sábado, 11 de mayo de 2019

EL POETA TRIBUNO: JOSÉ GÁLVEZ

"Con viva emoción recupero este sitial, del cual fui despojado a partir del 5 de octubre de 1948, cuando resultó ocupado el local del Congreso por fuerzas policiales, manteniéndose así, pese a mis esfuerzos de todo orden en defensa de la majestad del Poder Legislativo". Este es parte del discurso que, con su claro timbre de voz, pronunció José Gálvez Barrenechea la vez que retornó al Senado de la República en 1956.
Años antes, el gobierno de don José Luis Bustamante y Rivero se debatía en una agobiante crisis política y económica. Eran meses tormentosos. El Apra, que había empujado su candidatura por el Frente Democrático Nacional, ya se había distanciado y es que Haya y Bustamante eran de temperamento diametralmente opuestos. El primero era efusivo, exuberante, autoritario, en tanto el Presidente era un hombre tranquilo, parco y "nada mandón". Una crisis politica que se agravó aun más tras la renuncia de los ministros apristas luego de ocurrido el crimen de Francisco Graña los primeros días de 1947. Odría, dos años antes, había sido ascendido a general de brigada y tras la renuncia del gabinete, Bustamante lo nombra Ministro de Gobierno. Mientras todo esto ocurría en el Congreso de la República, en las calles, el costo de vida se disparaba. Un paquetazo dejaba espantados a todos; los productos de primera necesidad empezaron a escasear y si había suerte de encontrarlos, costaban el "capricho de los especuladores" y sumado a todo esto, el petróleo gota a gota se iba acabando. Tiempo después, en la tarde del 27 de octubre de 1948 se recibe en Palacio una llamada telefónica; era una llamada que cambiaría el curso de la historia. Esa tarde para el Presidente Bustamante, ¡la suerte estaba echada! Odría, su ministro de Gobierno, encabezaba un levantamiento en Arequipa.

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Años después y tras ocho años de lo que se llamó el ochenio de Odría, al paso que marchaba el proceso electoral de 1956, los peruanos no tenían muchas opciones para escoger al candidato para las elecciones presidenciales. El Apra estaba proscrita; el Partido Comunista "apenas sí le permitían levantar la cabeza"; agonizaban el fascismo y el Partido Socialista; Héctor Boza y Carlos Miró Quesada Laos habían reunido las firmas para inscribirse sin embargo, el primero había presidido el Senado en las épocas de Odría y el segundo, había mostrado admiración por Mussolini; y la de Belaúnde titubeaba pues no lograba poder inscribirse. En medio de partidos políticos con sus lideres en el exilio; partidos agonizantes o aquellos como el Partido Restaurador que no podía disimular su "parentesco con la Tiranía" aparecía en escena el Movimiento Democrático Pradista que impulsaba la candidatura de don Manuel Prado Ugarteche que, desde su elegante departamento de la avenida Foch en París, empezaba a deshojar margaritas hasta que sus asesores, Manuel Cisneros Sánchez y Javier Ortíz de Zevallos, duchos en el "cubileteo político", terminaron por convencerlo. Esta vez, y con Prado como candidato, se podía ver alguna luz alumbrando las elecciones de 1956. Con Prado como Presidente de la República; José Gálvez, "el patricio de bien conocida vinculación aprista", presidiendo la Cámara de Senadores y Carlos Ledgard, la de Diputados, en el país se empezaba a respirar aromas de democracia. 
Aunque Gálvez consideraba que "mal negocio para poetas y gente de letras es la política, pero pese a ingratitudes e injusticias inevitables [..], acepté, muy a última hora, encabezar la lista independiente de todo compromiso, por habérseme invocado un sésamo mágico para mi espíritu [..]". José Gálvez, que superaba los setenta años, había sido elegido Senador con la más alta votación hasta entonces registrada. Sin embargo, cuando el Parlamento lo "consagró Presidente del Senado, ya lo acosaba lenta pero certeramente la enfermedad". Una y otra vez quiso sorprenderlo pero una y otra vez pudo derrotarla mas no alejarla, pero pudo más sus ganas de servir al pueblo y mientras aquella fría tarde del 27 de julio de 1956, el pueblo llenaba la Plaza del Congreso; cuando llenas estaban las veredas que conducían a la Casa de Pizarro pues era la ruta que seguiría el nuevo Presidente de la República desde su casona en la calle de la Amargura; en el Congreso se escuchaba un rotundo carpetazo que aprobaba el final de la Dictadura. Minutos más tarde Gálvez, vestido de frac y con las manos entrelazadas a la espalda; con su barba blanca y espesa, con sus viejos anteojos y su sonrisa bonachona esperaba la llegada del estuche que llevaba adentro, la banda presidencial. Mientras los ministros entraban al hemiciclo; con "un movimiento marcial", un general le entregaba a José Gálvez y ante un inacabable aplauso, el esperado estuche. Pero el poder no podía quedar vacante fue así que Gálvez se colocó la banda presidencial sobre su pecho mientras esperaba la llegada de un elegante Manuel Prado. Meses después, se apagaría la voz del poeta tribuno, esa voz que, como escribió Luis Jaime Cisneros, "nos confunde con el perdido olor a jazmines de las casas antiguas [..]".
Fuentes:
- José Gálvez, Luis Jaime Cisneros
- Los apachurrantes años 50', Guillermo Thorndike
- Historia del Poder en el Perú, Domingo Tamariz Lúcar

MANUEL ATANASIO FUENTES

"Se ha querido escribir mi vida, desde el momento en que nací [..]" había escrito en su sabrosa "Biografía del Murciélago" el mismo Manuel Atanasio Fuentes que cuenta que sus padres fueron casados, ambos eran solteros cuando se casaron y no habían hecho votos religiosos, ni tampoco tenían impedimentos. Sus abuelos eran españoles y no fueron ni marineros ni pulperos y sus hijos no fueron nunca ni "comerciantes quebrados, ni azotados por manos del verdugo, ambulantes o charlatanes". En toda su parentela no hubo un conde ni un noble pero sí gente honrada y de honrosas profesiones. Manuel Atanasio Fuentes, hijo del médico Francisco Fuentes y de Andrea Delgado nació en el Perú, estudió en el Perú y murió en el Perú. Nació temprano, a las siete y un poco más de la mañana de un frío día de inicios de mayo de un año antes de la independencia del Perú. Estudió en el Perú, claro, en el Convictorio de San Carlos o también llamado Carolino y era 1836 cuando inició a estudiar Filosofía y Derecho en las mismas épocas en que se escuchaba una marcha vibrante y entusiasta a la que llamaban La Salaverrina. A la muerte de su padre en 1837, fue becado y apadrinado nada menos que por una eminencia como Cayetano Heredia quien se lo llevó a estudiar medicina en el Colegio de la Independencia pero dicen que la guerra de la Confederación Perú-Boliviana paralizó sus estudios. No terminó la carrera pero la ejerció de manera clandestina pero esto no fue problema para crear en el país, aunque no lo crean, la carrera de Medicina Legal. Dicen que por esos tiempos y para no estar de brazos cruzados, empezó a hacer periodismo al puro estilo del que le gustaba: el satírico el mismo género del de su novela preferida, Gargantúa y Pantagruel escrita por el francés François Rabelais. No concluyó la carrera de Medicina pero como Jurista, Manuel Atanasio Fuentes, fue en la década del 1870, uno de los cuarenta y nueve abogados expeditos en Lima para litigar. Era un abogado de éxito y aunque la sátira era lo suyo, fue juez de Primera Instancia en la soleada Huánuco y ejerció la Fiscalía en la Corte Suprema y cuando no hacía de juez ni de fiscal colocaba su aviso en El Comercio en el que mandaba decir que ponía "a disposición de las personas que quisieran ocuparlo para la defensa de sus pleitos". Pleitos fue lo que se ganó por ese estilo "extremadamente cáustico" por el que también fue perseguido y deportado.
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Hay en Manuel Atanasio Fuentes un pesimismo constante, menciona Basadre, y esto porque decía que "es un remedio morir para no avergonzarse de ser peruano". Fuentes ha sido uno de los escritores más prolíficos del país y, aunque era bastante pesimista, editó una gran cantidad de libros, revistas y reeditó artículos del primer 'Mercurio Peruano' y no sólo en su país pues también lo hizo en Chile y Francia. Pesimista pero curiosamente escribió en 'La Broma' al lado de Ricardo Palma. Sin embargo, se había iniciado muy joven en el 'Busca Pique' justamente en las épocas de la guerra de la Confederación; colaboró luego en el semanario satírico 'El Heraldo' además en 'El Mercurio'. La sátira que nunca lo abandonó lo hizo famoso por el seudónimo de El Murciélago, título a la vez de un periódico íntegramente escrito por él y editado entre 1855 y 1884 aunque no de manera continua y en 1866 imprimió tres volúmenes que contienen una colección de artículos satíricos bajo el título de Aletazos de Murciélago. El mismo El Murciélago que llegó a ser director de El Peruano hacia 1868 en los tiempos de Balta. Pero Fuentes era abogado y como tal, con un vocabulario jurídico, publicó el 'Juicio de Trigamia' y el poema burlesco 'El Villarancidio'; pero lo más agudo que publicó fue el 'Catecismo del pueblo', áspero como era iba contra la democracia y los vicios nacionales. Pero su libro 'Lima' es, realmente pintoresco y ameno a pesar que Luis Alberto Sánchez mencione que por su estilo, "expresivamente llano y narrativo", carece de elegancia.
A Fuentes no le gustaba Piérola. Era su enemigo. Lo atacó duramente en los tiempos de la ocupación chilena de Lima en 1881; tiempos en los que tuvo que exiliarse; y es que tanto como la sátira, le gustaba el pleito pues lanzó sus dardos contra el General Iglesias a causa de la firma del Contrato Grace.
Manuel Atanasio Fuentes fue fiscal y esa fue su última profesión y fue "un acierto". Y como nació en el Perú también se murió en el Perú, en Barranco, en un día de verano de 1889.
Fuentes:
- Lima, Manuel Atanasio Fuentes/Prólogo de Franklin Pease
- El Comercio: Los aletazos de El Murciélago
- La literatura peruana, Luis Alberto Sánchez

VALDELOMAR

"Es el hombre más original y complejo; más raro y sencillo; más paradojal e inteligente". Pedro Abraham Valdelomar Pinto nació un día como hoy del año 1888 en el tranquilo puerto de Pisco; aquel puerto con su inmenso mar y su caleta dormida, la caleta de San Andrés; con sus acequias, sus sauces, sus palmeras y sus chozas humildes como humilde y sencilla era su iglesia que dejaba escuchar el repiquetear de sus ligeras campanas. Nació cuando muy lejos de allí, en Barranco, el maestro Manuel González Prada escribía su famoso discurso aquél de "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra". Valdelomar, de cabellos negros y ensortijados, de mirada irónica, ojos negros, rasgados y reilones, "es una paradoja con anteojos encintados y cuello Chateaubriand". Valdelomar, que empleó el seudónimo de "Conde de Lemos", era un Colónida. Colónida fue una corta aventura que inició en el amanecer de 1916; Colónida fue un "grito de audaz rebeldía"; una revista donde se combate con dureza a los "viejos y adefesieros paladines". Fue dibujante y caricaturista; carrera que comenzó junto al gran Julio Málaga Grenet. Cuatro años fueron en los que llenó de dibujos de rasgos escuetos y simples, a tinta china, todos los periódicos de la época; y en Monos y Monadas en que figuraba ya Leonidas Yerovi. Pero la caricatura la dejó violentamente para dedicarse a las letras y por las letras y el periodismo dejó los viejos claustros de Letras de San Marcos donde, según algunas voces, no era un buen estudiante. Fue secretario de don José de la Riva Agüero y fue el periodismo el que lo llevó hacia el año doce a ser parte de la campaña política que llevará a Billinghurst a la presidencia luego que compitiera junto a un encopetado civilista como lo era don Ántero Aspíllaga. Aquella fue una famosa campaña, la de "Pan Grande", la misma campaña que el diario La Crónica denominó entre el "champagne o la cerveza".

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Valdelomar con su pluma ataca y exalta, llora y canta. Su pluma vibra. Su pluma y su obra fue breve e intensa como lo fue también su vida. Nadie al verlo pasar por el viejo jirón saliendo de La Prensa camino al Palais Concert vestido de manera extravagante con sus escarpines, la chaqueta gris, larga y entallada llevando en el ojal una magnolia y en cuyo índice derecho relucía un "insolente y malagorero ópalo"; nadie pensaba, ni aquellos que sorprendidos lo miraban y admiraban enarbolando en el antebrazo izquierdo un grueso bastón de malaca, que tras ese aspecto de "gomoso" y elegante, se escondía uno los espíritus más intensos del movimiento literario del Perú.
Hacia el año quince Abraham Valdelomar se convierte en el "hombre del monóculo". El "hombre del monóculo" que "asusta al burgués", con sus quevedos de carey adornados con flotantes cintas negras o blancas. Escribe todos los días tres o cuatro columnas a las que llamó Fuegos Fatuos o la tan famosa sección Palabras en el diario de Baquíjano. Lo acusaron de ser imitador de Wilde y D'Annunzio. Sus poses eran un desafío en esa Lima pacata y dormida. La pose en Abraham Valdelomar era una característica. Difícil era diferenciar cuándo en él había un gesto fingido de otro sincero. "Los gestos dudan de mi sinceridad. ¿Por qué? Si yo no fuera sincero ¿podría ser artista? Soy sincero, y la sinceridad mana de mi corazón [..]". Y sinceramente también amaba Barranco.

- ¿Qué le gusta más de Barranco?
- El rincón azul de los jacarandás; las avenidas sobre el mar, las noches de luna sin la profanación del voltio y del amperio; sus calles arboladas; la palmera que se abanica en el parque [..].
- ¿Escribe usted algo en Barranco?
- Versos. Versos. Versos. Lindos versos......
- ¿Cuál es su autor favorito?
- Depende de las estaciones. En invierno me gustan las misteriosas tragedias de Maeterlinck. En otoño leo a Kempis, porque Kempis es otoñal. En primavera, en los días luminosos que aun no tienen calor procaz del estilo, me gusta Pitágoras. Pitágoras es abstracto y diáfano [..]. En verano leo a Rudyard Kipling. ¡Kipling!

El cuento de "El Caballero Carmelo", es posible que lo empezara a escribir en Lima mucho antes de embarcarse, a inicios de 1913, a Roma para luego presentarlo en un concurso literario convocado por el diario La Nación de Lima. Se presentó bajo el seudónimo de "Paracas". El jurado estuvo integrado por el historiador Carlos Wiesse Portocarrero, Emilio Gutiérrez de Quintanilla y el poeta Enrique Bustamante y Ballivián, director del diario y amigo de Valdelomar.
Así era Abraham Valdelomar, al que no le importaba decir que "si para llamar la atención tuviera que salir vestido de amarillo, lo haría sin titubear. ¿O creen que un zambo como yo atraería de otra manera la atención?" Amaba ser visto, oído, admirado pero también amaba ser odiado. No resistió este "niño terrible que se nos fue terrible y niño", la indiferencia ni el silencio.
Fuentes:
- Valdelomar y la Belle Epóque, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar, su tiempo y su obra, Luis Alberto Sánchez
- Valdelomar, Víctor M. Pacheco Cabezudo
- Valdelomar por él mismo/Editor: Ricardo Silva-Santisteban

PERIODISTA DE PERIODISTAS: ALBERTO ULLOA CISNEROS

Había nacido en Lima un día de mayo de 1862 cuando Miguel San Román en los próximos meses recibiría la banda presidencial. Su padre fue el eminente médico y escritor Casimiro Ulloa y su madre, doña Catalina Cisneros. Su tío era Luis Benjamín Cisneros, "la voz poética mejor lograda del romanticismo". Estudió en pleno conflicto con Chile en la Facultad de Letras de San Marcos; conflicto en el que Alberto Ulloa Cisneros, con menos de veinte años, participó como oficial junto a quien años después sería su más férreo adversario político: Augusto B. Leguía. Al término de la guerra Ulloa se dedica a la compra y venta de vinos y aguardientes. Son años, como lo cuenta José Gálvez en "Una Lima que se va", en que se vivía mal y reinaban el escepticismo y la tristeza. Podía caminarse cuadras y cuadras en las noches silentes, "sin que se escuchara la música de un piano". Ardiente partidario pierolista, Alberto Ulloa fue director de El Tiempo, diario fundado en 1895 por Manuel Antonio Hoyos en tiempos en que gobernaba "El Califa". Pero en 1905 desaparece El Tiempo para mejorar La Prensa fundada por Pedro de Osma dos años antes. La escritura que suscriben Pedro de Osma y Alberto Ulloa señalaba que iba a ser "una publicación con carácter de absoluta independencia" pero el corazón de La Prensa era pierolista y eso no lo podían disimular. Su hijo Alberto Ulloa Sotomayor decía que su padre "era un periodista que carecía de capital, Osma era un capitalista que carecía de un escritor para La Prensa".

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Periodista de periodistas, Alberto Ulloa Cisneros, era el más animoso para que se construyera el edificio de la calle Baquíjano; además, adquiere por primera vez en el Perú una rotativa. Ulloa trae un nuevo concepto de periodismo. Reúne en torno suyo a un animado grupo de brillantes periodistas y escritores que le dan dinamismo al debate político. Ulloa hace periodismo político, periodismo doctrinario, periodismo apasionado y apasionante. Enrique Chirinos menciona que La Prensa "no tiene compromisos políticos", pero interpreta y escucha la voz del pueblo. Siente como propias las causas de Piérola y del Partido Demócrata. Ulloa, desde su despacho de director, dispara a diestra y siniestra la artillería pesada; Leonidas Yerovi, maneja la crónica rimada y picaresca. Luis Fernán Cisneros "opera la quinta columna" y las columnas de José María de la Jara eran de "tono tribunicio". Ulloa era implacable. Conoce la realidad del país, su historia y su geografía, sus problemas económicos, sus virtudes y sus miserias. Su prosa era demoledora. Solemne. Una verdadera prosa, una prosa sarcástica y agresiva. Una prosa "con la pasión de la verdad que llega a la crudeza".
Pero Alberto Ulloa desde sus enérgicos editoriales atacaba al civilismo. Ataca a los gobiernos de José Pardo y de Augusto B. Leguía. Fue Ulloa quien dio a La Prensa nivel de primera línea. Un tiempo se distancia de "El Califa" pero los acerca el infortunio cuando ni el propio Nicolás de Piérola ni Ulloa tomaron parte ni tuvieron conocimiento del asalto a palacio el 29 de mayo de 1909. Como se sabe, un grupo de demócratas encabezado por Carlos de Piérola, hermano de don Nicolás, y los hijos de éste Isaías y Amadeo, asaltó la vieja Casa de Pizarro, capturó al Presidente Leguía y quiso obligarlo a firmar su renuncia. La revuelta fracasó y los pierolistas huyeron. Según Basadre, esta revuelta fue "la más audaz que registra la historia del Perú desde el día en que los 'caballeros de la capa' asesinaron a Francisco Pizarro". Esa misma noche el local de La Prensa fue atacado por la policía y Ulloa junto a otros opositores, fueron apresados y llevados a la Intendencia. Un año después cuando recupera la libertad y la dirección del diario, Ulloa prosigue, con su "imperturbable y temeraria valentía", sus ataques contra el régimen leguiísta.
Raúl Porras Barrenechea ha dicho que "González Vigil y Toribio Pacheco encarnan los dos mejores instantes del periodismo peruano". A esos nombres, hay que añadir el de Alberto Ulloa "el que llevó su brío, su talento y su firmeza". Hacia el año quince, Ulloa vende a don Augusto Durand sus acciones de La Prensa. Por esas épocas incursiona esporádicamente en el periodismo, pero interviene todavía en la política desde su curul en la Cámara de Diputados, la curul en la que fue electo en 1913. Alberto Ulloa Cisneros, que había sido el fundador y primer jefe del Archivo de Límites a fines del siglo XIX, falleció a los cincuentisiete años un día de febrero de 1919. Días antes, Augusto B. Leguía, candidato presidencial, visitó a su tenaz opositor.
Fuentes:
- Tres periodistas: Ulloa - Cisneros - Beltrán, Enrique Chirinos Soto
- Historia de la prensa peruana 1594-1990, J. Gargurevich
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre