sábado, 11 de mayo de 2019

EL POETA TRIBUNO: JOSÉ GÁLVEZ

"Con viva emoción recupero este sitial, del cual fui despojado a partir del 5 de octubre de 1948, cuando resultó ocupado el local del Congreso por fuerzas policiales, manteniéndose así, pese a mis esfuerzos de todo orden en defensa de la majestad del Poder Legislativo". Este es parte del discurso que, con su claro timbre de voz, pronunció José Gálvez Barrenechea la vez que retornó al Senado de la República en 1956.
Años antes, el gobierno de don José Luis Bustamante y Rivero se debatía en una agobiante crisis política y económica. Eran meses tormentosos. El Apra, que había empujado su candidatura por el Frente Democrático Nacional, ya se había distanciado y es que Haya y Bustamante eran de temperamento diametralmente opuestos. El primero era efusivo, exuberante, autoritario, en tanto el Presidente era un hombre tranquilo, parco y "nada mandón". Una crisis politica que se agravó aun más tras la renuncia de los ministros apristas luego de ocurrido el crimen de Francisco Graña los primeros días de 1947. Odría, dos años antes, había sido ascendido a general de brigada y tras la renuncia del gabinete, Bustamante lo nombra Ministro de Gobierno. Mientras todo esto ocurría en el Congreso de la República, en las calles, el costo de vida se disparaba. Un paquetazo dejaba espantados a todos; los productos de primera necesidad empezaron a escasear y si había suerte de encontrarlos, costaban el "capricho de los especuladores" y sumado a todo esto, el petróleo gota a gota se iba acabando. Tiempo después, en la tarde del 27 de octubre de 1948 se recibe en Palacio una llamada telefónica; era una llamada que cambiaría el curso de la historia. Esa tarde para el Presidente Bustamante, ¡la suerte estaba echada! Odría, su ministro de Gobierno, encabezaba un levantamiento en Arequipa.

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Años después y tras ocho años de lo que se llamó el ochenio de Odría, al paso que marchaba el proceso electoral de 1956, los peruanos no tenían muchas opciones para escoger al candidato para las elecciones presidenciales. El Apra estaba proscrita; el Partido Comunista "apenas sí le permitían levantar la cabeza"; agonizaban el fascismo y el Partido Socialista; Héctor Boza y Carlos Miró Quesada Laos habían reunido las firmas para inscribirse sin embargo, el primero había presidido el Senado en las épocas de Odría y el segundo, había mostrado admiración por Mussolini; y la de Belaúnde titubeaba pues no lograba poder inscribirse. En medio de partidos políticos con sus lideres en el exilio; partidos agonizantes o aquellos como el Partido Restaurador que no podía disimular su "parentesco con la Tiranía" aparecía en escena el Movimiento Democrático Pradista que impulsaba la candidatura de don Manuel Prado Ugarteche que, desde su elegante departamento de la avenida Foch en París, empezaba a deshojar margaritas hasta que sus asesores, Manuel Cisneros Sánchez y Javier Ortíz de Zevallos, duchos en el "cubileteo político", terminaron por convencerlo. Esta vez, y con Prado como candidato, se podía ver alguna luz alumbrando las elecciones de 1956. Con Prado como Presidente de la República; José Gálvez, "el patricio de bien conocida vinculación aprista", presidiendo la Cámara de Senadores y Carlos Ledgard, la de Diputados, en el país se empezaba a respirar aromas de democracia. 
Aunque Gálvez consideraba que "mal negocio para poetas y gente de letras es la política, pero pese a ingratitudes e injusticias inevitables [..], acepté, muy a última hora, encabezar la lista independiente de todo compromiso, por habérseme invocado un sésamo mágico para mi espíritu [..]". José Gálvez, que superaba los setenta años, había sido elegido Senador con la más alta votación hasta entonces registrada. Sin embargo, cuando el Parlamento lo "consagró Presidente del Senado, ya lo acosaba lenta pero certeramente la enfermedad". Una y otra vez quiso sorprenderlo pero una y otra vez pudo derrotarla mas no alejarla, pero pudo más sus ganas de servir al pueblo y mientras aquella fría tarde del 27 de julio de 1956, el pueblo llenaba la Plaza del Congreso; cuando llenas estaban las veredas que conducían a la Casa de Pizarro pues era la ruta que seguiría el nuevo Presidente de la República desde su casona en la calle de la Amargura; en el Congreso se escuchaba un rotundo carpetazo que aprobaba el final de la Dictadura. Minutos más tarde Gálvez, vestido de frac y con las manos entrelazadas a la espalda; con su barba blanca y espesa, con sus viejos anteojos y su sonrisa bonachona esperaba la llegada del estuche que llevaba adentro, la banda presidencial. Mientras los ministros entraban al hemiciclo; con "un movimiento marcial", un general le entregaba a José Gálvez y ante un inacabable aplauso, el esperado estuche. Pero el poder no podía quedar vacante fue así que Gálvez se colocó la banda presidencial sobre su pecho mientras esperaba la llegada de un elegante Manuel Prado. Meses después, se apagaría la voz del poeta tribuno, esa voz que, como escribió Luis Jaime Cisneros, "nos confunde con el perdido olor a jazmines de las casas antiguas [..]".
Fuentes:
- José Gálvez, Luis Jaime Cisneros
- Los apachurrantes años 50', Guillermo Thorndike
- Historia del Poder en el Perú, Domingo Tamariz Lúcar

MANUEL ATANASIO FUENTES

"Se ha querido escribir mi vida, desde el momento en que nací [..]" había escrito en su sabrosa "Biografía del Murciélago" el mismo Manuel Atanasio Fuentes que cuenta que sus padres fueron casados, ambos eran solteros cuando se casaron y no habían hecho votos religiosos, ni tampoco tenían impedimentos. Sus abuelos eran españoles y no fueron ni marineros ni pulperos y sus hijos no fueron nunca ni "comerciantes quebrados, ni azotados por manos del verdugo, ambulantes o charlatanes". En toda su parentela no hubo un conde ni un noble pero sí gente honrada y de honrosas profesiones. Manuel Atanasio Fuentes, hijo del médico Francisco Fuentes y de Andrea Delgado nació en el Perú, estudió en el Perú y murió en el Perú. Nació temprano, a las siete y un poco más de la mañana de un frío día de inicios de mayo de un año antes de la independencia del Perú. Estudió en el Perú, claro, en el Convictorio de San Carlos o también llamado Carolino y era 1836 cuando inició a estudiar Filosofía y Derecho en las mismas épocas en que se escuchaba una marcha vibrante y entusiasta a la que llamaban La Salaverrina. A la muerte de su padre en 1837, fue becado y apadrinado nada menos que por una eminencia como Cayetano Heredia quien se lo llevó a estudiar medicina en el Colegio de la Independencia pero dicen que la guerra de la Confederación Perú-Boliviana paralizó sus estudios. No terminó la carrera pero la ejerció de manera clandestina pero esto no fue problema para crear en el país, aunque no lo crean, la carrera de Medicina Legal. Dicen que por esos tiempos y para no estar de brazos cruzados, empezó a hacer periodismo al puro estilo del que le gustaba: el satírico el mismo género del de su novela preferida, Gargantúa y Pantagruel escrita por el francés François Rabelais. No concluyó la carrera de Medicina pero como Jurista, Manuel Atanasio Fuentes, fue en la década del 1870, uno de los cuarenta y nueve abogados expeditos en Lima para litigar. Era un abogado de éxito y aunque la sátira era lo suyo, fue juez de Primera Instancia en la soleada Huánuco y ejerció la Fiscalía en la Corte Suprema y cuando no hacía de juez ni de fiscal colocaba su aviso en El Comercio en el que mandaba decir que ponía "a disposición de las personas que quisieran ocuparlo para la defensa de sus pleitos". Pleitos fue lo que se ganó por ese estilo "extremadamente cáustico" por el que también fue perseguido y deportado.
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Hay en Manuel Atanasio Fuentes un pesimismo constante, menciona Basadre, y esto porque decía que "es un remedio morir para no avergonzarse de ser peruano". Fuentes ha sido uno de los escritores más prolíficos del país y, aunque era bastante pesimista, editó una gran cantidad de libros, revistas y reeditó artículos del primer 'Mercurio Peruano' y no sólo en su país pues también lo hizo en Chile y Francia. Pesimista pero curiosamente escribió en 'La Broma' al lado de Ricardo Palma. Sin embargo, se había iniciado muy joven en el 'Busca Pique' justamente en las épocas de la guerra de la Confederación; colaboró luego en el semanario satírico 'El Heraldo' además en 'El Mercurio'. La sátira que nunca lo abandonó lo hizo famoso por el seudónimo de El Murciélago, título a la vez de un periódico íntegramente escrito por él y editado entre 1855 y 1884 aunque no de manera continua y en 1866 imprimió tres volúmenes que contienen una colección de artículos satíricos bajo el título de Aletazos de Murciélago. El mismo El Murciélago que llegó a ser director de El Peruano hacia 1868 en los tiempos de Balta. Pero Fuentes era abogado y como tal, con un vocabulario jurídico, publicó el 'Juicio de Trigamia' y el poema burlesco 'El Villarancidio'; pero lo más agudo que publicó fue el 'Catecismo del pueblo', áspero como era iba contra la democracia y los vicios nacionales. Pero su libro 'Lima' es, realmente pintoresco y ameno a pesar que Luis Alberto Sánchez mencione que por su estilo, "expresivamente llano y narrativo", carece de elegancia.
A Fuentes no le gustaba Piérola. Era su enemigo. Lo atacó duramente en los tiempos de la ocupación chilena de Lima en 1881; tiempos en los que tuvo que exiliarse; y es que tanto como la sátira, le gustaba el pleito pues lanzó sus dardos contra el General Iglesias a causa de la firma del Contrato Grace.
Manuel Atanasio Fuentes fue fiscal y esa fue su última profesión y fue "un acierto". Y como nació en el Perú también se murió en el Perú, en Barranco, en un día de verano de 1889.
Fuentes:
- Lima, Manuel Atanasio Fuentes/Prólogo de Franklin Pease
- El Comercio: Los aletazos de El Murciélago
- La literatura peruana, Luis Alberto Sánchez

VALDELOMAR

"Es el hombre más original y complejo; más raro y sencillo; más paradojal e inteligente". Pedro Abraham Valdelomar Pinto nació un día como hoy del año 1888 en el tranquilo puerto de Pisco; aquel puerto con su inmenso mar y su caleta dormida, la caleta de San Andrés; con sus acequias, sus sauces, sus palmeras y sus chozas humildes como humilde y sencilla era su iglesia que dejaba escuchar el repiquetear de sus ligeras campanas. Nació cuando muy lejos de allí, en Barranco, el maestro Manuel González Prada escribía su famoso discurso aquél de "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra". Valdelomar, de cabellos negros y ensortijados, de mirada irónica, ojos negros, rasgados y reilones, "es una paradoja con anteojos encintados y cuello Chateaubriand". Valdelomar, que empleó el seudónimo de "Conde de Lemos", era un Colónida. Colónida fue una corta aventura que inició en el amanecer de 1916; Colónida fue un "grito de audaz rebeldía"; una revista donde se combate con dureza a los "viejos y adefesieros paladines". Fue dibujante y caricaturista; carrera que comenzó junto al gran Julio Málaga Grenet. Cuatro años fueron en los que llenó de dibujos de rasgos escuetos y simples, a tinta china, todos los periódicos de la época; y en Monos y Monadas en que figuraba ya Leonidas Yerovi. Pero la caricatura la dejó violentamente para dedicarse a las letras y por las letras y el periodismo dejó los viejos claustros de Letras de San Marcos donde, según algunas voces, no era un buen estudiante. Fue secretario de don José de la Riva Agüero y fue el periodismo el que lo llevó hacia el año doce a ser parte de la campaña política que llevará a Billinghurst a la presidencia luego que compitiera junto a un encopetado civilista como lo era don Ántero Aspíllaga. Aquella fue una famosa campaña, la de "Pan Grande", la misma campaña que el diario La Crónica denominó entre el "champagne o la cerveza".

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Valdelomar con su pluma ataca y exalta, llora y canta. Su pluma vibra. Su pluma y su obra fue breve e intensa como lo fue también su vida. Nadie al verlo pasar por el viejo jirón saliendo de La Prensa camino al Palais Concert vestido de manera extravagante con sus escarpines, la chaqueta gris, larga y entallada llevando en el ojal una magnolia y en cuyo índice derecho relucía un "insolente y malagorero ópalo"; nadie pensaba, ni aquellos que sorprendidos lo miraban y admiraban enarbolando en el antebrazo izquierdo un grueso bastón de malaca, que tras ese aspecto de "gomoso" y elegante, se escondía uno los espíritus más intensos del movimiento literario del Perú.
Hacia el año quince Abraham Valdelomar se convierte en el "hombre del monóculo". El "hombre del monóculo" que "asusta al burgués", con sus quevedos de carey adornados con flotantes cintas negras o blancas. Escribe todos los días tres o cuatro columnas a las que llamó Fuegos Fatuos o la tan famosa sección Palabras en el diario de Baquíjano. Lo acusaron de ser imitador de Wilde y D'Annunzio. Sus poses eran un desafío en esa Lima pacata y dormida. La pose en Abraham Valdelomar era una característica. Difícil era diferenciar cuándo en él había un gesto fingido de otro sincero. "Los gestos dudan de mi sinceridad. ¿Por qué? Si yo no fuera sincero ¿podría ser artista? Soy sincero, y la sinceridad mana de mi corazón [..]". Y sinceramente también amaba Barranco.

- ¿Qué le gusta más de Barranco?
- El rincón azul de los jacarandás; las avenidas sobre el mar, las noches de luna sin la profanación del voltio y del amperio; sus calles arboladas; la palmera que se abanica en el parque [..].
- ¿Escribe usted algo en Barranco?
- Versos. Versos. Versos. Lindos versos......
- ¿Cuál es su autor favorito?
- Depende de las estaciones. En invierno me gustan las misteriosas tragedias de Maeterlinck. En otoño leo a Kempis, porque Kempis es otoñal. En primavera, en los días luminosos que aun no tienen calor procaz del estilo, me gusta Pitágoras. Pitágoras es abstracto y diáfano [..]. En verano leo a Rudyard Kipling. ¡Kipling!

El cuento de "El Caballero Carmelo", es posible que lo empezara a escribir en Lima mucho antes de embarcarse, a inicios de 1913, a Roma para luego presentarlo en un concurso literario convocado por el diario La Nación de Lima. Se presentó bajo el seudónimo de "Paracas". El jurado estuvo integrado por el historiador Carlos Wiesse Portocarrero, Emilio Gutiérrez de Quintanilla y el poeta Enrique Bustamante y Ballivián, director del diario y amigo de Valdelomar.
Así era Abraham Valdelomar, al que no le importaba decir que "si para llamar la atención tuviera que salir vestido de amarillo, lo haría sin titubear. ¿O creen que un zambo como yo atraería de otra manera la atención?" Amaba ser visto, oído, admirado pero también amaba ser odiado. No resistió este "niño terrible que se nos fue terrible y niño", la indiferencia ni el silencio.
Fuentes:
- Valdelomar y la Belle Epóque, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar, su tiempo y su obra, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar, Víctor M. Pacheco Cabezudo
- Valdelomar por él mismo/Editor: Ricardo Silva-Santisteban

PERIODISTA DE PERIODISTAS: ALBERTO ULLOA CISNEROS

Había nacido en Lima un día de mayo de 1862 cuando Miguel San Román en los próximos meses recibiría la banda presidencial. Su padre fue el eminente médico y escritor Casimiro Ulloa y su madre, doña Catalina Cisneros. Su tío era Luis Benjamín Cisneros, "la voz poética mejor lograda del romanticismo". Estudió en pleno conflicto con Chile en la Facultad de Letras de San Marcos; conflicto en el que Alberto Ulloa Cisneros, con menos de veinte años, participó como oficial junto a quien años después sería su más férreo adversario político: Augusto B. Leguía. Al término de la guerra Ulloa se dedica a la compra y venta de vinos y aguardientes. Son años, como lo cuenta José Gálvez en "Una Lima que se va", en que se vivía mal y reinaban el escepticismo y la tristeza. Podía caminarse cuadras y cuadras en las noches silentes, "sin que se escuchara la música de un piano". Ardiente partidario pierolista, Alberto Ulloa fue director de El Tiempo, diario fundado en 1895 por Manuel Antonio Hoyos en tiempos en que gobernaba "El Califa". Pero en 1905 desaparece El Tiempo para mejorar La Prensa fundada por Pedro de Osma dos años antes. La escritura que suscriben Pedro de Osma y Alberto Ulloa señalaba que iba a ser "una publicación con carácter de absoluta independencia" pero el corazón de La Prensa era pierolista y eso no lo podían disimular. Su hijo Alberto Ulloa Sotomayor decía que su padre "era un periodista que carecía de capital, Osma era un capitalista que carecía de un escritor para La Prensa".

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Periodista de periodistas, Alberto Ulloa Cisneros, era el más animoso para que se construyera el edificio de la calle Baquíjano; además, adquiere por primera vez en el Perú una rotativa. Ulloa trae un nuevo concepto de periodismo. Reúne en torno suyo a un animado grupo de brillantes periodistas y escritores que le dan dinamismo al debate político. Ulloa hace periodismo político, periodismo doctrinario, periodismo apasionado y apasionante. Enrique Chirinos menciona que La Prensa "no tiene compromisos políticos", pero interpreta y escucha la voz del pueblo. Siente como propias las causas de Piérola y del Partido Demócrata. Ulloa, desde su despacho de director, dispara a diestra y siniestra la artillería pesada; Leonidas Yerovi, maneja la crónica rimada y picaresca. Luis Fernán Cisneros "opera la quinta columna" y las columnas de José María de la Jara eran de "tono tribunicio". Ulloa era implacable. Conoce la realidad del país, su historia y su geografía, sus problemas económicos, sus virtudes y sus miserias. Su prosa era demoledora. Solemne. Una verdadera prosa, una prosa sarcástica y agresiva. Una prosa "con la pasión de la verdad que llega a la crudeza".
Pero Alberto Ulloa desde sus enérgicos editoriales atacaba al civilismo. Ataca a los gobiernos de José Pardo y de Augusto B. Leguía. Fue Ulloa quien dio a La Prensa nivel de primera línea. Un tiempo se distancia de "El Califa" pero los acerca el infortunio cuando ni el propio Nicolás de Piérola ni Ulloa tomaron parte ni tuvieron conocimiento del asalto a palacio el 29 de mayo de 1909. Como se sabe, un grupo de demócratas encabezado por Carlos de Piérola, hermano de don Nicolás, y los hijos de éste Isaías y Amadeo, asaltó la vieja Casa de Pizarro, capturó al Presidente Leguía y quiso obligarlo a firmar su renuncia. La revuelta fracasó y los pierolistas huyeron. Según Basadre, esta revuelta fue "la más audaz que registra la historia del Perú desde el día en que los 'caballeros de la capa' asesinaron a Francisco Pizarro". Esa misma noche el local de La Prensa fue atacado por la policía y Ulloa junto a otros opositores, fueron apresados y llevados a la Intendencia. Un año después cuando recupera la libertad y la dirección del diario, Ulloa prosigue, con su "imperturbable y temeraria valentía", sus ataques contra el régimen leguiísta.
Raúl Porras Barrenechea ha dicho que "González Vigil y Toribio Pacheco encarnan los dos mejores instantes del periodismo peruano". A esos nombres, hay que añadir el de Alberto Ulloa "el que llevó su brío, su talento y su firmeza". Hacia el año quince, Ulloa vende a don Augusto Durand sus acciones de La Prensa. Por esas épocas incursiona esporádicamente en el periodismo, pero interviene todavía en la política desde su curul en la Cámara de Diputados, la curul en la que fue electo en 1913. Alberto Ulloa Cisneros, que había sido el fundador y primer jefe del Archivo de Límites a fines del siglo XIX, falleció a los cincuentisiete años un día de febrero de 1919. Días antes, Augusto B. Leguía, candidato presidencial, visitó a su tenaz opositor.
Fuentes:
- Tres periodistas: Ulloa - Cisneros - Beltrán, Enrique Chirinos Soto
- Historia de la prensa peruana 1594-1990, J. Gargurevich
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre

domingo, 13 de enero de 2019

LOS INICIOS DE LA EDITORIAL MINERVA



Fue fundada en Lima el último día del mes de octubre de 1925, en los tiempos en que desde la estación OAX, transmitían algunas piezas de música o se escuchaba la voz sonora de los primeros locutores: Juan Fernández Stoll y Rosa Hernando; la misma Lima, pequeña y pacata, que al poeta francés Paul Morand, le hicieron creer "que la Universidad estaba sovietizada y que el rector, un auténtico maestro, era un líder comunista". Ocurrió que cuando José Carlos Mariátegui, por entonces de treintaiun años, se encontraba en delicado estado de salud luego que le fuera amputada la pierna en el antiguo Hospital Italiano; en medio de su tristeza y desaliento, "comprometió a su hermano Julio César, a trasladar su pequeña imprenta de Huaral a Lima" con el fin de poder cumplir su proyecto editorial; el proyecto de fundar la "Editorial, Imprenta y Librería Minerva". Uno de los que lo acompañó desde sus inicios fue el escritor y poeta Manuel Beltroy Vera. Quizá aquella fue la misma imprenta que se adquirió en Italia; la misma con la que se imprimieron los libros más destacados de la "vanguardia y del indigenismo". En esa misma época fueron publicadas muchas revistas pero pocos diarios nuevos; diarios que intentaban sobrevivir sin comprometer su línea editorial al gobierno. Los intelectuales de entonces, los que no simpatizaban con Leguía, debieron buscar refugio en las revistas culturales como el semanario La Perricholi editado por Ezequiel Balarezo quien, dos años después, editó La Noche, aquel diario de prosa fina y elegante, que salía a venderse apenas se encendían las primeras luces de la noche.
José Carlos Mariátegui era de baja estatura, de ojos penetrantes y cara de "artista y visionario". De vocabulario escogido, su hablar era preciso. Era incapaz de ofender a nadie. A su regreso de Europa, fija su residencia en la calle Washington, cerca al aristocrático Paseo Colón. Se levantaba temprano, a las siete; luego del desayuno, se ponía a trabajar sin detenerse desde las ocho hasta la una, siempre acompañado de sus libros que andaban desparramados, sin estar desordenados, por cada uno de los rincones de la casa. "Como los gatos, buscaba el calor". Unas veces trabajaba en el comedor; cuando la luz del sol lo acompañaba; en su escritorio y no pocas veces, al aire libre, en el patio interior. Allí, arrellanado en su chaise-longue, recibía en el "rincón rojo", a sus amigos y camaradas con sencillez, "dictando cátedra, sin proponérselo, acerca de los problemas sociales y políticos [..]".

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Una fría noche de inicios de junio de 1927, miembros de la editora Claridad fueron sorprendidos por la policía mientras llevaban a cabo una reunión a la que habían citado a los distintos periódicos. Esa misma noche apresaron en su domicilio a los más conocidos y activos militantes de las organizaciones obreras además de algunos intelectuales y universitarios; todos, según la información de los diarios oficiales, habían sido detenidos al habérseles encontrado en una reunión considerada para ellos "clandestina". Sin embargo, la batida iba dirigida contra los obreros, contra la campaña anti imperialista, contra el APRA y la revista Amauta, fundada un año antes. El Ministro de Gobierno de ese entonces, el robusto Celestino Manchego Muñoz, un antiguo simpatizante del fallecido general Andrés A. Cáceres, afirmó, sin temor a equivocarse, que se había descubierto "nada menos que un complot comunista". El Comercio, órgano del Partido Civil, bajo la dirección de Antonio Miró Quesada, diario que había sido "reducido al silencio" desde los primeros años del régimen leguiísta, aprueba desde sus editoriales, esta represión mientras que a la mayor parte del público ésta "le parece grotesca"; la misma represión que lleva a la clausura de Amauta y al cierre de los talleres de la Editorial Minerva, ubicados en la desaparecida calle de Sagástegui. Dadas sus condiciones de salud, José Carlos Mariátegui, fue llevado al Hospital Militar de San Bartolomé; "prisión mía en el Hospital Militar donde permanecí seis días, al cabo de los cuales se me devolvió a mi domicilio con la notificación de que quedaba bajo la vigilancia de la policía". Apresaron a más de cuarenta ciudadanos, entre escritores, intelectuales y obreros; todos ellos fueron trasladados a la inhóspita isla San Lorenzo; mientras que otro grupo, fue recluido en los oscuros calabozos de la policía; en tanto que dos poetas fueron deportados a La Habana.

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"La Escena Contemporánea" fue el primer libro cuidadosamente corregido y elegantemente impreso por la Editorial Minerva, se trataba de una colección de ensayos y artículos escritos por José Carlos Mariátegui para diferentes revistas; pero además, salieron a la venta títulos como "El Nuevo Absoluto", ensayo escrito por el filósofo cajamarquino Mariano Iberico Rodríguez; "La aldea encantada" del que fue uno de sus mejores amigo: Abraham Valdelomar. "Lenin y el campesino ruso" de Máximo Gorki, el prosador predilecto de José Carlos Mariátegui. Don Manuel Beltroy tradujo el libro "Bubu de Montparnasse"; un bonito volumen ilustrado por Dunoyer de Segonzac y cuyo autor era el novelista francés Charles-Louis Philippe; "Kyra Kyralina" del misterioso autor rumano que escribía en francés, Panait Istrati y claro está, "7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana".
"La Escena Contemporánea" en 1925 y los "Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana" en 1928, fueron los dos volúmenes escritos que dejó José Carlos Mariátegui. La viuda de Mariátegui, la señora Anna Chiappe, en una entrevista realizada en 1936 por el periodista de tendencia comunista, Jorge Falcón, le comentó: "Usted no se imagina cómo trabajó Mariátegui para terminar sus "7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana", que, como él decía, no eran más que los primeros ensayos. ¡Con qué interés, con cuánto fervor se ponía a la máquina a escribirlos, y qué satisfacción al terminarlos!"
Fuentes:
- 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, José Carlos Mariátegui 
- José Carlos Mariátegui y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea 
- Pensamiento y Acción en González Prada, Mariátegui y Haya de la Torre, Eugenio Chang Rodríguez 
- Introducción a la historia de los medios de comunicación en el Perú, Juan Gargurevich 
- Historia de la prensa peruana 1594-1990, J. Gargurevich 

- Revista Mundial, 1925
- Antología de Lima, Raúl Porras Barrenechea

domingo, 6 de enero de 2019

AL MAESTRO GONZÁLEZ PRADA

El viajero francés Max Radiguet describe cómo era la Lima de 1844, el mismo año en que un día como hoy, nació el maestro Manuel González Prada. La Lima que Radiguet conoció era "un mundo aparte por su civilización refinada y elegante", y los limeños eran "los parisienses de la América del Sur". Aquella era una Lima que aún vivía asfixiada por las gruesas murallas; la de los soberbios templos que con el vibrar de sus pesadas campanas de toques desordenados y salvajes pero a la vez encantadores, llamaban a los fieles a los oficios.
Don José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, conocido como Manuel González Prada; era arrogante, gallardo y también pretencioso pues aunque era miope renegaba para ponerse los anteojos y era porque no quería perder el porte y la gallardía que lo caracterizaban. "Él era un griego; un griego extraviado entre zambos", decía Federico More. Su cabello era blanco e iluminado por algunas luces de plata. Bajo las cejas blancas y densas, su mirada era penetrante y azul, de un azul de agua; sus labios eran "varoniles y suaves"; un bigote blanco y sedoso le daba un aire solemne y a la vez dulce como dulce y bondadosa era su sonrisa. Era temido por algunos por sus escritos violentos pero en casa era otra persona. Era amoroso con su esposa Adriana y con Alfredo, su buenmozo hijo. Era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Había nacido cuando "los presidentes se turnaban desde hacía tres años"; era en esos momentos don Manuel Ignacio de Vivanco, general apuesto y rico; elegante y académico, quien ocupaba el sillón de Pizarro. La familia de Prada era muy religiosa. Comenzó a estudiar en un colegio privado en Lima pero, al poco tiempo su padre fue desterrado, estudiando luego en el Colegio Inglés de Valparaíso, donde "comenzó a sentirse ajeno a los suyos". Luego de unos años y ya de regreso en Lima, hacia 1855, fue internado en el Seminario de Santo Toribio, allí empezó a sentir el "aguijón de otras ideas" y es que lo que le decía su corazón no iba al ritmo de aquel ambiente del que escapó sin que sus padres lo supieran para trasladarse al San Carlos. Las ideas católicas no iban con él pues Prada era un rebelde librepensador. "Mientras mis hermanas hacían el rosario, yo devoraba libros opuestos o reñidos con la aspiración de subsistir en los cielos". En el San Carlos estudió varios años Jurisprudencia, y quizá habría llegado a recibirse de abogado de no haberse encontrado con un Derecho Romano que lo aterró y le hizo dejar trunca la carrera. Más tarde se estableció en Tutumo, en una de las propiedades familiares ubicada en el valle de Mala, en Cañete, al sur de Lima. Allí se dedicó por entero a la agricultura donde criaba gusanos de seda sin dejar al mismo tiempo de leer a Quevedo, uno de los escritores que más lo recreaban; a Cervantes o al Inca Garcilaso de la Vega. Leía mucho y sobre todo tipo de tema incluso, libros sobre espiritismo; el libro era su compañero en el campo y los peones de la chacra, una tarde lo dejaron estupefacto al preguntarle: "¿por qué reza usted tanto?" Sentía que para él la suerte estaba echada pues lo que le tocaba era ser un escritor y un escritor de lucha. No recordaba cuándo publicó su primer artículo. Sólo recordaba que había roto muchos originales; "cuando publiqué por primera vez ya había escrito mucho".

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La Lima que conoció González Prada era "una ciudad atormentada y empobrecida por treinta años de lucha anárquica" pero era al mismo tiempo, la de la colorida Catedral la que había sido pintada de varios colores donde predominaban los tonos rosas y verdes; el azul y el cálido amarillo; el mismo amarillo ocre como estaba pintado el Caserón de los Caudillos. Eran las épocas en que los vendedores de loterías pregonaban la suerte mientras que los hombres, con el puro o el cigarrillo en la boca, se regocijaban fumando en calma. Conoció la Lima donde desapareció la calma y la guerra dejó la huella de los escombros en Miraflores y Chorrillos allí mismo donde González Prada asiste como teniente coronel de reserva. Esa misma guerra que lo amarga y lo encierra para no presenciar la entrada del enemigo y sale a la calle cuando ese enemigo se va; la guerra "lo convierte en un prosador violento y en un orador metafórico", pero con la voz de otro pues la voz de Prada, era casi como un susurro al oído.
Prada admiraba en José Pardo y Lavalle "la tenacidad, la inventiva y el corte moderno de sus negocios" pero también fue enemigo del partido que había fundado: el Partido Civil, que para él era "el arte de comer en todas las mesas y meter la mano en todos los sacos". Fue Prada, según Porras Barrenechea, el precursor del socialismo y porque "es bello el socialismo, lo amó fervientemente"; el que con encono llamaba a los gobernantes de turno: "repartidores de butifarra"; y a los parlamentarios: "enorme parásito que succiona los jugos vitales de la nación". Pero su enemistad iba en contra del catolicismo y los frailes, contra la tradición y el pasado. Prada creía en un Dios "pero la verdad es que hay días en que dudo y días ...... pero generalmente no creo", decía.
"Piérdame temor. No tengo nada de ogro", le dijo al poeta y periodista Guillermo Luna Cartland cuando lo entrevistó para la revista Mundo Limeño en 1917. El autor de Pájinas Libres, Exóticas o Bajo el Oprobio no era amante de las entrevistas; era enemigo de los retratos a los que solía llamar "baratijas inútiles": "Mi casa no puede ofrecer el menor interés. Hace treinta años que pago por ella arriendo a la Sociedad de Beneficencia". No le gustaban las jerarquías ni tampoco las solemnidades ni tener que dar órdenes. Cuando en 1912 fue Director de la Biblioteca Nacional, se sentía muy solo en la gran sala de Dirección donde tenía timbres para llamar a los empleados; ese sistema lo enfermaba. Un buen día clausuró la Dirección, puso una mesa en uno de los salones y se instaló allí en medio de los empleados.
Fuentes:
- Manuel González Prada y Barranco, M. Gonzalo Bulnes Mallea 
- Antología de Lima, Raúl Porras Barrenechea 
- Elogio de don Manuel González Prada/Mito y realidad de González Prada, Luis Alberto Sánchez 
- Pensamiento y Acción en González Prada, Mariátegui y Haya de la Torre, Eugenio Chang-Rodríguez

domingo, 5 de agosto de 2018

EL ARQUITECTO DE CORNELL

Fue generoso y fue mordaz. Fue un gran profesor y fue un gran arquitecto. Rafael Marquina y Bueno nació en Lima en un soleado mes de febrero de 1884. Era Lima por entonces, una ciudad triste. Atrás habían quedado las grandes fiestas y las suntuosas tertulias. Fue hijo del capitán de navío José Marquina y Dávila Condemarín y de Isabel Bueno y Ortíz de Zevallos. Hacia el año 1897 inició sus estudios en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe. Eran otros tiempos, la ciudad y el país se iba transformando, las costumbres iban cambiando. Los colegios, aunque lentamente, iban dejando los métodos de la palmeta, los calabozos y la constante lucha entre maestros y estudiantes o la lucha entre colegio y colegio. Todo comenzó a transformarse. Se trazaron la avenida Piérola y el Paseo Colón. Lima era romántica gentil y picaresca. En 1902 Marquina viajó a los Estados Unidos y dos años después, inició -como él siempre lo decía, gracias a la generosidad de su hermano Luis Guillermo- sus estudios en la Universidad de Cornell, situada en el Estado de Nueva York, en lo alto de una colina de verdes prados y edificios de estilo tudor o renacentista; góticos y neoclásicos, rodeados de grandes bosques y pequeñas y bulliciosas cataratas.

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Rafael Marquina regresó al Perú en 1909. Por ese entonces, Lima seguía siendo una pequeña gran aldea. Una aldea de calles polvorientas. Eran los años en que cualquier suceso que cambiara la rutina provocaba oleajes. Bastaba que un pequeño grupo de personas resolviera hacer una revolución, como la del 29 de mayo, se apoderara del Palacio de Gobierno y del Presidente de la República. Ese año recibió el encargo de tomar la posta en el proyecto del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe iniciado por el arquitecto Maximiliano Doig. Dos años después inicia, por encargo especial de The Peruvian Corporation Ltd., la antigua empresa inglesa que administraba el Ferrocarril Central, el proyecto de la Estación de Desamparados. Este es, quizás, uno de sus más bonitos proyectos. Un edificio cálido un edificio silencioso. Un edificio lleno de luz lleno de sombras y es que Marquina le diseñó dos hermosas farolas de estilo Art Nouveau, dos farolas por donde ingresan los rayos del sol y el sol cae sobre el andén desde donde se escucha el correr de las aguas a veces tormentosas a veces silenciosas del río Rímac y bordeando el Rímac, más arriba, en Chosica, diseñó la solariega casona Fari rodeada por añosos sauces y esbeltos eucaliptos como los eucaliptos que rodean el Cementerio General de Jauja diseño también de Marquina en el mismo año once. Y no en el once, ni en el doce, sino, en el catorce, asume la jefatura de Obras Públicas en la Beneficencia Pública de Lima. Fue en este periodo que le encargan el Hospital Arzobispo Loayza. Este edificio albergó a los pacientes del viejo y virreinal Hospital de Santa Ana en los Barrios Altos.

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Hacia el año 1928 fue Catedrático de la Escuela de ingenieros. Marquina enseñaba el curso de Arquitectura de la Habitación, que consistía en diseñar casas para las altas clases sociales algo que contrastaba con su labor, como arquitecto de la Beneficencia Pública de Lima, donde se encargaba del diseño de centenares de casas para los obreros. Eran entretenidas sus clases, eran entretenidos los cafés en su compañía y es que siempre contaba sus "chistes de café". Sus chistes eran contados con arte y al ser creada, años antes, durante el gobierno del Presidente José Pardo, la Escuela de Bellas Artes, en la primavera de 1918, Marquina ocupó una plaza como docente. Fue así que a él lo consideran como uno de los fundadores de la Escuela.
Pasó el tiempo y con el tiempo y, aunque Lima siempre era gris, las calles del viejo jirón lucían sus coloridas y atractivas vitrinas y olorosas eran las vitrinas de La Botica Francesa y atrayentes las bebidas de la fuente de sodas de Leonard. En el diecisiete, Rafael Marquina, planteó el diseño del Puericultorio Pérez Aranibar, por esas épocas en las afueras de la ciudad. Luego de muchos años y después de algunas modificaciones se inauguró en el año 1930. Lima por aquellos años se engalanaba con sus nuevos edificios de estilo europeo, sus grandes avenidas y sus bonitas plazas. Unos años después, fue que Jesús María se engalanó con la construcción de la casa de don Francisco Graña Reyes. La casa resalta por su elegante portada y su poético balcón de madera que era sombreado por un frondoso árbol de pesado y añoso tronco. Y cómo poder olvidar del Hotel Bolívar inaugurado en 1924 con motivo de las celebraciones del Centenario de la Batalla de Ayacucho y también dos años después comienza la construcción de los Portales Pumacahua y Zela en la que, por esos años, era una cosmopolita Plaza San Martín.
Marquina, Sahut, Bianchi o mi abuelo, vieron con sus propios ojos como Lima se iba transformando e iba dejando de ser una pequeña gran aldea. Marquina fue ganador de varios premios y de la Condecoración de la Orden del Sol. Falleció en el otoño de 1964. Se fue cuando, unos meses antes, había cumplido los ochenta años.
Fuentes:
- Revista El Arquitecto Peruano
- Una Lima que se va, José Gálvez
- Valdelomar y la Belle Époque, Luis Alberto Sánchez
- 100 años formando arquitectos en el Perú, Universidad Nacional de Ingeniería