Vallejo tuvo dos grandes amigos: Juan Espejo y Ernesto More ambos fueron también, poetas y periodistas. Ambos dieron a conocer una anécdota. Anécdota que fue una combinación entre lo trágico pero con un cierto aire de comicidad, protagonizada entre el poeta y el ilustre caballero barranquino don Pedro de Osma y Pardo. De Osma, fundador del diario La Prensa, había sido también un prominente político perteneciente a las filas del Partido Demócrata, aquel partido liderado por don Nicolás de Piérola. Además, de Osma, era primo hermano nada menos que del ex Presidente de la República, don José Pardo y Barreda.
Sucedió en una cálida mañana de otoño, por el año dieciocho más o menos, cuando ambos se aprestaban a solicitar unos libros en la antigua sede de la Biblioteca Nacional. Vallejo acababa de terminar de llenar el formulario que se requería para obtener el libro que deseaba leer. Se había formado una larga cola de las personas que estaban realizando el mismo trámite. El pesado pupitre donde debía entregar el formato, se encontraba entrando al lado izquierdo de la sala de lectura. Una sala amplia, con estanterías de madera oscura, repletas de libros, libros que casi rozaban el cielo raso. César Vallejo, terminó, entonces, de llenar el documento para solicitar el libro que había escogido y se lo entregó al bibliotecario, un hombre robusto, de cabellos canos que frisaba los sesenta, vestido con su largo mandil color blanco. Una vez hecha esta primera gestión, se volvió para dirigirse a la ventanilla donde se hacían los pedidos, sin darse cuenta que a sus espaldas se encontraba un señor pequeño, ancho de hombros y bigotudo; vestido de negro impecable, con lentes sujetos por un cintillo del mismo color y un sombrero hongo, además que llevaba en sus manos, un fino bastón y guantes; este señor, esperaba, también, para hacer lo propio. Al voltearse y sin querer el poeta se dio con él en forma violenta descolgándole los lentes, derribándole el sombrero y el bastón. El caballero de figura tan circunspecta se vio, pues, en un papel ridículo. Vallejo muy preocupado le ofreció de inmediato las disculpas del caso. Sin embargo, la reacción del caballero "atropellado" no fue muy amistosa sino, más bien, de manera colérica y agresiva. Luego de acomodarse los lentes y el sombrero, le reclamó al poeta por la manera como se comportaba en un lugar público y de tanta cultura como era la Biblioteca de la ciudad. Vallejo, muy mortificado, le reiteró nuevamente las disculpas por su involuntaria torpeza. Pero este señor tan altivo, tomando aliento, le increpó esta vez con más fuerza y pasados unos cuantos minutos le dijo:
- ¿Usted sabe con quién está tratando? ¿Acaso, no se ha dado cuenta de lo que ha hecho?
Y luego de un largo silencio, continuó:
- ¿Sabe usted, por casualidad, quién soy yo?
César --un hombre de finos modales y discreto--, estaba bastante angustiado y confundido. Solo atinaba a mirarlo y escuchar en silencio los gritos de tan ilustre y a su vez iracundo caballero.
- ¡Sepa usted, que yo soy don Pedro de Osma!
Y Vallejo reaccionando ya, pero siempre de manera respetuosa aunque con cierta ironía, le respondió:
- ¡Y qué culpa tengo yo, señor!
Y se marchó a la siguiente ventanilla.
Fuente: Vallejo y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea
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