domingo, 24 de diciembre de 2017

LIMA 1912, EL JIRÓN DE LA UNIÓN

Pudo ser un año más, pudo ser un año menos, pudo ser al meridiano o pudo ser más tarde pero la cita limeña era muy graciosa:

- ¿Cuándo nos vemos?
- Un día de estos.
- ¿Dónde?
- En el Jirón de la Unión.
- ¿Hora?
- A la hora de almuerzo.


Lo más divertido es que así se citaban, nada más encontrándose. La cosa es que nadie que en Lima se estimase un poco, faltaba a la hora de almuerzo -entre las doce y las dos de la tarde- al paseo en el Jirón de la Unión. El jirón no tenía sino unas cuantas cuadras: Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano y Boza. O, lo que era lo mismo, desde la Plaza de Armas hasta la antigua Plazuela de la Micheo (cuadra diez de la calle Belén). No contaban el Portal de Escribanos ni tampoco la calle Palacio. Y tampoco contaban Belén y la calle Juan Simón (al final del Jirón de la Unión) que eran, como se dice hoy en día, calles residenciales. Es que Palacio y Escribanos eran vías burocráticas o, para que se escuche mejor, administrativas. Esas vías pertenecían a los aspirantes a prefecto, a los empleados de los diversos entes públicos, aunque, en Escribanos, se encontraba uno de los más hermosos restaurantes de Sudamérica, el Jardín de Estrasburgo. 



Por aquellos años los ministerios no pasaban de ser seis, habían sido cinco, hasta que a finales del siglo XIX, Piérola creó el de Fomento. Todos, junto con la Presidencia de la República, funcionaban dentro de la misma Casa de Pizarro. Hubo un tiempo en que ahí, en Palacio de Gobierno, en la calle de Pescadería, estaba hasta la cárcel. Una frase famosa por esos años era "Tomar y Palacio", significaba automáticamente cambio de Gobierno. 
Era 1912, se vivía la Belle Époque, aquel jirón era el paseo de mujeres bonitas, de políticos, de escritores, de dandis y tenorios. En ese paseo nacieron y murieron muchos amores; hubo muchos encuentros y desencuentros políticos. Había en la esquina de Mercaderes y la calle Las Mantas (cuadra uno del jirón Callao), una famosa cigarrería que fue el más famoso mentidero de la época. En Mercaderes, la peluquería de Guillén, en cuyas puertas se paraban los elegantes señores para que las mujeres los viesen recién rasurados y luciendo sus elegantes bigotes. Las Gotas Amargas, era un bebedero curioso pues ofrecía tragos nada más que refrescantes pero también estimulantes. Lo cierto es que, si uno se descuidaba, podía salir hasta borracho! Al frente de las Gotas, sobre Mercaderes, se abría un inmenso portal, por ahí se ingresaba a la redacción de la revista Variedades dirigida por Clemente Palma y en los altos estaba la Fotografía Moral, de propiedad de don Manuel Moral. Por las tardes, ambos se paraban en aquella puerta; Don Manuel, de origen portugués, tenía un aire de don Juan y Clemente una facha entre melancólico y satánico, su mirada era entre agresiva y tímida pero, sin embargo, era un hombre buenísimo y uno de los mejores escritores de la época. Don Manuel miraba cuidadosamente a las mujeres; como fotógrafo que era, buscaba con su mirada -mirada un poco cínica mas no ofensiva- la pose y la luz. Clemente Palma era un fumador empedernido, se ocupaba de dividir en dos partes su largo cigarro marca Zuzini, del color del chocolate. Los partía en dos porque, según él, así fumaba menos pues nada más arrojaba dos colillas. Y yendo más allá y dejando atrás a Clemente y a don Manuel con sus poses de don Juan, sobre la calle Espaderos, se erguía, en la puerta del Broggi y Dora, la figura alta, carismática y galante de don Andrés Avelino Aramburú, el director de la revista Mundial, siempre de levita, siempre con un ramo de violetas en la solapa y siempre con escarpines; Aramburú podía conversar largo rato con algunos políticos, acompañados del la especialidad de la casa un bitter batido o un cocktail de fresas.




El ruido de los coches era débil y no había gritos. Era plena Belle Époque, por sus calles paseaba un elegante con su frío e impersonal dandismo británico y junto a ese dandismo que casi demostraba que lo perfecto no es lo deseable; junto a ese dandismo de museo y que lucía una belleza gélida, estaba el dandismo peruano y nervioso, era un dandy entre lo pícaro y lo andaluz. Estos elegantes dandys eran los que frecuentaban el Jirón de la Unión a la hora del almuerzo en aquella Lima de 1912 o un año más o un año menos. Una Lima donde todos se conocían, una Lima silenciosa y confidencial; que fue gentil sin ser melosa. Una Lima que cuando un amigo invitaba al otro un aperitivo y el camarero se acercaba a preguntar qué bebían los señores, ambos contestaban:

- ¡Cualquier cosa! 

El camarero sabía perfectamente el significado de "cualquier cosa". Para uno llevaba un pisco ligeramente teñido vermouth y, para el otro, un pisco coloreado de ferné. 
A esa hora del meridiano no había más ambulantes que algunas fruteras con sus paltas que eran un lujo pues Chanchamayo era, por esos tiempos, un lugar bastante lejano y algunas floristas andaban llevando en sus canastas grandes y olorosos jazmines.

Así era el Jirón de la Unión, en el Broggi donde los políticos no cesaban un instante en su tarea, noble por cierto, de tratar de salvar al país. En Guillén los jóvenes irresistibles se sometían a la mirada femenina que, de repente, sus ojos ni se fijaban en ellos. Las mujeres iban y venían, se detenían aquí y allá, unas sonreían, otras, coqueteaban. A esa hora, los gastrónomos del Cardinal o del Estrasburgo discutían sobre el próximo almuerzo. Aún estaban abiertas las puertas del Americano aquel hotel donde años atrás solía acudir para almorzar el Presidente Candamo. Las calles estaban llenas de sonrisas y piropos de los jóvenes, aunque, en verdad, no eran sólo los jóvenes pues, ciertos ilustres viejos, también parecían jóvenes. 
Así era Lima, en el año 1912, en el Jirón de la Unión a las doce del día. Una Lima amable y encantadora.


Fuentes:
- Federico More, un maestro del periodismo peruano
- Valdelomar o la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez

lunes, 18 de diciembre de 2017

EL INICIO DE LA DICTADURA DE BENAVIDES (1914-1916)

Manuel González Prada llamó a esta etapa de la historia, entre 1914 y 1916, "Bajo el Oprobio" ......

Cuando el 4 de febrero de 1914 sucedió el golpe de Estado del coronel Oscar R. Benavides (1876-1945) contra el Presidente Guillermo Billighurst (1851-1915) se creó un problema grave para el país que tuvo varias salidas. La primera era la constitucional, es decir, reconocer al vicepresidente Roberto E. Leguía (1866-1930) como presidente; la segunda, convocar a elecciones generales; la tercera, derrocar al coronel Benavides y restaurar a Billinghurst y la última era simplemente borrar al Ejecutivo anterior y dejar el cargo a Benavides. Leguía, que por aquel entonces se encontraba en Argentina, regresó al Perú y se puso al frente de sus partidarios para reunir nuevamente al Congreso. Era indispensable para que el vicepresidente pueda tener el cargo de presidente. Sin embargo, las reuniones fueron sistemáticamente bloqueadas.por la minoría adicta al civilismo. Mientras tanto, un sector de la ciudadanía pedía elecciones generales. Se creó una situación dramática. El 15 de mayo de 1914, el Intendente de Lima, en la puerta de la Cámara de Diputados, impidió el ingreso de los parlamentarios constitucionalistas, es decir, los que iban a votar por Roberto Leguía. El diputado Alberto Salomón había sido herido de un balazo, se hizo llevar en camilla al Congreso. Fue todo un escándalo. Ante esta actitud abusiva del Gobierno, la mayoría parlamentaria se reunió en la casa del ausente ex presidente Augusto B. Leguía, en la calle Pando. Ahí estaban, entre otros, Víctor Larco Herrera y Augusto Durand y recibió el juramento de Roberto Leguía como Presidente Constitucional de la República. En ese momento llegó la policía y se llevaron al Parlamento en pleno y al Presidente Constitucional. Empezaron a correr balas, hubo muchos heridos y hasta un muerto .....




Por otro lado, el grupo minoritario, amparado por las armas y las bayonetas, había "electo" presidente al coronel Benavides quien poco tiempo después, llegó hasta el recinto parlamentario para prestar juramento del cargo. Sin embargo, no alcanzaban a ocupar los escaños; tuvieron que ser ocupados por los empleados para hacer quórum; en ese mismo momento, ascendieron a General a Benavides y lo eligieron "Presidente Provisional". Benavides se presentó vestido con uniforme de parada, plumas, galones y condecoraciones, y juró a la Presidencia con sólo un tercio de estos congresistas títeres. En ese momento, el Perú tenia dos presidentes: uno constitucional, reconocido por la mayoría parlamentaria; y el otro usurpador electo por la minoría parlamentaria a pesar que había un vicepresidente legal. Apoyado por la fuerza, el segundo, es decir, Benavides fue el único presidente efectivo.

González Prada, que por entonces era Director de la Biblioteca Nacional, y que hasta ese momento había guardado silencio, no titubeó un minuto más y, con la misma fecha 15 de mayo, envió al Director de Instrucción Pública, de quien dependía la Biblioteca, su carta de renuncia irrevocable. La carta fue además de seca y cortante, muy corta, apenas cuatro lineas; esta sequedad conmovió tanto al Ministro de Instrucción, Luis José Menéndez, que creyó indispensable llamar a Prada a una entrevista; en ella, le pidió retirase su renuncia. Prada se negó. Después de varios días, el Gobierno reaccionó de manera perversa procediendo a emitir un decreto de destitución. González Prada acepto el desafío y lanzó el periódico "La Lucha" de cuatro hojas y formato pequeño, mas toda la primera edición fue requisada de los puestos y allanaron la imprenta; Alfredo, su hijo, también renunció a su cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Este es el explosivo editorial de "La Lucha":

"Dos palabras: Venimos a luchar por los derechos del ciudadano frente a las iniquidades de la soldadesca, por los fueros del radical contra las embestidas del bruto ... Encararse en tiranuelos de ópera bufa, valerse de todos los medios posibles para la ignominia de un régimen africano, es hoy el deber ineludible de los que no han perdido la dignidad ni la vergüenza".

Fuentes;
- "Nuestras vidas son los ríos, historia y leyenda de los González Prada", Luis Alberto Sánchez.
- "Los Señores", Luis Alberto Sánchez.

domingo, 17 de diciembre de 2017

VALDELOMAR CON JOSE INGENIEROS

"Se desvive por hacernos pose, ignorando que yo puedo darle lecciones maestras de este, mi difícil arte predilecto". 

A finales de 1915, en pleno clímax de la Belle Époque, aquella época de la afición a vicios raros, a escribir libros exóticos y ruidosos, a fumar opio, a beber ajenjo y comer champiñones y caviar acompañados de una copa de champagne; llegó a Lima, el filósofo, médico y escritor argentino José Ingenieros (1877-1925), quien por entonces firmaba como debía ser, es decir, "Ingegnieros". Era hijo de un anarquista italiano refugiado en la Argentina, andaba por los cuarenta años. Ingenieros había publicado "El hombre mediocre", un libro que, junto al "Ariel" de Rodó, formaba parte de la biblia de los jóvenes decadentes de América latina. 

Abraham Valdelomar


"La poses de Abraham Valdelomar buscaban irritar los espíritus pacatos o superficialmente píos que poblaban la Lima del 900, lo que pretendía era burlarse de una élite que fracaso en su papel de conductora" (Federico More). 

En esta entrevista a José Ingenieros, por el que Abraham Valdelomar (1888-1919) sentía admiración por su fama y sus libros, se revela el desencanto del reportero; es que Ingenieros amaba desenfrenadamente la pose, lo que despertó anticuerpos en su interlocutor que también pecaba de lo mismo. Sin embargo, en Abraham Valdelomar la pose era una característica. La pose le era familiar. Difícil era distinguir en él un gesto fingido de otro sincero. Para Luis Alberto Sánchez, la pose en Valdelomar era, hasta cierto punto, una exageración de la sinceridad. Para el Conde de Lemos la sinceridad y el fingimiento no estaban amalgamados. No. Hacía teatro para los que le hacían teatro, para los que lo miraban mal.  

Valdelomar suponía que a los hombres grandes habría que encontrárselos en lugares solemnes, rodeados de admiradores, o solos, taciturnos, en la paz de una fría biblioteca. Sin embargo, se encontró con José Ingenieros en la calle. Sí, en la misma calle; en esas fisgonas calles de la Lima del Palais, lleno de luces y espejos; de la Lima de mujeres luciendo un ostentoso lujo; de los "niños góticos" con sus talles de avispa y pantalones de tubo. 
José Ingenieros es un hombre como cualquier otro. Su celebridad, su maravilloso talento, sus dotes de escritor, no aparecen en su persona por más que uno los busque. Viste una americana plomiza, usa zapatos amarillos, corbata de color. Casi un huachafo. Bajo su frente ancha y vulgar, no parece vivir ningún problema, en sus ojos no anida ninguna pregunta; es un hombre de fisonomía lastimosamente incolora; si yo lo hubiera encontrado en la calle sin que me le hubieran indicado, jamás habría creído que ese señor fuera un sabio. Parece cobrador de la luz eléctrica. 
José Ingenieros

Atolondradamente me saluda, conversamos a toda velocidad, me dice todas las frases que dicen todos los hombres cuando se les elogia. Fuma un cigarro y lo enciende con un automático de bencina. 

- ¿Ha conocido usted algo de Lima?
- Sí. La catedral, Belén, el Palacio de Pizarro, el Club, el Zoológico
- ¿Que piensa usted?
- Nada .....
- Explíqueme usted su impresión definida sobre Lima.
- Lima es muy interesante, lamento mucho no conocerla en detalle
- ¿Ha observado usted la psicología de sus pobladores porque supongo? ...
- Déme usted un cigarro.
- ¿Cuántos libros ha escrito usted?
- Tantos ..... Once libros. Actualmente estoy escribiendo un sistema filosófico basado en las ciencias naturales, fisiológicas y biológicas ... Es una labor que me ocupa ya varios años y que me ocupará quince o veinte años más ....
- ¿Qué edad tiene usted?
- Después de los treinta cualquier respuesta resultará tan indiscreta como la pregunta. He observado que la Escuela Normal de Mujeres está dirigida por monjas y esto me ha desconcertado. ¿Qué tienen que hacer las monjas con la pedagogía? Es como si ustedes quisieran que una instalación inalámbrica estuviera dirigida por el prior de La Merced. Supongo que se trata de ideas religiosas muy respetables en toda sociedad, pero la religión es una y la pedagogía es otra.
- Tenga usted un cigarro.

"Yo nunca he tratado a un hombre célebre. Ante todo, José Ingenieros es un poseur, un gran poseur, pero un poseur vulgar: no sabe hacer teatro. Habla gesticulando, se da importancia, sabe que se le admira, sabe que cada gesto, cada actitud, cada giro, van a ser consignados en el reportaje".

- ¿Ha lamentado usted algo?
- Sí. No conocer el Cusco. Pero de Mollendo a la ciudad de los Incas hay tres días de ferrocarril. Es una lástima. No la conoceré nunca.
- ¿Que le impresionaría en el Cusco?
- Los palacios, los templos.
- ¿Cree usted que se podría ensayar géneros literarios a base de la civilización y la historia de los Incas?
- Eso es literatura. ¿Para qué sirven los poemas y las novelas? La literatura es un medio pero no un fin. Ustedes necesitan caminos y ferrocarriles, como en la Argentina. Yo creo que la civilización de un pueblo se conoce en el color.
¿En el color?
- Sí. El pueblo que tenga a todos sus ciudadanos blancos será el más civilizado.
- Es original.
- Sí. Soy preconizador de la gran civilización. Ferrocarriles, caminos, electricidad, pedagogía. Todo lo demás es secundario. 
- Esa es una tendencia futurista a lo Marinetti.
- Hay que eliminar de todos nuestros pueblos el factor indio. es necesario reemplazarlos por gente blanca, por cerebros nuevos.
¿Quiénes son sus autores favoritos?
- Yo leo todo. Aquí llevo unos folletos de Paz Soldán ... 

"No tiene la pose magnifica de D'Annunzio, ni la aristocracia de Rostand; tiene una pose llena de timideces, toda la tarde estuvo dudando y por fin no se atrevió a decirme estas tres palabras: soy un genio".

- Voy a trasladar todas estas frases al periódico ...
- Haga usted como guste. Algo más, si quiere invente una interviú; así se ahorra usted trabajo y yo también.
¿Y si ello le disgustase?
- No se moleste. Todo lo que interrumpe mi digestión me parece secundario.

Le palee el hombro, con cariño y se quedo contento.

¿Qué libros lleva usted en la mano?
- Unos folletos sobre Sarmiento. Yo admiro a Sarmiento. Es el hombre que ha hecho la República Argentina.
¿Usted ejerce como médico?
- Sí.  
- ¿Donde nació usted?
- En Buenos Aires.
-¿Conoce usted a algunos peruanos?
- Sí. A Riva Agüero, a Gálvez, a Belaúnde lo conocí en España. A los García Calderón.
¿Nunca ha oído usted hablar de mí?
- No.
- Es raro ... ¿Vuelve usted al Perú?
- Si. De regreso del Congreso de Washington. 

Llegamos al Callao. Bajamos. Tomamos una lancha. Subimos al vapor ...

- Quiero que me dé usted un autógrafo.
¿Para qué?
- En Lima se le admira y el público verá con gusto una idea suya suscrita, especialmente para él.
¿Pero qué voy a decir?
- Una idea, un pensamiento cualquiera.
- Me pone usted en aprietos. Si tuviera aquí mi biblioteca, podría tomar algo, pero en la borda de un  vapor, vamos, que no sé ... 
- Es que no lo voy a dejar tranquilo.
- Sí, los periodistas sois como los dentistas. (Efectivamente los dentistas habían invadido el vapor. Dentistas en la borda, dentistas en la escala, dentistas en el salón, dentistas en los camarotes, entre las cervezas ....). 
- ¿Pero me va a dar usted un autógrafo?
¡Ay, si yo no sé qué decir, che! De pronto el profesor se sienta ante una mesita de tapete verde. Coge el lápiz, hace como que piensa, se pone la mano en la frente, desiste, hace teatro, y por fin traza con pulcritud las lineas. 

Al caer la tarde llegó la hora de despedirse. Salimos, un abrazo al simpático ingenio argentino. Un abrazo efusivo. Él se queda contento y a poco no se ocupa de nosotros y olvida que ha hablado con un periodista y yo bajo del barco convencido de que José Ingenieros es un poseur empedernido, un efectista que me ha hecho teatro. Pero haciendo teatro este escritor argentino, este filosofo, ha fracasado. No se ha dado cuenta de que el que estaba haciendo teatro era yo ...  

La entrevista fue publicada en La Crónica" el 26 de noviembre de 1915
Abraham Valdelomar fue poseur. Ahora no lo es. Ahora es, tan solo, Abraham Valdelomar, él es él, y eso basta. 
Fuentes:
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar por él mismo. Editor Ricardo Silva-Santisteban
- Abraham Valdelomar vida y obra, Antología integral, Dr. César A. Ángeles Caballer

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL ASESINATO DEL PRESIDENTE BALTA

Era julio de 1872, a inicios de ese mes se había llevado a cabo la inauguración de la Exposición Nacional en el novísimo Parque de la Exposición, evento al que no asistió el Presidente Balta debido a la tensión política que se vivía en el país y, sobre todo, en la capital. Faltaba poco tiempo también para la llegada del día 22, el día de la boda -una boda por conveniencia- la de Daría Balta Lizarzaburu, y Esteban Montero Elguera. Sería todo un acontecimiento, algo que ya estaba dando mucho que hablar en Lima, porque así nada más no se casaba la hija de un Presidente en funciones. 

Un año antes .....


El periodo presidencial del coronel José Balta y Montero (1814-1872), vencía el 2 de agosto de 1872. Se había abierto el camino para las elecciones presidenciales inicialmente con cinco candidaturas, pero que finalmente sólo quedaron tres: Rufino Echenique, que se creía contaba con el apoyo oficial; Manuel Pardo y Manuel Toribio Ureta. La de mayor arrastre era la del civilista Pardo. Ante este panorama los otros dos candidatos quedaron descartados. Sin embargo, el gobierno necesitaba un candidato de "transacción". Fue así que surge el nombre del doctor Antonio Arenas. Arenas se enfrentaba, pues, a Pardo que no era muy de la simpatía de Balta; más bien era considerado un enemigo político por el papel que jugó en referencia al contrato Dreyfus.  



Por otro lado, la oposición a la candidatura de Pardo era fomentada por el circulo militar, sobre todo, por cuatro hermanos coroneles: Tomás, Silvestre, Marceliano y Marcelino Gutiérrez. El primero de ellos fue nombrado Ministro de Guerra en diciembre de 1871, justamente en el clímax de las elecciones. La designación de Gutiérrez no fue del agrado de los dos candidatos, Pardo y Arenas, por lo impetuoso, arrogante y por su inclinación a tomar sus propias decisiones. 

Finales de julio de 1872 .....  

Por la mañana del 21 de julio, en Palacio se iba dejando todo listo para la boda que sería al día siguiente; sin embargo, el presidente Balta -un hombre de corta estatura, rostro enjuto y ojos pequeños- se encontraba muy nervioso.

-¿Ha pasado algo? Te noto contrariado - preguntó Esteban, su primo y futuro yerno.
-Quizá sean los nervios antes de la boda. Aunque también he tenido un muy desagradable intercambio de palabras con Tomás Gutiérrez, quien considera a Manuel Pardo un enemigo y un peligro. Los Gutiérrez me han propuesto, o casi impuesto, que me perpetúe en el poder con su apoyo pero lo he rechazado de plano, no por algo se han convocado a elecciones en mi gobierno. 
-Es lo mejor, sería un error perpetuarse en el poder. Podría traer consecuencias inimaginables.
-No te preocupes. No pienso cambiar de parecer. Pero estos Gutiérrez, ¿qué se han creído para proponerme algo así e intentar obligarme? Yo soy aún el presidente y ellos mis subordinados.
El ejército estaba bajo las órdenes de los cuatros hermanos Gutiérrez. Para ellos era un desastre que un presidente civil asuma la presidencia. Eran altivos, violentos, poderosos. En Lima se les miraba con cierto miedo. Tomás era corpulento y tenia fama de brusco, impetuoso, altivo e ignorante; Marceliano, de porte más atlético, más ignorante, más brusco y con una voz poderosa lo llamaban "el tuerto"; Silvestre, más delgado, de cabello crespo, poseía más inteligencia y era ilustrado. pero, sin embargo, era duro y siniestro; todo lo contrario era Marcelino que se distinguía por su carácter apacible. 
A las dos de la tarde del 22 de julio -el día de la boda- Silvestre, con parte de su batallón Pichincha entra en Palacio de Gobierno, releva las guardias aunque ello aún no correspondía, y luego avanza hasta las habitaciones privadas golpeando y tomando prisionero al presidente Balta, quien fue conducido esposado al cuartel de San Francisco. Mientras tanto, en otro lugar de Lima, Tomás, su Ministro de Guerra, recorría los cuarteles para asegurar la adhesión de las tropas. Luego de unas horas, se dirige a Palacio y asume el poder, fue proclamado por uno de sus hermanos, por Silvestre. ¡Qué valor podría tener algo así!, en ese instante lanza una proclama ya con el título de Jefe Supremo: 
"Hoy a las dos de la tarde he salvado la República del abismo en que iban a sumirla el partido político más funesto (el Partido Civil de Manuel Pardo) y la debilidad del coronel don José Balta. El Ejército, la Escuadra y la gente de orden me respalda".  
Había mucho desconcierto por las calles, la zozobra era generalizada; los comercios no abrieron ese día y los empleados públicos no habían concurrido a sus oficinas, los vecinos se quedaron en sus casas. Para González Prada la ciudad quedó transformada en una segunda Pompeya. Balta había sido llevado prisionero a un cuartel. Su esposa, la señora Melchora Lizarzaburu, una dama pequeña y elegante, y su hija Daría, una jovencita pequeña, un poco gordita y poco agraciada, estaban a salvo en Palacio. Se rumoreaba que Manuel Pardo, avisado del golpe, se había puesto bajo la protección de la Marina y del propio don Miguel Grau que lo llevó a bordo del Huáscar. Poco después pasó al Independencia, mientras el Huáscar, al mando siempre de Grau, viajaba al sur con la misión de fomentar la resistencia contra los Gutiérrez 



Mientras, en otro lado de la ciudad, alrededor de las doce del día, Silvestre regresaba al Callao luego de haber estado en Palacio junto a Tomás, pero al tomar el tren en la estación de San Juan de Dios (hoy Plaza San Martín), fue hostilizado por un grupo de pobladores, murió al tratar de hacer disparos con su revólver. Marceliano fue muerto poco después al tratar de llegar con sus tropas al Real Felipe.
Dos antiguos presidiarios y el mayor Nájar  tenían bajo custodia al Presidente Balta. Había sido habilitada como prisión  una habitación al lado izquierdo del patio principal del cuartel. La cama de Balta estaba al lado izquierdo y al fondo del cuarto. Balta acababa de almorzar y dormía  cuando fue acribillado a balazos. Su cuerpo cayó al suelo y sobre las paredes quedaron las huellas de las balas. 
El final de los hermanos Gutiérrez fue dramático. Sin poder huir de Lima, Tomás Gutiérrez, se cubrió el rostro con una capa y colocándose además un sombrero de paisano, salió de Palacio dando vivas a Pardo para evitar ser reconocido, pero no lo logró, pues los militares ya lo conocían perfectamente. ¡No hubo disfraz que le valiera! Fue tomado prisionero. Al llevarlo por las calles la turba se le fue encima, un parroquiano se ofreció a darle refugio en su botica sin embargo, al poco rato, las puertas fueron echadas abajo por la muchedumbre exacerbada que lo asesinó a golpes, lo despojaron de su ropa y le abrieron el pecho con un sable  al grito de "¡Quieres banda presidencial! ¡Toma!" Al amanecer del 27 de julio dos de los hermanos Gutiérrez amanecieron desnudos y colgados de las torres de la Catedral Lima, la misma que se encontraba aún con los arreglos florales para la boda de Daría y Esteban. Luego se quemó los dos cuerpos en el centro de la plaza y, cuando ya estaba a punto de extinguirse el fuego, hubo de encenderse nuevamente para dar cabida al cadáver de Marceliano que fue traído del cementerio Baquíjano. Por su parte, Marcelino pudo refugiarse en casa de unos conocidos y así logró salvarse, más tarde fue conocido como "el sobrado". 

Como conclusión, el Perú celebró el regreso de Manuel Pardo y Lavalle (1834-1878) quien entró a Palacio como presidente. La boda de Daría y Esteban se realizó el 14 de julio de 1873. Don José Balta tuvo un entierro multitudinario al que asistió casi toda la ciudad de Lima. La gran cantidad de obras que realizó dejaron al país sumido en la quiebra. Con él se acababa la época de la prosperidad y se iniciaba la recesión. 

Fuentes:
- "El tren de la codicia", novela histórica de Elizabeth Ingunza Montero
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- "Objetivo: Palacio de Gobierno", General Felipe de la Barra








sábado, 9 de diciembre de 2017

LA TARDE QUE SE INCENDIÓ PALACIO

Era una tranquila tarde del domingo 3 de julio de 1921, apenas faltaban tres semanas para las celebraciones del Centenario de la Independencia del Perú.  El invierno en Lima estaba recrudeciendo; corría un viento frío y una pequeña garúa caía sobre la fina arenilla de la calzada. De la torre de la iglesia de los Desamparados se escuchaban tres toques de campanas; en las gradas de la Catedral de la Plaza de Armas, algunos mercachifles ofrecían sus productos y las floristas llamaban a los paseantes para ofrecerles sus hermosos arreglos florales; en los portales de la plaza, un grupo de jóvenes muy bien trajeados conversaban y reían animadamente. En el Jardín de Estrasburgo- aquél restaurante tan elegante y famoso ubicado en el Portal de Escribanos, en los bajos del antiguo Hotel Morin- se escuchaba el sonido de algún vals vienés tocado por la orquesta de las "damas vienesas", aquellas señoras de rostros sonrosados y alegres tan de moda por ese entonces.  

Aunque las condiciones no eran las mejores en el país y pese a que algunas personas cercanas al presidente le aconsejaron esperar unos años más hasta el Centenario de la Batalla de Ayacucho en 1924 para festejar, ese mismo año, el de la Independencia, éste se negó. Sin embargo, conforme se acercaba el día de las celebraciones las rencillas y enfrentamientos entre el Poder Ejecutivo y el Judicial; en la Cámara de Diputados y en la Universidad de San Marcos se iban dejando momentáneamente de lado. Por ese entonces, Lima también, poco a poco, se iba embelleciendo con la construcción de nuevos edificios -suntuosos y elegantes- de estilo europeo; se construían nuevas avenidas, se ampliaban plazas y se mejoraba el ornato; las calles también eran pavimentadas; en las fachadas de los edificios públicos se colocaban luces de color rojo y blancas para que por las noches lucieran bellamente iluminados. En diversos sectores se apuraban los trabajos para dejarlos listos para el día de las celebraciones. Muy lejos, en el Callao, los acorazados y buques iban llegando con las diversas delegaciones extranjeras invitadas para las celebraciones. 


Leguía se propuso en hacer del Centenario una celebración majestuosa que contara con la presencia de las principales potencias del mundo y que se realizara con toda la suntuosidad posible para consolidar su gobierno. Pero sus enemigos también lo sabían ...


Mientras tanto, esa misma tarde, en el antiguo Palacio de Gobierno, una maltrecha casona de dos pisos ya casi en estado vetusto; un centinela, rifle en mano, kepi hasta las cejas y gruesas botas, resguardaba la puerta principal. Al interior, en el jardín el aire frío movía la histórica higuera de Pizarro; por las grandes ventanas que daban al río entraba el fresco de la tarde. Más allá, hacia el lado de la calle Palacio, el Presidente Leguía, vestido con un elegante jacket negro, se encontraba en su despacho trabajando para ir adelantando algunos asuntos de la semana que se iniciaba pues habían muchas cosas que ver, pensar y resolver. Cientos de cartas y telegramas, uno encima del otro, esperaban sobre su escritorio a ser respondidos. Sin embargo, al llegar las tres de la tarde y cuando a su despacho llegaba el sonido de las tres campanadas de la iglesia de los Desamparados, el presidente dejó sus tareas, cogió su sombrero y guantes y salió acompañado de Teodosio Cabada, su fiel edecán, rumbo al Hipódromo de Santa Beatríz como lo hacía cada domingo, además, uno de sus caballos correría esa tarde. De pronto, a los pocos minutos de haberse retirado se escucha una fuerte explosión que detonó bajo el despacho presidencial destruyendo gran parte de ese espacio, rápidamente el fuego se propagó por los ambientes más cercanos. Las llamas destruyeron, además del despacho presidencial, la secretaria, el salón llamado de Castilla, el salón dorado, el gabinete del Consejo de Ministros; quedaron destruidos también los salones donde iban a tener lugar la recepción de las misiones especiales y las principales ceremonias y agasajos. Se perdieron cientos de documentos importantes, mobiliario, alfombras y algunas obras de arte entre ellas lienzos de Ignacio Merino y óleos de Teófilo Castillo como los de "La muerte de Pizarro" y "La sangre del Inca". Un retrato de Francisco Pizarro que tenía visos de ser auténtico, así como varios cuadros sobre los virreyes, retratos de "Agustín Gamarra" y "Felipe Santiago Salaverry". Justamente, las obras de Merino y las coloniales habían sido prestadas por el Museo de Historia Nacional años atrás, en la época del Presidente Billinghurst, con el fin de decorar, en 1913, el salón dorado del Palacio. La zona más afectada fue el ala derecha, la que daba a la calle Palacio; por suerte, el sector que daba a la calle Pescadería no se vio perjudicada.

Leguía en sus memorias tituladas Yo tirano, yo ladrón, afirma que se produjo una explosión en el sótano debajo del salón de Castilla, con el fin de asesinarlo.

Aunque algunos atribuyeron las causas del siniestro al cruce de los alambres conductores de fuerza eléctrica; otros dijeron que se debió a un descuido del personal de cocina. El punto de vista oficial fue que se trataba de un hecho intencional, llevado a cabo por manos criminales; lo cierto es que el Gobierno responsabilizó del siniestro a los civilistas y a su intención de arruinar el programa y deslucir la conmemoración del Centenario. El Presidente Leguía en un discurso ante el Congreso culpó a los "incendiarios criminales", aunque advirtiéndoles que no conseguirían sus fines. 

Sus asesores y los más allegados a su entorno le aconsejaron al Presidente realizar las actividades en otro lugar, pero él respondió: "¡aquí me quedo!". 

La mañana del lunes 4 de julio la ciudadanía despertó consternada por los hechos ocurridos, no faltaron los comentarios de todo tipo, se tejían toda clase de versiones con relación a las causas del siniestro. Muchos se hacían la misma pregunta: ¡Cómo se va a poder restaurar los salones, sobre todo, los salones donde se llevaría a cabo la recepción de los embajadores! Existía un desánimo general, era natural, nadie creía, en ese momento, que se pudiera hacer una rápida reconstrucción si solamente en lo que se refería a la decoración los trabajos iban a demorar varios días y hasta semanas. 



Por ese entonces, el ingeniero Enrique Mogrovejo, venía trabajando intensamente en algunas obras para dejarlas a punto para el día de la celebración del Centenario, se conocía de su extraordinaria rapidez y de su compromiso de trabajo; fue así que el Presidente Leguía no tardó en llamarlo el mismo día lunes para que se hiciera cargo de la reconstrucción del Palacio. La obra tenía que estar lista en veinte días. A las diez de la mañana el ingeniero Mogrovejo llegó a Palacio siendo recibido por el mismo Presidente, luego de algunas presentaciones de rigor, juntos recorrieron la zona siniestrada, el lugar había quedado en estado calamitoso. Era imposible dar un paso sobre los escombros sin estar en peligro de caer en una suerte de sótanos que tenía el edificio. En ciertos sectores los techos se convirtieron en una amenaza constante y seria, pues estaban a punto de caerse. Lo primero que había que hacer era retirar todos los escombros. Se contrató inmediatamente a cerca de cien hombres para iniciar los trabajos. Entusiasmo había. Se trabajó  todo el día lunes hasta altas horas de la noche incluso hasta la madrugada, a pesar de la poca iluminación existente; sin embargo, y pese a todos los inconvenientes, a las dos de la  mañana los escombros habían desaparecido y aparecía el lugar limpio para iniciar los trabajos en donde debía levantarse el nuevo edificio. 

Mientras se realizaban las obras, el Presidente se alojó en las instalaciones de la Prefectura de Lima, desde allí siguió despachando junto a algunos de sus ministros, tomó las disposiciones necesarias para que el Palacio pudiera estar habilitado a fin de mes. La opinión pública, poco a poco, iba recobrando el entusiasmo al ver el avance en las obras; en los corrillos de los portales, en las plazas y en los cafetines se sentía la confianza en que los trabajos se terminarían para recibir a las delegaciones en el salón de embajadores. 


Llega la tarde del miércoles 5 de julio, una tarde, por cierto, bastante fría y lluviosa; los maestros y operarios comenzaron a levantar los cartones y telares para la reconstrucción temporal del nuevo edificio. Así iban pasando los días y las noches; después de largas jornadas hasta el amanecer, los trabajos se terminaron para la fecha requerida. Hay que decir también, que el ingeniero Enrique Mogrovejo se rehusó a cobrar sus honorarios, sólo pidió que el Gobierno pagara la planilla de los obreros que trabajaron en la obra.


Y tal como lo quiso el Presidente Leguía, el 28 de julio de 1921, tres semanas después del incendio, en Palacio tenía lugar el "Baile del Centenario" en los salones construidos y decorados con diseños indígenas y españoles, en el mismo lugar del que había quedado destruido. Fueron tres días de celebraciones donde la población se dio una tregua, tras los sucesos que venían ocurriendo. Esa noche, los invitados y los representantes de veintinueve países, quedaron gratamente sorprendidos con la suntuosidad del lugar. Este episodio sirvió como punto de partida para iniciar la restauración total de la vieja casa de Pizarro. 

Fuentes:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Leguía la historia oculta, Vida y muerte del Presidente Augusto B. Leguía, Carlos Alzamora
- Revista Mundial, 1921


  
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