Cuando estaba por finalizar el gobierno de Nicolás de Piérola, allá por el año 1898, su partido, el Demócrata, no tenía un candidato para que lo suceda. Parece mentira, pero así sucedió. Su hermano Carlos de Piérola estaba descartado por razones morales. Manuel Pablo Olaechea era una posibilidad, pero había la duda si aceptaría o no. ¿Y Billinghurst? El problema con Billinghurst fue que era un disidente pues no estuvo de acuerdo con la unión entre demócratas y civilistas. Sin embargo, este grupo de demócratas disidentes o billinghuristas lo proclamó como el candidato a la presidencia de la República. Mientras tanto, por el lado de los pierolistas, un posible candidato podía ser Alejandro López de Romaña, el hermano de Eduardo. Mas Alejandro propuso a Eduardo aunque Eduardo, pese a que había sido el primer Ministro de Fomento, una cartera creada en el gobierno de Piérola, no era del círculo de los demócratas ni tampoco andaba muy ligado a los asuntos públicos. Sin embargo, esta independencia era más que un motivo para auspiciarlo. Ante esta candidatura "oficial" de López de Romaña Billinghurst, entonces, renunció.
Eduardo López de Romaña Alvizuri había nacido en Arequipa el 19 de marzo de 1847. Fue el primer presidente con la profesión de ingeniero. Se educó en Stoneyhurst, Inglaterra y ostentaba un grado de King's College de Londres. Su especialidad era la construcción de puentes. Estuvo un tiempo trabajando en Inglaterra y otro tiempo en el Brasil. Don Eduardo era un rico propietario, dueño de varias haciendas en el valle del Tambo. Al retornar al Perú y a su ciudad natal le dio a ésta el servicio de agua potable. López de Romaña era un hombre alto y delgado. Su voz era suave y suaves sus modales. Tuvo dos matrimonios. El primero con María Josefa de Castresana y García de la Arena con la que tuvo tres hijos. Años más tarde, casó con su cuñada, Julia de Castresana y García de la Arena, con ella tuvo seis hijos.
Lima era por el año novecientos, una ciudad que empezaba a crecer. Dos grandes avenidas habían sido inauguradas a finales del siglo XIX. El Paseo Colón y La Colmena. La población apenas llegaba a un poco más de 100 mil habitantes. Era una ciudad que miraba a Europa y los Estados Unidos no solo en su mentalidad sino, también, en la vida cotidiana. Dos o tres años antes había llegado a la capital el cinematógrafo en el que se exhibían imágenes en movimiento del Viejo Mundo. La élite limeña podía saber, a través de esas imágenes europeas, cómo se vestían, cómo calzaban, qué sombreros usaban. Cómo eran los bares y restaurantes. Cómo eran los edificios, etc. Poco a poco, a la capital iban llegando algunos automóviles, la bicicleta, la máquina de cocer y de escribir, el teléfono y más. Asistían a las corridas de toros, a las procesiones, a los famosos paseos a las Pampas de Amancaes. En esa vieja Lima no existían los hoteles y si los habían eran vetustos y pequeños. El espacio público -la calle y la politica- estaba reservado para los hombres y el privado, es decir, la casa, era gobernada por las mujeres.
Era López de Romaña, el candidato ideal. Por su perfil bajo no haría peligrar la alianza entre los civilistas y los demócratas. Lo distinguía su afabilidad pero también tenía un don irónico que lo caracterizaba. Tranquilo y sin pretensiones públicas. Dueño de una gran cultura sin ostentaciones. Solía escribir un comentario en latín y otro en griego en cada uno de sus libros, al lado de la fecha de lectura. Escribía cuentos. Cuentos que fueron famosos y en ellos hacía juicios sarcásticos contra los hombres y las cosas.
El 8 de setiembre de 1899, Eduardo López de Romaña con cincuenta y dos años, inicia su gobierno. Un gobierno un tanto agitado. Su primer gabinete, el gabinete Gálvez no duró ni tres meses. El 2 de diciembre renunció. Le siguió el gabinete Riva Agüero pero tampoco duró mucho tiempo. Tuvo un voto no de censura sino, de desconfianza. Y es que no contaba con la mayoría parlamentaria. Un tercer gabinete, el gabinete Almenara, fue, según algunos, el inicio del fin de la alianza entre demócratas y civilistas. Furiosas tormentas y vientos huracanados se avecinaban en el Parlamento. En el Parlamento y a nivel electoral también. La cálida luna de miel entre la alianza, pues, terminó en un frío divorcio.
Luego de tantas tormentas políticas además que al inicio de su gobierno hubo algunas montoneras en diversos lugares del país; agregado a todo esto, que durante su gobierno, pero en 1903, apareció un brote de peste bubónica, López de Romaña terminó tranquilamente su mandato. Se enfrentó a la falta de comprensión de los capitalinos frente al provinciano, a los odios anti-pierolistas que heredó y al propio rencor pierolista que lo acompañó desde la mitad de su periodo. Al inicio muchos creían que era tan solo una pantalla y que tras ella iban a gobernar Piérola y los demócratas y todo con el fin de que, pasados cuatro años, se exhibirían en el poder. Pero no fue así. Era muy conservador y muy religioso. Sin embargo, esa devoción no perturbó su gobierno. No se rodeó de parientes, ni se repitió con él lo ocurrido con Carlos de Piérola, que presidió la Cámara de Diputados y que sirvió para que Juan Pardo y Roberto Leguía ocuparan ese mismo cargo durante los gobiernos de José Pardo y Augusto B. Leguía. Fue honrado como él solo. Tanto, que si había un exceso en los gastos de Palacio él los pagaba con su dinero. Y en Palacio ahorraba en el encendido de las luces. Luces que no se usaban, luces apagadas. Era sencillo y campechano. Como Presidente y pese a los halagos que otorga el poder, llevó una vida frugal y modesta. Algunos lo insultaban pero él sólo atinaba a decir: "¡Bah! Este es uno de tantos quejosos que se desahoga a su modo".
Terminado su mandato, en 1903, López de Romaña nunca más intervino en política. Nunca más ambicionó un cargo político. El Presidente Manuel Candamo no le tuvo muchas consideraciones. Estando en la presidencia no le ofreció un buque de la escuadra para su viaje a Mollendo. Se fue en un barco mercante. Pocos días después, recibió una oferta de la prefectura de Loreto. "¡Ya está Pedro viejo para cabrero!" Pasó el resto de su vida, inadvertido y tranquilo viviendo en algún bello rincón de Arequipa. Cuando menos se esperaba dejó de existir. López de Romaña murió en Yura, Arequipa, el 26 de mayo de 1912. Tenía sesenta y cinco años.
Fuente:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Revista Variedades
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Revista Variedades
Pocos días después, recibió una oferta de la prefectura de Loreto. "¡Ya está Pedro viejo para cabrero!" Pasó el resto de su vida, inadvertido y tranquilo viviendo en algún bello rincón de Arequipa. Cuando menos se esperaba dejó de existir. López de Romaña murió en Yura, Arequipa, el 26 de mayo de 1912. Tenía sesenta y cin https://idheas.org/biografia-de-jimin-bts/
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