domingo, 16 de abril de 2017

UN ARTÍCULO DE FEDERICO MORE (Caretas 1951)

EN LIMA TENEMOS MONUMENTOS PERO NOS FALTAN Y SOBRAN MUCHOS MONUMENTOS

"No hay duda de que admiramos a los extranjeros tanto como despreciamos a los nacionales. En la Lima Grande tenemos treinta y cinco monumentos, de ellos, once son de extranjeros: San Martín en Barranco, San Martín en Lima y San Martín en El Callao; Bolívar, Sucre, Sarmiento, Petit Thouars, Washington, Hidalgo, Raymondi, Fermín Tangüis y Cervantes. Los puramente decorativos son: el Ángel del Cementerio, la Virgen del Morro Solar en Chorrillos, la Fuente China y el monumento belga. Monumentos nacionales son: la columna rostral del Dos de Mayo, el monumento a Bolognesi, el de Grau en Lima, el de Grau en El Callao, el de Cáceres, el de Castilla, el de Manuel Candamo, el de Jorge Chávez, el de doña Juana Alarco de Dammert, el de José Olaya en Chorrillos, el de Bartolomé Herrera y el de Sebastián Lorente".

"Casi todos estos monumentos son obras de extranjeros y todos, por una y otra razón, son lamentables. En el monumento a Bolognesi* en Lima, el héroe parece borracho. Esto ya lo observó Manuel González Prada, hombre de pasiones deplorables y pésimo político, pero artista infalible. En el mismo monumento, Alfonso Ugarte está bajo el caballo. Ni Bolognesi ni Ugarte aparecen con la gallardía que la historia les reconoce. El monumento a Pizarro y el de Manco Cápac deben ser considerados peruanos. Pero el fundador de Lima aparece con una espada sin vaina y el caballo tiene una montura sin cincha. La indumentaria de Manco Cápac carece de inexactitud. Además, no tenemos iconografías ni de Manco Cápac ni de Pizarro y no sería muy atrevido afirmar que Manco Cápac es un personaje mitológico. En el monumento que Grau tiene en Lima, el Almirante aparece con botas, que es como si a Cáceres - el Grau de tierra - le hubieran puesto gorra de marinero. El Gran Mariscal Castilla, el que abolió la esclavitud, tiene una pobre estatua en una pobre plazuela de diez metros cuadrados. Don Manuel Candamo, uno de nuestros más grandes políticos, no cuenta sino con una insignificante estatuilla que se esconde en el Parque de los Garfios, José Olaya, el correo heroico de los libertadores, apenas ha merecido un busto en Chorrillos. No negamos que los extranjeros a quienes hemos monumentizado en Lima merecen esos monumentos. Pero no hasta el punto de que nos olvidemos de los nuestros. Don Nicolás de Piérola, el insigne estadista, cuenta, al final de la avenida Brasil, en Magdalena del Mar, con un bustillo que parece un juguete. Jorge Washington fue, sin lugar a dudas, hombre ilustre y demócrata sin tacha; pero no sabemos qué servicio le debe el Perú para que en Lima haya Avenida Washington, Plaza Washington y monumento a Washington. El monumento a Colón es una pobre cosa y, además, Colón nunca supo que había descubierto el Perú. Además, habría que probar que nos hizo un provecho descubriendo América. Por algo, Rubén Darío dice:

"Estos estén en el distrito de Lima. El monumento a don Ricardo Palma podría erigirse en el Paseo de los Descalzos, restaurado y embellecido, o en el Paseo de Aguas porque esos son los sitios virreinales que tanto amó don Ricardo. El monumento a Antonio Miró Quesada podría levantarse en La Colmena, entre el Teatro Colón y el Hotel Bolívar, a dos pasos del sitio donde fue asesinado. El monumento a Sánchez Cerro no tiene otro lugar que la Plaza Jorge Chávez. El monumento a Piérola debiera alzarse en la intersección de Tacna y Colmena. El monumento al Mariscal Benavides puede erguirse en Miraflores, en la calle que lleva su nombre y donde es posible abrir una plaza decorosa. El monumento a don Hermilio Valdizán y a don Víctor Larco tienen sitio indicado en Magdalena Nueva. El monitor a son Francisco García Calderón debe elevarse en Magdalena Vieja, frente a la casa que le sirvió de residencia presidencial. Y el distrito debería llamarse García Calderón. Nos parece que queda demostrado que tenenos monumentos y que no poseemos monumentos, que nos faltan monumentos y que nos sobran monumentos".

* Ese fue el primer monumento y que, años más tarde, se cambió por el del escultor peruano Artemio Ocaña 

sábado, 15 de abril de 2017

LAS MURALLAS DE LIMA

El Virrey Melchor de Navarra y Rocafull (Duque de la Palata) ordenó en 1684 la construcción de una muralla con el fin de proteger a Lima - que era la ciudad más importante de esta parte del continente - de los piratas que asolaban las ciudades costeras y asaltaban los buques en altamar; fue la única obra urbanística de la Colonia. Estas eran de adobe,  tenían 11 800 metros lineales, de cinco a seis metros de altura y cinco de ancho desde su base y contaba con 34 baluartes y un área de 5,054 600 metros cuadrados. Al inicio tenían cinco portadas de ingreso: la Portada de Nuestra Señora de Guías, Portada de las Maravillas, Portada del Callao  (que era la más bonita de todas), Portada de Barbones y Portada de Martinete; a ellas se añadieron otras más como la Portada de Cocharcas, Portada de Juan Simón y la Portada de Guadalupe. Todas estas portadas permitian el acceso y salida de la ciudad. El área que comprendía era la actual avenida Alfonso Ugarte, Paseo Colón, Grau y la margen izquierda del río Rimac. El costo de la construcción bordeó los 700 mil pesos, que fueron financiados por una serie de impuestos especiales ordenados por el Virrey. Según el arquitecto Juan Günther, la obra se hizo con la participación no solo de las autoridades sino también con el concurso de corporaciones, gremios, ordenes religiosas,  corregimientos y con el aporte de las personas adineradas a las que se les ofreció titulos nobiliarios.

A inicios del siglo XIX se hacen grandes reparaciones en su estructura y en algunas de sus portadas, quedando finalmente con diez puertas de ingreso, estas nuevas fueron: la Portada de Monserrate, la Portada de Santa Catalina, la Portada de San Jacinto. Finalmente, Lima nunca fue atacada por piratas, pero las murallas sirvieron para controlar mediante peajes en las entradas el ingreso de personas y mercaderías a la ciudad; Raúl Porras Barrenechea mencionó que "murió virgen de pólvora".

En el siglo XIX, durante el gobierno del Presidente José Balta en 1868, la muralla fue demolida para ampliar la ciudad. En la ciudad se produjo una epidemia que afectó a la población por lo que todos los consejos medicos apuntaban a que la muralla tambien traía perjuicios para la salud pública.

Para llevar a cabo la demolición se contrató al norteamericano Enrique Meiggs quien salió beneficiado con el bajo precio de los terrenos en muchas zonas que poco después aumentaron su valor.
Por donde estuvo la muralla se construyeron avenidas como la Grau que sigue la ruta exacta por donde estaba la muralla; otras fueron el Paseo Colón y la avenida Alfonso Ugarte.

Bibliografía:
Blog Juan Luis Orrego Penagos
Blog Lima la Única
Leguía, el Centenario y sus monumentos/Lima 1919 - 1930, Johanna Hamann