Parecía un hombre inofensivo aunque para Mario Vargas Llosa fue el primer Rasputín que padeció. Era de pequeña estatura, delgado casi con un aspecto débil, intruso en las reuniones sociales, rara vez se vestía de ese azul oscuro que mandaba la etiqueta vespertina de aquella época, usualmente andaba con un traje gris claro o de un beige desentonado; sonreía como si fuese incapaz de una maldad o un gesto brusco, de encarcelar a un aprista o de mandar una pateadura a un dirigente sindical.
A la sombra de lo que se conoció como el Ochenio (1948-1956) un cajamarquino de una sonrisa amplia, Alejandro Esparza Zañartu, nacido en el año 1901, en el seno de una familia pudiente; cuidaba las espaldas de la democrática dictadura del General Manuel A. Odría Amoretti (1896-1974). Poco se sabe de su vida, de muchacho recorrió todo el Perú como representante de la Casa Grace, que, por ese entonces, vendía las primeras cajas registradoras para los comercios y, poco tiempo después, pasó a ser un oscuro mercader de vinos y piscos. Paisano de Zenón Noriega Agüero (1900-1957), quien llegó a ser General del Ejército y el número dos de la Junta de Odría, este compadrazgo fue lo que le sirvió a Esparza Zañartu para ser convocado por este régimen y posteriormente ser nombrado Director de Gobierno; fue también muy amigo del hacendado iqueño Temístocles Rocha, uno de los más íntimos amigos de Odría, y quien pasó a la historia por ser el hombre que trajo al Perú los vehículos rompe manifestaciones conocidos después con el apelativo de "rochabus". Desde la penumbra gubernamental, este siniestro y tenebroso personaje era quien todo lo sabía y quien sólo informaba en los atentos oídos del Jefe Supremo. Desde la sombra manejó la gigantesca maquinaria de control y represión del Ochenio. Con sus métodos utilizados para corromper, exiliar, intimidar, encarcelar, torturar o desaparecer a los adversarios, consiguió anular todos los intentos de rebeldía contra el régimen, especialmente si ésta venía del lado de los apristas y comunistas.
Eterno Director de Gobierno, por entonces el cargo más poderoso del país, Alejandro Esparza Zañartu, controlaba todos los cuerpos policiales, las prefecturas, interceptaba los teléfonos y la correspondencia, vigilaba los aeropuertos y hasta las cárceles. Se movía por Lima en un rápido automóvil negro, lleno de antenas y seguido por varios patrulleros y vehículos con matones particulares. Solía inclinarse levemente ante los ricos; no parecía impresionarlo la pobreza ni conmoverlo el llanto de aquellos que diariamente colmaban su sala de espera. La dictadura reprimía las huelgas, encerraba a dirigentes sindicales, a cualquier sospechoso que discrepara con el régimen. Odría, al parecer, aspiraba a ser un gran Mariscal para pasar luego a la categoría de prócer o de un héroe. Un sumiso Congreso aprobaba cualquier deseo del Jefe Supremo, los parlamentarios estaban entre los discursos de elogio a Su Excelencia o los negocios con dinero o favores del Estado, el gobierno había caído en manos del personaje de la sonrisa amplia, Esparza Zañartu, con su política del no al dialogo sino a los garrotazos.
No le gustaba ser fotografiado, según donde estuviera, podía hablar a media voz o dar órdenes con esa brutalidad de quien se sabe será obedecido siempre. El cargo le permitió llevar su tarea en las sombras, aunque ya todos sabían quién estaba detrás de esa represión. Acaso su caminar, como en puntas de pies, ese estilo de pararse en un rincón con un vaso pleno de whisky en una mano y la otra en el bolsillo del pantalón; tal vez ese querer arrinconarse era consecuencia del poder en la sombra, de la atmósfera de penumbra en la que se desempeñaba, aunque este poder le pertenecía en su totalidad al General Odría. Esparza Zañartu no lograba comprender a la aristocracia de ese entonces que, por lograr algún favor, le guardaba el mejor asiento en algún banquete privado. Cuentan que, antes de acudir a un almuerzo en el Club Nacional, se pasó una hora dudando ante una docena de corbatas colocadas encima de su escritorio del antiguo Ministerio de Gobierno.
Desbarató varias conspiraciones incluso castrenses. La principal de todas fue contra su paisano y amigo Zenón Noriega quien siempre esperó a que su compadre le cediera el sillón, pero las intrigas de algunos espiritistas y falsos médiums lo llevaron a rebelarse algo que, como Ministro de Guerra, le era fácil llevar a cabo, sin embargo, en su camino se cruzó Esparza Zañartu.
Desbarató varias conspiraciones incluso castrenses. La principal de todas fue contra su paisano y amigo Zenón Noriega quien siempre esperó a que su compadre le cediera el sillón, pero las intrigas de algunos espiritistas y falsos médiums lo llevaron a rebelarse algo que, como Ministro de Guerra, le era fácil llevar a cabo, sin embargo, en su camino se cruzó Esparza Zañartu.
"Dicen que en plena conspiración Odría invitó a su compadre a un íntimo banquete palaciego y que luego de los postres lo hizo pasar a un salón en el que había una gran mesa con tres patas. Conducidos por Esparza, las almas propicias al Gobierno delataron la conspiración. A la mañana siguiente, Zenón Noriega partía al exilio".
Por aquel entonces, aquellos poderosos que toleraban los modales de un provinciano que como Esparza Zañartu había ascendido en el poder, se esforzaban por caerle simpático. Eran las épocas en que el país estaba dividido entre los amigos y los enemigos de Alejandro Esparza Zañartu.
"La cosa nostra asesoril se dio con Esparza. De simple negociante en piscos se convirtió en director de Gobierno despiadado (bajo su imperio fue asesinado el dirigente clandestino del Apra Luis Negreiros Vega, fueron apresados y torturados miles de peruanos opositores, y desterrados cientos de ellos). Arequipa se levantó dos veces contra Odría y su secuaz. La primera vez, en 1950, el pueblo derrotó al Ejército. En la segunda, diciembre de 1955, ocurrió un verdadero baño de sangre, que obligó a la renuncia del Gabinete. Los reclamos eran en pro de la libertad, contra la Ley de Seguridad Interior y por la reforma del Estatuto Electoral". Caretas, "Caída de Rasputines", César Lévano, 1999
Esparza Zañartu, lejos de los hombres encumbrados y de las miradas atentas de esas damas luciendo elegantes abrigos de visón y sus finas joyas; lejos de los ambientes llenos de brillantes luces y mesas cubiertas con finos manteles y numerosos cubiertos; recuperaba en la intimidad de su despacho su voz, esa voz que se convertía en otra, en una muy diferente ante una hilera de cinco o seis teléfonos, teléfonos que podían activar la furia de una dictadura. Era una época en la que se llevaron a cabo numerosas redadas con las que el Ochenio liquidaba todo intento de oposición que arrastraba a muchos inocentes a las cárceles y mazmorras del régimen odriísta. Esparza Zañartu era un todopoderoso, sus órdenes se cumplían sin dudas ni murmuraciones. Para acceder a él había que pasar de una instancia a otra, gracias a tarjetas de recomendación, hasta llegar a las oficinas próximas a su despacho. La ansiada entrevista podía tardar desde una semana o uno, dos y hasta tres meses, sólo para que Esparza presentara en el momento un rostro desencajado y adusto o al mismo tiempo insinuase un favorcito, a la vez que miraba las rodillas de la mujer que, suplicante y con lágrimas en los ojos, llegaba hasta su despacho.
"¿Que opina de lo que Mario Vargas Llosa ha escrito sobre usted en su novela Conversación en la Catedral?
- No he comprado todavía el libro. Él ha debido conversar conmigo antes de escribir para cerciorarse. Yo le habría dado datos. Algunos amigos me han dicho que habla muy mal de mí. ¿Por qué no se viene dentro de tres meses? Yo le puedo enseñar mis memorias. Ahí digo muchas cosas interesantes".
Al final del Ochenio, cuando Arequipa decidió rebelarse, Odría decidió nombrarlo Ministro de Gobierno, pudo así otorgarle una condecoración. Esparza Zañartu renuncia un 24 de diciembre de 1955, gracias a la insurgencia en la zona sur del país. Al poco tiempo desaparecería sin dejar rastro. Sin embargo, al parecer estuvo viviendo en Madrid, España. Años después, regresó al Perú refugiándose en su casa-huerta de Chosica, allí se dedicó a la horticultura y en donde recibía, cada cierto tiempo, la visita de numerosos políticos, entre ellos, los apristas Armando Villanueva del Campo (1915-2013) y Ramiro Prialé Prialé (1904-1988).
"La Universidad de San Marcos, en la que estudié, había sido esterilizada políticamente por Esparza Zañartu, el Vladimiro Montesinos de entonces, aunque, comparado con este desmesurado rufián, aquél, que nos parecía tan siniestro, era apenas un niño malcriado. No sólo los profesores y dirigentes estudiantiles de oposición estaban presos o desterrados; además, debíamos asistir a unas clases trufadas de "soplones" disfrazados de alumnos que nos hacían vivir en la inseguridad y la desconfianza". Mario Vargas Llosa, "Piedra de Toque, Diario El País, 24.05.1998
"No estoy arrepentido de los abusos. Creo que dimos al país la época en que más fácil trabajo hubo. ¿O no?" Entrevista de César Lévano para la revista Caretas a Esparza Zañartu (1970).
"Solo un puñado de imágenes fotográficas da cuenta fidedigna de que realmente existió, que los peruanos no lo habíamos imaginado, que era cierto". Guillermo Thorndike
Fuentes:
- "Los Apachurrantes Años 50", Guillermo Thorndike, 1982
- "Piedra de Toque", Mario Vargas Llosa, Diario El País (24.05.1998)
- Revista Caretas, entrevista con Alejandro Esparza Zañartu, César Lévano, (14.08.1970)
- Grato retorno y reencuentro en San Marcos, Honoris Causa a un sanmarquino universal, Mario Vargas Llosa, 2011
- Grato retorno y reencuentro en San Marcos, Honoris Causa a un sanmarquino universal, Mario Vargas Llosa, 2011
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