martes, 28 de noviembre de 2017

LA VEZ QUE ANNA PAVLOVA ESTUVO EN LIMA

Para aliviar las tristezas de Lima, que aún por entonces era una gran aldea somnolienta y pueblerina; en mayo de 1917 arribó a la capital la bailarina de ballet nacida en San Petersburgo, Anna Pavlova (1881-1931) y su magnífica troupe. Fue tal el impacto que causó su presencia que marcó toda una época que incluso, treinta años después, todavía en la ciudad, se escuchaba: "eso ocurrió después de que vino la Pavlova". Abraham Valdelomar (1888-1919) escribió, el 22 de mayo de ese año, un bello artículo en "Palabras", la sección que por entonces tenía en La Prensa; aparte hay al menos dos reportajes. Uno a la misma Pavlova y el otro a Alejandro Smallens, el director de orquesta de la compañía. La entrevista con Smallens fue más bien literaria. Habían pasado tres meses del derrocamiento del zar Nicolás II, acababa de ocurrir la terrible masacre de Ekaterimburgo y Alexander Kerensky estaba en el gobierno, los bolcheviques aún no habían tomado el poder. La entrevista fue un deleite para Valdelomar pues conversaron sobre este y también sobre Máximo Gorki, su autor preferido. La entrevista con Anna Pavlova fue muy diferente. Escribe:
"Elegí la hora de marcharnos. Bajé la escalera del Maury (donde residía Anna Pavlova). Abajo, en la calle, los grupos de electores sudorosos se cruzaban a mi paso, dejando en el ambiente un penetrante olor de jornada cívica". La Prensa, 22 y 24 de mayo de 1917.


Valdelomar, que por aquel entonces pasaba una aguda crisis de desconfianza en sí mismo a raíz de su discurso frente a la tumba de Yerovi, que le hizo descubrir envidias que no sospechaba, volvió más que nunca a su arte. Encontró en Anna un bálsamo para sus desazones.
Anna Pavlova parecía un ángel -nadie ha bailado como ella "La muerte del cisne", ni "Coppelia", ni las "Danzas de Grieg"- era frágil, muy esbelta, casi traslúcida pero, sin embargo, era entusiasta, fuerte y dinámica. 
La Pavlova trajo paz espiritual, armonía y belleza estética a la capital. Fue tanto el fervor por su presencia, que el día de su despedida, el público frenético la esperó afuera del Teatro Municipal después de la función; le abrió el paso hasta su coche; desenganchó el tronco de caballos de éste y tirando de la victoria la condujeron hasta el Maury.

Como caso curioso, el violinista de la orquesta, el alemán Grimm, un melenudo amante de la cerveza, estaba enamorado de la segunda bailarina llamada Stefa. Grimm, terminó abandonando el violín por los confites, el champagne y el aroma del jengibre y del café de Chanchamayo del Palais Concert.
Anna Pavlova retornó nuevamente a Lima en octubre de 1918 obteniendo el mismo éxito.
Fuente: 
- Valdelomar o "la Belle Époque", Luis Alberto Sánchez, 1987

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