jueves, 24 de mayo de 2018

UN PARLAMENTARIO DE LOS DE ANTES

Una interpelación conducida por él atemorizaba y hacía temblar hasta al más duro y recio de los ministros. Al igual que Raúl Porras Barrenechea y Abraham Valdelomar, José Matías Manzanilla Barrientos, había nacido un 5 de octubre de 1867, en el soleado departamento de Ica al sur de Lima. Estudió en el colegio San Luis Gonzága de esa ciudad para luego seguir estudios en el Convictorio Peruano y más tarde en los antiguos claustros de la Universidad de San Marcos, donde se graduó de doctor en Jurisprudencia y Ciencias Políticas. Y fue allí, en San Marcos, que dictó cátedra por más de treinta años y también fue Decano en la Facultad de Jurisprudencia y después, en el año diecisiete, fue elegido rector. Y en esos días de sol o de luna; de frío o de calor, al terminar sus clases, Matías Manzanilla salía acompañado de todos sus alumnos y uno de sus alumnos fue, por el año 1927, Víctor Raúl Haya de la Torre, aunque luego fuera su adversario en las causas universitarias. Era severo en su cátedra, detenía su explicación si alguien se atrevía a entrar al salón, cuando ya había iniciado la clase.

Imagen relacionada


José Matías Manzanilla era alto de estatura, un poco grueso, sus ojos eran pequeños pero su sonrisa era amplia y es que siempre andaba con una sonrisa en los labios. Y era su sonrisa tan enigmática que sus colegas y amigos lo apodaban "La Gioconda". En los movidos años catorce, fue Ministro de Relaciones Exteriores y luego Presidente de la Cámara de Diputados. Era de los llamados civilistas, es decir, pertenecía al antiguo partido Civil. Cuando ocurrió el golpe del 4 de julio de 1919 en que Leguía derrocó a Pardo, Manzanilla dejó su curul parlamentaria y aprovechó para viajar a la vieja Europa. Parte de su recorrido era visitar París que por aquellas épocas, lucía grandes avenidas y pequeñas callejuelas donde se mezclaba el aroma del perfume y la bohemia; del arte y la cultura. En París, donde las mujeres habían dejado de lado el corsé para mostrar todo el glamour y elegancia con sus vestidos más sueltos, más vaporosos con sus plumas y sus flecos; mujeres que usaban abundante maquillaje, que fumaban y bebían, que conducían lujosos automóviles a veces a gran velocidad. Fue allí, en París, que en una de esas cálidas mañanas de otoño, caminando bajo la sombra de los rojizos árboles de los Champs Elysées, su amigo y colega, José Varela y Orbegoso, por entonces, encargado de negocios en la Legación del Perú en esa ciudad, le dijo para ir a visitar el museo Louvre. Luego de recorrer algunas de sus salas, de haber visto las pinturas de los artistas flamencos, españoles o alemanes; Varela creyó que ya era el momento que su amigo "La Gioconda", pues, se encontrara frente a frente con el famoso lienzo de Da Vinci. Al llegar al cuadro, Manzanilla permaneció de pie frente a él por largos minutos. Mientras que Varela miraba a su compañero, Manzanilla, en silencio, seguía contemplándolo. Hasta que se rompió el silencio. Don José Matías se volteó y dijo: "Pepe .... Pepe, ¿sabes cuál ha sido el gran error de Pardo? Fue gobernar sin presupuesto ...... Y es que, ni estando frente a una obra de Da Vinci o Tiziano; de Caravaggio o Rembrandt, Manzanilla dejaba de pensar en política.
Brillante orador. A inicios de la década del diez, hasta el año once; tarde a tarde, entre los acalorados y candentes debates, Manzanilla defendía sus proyectos de ley sobre accidentes de trabajo y derechos laborales. Pasaron los años y llegó el año 1921. Transcurría el caluroso mes de marzo. Por aquellos días, poco a poco, en las calles de la capital, se iban levantando orgullosos edificios al puro estilo parisino, las calles lucían banderolas y a los edificios públicos los vistieron con coloridas luces que iluminaban las noches oscuras. Restaban pocos meses para las celebraciones por el Centenario de la Independencia. Apenas a unos cuantos pasos de la casona sanmarquina se iba construyendo lo que sería después la Plaza San Martín. Sin embargo, no todo era fiesta y alegría. En ese mes, los corrillos de San Marcos quedaron solitarios y en silencio. La Universidad entró en receso. Dejó de escucharse el eco de las voces de los catedráticos y el paso apurado de los alumnos y muchos de ellos, perdieron el año; muchos emigraron a distintas universidades de provincias y a muchos sanmarquinos se les extrañó en las celebraciones de julio. Manzanilla defendía a los pobres mas no defendía el receso. Y fue que debido a éste, sus ahorros disminuyeron de manera agresiva. Pero se sentía orgulloso de ser pobre. Pobre pero no casto pues lo rodeaba una fama de ser todo un don Juan.
La soleada tarde del domingo 30 de abril de 1933, Matías Manzanilla se salvó de morir milagrosamente cuando atentaron contra el Presidente Luis M. Sánchez Cerro a su salida del hipódromo de Santa Beatríz. Pocos meses atrás, había sido nombrado como Jefe de Gabinete y, como tal, acompañaba esa fatídica tarde al Jefe de Estado en el descapotable Hispano-Suiza. Como Jefe de Gabinete a la muerte del mandatario quedó, por pocas horas, encargado de la presidencia. Años después, Luis Alberto Sánchez escribió que, en 1946, cuando fue electo rector de San Marcos, uno de los primeros vales por adelanto de sueldo que le presentó el tesorero, Fernando Fuchs, llevaba la firma del ex rector. En el curso de los siguientes meses éstos se repitieron dos, tres y hasta cuatro veces. "Es que el doctor, le dijo Fuchs, está muy pobre. La política no le ha abonado nada. Hay que ver de ayudarlo pues su pensión no supera los 300 soles". Ante esa realidad, sus amigos y colegas buscaron la forma de hacerlo comprándole ejemplares de sus "Discursos Parlamentarios" y otras obras.
El cielo era de un tono azul intenso aquella noche, cuando el ex rector, que frisaba los ochenta, ingresó al salón general de la Universidad. Allí fue recibido entre fuertes aplausos por centenares de alumnos, en su mayoría apristas. "¡Gracias, muchas gracias!", les dijo, con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos. Pocos días después, recibía a sus amigos catedráticos en su casa de la calle del Muelle. "Ustedes saben -dijo- que yo he sido civilista; el partido ya no existe, pero sí los amigos de ayer". A don Matías le gustaba que lo vinculasen con las leyes laborales que él proyectó y defendió a inicios de los años diez. Se sentía orgulloso de haber sido un civilista. Un civilista desinteresado y eficaz. Un civilista que en su vejez, sintió el abandono de sus colegas de partido y eso le fue restando energía y ánimo. José Matías Manzanilla falleció, un 6 de octubre de 1947, al día siguiente de haber cumplido los ochenta.
Fuentes:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Cuaderno de bitácora, Luis Alberto Sánchez

No hay comentarios.:

Publicar un comentario