre de finos modales y discreto. Era un bohemio y ella también. Ángela fue la única mujer de letras bohemia en el Perú. Pese a que esta mujer era amiga de todos los bohemios aficionados a la dipsomanía, ella jamas bebió una copa de licor, ni siquiera un champagne, y menos tuvo nada que ver con el mundo de las drogas. Vallejo era su amigo mas no su confidente. Podía ser su camarada, pero no íntimo. Es que en Vallejo había un cierto pudor, un recato, que no le permitía ser confidencial. Era reservado y ponía distancia con los que no pensaban como él. No lo hacía con brusquedad. Lo que hacía era ponerse a leer "con mucho interés" un libro aunque ese libro no lo estuviera leyendo de verdad. De esa manera, menciona Ángela, espantó a muchas moscas. Mejor dicho a cansarlas. Recuerda que una tarde que se encontraron en las puertas de la Aurora, después que un diario local emplazaba al poeta a explicar su propia poesía. Un poema que comenzaba así: "¡Luna! Corona de una testa inmensa, ...... Se imaginó que lo iba a encontrar fastidiado y hasta triste. Sin embargo, se sorprendió al verlo reír con muchas ganas, hasta se mostraba bastante despreocupado y exclamó sin dejar de reír:
- "¡Pero si es un perote!"
- "¡U-n p-e-r-o-t-e!"
- "¡Jajaja .....! El que pueda comprender que comprenda".
Y lo dijo sin malevolencia, sin ánimo de ofender a nadie, ni aún al mismo crítico que afirmaba no comprender nada de sus versos y emplazaba al mismo autor a que los explicase. Lo que Vallejo quería decir era que la poesía se comprende directamente o no se comprende nunca. A Ángela le gustaba bromear. Recuerda que una vez, y para sacarlo de sus casillas, se le quedó mirando fijamente:
- "¿Por qué me miras así?
- "Estoy admirando -le respondió- ¡tu genial fealdad!
Y él, con una risa triste, pero ancha y cordial, le respondió:
- "Hermana, qué feo no seré que tienes que inventar un adjetivo".
Un día la encontró llorando entre los cientos de libros de la "Aurora Literaria". Lloraba por amor y él lo sabía. Ángela por aquel tiempo andaba en amores con el periodista Felipe Rotalde a quien conoció en la redacción de La Crónica.
- ¡"No me mires que estoy llorando y me pongo muy fea"! Y Vallejo al hilo y sin pestañear le respondió con plena ternura:
- "Nunca es tan bella una mujer como cuando ha llorado .......".
Ambos guardaron silencio. Aquellas palabras fueron como un relámpago. Un relámpago que mostraba hasta lo más profundo el alma del poeta. Vallejo, con esos ojos profundos, que lo caracterizaban, le dijo: "Ángela, yo siempre he llegado tarde". Él era el que llegaba más tarde a la Aurora. "Si yo no fuese tímido y tú burlona, ahora no estarías llorando". Luego de unos minutos, la invitó a dar una vuelta. En las calles algunos faroles habían sido encendidos y desde algunos cafés llegaban lejanas risas. Doblaron por la "Casa de Piedra", por la calle de Jesús María, y se fueron de la mano como dos hermanos ......
Y después ya lo vio poco. Vallejo estaba atareado en sus preparativos de viaje y en ver la manera de conseguir el dinero necesario para poder lograrlo. Se volvieron a ver pasado unos días. Ambos se encontraban muy apurados. "Solo puedo vivir bien en mi terruño o en París -le dijo-. El día que te resuelvas ....... ya sabes. En París se puede ser algo".
"París conoció su genio, vio su desfallecimiento, recibió su último hálito. París lo guarda celoso como a Verlaine, Mallarmé, Baudelaire, sus iguales. No le comprendimos, no le quisimos, no le hicimos feliz .........."
Ángela vivió lúcida hasta los noventa y dos años, hasta que dijo sentirse cansada y decidió que era hora de partir.
Fuente:
- "Vallejo y Barranco", M. Gonzalo Bulnes Mallea
- "Diario UNO", Denis Merino
- "Vallejo y Barranco", M. Gonzalo Bulnes Mallea
- "Diario UNO", Denis Merino
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