El historiador Guillermo Lohmann lo consideraba como un historiador romántico pero peruanista. Aunque su familia no guardaba ningún vínculo con la región, Raúl Porras Barrenechea, nació en la misma ciudad donde nació Valdelomar, en la calurosa y soleada ciudad de Pisco allá por el año 1897. Era un lugar pobre pero aristocrático. Y es que su padre instaló en esa ciudad una desmotadora de algodón. El algodón por aquellos tiempos, se había convertido en una salida a la crisis económica que tuvo el Perú a partir de 1870. Sin embargo, a los pocos meses, su familia tuvo que abandonar la ciudad debido a la temprana muerte de su padre. Su padre murió de una manera absurda. Murió en un duelo. Pablo Macera menciona que en esas épocas y como consecuencia de la derrota en la guerra con Chile, la sociedad peruana estaba muy sensible a cualquier atención de cortesía, de diplomacia o de preferencia. Fue así que una tarde en el malecón de Chorrillos, un malecón parecido al de Pisco y cuando los padres de Porras quizá paseaban, hubo una pequeña discusión, una discusión que ocasionó el desafío entre dos caballeros. Uno de ellos y quien llevó la peor parte, fue su padre. Al poco tiempo, su abuelo, un hombre muy poderoso y rico; muy rígido y severo, se hizo cargo de toda su familia. Esto marcó en definitiva la personalidad de nuestro historiador.
Porras Barrenechea tenía un gusto exquisito para escribir sus biografías. Combinaba la narrativa, con lo anecdótico y lo anecdótico con lo novelesco. Explicaba, de una manera bastante entretenida, la psicología de sus personajes, personajes que no eran muchos en cada una de sus historias. Era muy imaginativo. Tanto, que con un solo dato, podía crear escenarios fascinantes y fantasiosos que sus lectores y oyentes aceptaban como si los hechos verdaderamente hubieran ocurrido. Podía variar la autenticidad de los hechos con tal de crear la belleza en cada una de las frases. Una de sus mayores pasiones fue escribir la historia completa de la conquista del Perú. Dentro de sus investigaciones y escritos, quedó sin terminar la biografía de Pizarro. Y es que Porras admiraba a Pizarro. Era tal la admiración que sentía por él, que se propuso la tarea de recomponer su historia. Para eso, a partir de 1929, comenzó a estudiar y leer y volver a leer los escritos de los cronistas de aquellas épocas. Tenía varios fragmentos terminados que fueron publicados en algunas revistas, pero lo que más quería era terminarla por completo. De sus estudios sobre el conquistador destruyó el mito, por ejemplo, que Pizarro había sido "expósito y porquerizo" además, que no había nacido en la solariega casa de los Pizarro sino, más bien, en un arrabal, junto al campo. Dirigió la confección de un retrato que mostraba a un Pizarro muy diferente al por todos conocido. Diferente en su rostro, en su vestimenta y hasta en los zapatos que, según menciona, estos no habían sido de piel de venado sino, unas alpargatas que eran muestra de gala y bravura. Agrega que Pizarro llevaba una capa de piel de marta que, aunque se la ponía poco, fue un regalo de Hernán Cortés.
Algo que le quitaba el tiempo para poder meterse de lleno en sus escritos, era el dictado de clases. El dictado y las conferencias. Porque Porras, además de biógrafo, fue un estupendo cronista, un político, Senador de la República y diplomático. Su discípulo, Waldemar Espinoza Soriano, cuenta que cada tarde, llegaban hasta la casa de Porras, en la calle Colina, en Miraflores, cientos de alumnos y amigos; unos para visitarlo y otros, para consultarle o simplemente para escucharlo porque escucharlo, era todo un placer y un verdadero deleite. Menciona también, que Porras llegaba a las clases de Historia en San Marcos, con cantidades de apuntes y fólders con todos sus documentos transcritos de la biografía del conquistador. Eran cuadernos enteros que contenían copias mecanografiadas de cartas e informaciones de servicio. De todos ellos, solo una parte fue publicado. Aunque Mariátegui no se acostumbraba a dictar lo que previamente había escrito, Porras sí se acostumbró a hacerlo. Se los dictaba a sus ayudantes. Todo lo hacía de esa manera. Hasta los informes de las tesis de grado de sus alumnos. A uno de ellos, a Mario Vargas Llosa, lo hizo copiar uno de aquellos informes.
Porras, de sonrisa amplia y rostro amable, no era muy alto pero si, según Sánchez, algo robusto; sus ojos eran tan claros y celestes como el cielo y de joven, su cabello había tenido una tonalidad rubia. Luis Alberto Sánchez lo describe como una persona hosca pero, por su rostro, un rostro de mirada limpia y clara, no creo que lo haya sido. Por haber nacido en el noventa y siete, a Porras se lo coloca dentro de lo que algunos han llamado la "Generación de la Reforma" o "Generación del Centenario". Y es de la "Reforma" por la reforma universitaria y del "Centenario" por el centenario de la Independencia. Sin embargo, a Julio Ramón Ribeyro, no le convencían mucho esos términos y más bien le gustaba decir simplemente de "nuestra generación".
Fuentes:
- La ciudad y el tiempo, Pisco, Porras y Valdelomar, Waldemar Espinoza, Pablo Macera, Manuel Miguel de Priego y Ricardo Silva-Santisteban
- Testimonio personal, Luis Alberto Sánchez
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