Cuenta Adriana Verneuil de González Prada (1864-1948), quien por ese entonces esperaba a su primer hijo, que un día a principios de julio de 1888, uno de los miembros del Circulo Literario, el profesor de música, José Benigno Ugarte (1857-1919), natural de Arequipa, director del Convictorio Peruano, un plantel de enseñanza secundaria, se presentó en su casa de Barranco para anunciarle que, con motivo de las Fiestas Patrias, los alumnos de los colegios particulares de Lima habían resuelto llevar a cabo un festival, con el objeto de recaudar dinero para constituir el fondo necesario, para cubrir el monto del rescate de las provincias cautivas de Tacna y Arica pues, por ese entonces, el estado de las finanzas públicas no permitía hacerse ilusiones para reunir la suma necesaria que eran diez millones de pesos (moneda chilena de plata); por ese motivo los colegios darían el ejemplo a los mayores. Ellos iniciarían la colecta nacional.
Fue así que el profesor Ugarte, quien era un fogoso anarquista, se dedicó a componer un himno acorde para la velada mientras que Manuel González Prada (1844-1918), que había aceptado la invitación para participar en la velada, se encargaría del discurso para el cual tenía un plazo bastante corto para prepararlo y hasta angustioso pues a don Manuel -un hombre alto, erguido, de ojos azules y un agresivo bigote- le gustaba pulir sus escritos. Como se sabe, el discurso se llevó a cabo en el teatro Politeama, ubicado en la calle Sauce muy cercana a la avenida de la República. El Politeama era un teatro similar al teatro-circo del Pueblo de París, apto para teatro y para circo. Sus butacas eran removibles, con capacidad para mil personas en su platea, tenía dos hileras de palcos y una de cazuela.
Como se trataba de una función patriótica, el precio de cada palco fue de ocho soles, y el de la platea de cincuenta centavos. Había entradas hasta de treinta centavos. Por los precios se conseguiría una muy buena recaudación.
Fueron invitados a la velada el Presidente de la República, Andrés A. Cáceres (1836-1923) y su esposa Antonia Moreno (1848-1916); dos de sus ministros, Marco Aurelio Denegri, Ministro de Gobierno y Antero Aspíllaga, Ministro de Hacienda; además del alcalde de Lima de ese entonces, César Canevaro (1846-1922), y otras personalidades como el escritor tradicionalista Ricardo Palma (1833-1919) con el que González Prada no tenía muy buena relación. Se convocó a varios colegios privados cada uno de ellos debía preparar un número especial. Mientras tanto, don Manuel, en su casa, pulía su discurso y a su vez, adiestraba al alumno ecuatoriano, Gabriel Urbina, alumno del Convictorio Peruano, para que lo recitara. El programa constaría de coros, cantatas, declamaciones, diálogos. De acuerdo al programa a Prada le tocaba en el cuarto lugar.
Casa de González Prada en Barranco |
Eran las ocho de la noche del domingo 29 de julio de 1888, el teatro Politeama estaba repleto. A esa hora en el palco oficial ya se encontraba el presidente junto a su esposa y sus ministros. Luego de escucharse el Himno Nacional cantado por los alumnos del Convictorio Nacional y después de algunas explicaciones por parte del profesor Ugarte, tocó el turno de aparecer en escena a Gabriel Urbina, quien, con voz firme, recitó el discurso preparado por Prada. Desde las primeras palabras el rostro de Cáceres empezó a arrugarse, el ceño se le iba frunciendo, se acariciaba las patillas todavía negras; el ya agrio gesto de su ministro Denegri se fue torciendo y haciéndose más notoria la dureza de su cara, entre los ministros se miraban. El público en cambio aplaudía con frenesí, sobre todo, por la profundidad, el brillo de las metáforas y por el coraje en cada una de las frases.
En esta obra de reconstitución y venganza, no contemos con los hombre del pasado, los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutos de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
El teatro se convirtió en una locura. Urbina continuó leyendo impertérrito enumerando los errores de la política nacional antes y después de la guerra. El presidente y los ministros quedaron pasmados ante tan contundente discurso pero, sin embargo, no se movieron de sus butacas y lo escucharon hasta el final.
Y de veras fue un verdadero triunfo: lo leyó Gabriel Urbina de voz bastante fuerte para dominar todo el ámbito del inmenso teatro Politeama. Manuel y yo, escondidos en un rincón, sin que nadie nos viera, asistimos emocionados a la apoteosis de esas palabras inspiradas por el más puro patriotismo. De lejos veíamos al presidente Cáceres oyendo atónito las vibrantes frases y doña Antonia, su mujer, sentada a su lado, dándole de codazos a cada párrafo alusivo que sacudía al auditorio y lo hacía prorrumpir en frenéticos bravos. Aquello fue inolvidable para los asistentes y también para mí; cuando al salir del brazo los dos, me parecía ver los aleteos de la gloria, rozando las sienes de Manuel. Parecía que Cáceres decía a sus ministros: "No sé si apresarlo o llamarlo para darle un abrazo". Ninguna de las dos cosas se hizo, pero de antemano había sido prohibido reproducirlo en los periódicos locales. (Adriana de González Prada)
Pero a Adriana y Manuel les esperaba aún la áspera reacción oficial (de la oligarquía y el militarismo). Era ya el lunes 30 de julio, tercer día de Fiestas Patrias, en los diarios no se publicó ninguna texto. Al día siguiente, los periódicos continuaban sin colocar ninguna linea del discurso. Habían recibido una estricta orden de Marco Aurelio Denegri, Ministro de Gobierno, de prohibir la publicación del discurso en el Politeama. El Comercio dio breve cuenta de la velada; sin embargo, ni La Opinión Nacional, El Nacional ni siquiera El Bien Público se atrevieron a difundir el discurso. El único que lo publicó durante tres días consecutivos fue el semanario anarquista La Luz Eléctrica. Luego de La Luz Eléctrica lo transcribieron El Bien Público, El Artesano y La Voce d' Italia. La publicación de La Voce d' Italia estuvo llena de dramatismo. Este era un semanario en italiano para la colonia italiana en Lima. Estaba dirigido por Emilio Sequi, un humanista, radical y anticlerical. Sequi tenía una cabellera leonina que se la cubría con un sombrero blando de paño. lucía una barba corta, rebelde y canosa. Usaba un bastón grueso pero no tanto como su verbo. Con Sequi colaboraba otro anarquista Pietro Ferrari, otro anarquista admirador de González Prada. Más tarde se sumó a ellos Egidio Sassone, de pensamiento liberal, de terribles iras y frondosa barba blanca. Sin embargo, y pese a todo, el Gobierno se ensañó con Sequi y su semanario y terminó por empapelar su imprenta. Sólo La Luz Eléctrica protestó por aquel atropello. A esto se le llamó la "batalla del Politeama".
Lo único bueno de mi discurso es haber razonado como el eco de todas las conciencias honradas. Dije en alta voz lo que todos murmuraban cautelosamente; hice correr a la luz del pleno día el metal fundido por otros, en las tinieblas. (Manuel González Prada, 15 de agosto de 1888)
- Nuestras vidas son los ríos/Historia y leyenda de los González Prada, Luis Alberto Sánchez, 1977
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