miércoles, 25 de octubre de 2017

EL SEÑOR DE LOS MILAGROS



"Cuéntase del arzobispo virrey, y aún creemos haberlo leído en la vida de la madre Antonia, fundadora de Nazarenas, que cuando le presentaron la real licencia para la erección del monasterio, dijo: "¡no en mis días, que las nazarenas son malas para beatas y peores para monjas!"


"Y no se diga -menciona Palma refiriéndose a Amat- que es hombre poco devoto el que gastó cien mil pesos en reedificar la torre de Santo Domingo, el que delineó el camarín de la Virgen de las Mercedes, costeando la obra de su peculio, y el que hizo el plano de la Iglesia de las Nazarenas y personalmente dirigió el trabajo de albañiles y carpinteros". 

Cuenta José Gálvez que otra calle relacionada al mes de octubre y a los temblores es la de las Nazarenas, en el jirón Huancavelica, antiguamente denominada Santo Cristo del Milagro y también de las Maravillas. En 1651, un negro pintó una imagen de Cristo crucificado en una de las cofradías de su casta del barrio de Pachacamilla, así nombrado por haberse reducido en él a los indios de Pachacamac en el siglo XVI, desde esa época la gente se acostumbró al nombre. Tuvo muchos devotos, principalmente negros y mulatos. Allí estaba cuando un sábado 13 de noviembre de 1655, una tremenda sacudida terrestre derribó por entero la casa, dejando incólume la pared con la venerada figura. La noticia corrió como reguero de pólvora por toda la ciudad y al poco rato había una interminable romería para contemplarla. Allí estaban todos, mirando la imagen que había quedado intacta, entre las ruinas del edificio.

"La primera vez salí de Cádiz -cuenta Antuñano- siendo de edad de catorce años poco más, y llegué a Lima -en la Ciudad de los Reyes como comúnmente le llaman a Lima- después de haber pasado grandes enfermedades, y peligros, a principios del año 1668, donde pasé muchas más enfermedades, librándome el Señor, y dándome salud milagrosamente; un año más tarde regresó a España, allí, una tarde al orar al Cristo de la Fe, sintió una suerte de llamado sobrenatural que le pedía cuidar de una obra de mucha honra. Unos años después, regresó a Lima y se dedicó a juntar todo el dinero posible para su noble causa, al poco tiempo, por su habilidad en los negocios, se hizo de una pequeña fortuna."

En 1660, un vecino llamado Andrés León, levantó una humilde ramada para el culto de la imagen. El Cabildo eclesiástico no lo juzgó pertinente ni decoroso y ordenó destruir el lugar. Fue entonces cuando el capitán Sebastián de Antuñano y Rivas (1652-1717), natural de Vizcaya, compró a don Diego Teves Montalvo Manrique de Lara, una gran parte de la antigua Pachacamilla para erigir un templo al Cristo del Milagro. Después de algunos litigios con los dueños de los solares que formaban parte del mayorazgo, Antuñano y Rivas logró hacer realidad su deseo y, consultando luego este tema con el Consejo de Indias, a donde se elevó esta cuestión, pudo hacerse por fin, con licencia del Rey, un conventillo y una pequeña iglesia.


A doña Antonia Lucía le ofrecieron un solar al lado de la Capilla del Cristo de Pachacamillla, y a partir de ese momento, su destino fue cuidar al cristo moreno siempre vestida con un habito morado.


A los pocos años, el 20 de octubre de 1687, un nuevo y violento terremoto asoló Lima que destruyó la ciudad pero, sin embargo, la imagen se mantuvo intacta sin daño alguno. A raíz de este hecho el Cabildo de Lima autorizó la procesión, hasta ahora conservada con tanto arraigo popular. Se creó especialmente una Hermandad y todos los años hacía su recorrido, la procesión iba acompañada por los negros, los mulatos y los cuarterones de la ciudad que eran los más devotos. La procesión, por ese entonces, iba desde Santo Domingo hasta la Encarnación (hoy uno de los frentes de la Plaza San Martín). Conforme pasaban los años se sumaban más devotos abarcando más y más zonas. A las cuatro de la tarde del viernes 28 de octubre 1746, se levantó un viento caliente que venía del noreste; en el cielo aparecieron nubes de un tono pardo y espesas; horas más tarde el cielo se vio iluminado por una brillante luna llena; de pronto, alrededor de las diez y media, se inició un nuevo y terrorífico terremoto que asoló la ciudad y ocasionó un maremoto en el Callao. La imagen del  Cristo nuevamente fue sacada siendo acompañada por innumerables fieles. Desde ese entonces la fe popular creció más y sacaban la imagen por las calles cada mes de octubre por la frecuencia de los sismos.

Dona María, la madre de Antonia Lucia, era una señora muy virtuosa, y como veía que su hija lo era tanto, deseaba su remedio, y luego que la vio en edad competente, trató de casarla con un hidalgo vecino del Callao virtuoso y pobre, con quien ajustó dicho casamiento, sin consultárselo a su hija. Tiempo después, se celebró el desposorio de la sierva de Dios con Alonso de Quintanilla, inmediatamente aquella noche le entró tal fiebre al Alonso, que quedó fuera de sí hasta el día siguiente que se levantó y salió a ver sus negocios. A la segunda noche se le repitió la fiebre, y lo mismo sucedió la tercera y cuarta noche. A vista de lo que sucedía, o con inspiración de Dios, que así lo debemos entender, a la quinta noche puso un Santo Cristo sobre la almohada entre los dos, y le dijo a la sierva de Dios: Antonia, aquí tienes a tu esposo.  

La casa de clausura de Las Nazarenas no se levantó en 1730. Antes, en ese lugar hubo un Beaterio, el de las Nazarenas, fundado por doña Lucia Maldonado y Verdugo (1646-1709), natural de Guayaquil, por el barrio de Monserrate, este pasó a las propiedades adquiridas por el capitán Antuñano y Rivas, donde se levantó, finalmente, el Monasterio de las Nazarenas de San Joaquín. Con las monjas del indicado beaterio, fue llevado a las Nazarenas la imagen y culto de Nuestro Señor de los Milagros, la imagen más venerada y más popular de Lima durante cerca de tres centurias. Sus verdaderos fundadores, Sebastián de Antuñano y Rivas y la beata Antonia Lucía Maldonado y Verdugo -la primera superiora-, no llegaron a ver su edificación. Manuel Amat y Junyent fue luego un gran protector de la Iglesia y de aquel Monasterio. A Lucía le sucedió Josefa de la Providencia, su íntima amiga. 

La madre Antonia Lucia solo cada 24 horas tomaba un alimento que consistía en una pequeña cantidad de pescado y de dos yemas de huevo, fuera de la hora señalada, jamás probó comida alguna. Todos los viernes del año dejaba de tomar alimento, empezando este ayuno la víspera al medio día y terminándolo el sábado a las dos de la tarde. Ayunaba toda la Semana Santa sin probar bocado, a no ser que, por orden de su confesor, entonces probaba algún bocado.

Raúl Porras Barrenechea cuenta que la ciudad se teñía de violeta -como si se hubiera derramado un frasco de tinta morada- con los cientos de vestidos de los hermanos y devotos. A veces -menciona- se veía alguna delgada mujer con los pies desnudos y sangrantes, y también solían aparecer los resucitados con sus mortajas. La gente, desde tiempo atrás, se acostumbró a contemplar la imagen del Señor de los Milagros durante tres días consecutivos y a tratar a la imagen con esa familiaridad, semejante a la irreverencia. Se decía, desde aquellos tiempos, que el Señor almorzaba en tal iglesia, merendaba en la otra, comía en la de aquí y dormía en la de más allá. Al paso de las andas, desde los balcones pendían las flores y en las esquinas, las vivanderas y turroneras, ponían el toque de color con sus tablas, sus mesas y refrescos. La que se ganaba la mayor clientela era doña Josefa Marmanillo "Doña Pepa". 

Cuenta la historia que a fines del siglo XVIII, una esclava llamada Josefa Marmanillo comenzó a sufrir una parálisis en los brazos, eso le dio el beneficio de ser librada de la esclavitud, pero al mismo tiempo no podía trabajar. Un día se enteró de los milagros que realizaba la imagen del Santo Cristo de Pachacamilla, viajó a Lima, tanta fue su fe y devoción, que se recuperó de su enfermedad y en agradecimiento creó el dulce. En la siguiente salida del Señor, Josefa levantó el turrón ofreciéndoselo. Al regresar a Cañete, Josefa aseguraba que el Cristo la había mirado y sonreído mientras bendecía la ofrenda".


Antaño la procesión tuvo un carácter popular notándose en su recorrido una diferencia de clases. Había una separación marcada entre los recorridos de los días 18, 19 y 20 de octubre; en estos días la gente que asistía era la del pueblo; y la del 28, más reducida, la procesión era acompañada por las clases altas. Al recorrido de las andas del Señor de los Milagros, lo acompañan miles y miles de cirios con oro y lila en sus labraduras, a la vez, se siente el olor al picante de sus viandas y sus dulces, confundido con el inconfundible perfume del sahumerio.

Fuentes:
- Calles de Lima y Meses del Año, José Gálvez
- Cartas de Josefa de la Providencia, Biblioteca Nacional Virtual 




lunes, 23 de octubre de 2017

LA FORTALEZA DEL REAL FELIPE

Si es que hay algo que le gustaba al Virrey Manuel Amat y Junyent -aparte de doña Micaela Villegas "La Perricholi"- era la arquitectura. Le encantaba diseñar y estar al pie de la obra para él mismo estar dirigiéndola. Una de las obras en las que participó fue, por ejemplo, en la Iglesia de las Nazarenas; diseñó el campanario de la Iglesia de Santo Domingo, la Quinta de Presa, los arcos y la amplia fuente del Paseo de Aguas. Especial participación tuvo también en la construcción de la Fortaleza del Real Felipe, ubicada en el puerto del Callao e inaugurada en un caluroso día del mes de enero del año 1747. El nombre Real Felipe se debe al entonces Rey de España Felipe V. Felipe, fue nieto de Luis XIV e hijo de Luis XV "el Gran Delfín" que, según su padre, era indolente, fatuo y aburrido. Felipe V fue el primer miembro de la casa francesa de Borbón, su reinado fue el más largo en la historia española (un poco más de cuarenta y cinco años). Felipe había fallecido un año antes, en 1746, hecho que no se supo en Lima hasta mucho tiempo después. Posteriormente, el Libertador José de San Martín, la nombró "Castillo de la Independencia" al iniciarse la etapa republicana, retomando su nombre original en 1925.

La Fortaleza conocida durante la época virreinal como los "Castillos del Callao", fue construida como un conjunto de fortalezas para defender Lima de los piratas y corsarios que amenazaban las costas. Sin embargo, las alianzas formadas a finales del siglo XVIII y principios del XIX hicieron que estos temores desaparecieran. El mismo propósito que tuvieron las antiguas Murallas de Lima construidas en 1678 para defender la capital de los corsarios ingleses y holandeses.


La Fortaleza del Real Felipe ha tenido muchos episodios dramáticos, sobre todo, durante los primeros años de la República incluso en los inicios de la década de los años treinta.

LA SUBLEVACIÓN DE 1824, 1926 y 1835


El 5 de febrero de 1824 estallo en el Callao un movimiento de sargentos encabezados por Damaso Moyano. Se decía por aquella época corría la versión  que eran los aristócratas los que la fomentaron, pero, mas bien, parece que las causas verdaderas fueron la falta de pago de los sueldos o la repugnancia a embarcarse hacia la costa del norte para cumplir con las ordenes de Bolívar, como se rumoreaba, o maltratos recibidos, o el deseo de apoderarse de alhajas y dinero. Después del motín Moyano y sus compañeros entraron en negociaciones con el Presidente Torre Tagle para pedir el abono de sus haberes. Las negociaciones fracasaron, el desorden crecía. Días después acabaron los amotinados por poner en libertad a los presos realistas. Así, asumió el mando de la plaza el coronel José de Casariego. Pasados cinco días en el Callao se enarbolaba nuevamente la bandera española. 

Dos años después ....

La independencia de Perú no se selló en Ayacucho, el último cuerpo militar español en Perú no aceptó la capitulación del Virrey José de La Serna, y decidió resistir heroicamente, en condiciones de inferioridad, en el fuerte Real Felipe de El Callao. El asedio del fuerte Real Felipe en el Callao fue el mas prolongado y devastador ocurrido en la costa del Océano Pacífico. El asedio lo tendieron las fuerzas independentistas combinadas gran colombianas y peruanas contra los soldados comandados por el Brigadier José Ramón Rodil, que defendían la Fortaleza del Real Felipe del puerto de El Callao, quienes se negaron con honor y patriotismo a rendirse, rechazando acogerse a la capitulación de Ayacucho.
El sitio que empezó antes de las campañas de Junin y Ayacucho, se prolongó después de dos anos hasta su capitulación el 23 de enero de 1826.
El 22 de enero de 1826 cuando casi todos sus soldados habían muerto y los sobrevivientes se alimentaban de ratas, Rodil aceptó capitular ante el comandante del asedio el general Bartolomé Salom obteniendo condiciones honrosas y llevando consigo las banderas de sus regimientos que fueron las últimas en abandonar el Perú. 
Con la entrega de El Callao, desapareció el último ejército español de América del Sur. Rodil, regresó a España en 1826 como Mariscal de Campo, y por sus méritos militares el Rey le otorgó en 1831 el título nobiliario de Marqués de Rodil.

La sublevación de Salaverry .....

A las doce de la noche del 22 de febrero de 1835, el general Santiago Felipe Salaverry; quien, menciona Basadre, a la edad de quince años -la edad en que otros todavía tienen juguetes- entró al ejercito, se sublevó en los castillos del Real Felipe; allí, se proclamó "Jefe Supremo de la República" con el pretexto que el poder había quedado acéfalo a causa del viaje de Luis José de Orbegoso al sur y el porvenir sombrío dada la degradación y la miseria existentes. El encargado del mando en Lima, Salazar y Baquíjano, se retiró a Jauja con unas pocas fuerzas que llegaron a sumarse a otras, a pesar de los cual terminaron proclamando a Salaverry. El nuevo gobierno fue reconocido en diversos lugares del país, mas no en el sur, que continuó obedeciendo a Orbegoso.

LA SUBLEVACIÓN DE 1931

Sucedió en pleno verano; en una mañana del 20 de febrero de 1931. Gobernaba por ese entonces el comandante Luis M. Sánchez Cerro. Ese día se había sublevado parte de la policía, a ella se le unió algunos elementos civiles y militares. Según versiones se dijo que los sublevados habían intentado, horas antes, llegar hasta las puertas de Palacio de Gobierno, pero al no poder hacerlo, se replegaron en el Callao. En esta sublevación fue tomado preso un hermano de Sánchez Cerro. Personas llegadas desde el Callao dijeron que las fuerzas sublevadas habían tomado el Real Felipe, donde funcionaban las oficinas de la aduana y de la Prefectura. Al enterarse de los hechos, el gobierno no perdió un minuto y envió tropas del ejercito para que combatieran a los amotinados. El pueblo chalaco, que no simpatizaba con los amotinados, se puso de lado del Gobierno, solicitando armas para ayudar al ejercito. Poco después de las once de la mañana, empezó un terrible tiroteo desde ambos lados en el que cayeron muchos muertos y heridos. Al rato, por las calles del puerto se escuchaban voces que gritaban: ¡Viva Sánchez Cerro! A las dos de la tarde una bandera blanca indicaba que los amotinados se habían rendido. Era imposible que siguieran pues, probablemente, es que hayan estado esperando refuerzos los que nunca llegaron.


Pocas obras en América tienen la calidad arquitectónica de la Fortaleza del Real Felipe. La fortaleza, de un puro estilo "dieciochesco", de unidad, de elegancia, dignidad y nobleza. Construida bajo las normas de autoridad máxima en ingeniería militar de fines del siglo XVII y principios del XVIII, por el Mariscal francés Sebastián de Preste -señor De Vauban- proyectada y dirigida por el matemático y cosmógrafo francés Louis Godin, en tiempos del Virrey José Antonio Manso de Velasco; posteriormente fue continuada y completada en pleno apogeo del arte rococó por el Virrey Manuel Amat.

¿Cual es el secreto de su belleza arquitectónica? Parece estar en su íntima y profunda escala humana. Ese sello -según Velarde- es lo que causa el mayor deleite en su arquitectura. Sus volúmenes sólidos y bajos son elegantes y dignos. Sus acabados en piedra y ladrillo visto son bellos en su estructura. Su forma pentagonal irregular ocupa un área de 70 000 metros cuadrados. La perfección en la ejecución es asombrosa. Las partes de alta jerarquía de la fortaleza son de piedra labrada: la entrada de honor, las puertas de los torreones del Rey y la Reina (este último torreón mira hacia el mar en dirección al oeste) y el Castillo del Gobernador. La piedra fue traída desde la isla San Lorenzo y está trabajada con pericia.


Tiene un baluarte en cada uno de sus cinco vértices. Los baluartes llevan el nombre del Rey, la Reina o la Patria, el Príncipe, Jonte o San Felipe, la Princesa, la Tapia o San Carlos y San José o la Natividad. Además de ellos dispone de dos torreones: el Rey y la Reina. Cuenta con cinco murallas: la del Camino Real, de la Marina, Camino de Chucuito, la Marcelosa y la de Camino de la Magdalena. Posee dos puertas: la Principal, que está en la muralla del Camino Real, y la del Perdón, que está en la muralla Camino de Chucuito. En dirección norte desde la fortaleza se hallaba el Fuerte San Miguel y al sur se encontraba el Fuerte San Rafael.

Si bien es cierto que el trabajo de piedra es acabado,  la albañilería de ladrillo es extraordinaria; cada unidad de estos ladrillos está colocada con un mínimo de mortero para que las piezas vayan apoyándose una sobre otras en soluciones continuas y formando superficies curvas muy armoniosas. Aunque, ¡que pena!, pero parte de esta albañilería ha sido cubierta por un enlucido de cemento.

Fuentes:
- Itinerarios de Lima, Héctor Velarde
- Historia de la Fortaleza del Real Felipe
- Sánchez Cerro y su tiempo, Carlos Miro Quesada Laos
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre


domingo, 22 de octubre de 2017

EL MARTIRIO DEL PRESIDENTE LEGUIA

En marzo de 1930 se produjo el ascenso del mayor Luis Miguel Sánchez Cerro al grado de comandante. En sus memorias "Yo tirano, yo ladrón", Leguía menciona  que él vaciló antes de firmar la resolución respectiva; pero tanto Foción Mariátegui -Presidente de la Cámara de Diputados-, como el general Manuel María Ponce Brousset y el mismo Sánchez Cerro le dieron al Presidente toda clase de garantías sobre su lealtad.

Pocos meses después .......

El viernes 30 de agosto de 1930 se sublevó la Guarnición de Arequipa, encabezada por el comandante Sánchez Cerro.  "El Manifiesto", suscrito por Sánchez Cerro como "Jefe Supremo",  que justificaba el golpe había sido redactado por el jurista José Luis Bustamante y Rivero. Un documento -según Basadre- "bello y lírico"; el mismo que causó un gran efecto por contener éste todas las acusaciones posibles e inimaginables sin nombrarlo.


Una fina garúa caía en Lima la mañana del domingo 24 de agosto, el Presidente Leguía se despertó esa mañana con una impactante noticia. Las Guarniciones de Cusco y Puno, secundaban el movimiento de Arequipa. Cansado, después de once años de trajines, de intensa actividad física y mental; pero, sobre todo, ansioso de evitar un derramamiento de sangre, optó por presentar su dimisión ante el Congreso. Esa mañana reunió en Palacio a su gabinete encabezado por Benjamín Huamán de los Heros, anunciándoles su intención de no luchar, de organizar un nuevo gabinete militar y de reunir al Congreso para dimitir. Esa misma tarde, el Presidente acude como todos los domingos al Hipódromo de Santa Beatríz y pudo ver a dos de sus caballos de su Stud Alianza ganar las carreras por lo que fue aplaudido por la concurrencia, a lo que respondió saludando como siempre con el sombrero en alto. Pero, sin embargo, su rostro no era el mismo de siempre, su rostro mostraba tensión, angustia, tristeza.

Su Ministro de    Gobierno le dijo en uno de esos días ya llenos de fatalidad: "Señor Presidente, lamento tener que informarle que el señor Fulano de Tal está conspirando contra usted". Leguía se quedó pensativo un rato y le                                                   contestó:"¡Que raro! No recuerdo haberle hecho nunca un favor".

La situación era complicada, cerca al Presidente reinaba el fantasma de la traición. Ese domingo en las calles grupos de gente gritaba: "¡El tirano ha huido!" "¡Se ha marchado en avión"! No. Leguía no huyóLeguía regresó a Palacio ese domingo en medio de los gritos y disparos. Al anochecer, juraba el nuevo gabinete militar encabezado por el general Fernando Sarmiento, en el salón incaico, un salón provisional y con adornos de cartón, ubicado en la esquina de las calles Palacio y Desamparados. Leguía paseaba nervioso por el salón de un lado al otro, de cuando en cuando respondía a las preguntas de sus familiares. Al rato, se presentó un jefe militar para anunciar que en la Guarnición de Lima sesionaban en el Estado Mayor con el fin de organizar otro gabinete. Horas después, fueron a avisarle que un grupo de esos jefes y oficiales llegaría a Palacio. Así fue. A las tres de la madrugada, Leguía recibió a cerca de doscientos oficiales en el mismo salón donde horas antes se había realizado el juramento al nuevo gabinete y donde aún se veía la mesa con el crucifijo y los candelabros. 


La presencia de los oficiales en Palacio creó un ambiente tenso, caldeado, uno de ellos, el Capitán Meneses, se presentó visiblemente bebido. De manera grosera y prepotente le exigió a Leguía  la renuncia. En ese momento, fue interrumpido por el comandante Bueno quien le dijo al Presidente, entre otras cosas: "que le tenia respeto y consideración pero está rodeado de un grupo de .... de un grupo de sinvergüenzas, señor". Juan, su hijo, trató de intervenir pero no lo dejaron hablar. Foción Mariátegui intentó hacer lo mismo pero Meneses le gritó: ¡calla maricón! Después de estos tensos momentos, el general Sarmiento manifestó que no tenía inconveniente en dimitir. En ese instante se leyó la composición de la nueva Junta presidida por el general Manuel María Ponce Brousset. En ese mismo instante, Leguía iba hasta la caja fuerte donde se encontraba su carta de renuncia que había redactado veinticuatro horas antes y con voz serena dio lectura al documento en el que sobresalía la frase:

"Si el Perú quiere progresar sin mí, en buena hora. Lo esencial es que ese progreso no se detenga".

La nueva Junta -al no poder garantizar la seguridad al ex Presidente- le ofreció el buque insignia Almirante Grau para salir del país. Efectivamente, en un encuentro casual que tuvo, Sánchez Cerro, ya como Presidente de la Junta de Gobierno, con el abogado civil de Leguía, Alfonso Benavides Loredo, le dijo: 

"Nada gana usted con defenderlo porque yo le fuetearé en la panza hasta reventarlo".

Al retirarse los oficiales Leguía pasó a su despacho, recibiendo al ex Canciller de Chile, Conrado Ríos Gallardo, quien, en nombre de su Gobierno, le ofreció asilo que el ex Presidente se negó a aceptar. "No acepto -dijo- por dignidad y patriotismo y para no comprometer la amistad que acaba de nacer".  Esa noche Leguía durmió en Palacio pero ya no gobernaba. En la madrugada del lunes 25 de agosto, vestido de jaquet negro, cubierto con un sobretodo oscuro, una bufanda y un sombrero hongo, el ex Presidente salió por la puerta lateral de Palacio en compañía de su hijo Juan. Subieron en un auto en el que, por precaución, su fiel edecán, el teniente Teodosio Cabada, iba montado en el estribo con revolver en mano. No sucedió nada. A las dos horas arribó al Callao, allí se le juntaron sus hijos José y Augusto además de sus dos hijos políticos. En el malecón Figueredo fue recibido por las autoridades del puerto y por el jefe de la policía; el rostro de Leguía estaba sumamente abatido. Inmediatamente fue trasladado en una lancha para ser conducido hasta el buque Almirante Grau, al llegar fue recibido por el capitán de navío Spayers y por el capitán de fragata Galdo. Una vez que estuvo a bordo se despidió de sus acompañantes excepto de Juan y su edecán que se quedaron con él, al rato levaron anclas y el buque se hizo a la mar.  

El padre Ricardo Wiesse Thorndike indica que: cuando Leguía se embarcó en el Grau, fueron los Miró Quesada quienes ordenaron el regreso del barco para llevarlo a la cárcel vestido de frac, única vestimenta que poseía, con la que salió de Palacio en la madrugada".

Efectivamente, horas más tarde, Sánchez Cerro, de manera violenta y amenazante, hizo responsables al general Ponce Brousset y al comandante del Grau por la suerte de Leguía. Ordenó que retornaran al Callao bajo pena de ser sometidos él y la tripulación a una corte marcial con el riesgo de ser fusilados. Al mismo tiempo, el estado de salud del ex Presidente se iba deteriorando,    requería   inmediata  atención médica especializada. Tras ser atendido en el Callao por su medico personal, el doctor Eugenio McComarck, y pese al diagnostico: "uremia, con retención de orina, fuertes dolores y alta fiebrey a la sonda que se le colocó, fue trasladado al penal El Frontón, en la isla San Lorenzo, donde permaneció detenido hasta el 16 de setiembre, ese día, fue trasladado  a la Penitenciaria de Lima, conocida como el "Panóptico". 

"Sin mandato judicial alguno ni sentencia de ninguna clase, Leguía es encerrado con su hijo Juan, que se había entregado voluntariamente para acompañar a su padre".

Jorge Basadre describe la celda como un lugar "bajo, húmedo, sucio y pestilente".

Era una celda fría de nueve metros cuadrados, sin ventilación ni luz natural pues la ventana había sido tapiada. No tenía un jardín y menos unos rosales. No tenía un servicio higiénico. No, ni tampoco una ducha. Como servicio -si cabe el término "servicio"- utilizaba un viejo balde oxidado cuya agua se cambiaba cada dos días. En la pared, dos ganchos servían para colgar la poca ropa que tenía. En el centro del techo, una bombilla eléctrica debía estar encendida las veinticuatro horas del día y cuya luz no le permitía conciliar el sueño.

Saqueo de la casa de la familia Leguía Swayne en la calle Pando
"El nuevo régimen de los civilistas le negaba el derecho elemental a la defensa. Sin diligencia ni proceso judicial, se le había condenado de facto a cadena perpetua; no recuperaría nunca más la libertad y moriría preso, porque se le había condenado también a una muerte lenta".

Para torturarlo, los carceleros le tiraban en su celda todos los periódicos y pasquines de la oligarquía civilista que propalaban las más terribles infamias y calumnias contra él, calumnias que no tenia la posibilidad de refutarlas. No. La incomunicación era absoluta, no se le permitía ni un lápiz ni un papel, menos una máquina de escribir. No se le permitía ninguna visita. Sus visitantes ocasionales eran su confesor y un médico pero sólo en situaciones de emergencia. No podía estar a solas con ellos, debía estar siempre presente un carcelero que podía interrumpir la conversación si esta se apartaba del tema religioso o del médico. Leguía no recibía ni la visita de sus hijos, ni sus nietos,  ni amigos o partidarios. No. Ni siquiera su abogado; la única oportunidad que él estuvo en la celda fue cuando redactó su testamento a favor de sus hijos.

"Los civilistas vivían aterrados de que Leguía pudiera delatar sus secretos. Sembraban las calumnias a través de sus periódicos y pasquines entre una población desinformada, que no tenía acceso a otras versiones".


"El ex Presidente no tiene ni una familia poderosa, ni fortuna, ni un partido, ni un diario que lo pueda defender. Y Leguía se convirtió  así en el "saco de arena" de los cobardes que, como los boxeadores, podían golpear impunemente las veces que quisieran".

"El 15 de setiembre de 1930 el diario El Comercio pide en un editorial que se retire el nombre de Leguía de todas sus obras -carreteras, terminales, avenidas, calles, etc.- y una semana después el dócil gobierno que controla atiende el pedido, aunque con mayor sustento principista, al prohibir que se de a las obras publicas el nombre de personas vivas".


A través de las rejas -porque era una celda con rejas-, los carceleros observaban todos sus movimientos, hasta los más íntimos. Desde fuera, se burlaban, se reían, lo humillaban, le decían palabras soeces y  todo ¡para qué, para ganarse unos pocos aplausos de sus nuevos gobernantes! Pero eso no era lo peor. Lo peor era el cáncer de próstata que lo aquejaba. Si, Leguía tenia cáncer. ¿Acaso iba un médico o una enfermera siquiera para saber cómo estaba? No. Podían pasar los meses y no recibía tratamiento.

Meses después ......... 

La mañana del 17 de setiembre de 1931 amaneció lluviosa y húmeda, era uno de esos días que se siente la tristeza en el ambiente. Leguía se moría en ese frío ambiente del Panóptico. Habían pasado los meses y la dolencia del ex Presidente no había sido atendida. En los seis meses que duró la Junta Militar de Sánchez Cerro, los doctores McCormack y Venero habían estado reclamando insistentemente una operación, pero igual así como había sido persistentemente solicitada había sido persistentemente denegado el pedido.
Gobernaba por ese entonces, David Samanez Ocampo, un conspirador antileguiísta; que, sin embargo, era consciente del escándalo internacional que podía causar si un ex Presidente moría en prisión; pero, al mismo tiempo también estaba sometido a la presión de los civilistas y sus órganos de prensa, que se oponían a rajatabla que saliera de prisión. McCormack ofreció llevarlo a la clínica Anglo Americana. No aceptaron. Decían que no podían trasladarlo a un lugar donde la bandera norteamericana estaba izada; podía resultar que el ex Presidente quedara bajo la protección de los Estados Unidos.

El ambiente en el Panóptico era insoportable, como un insulto a la civilización; en sus pasillos no se podía caminar sin encender la luz porque el centinela tenía orden de disparar a todo bulto que pasara. El 15 de noviembre Leguía estaba grave, le habían diagnosticado neumonía y, en la noche, un colapso cardíaco complicó la situación. Dirigiéndose al doctor Venero, el ex Presidente le dijo: 

"Vea usted como estoy, convertido en una piltrafa humana; han desecho mi honor, mi familia, mi                     propia fortuna. Mis pobres hijas ...... ni siquiera sé dónde están, quizá en la miseria". 

Traslado a Bellavista ......

Finalmente, la Junta improvisó en una vieja casa destartalada e inhabitable algo que no era una clínica ni siquiera algo parecido. Era un remedo de clínica en Bellavista, Callao; destinada a ser en el futuro el Hospital Naval. El diario El Comercio insistía desde su editorial a coaccionar al Gobierno para que no se lleve a cabo el traslado por temor a una fuga. Pasado unos días los doctores que lo atendían lanzan un boletín médico que decía lo siguiente:

"18 de noviembre de 1931. Hora 10:30 a.m. El señor Augusto B. Leguía principio a sentir un proceso pulmonar - cardíaco a las 3 de la mañana; durmió menos de dos horas, su estado general es muy deprimido".

(Fdo.) E. McCormack N.D.E.A., C.S.,J.A. Venero Guevara, MD

Como no se trataba de un simple resfrío, la Junta de Gobierno, consciente del escándalo que podría producirse si el ex Presidente moría en condiciones penosas, aceptó que sea trasladado a Bellavista. En las afueras del Panóptico cientos de personas -de todas las condiciones- enterados de la decisión esperaban la salida de la ambulancia que llevaría al ex Presidente hasta el Hospital Naval donde llegó moribundo. En las afueras se habían apostado ochenta soldados con cuatro ametralladoras. En la vieja casona se improvisó, con los instrumentos que se podían, un cuarto aséptico para operarlo. 


 Los lideres civilistas continuaban aterrados ante la idea de que Leguía sobreviviera a la operación.

La noche misma del traslado a Bellavista, una potente carga de dinamita estalló muy cerca de su cuarto; las paredes de la vieja casa fueron remecidas y el techo se resquebrajó. El rostro del ex Presidente quedó cubierto de polvo y cascote; pero sobrevivió. Pasado un año desde su encierro era la primera vez que podía ver la luz del sol; pero la rigidez carcelaria continuó, no se le permitió la visita de ninguno de sus familiares ni que recibiera ningún tipo de correspondencia que le permitiera saber de sus hijas por quienes siempre preguntaba. Nunca podía permanecer sin vigilancia, ni siquiera cuando su médico lo visitaba. Por esos días nació una de sus nietas y no hubo forma de hacerle llegar la noticia

"He puesto hace tiempo mi destino en manos de Dios. No haré nada para impedir que se cumplan sus designios. Y aunque sé que ya es tarde para ello, si por si acaso me recuperase y saliese de aquí sería para ir al Congreso a reivindicarme".

Después de dieciocho meses de martirio físico y moral, el ex Presidente pesaba apenas treinta y ocho kilos, estaba muy débil y agotado. Sabía que no iba a poder superar la operación y así se lo dijo a la única persona que lo podía visitar, el sacerdote franciscano descalzo Esteban Pérez quien le llevó el libro de Kempis, el único que lo confortaba.



A las 2:30 de la madrugada del sábado 6 de febrero de 1932, fallece el ex Presidente  Leguía. Luego de dieciocho meses de martirio su cuerpo no resistió la intervención quirúrgica y sufre un paro cardíaco. Sus hermanos, María Teresa y Eduardo, que habían estado aguardando en la habitación contigua, son autorizados recién a ingresar, porque los civilistas aún temían que les fuera a revelar algunos oscuros secretos. Encuentran el cuerpo de su hermano tendido en el piso cubierto con una frazada y cuatro velas que lo alumbraban. Al poco tiempo llegan amigos y partidarios que improvisan una colecta para comprar el ataúd de madera de ochenta soles. Leguía estaba con una extrema delgadez, no había terno que le sirviera para vestirlo. Uno de sus ex ministros ofrece el terno de uno de sus hijos.

Sus ultimas palabras fueron: ¡Olmos Olmos! , !Mis hijas, mis pobres hijas!

"El gobierno de Sánchez Cerro aplica una rígida censura para que los diarios no den la noticia del fallecimiento del ex presidente. La Crónica la divulgó y recibió luego una multa de cinco mil soles". 

El servicio de transporte al Callao se suspende, sin embargo, los taxistas llevan gratis a todo aquel que deseaba asistir y así, miles de hombres y mujeres de toda condición social, se desplaza por cualquier medio -incluso a pie- hasta las afueras del Hospital Naval de Bellavista. No hay discursos pero sí se entona el Himno Nacional; envuelto en la bandera y, bajo un fuerte sol, el ataúd es llevado en hombros hasta el cementerio Baquijano donde permanecerá allí por largos veinticinco años. 

"Su hijo Juan permaneció preso un año más, con tan solo una paquete de seis velas como única forma de alumbrarlo, esto, como castigo a su rebeldía con sus carceleros. No volvió a ver a su padre y al año partió al exilio".

El 6 de febrero de 1957, los restos del ex Presidente Leguía, son trasladados a pie, desde el nicho número ocho del cuartel San Cayetano del cementerio del Callao, donde estaba enterrado, hasta el Presbítero Matías Maestro en Lima, en el que fue colocado dentro de un mausoleo construido por sus hijas. Fue un traslado apoteósico. Sin embargo, mientras El Comercio sólo publicaba una pequeña fotografía enfocada desde un ángulo donde no se veía la concurrencia cuando retiraban el féretro; el diario La Prensa le dedicaba una página entera a este hecho y cubrió la noticia a lo largo de todo el trayecto por Lima hasta llegar a la Catedral lugar donde pasó la noche. A su paso por las calles de la ciudad, cientos de personas presenciaban el cortejo desde los balcones, principalmente en la Plaza San Martín, que lucieron abarrotados.   

Fuentes:

Leguía la Historia Oculta Vida y Muerte del Presidente Augusto B. Leguía, Carlos Alzamora
- El Saqueo Olvidado, María Delfina Álvarez Calderón  
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Diario El Comercio, 25 de agosto de 1930

miércoles, 18 de octubre de 2017

EL CERRO SAN CRISTOBAL

"Mejor que los paralelos y los meridianos, determina la posición de Lima dos fáciles accidentes geográficos: el Rímac y el San Cristóbal; los dos, testigos inmemoriales del auge limeño"

Raúl Porras Barrenechea 

Al otro lado del río, entre los distritos del Rímac y San Juan de Lurigancho, se levanta un cerro de cuatrocientos metros de altura sobre el nivel del mar, con una silueta cónica y de un suave color pardo y en cuyas faldas, se levantan cientos de pequeñas casitas coloridas. En los días que el cielo está despejado, el visitante, desde una altura conveniente, puede observar el mar hasta Chorrillos, el balneario de La Punta y, por supuesto, la Isla San Lorenzo. 



Cuenta la historia que los exploradores españoles Ruíz Díaz, Juan Tello y Alonso Martín de Benito fueron los primeros en llegar a su cima. Desde allí, observaron todo el valle del Rímac que por su fertilidad, sus centenares de cultivos y su cercanía al mar fue escogido como lugar para que estuviera ubicada la capital del Perú. Fue así que el conquistador Francisco Pizarro ordenó que se clavara una pequeña cruz en la cima de ese cerro pero, tiempo después, en 1526, arribaron a las inmediaciones de la capital -atrincherándose en los cerros al otro lado del río-, las tropas incas del general Quizu Yupanqui, que obedecían al rebelde Manco Inca, para exterminar y desalojar a sus moradores. Es allí donde se produce una lucha, que duró cerca de diez días, entre casi quinientos soldados a las ordenes de Pizarro frente a veinticinco mil indígenas. Es así que Lima no llegó a ser invadida gracias a la fiera defensa de los españoles, además, de una intempestiva crecida del río Rímac pues, cada vez que intentaban cruzar sus aguas, los indígenas perecían ahogados al ser arrastrados por su tormentoso caudal. Al poco tiempo, los indígenas derrotados emprendieron la retirada y en agradecimiento a San Cristóbal, cuyo día se celebraba en esa fecha y a quien atribuían una ayuda sobrenatural en la defensa de Lima, Pizarro, en agradecimiento, decidió restituir la cruz que había sido destruida por los incas llevando con devoción en sus hombros, una de madera hasta la cumbre del cerro donde ordenó se colocara, bautizando al cerro con el nombre de Cerro de San Cristóbal. 



Por esas épocas, la misa dominical se realizaba en la Plaza Mayor pues en Lima no había templo alguno. Era un altar portátil que se colocaba frente al callejón de Petateros; en 1537, se inauguró una pequeña capilla en el Cerro San Cristóbal, capilla que era visitada ya sea por devoción o por el simple hecho de dar un pequeño paseo. 

"Después, anualmente, el 14 de setiembre, se efectuaba una romería -una bulliciosa romería- al San Cristóbal. Había en ella danza de moros y cristianos, abundancia de comida y francachela en grande".

El terremoto de 1746, destruyó la capilla, dejando en pie varios muros, sin embargo, los pobladores no se olvidaron de la romería anual, en ese lugar que alguna vez fue sagrado, se bailaba desaforadamente cometiéndose todo tipo de actos profanos. Años más tarde, en 1784, el arzobispo de ese entonces, La-Reguera, prohibió las romerías y mandó que se acabase de demoler la capilla, dejando soló como recuerdo, el arco de la puerta y una cruz de madera en memoria de la que colocó Pizarro.  

Pasaron los años y la cruz de madera se fue deteriorando, las polillas, los vientos, los orines, la destruyeron. Durante el periodo del alcalde Lima, Federico Elguera (1901-1908), la cruz de madera fue reemplazada por una cruz de encajes de fierro calado guardándose en su cuerpo, los restos de la antigua cruz.  Sin embargo, nuevamente, el viento, los orines y las polillas, además del moho, destruyen esta nueva cruz, por tanto, era necesario sustituirla por una nueva con nuevos materiales y técnicas más modernas, para que fuera el signo sagrado de la capital, pero en forma permanente e indestructible.


La cruz que hoy vemos, de cemento y fierro forjado, con una altura de veinte metros y veintidós faroles que la iluminan y la resaltan en las noches, se empezó a construir en el año 1927. Un año después, en la mañana del 23 de diciembre de 1928, se llevó a cabo la ceremonia de bendición de la nueva cruz. Participaron en el acto, Augusto B. Leguía, Presidente de la República y monseñor Gaetano Cicognani. Los trabajos de restauración fueron presididos por don Enrique Espinoza; los encargados de la obra, fueron los ingenieros Oscar Sagazeta Valderrama y Ernesto Durand Morell, quienes cobraron solo los materiales y la mano de obra. Posteriormente, a la cruz se le rodeó y cercó de un barandal de cemento armado. Esta obra fue ofrecida gentilmente pos las esposas de los constructores.

Se debe al R.P. Fray Francisco Aramburú, que vivía en el Convento de los Descalzos, situado muy cerca a las faldas del cerro San Cristóbal la iniciativa de organizar una colecta pública para construir la cruz como el inicio de las romerías al santuario; fue en mayo de 1929 que se cumplió la primera romería al cerro San Cristóbal. Desde entonces, cada Semana Santa, cientos de familias y grupos religiosos, desde tempranas horas de la mañana hasta la noche, recorren a pie los ocho kilómetros hasta la cumbre. Los fieles se detienen en las catorce estaciones para orar y recordar la pasión de Cristo.

Fuentes:
- El Rímac que quiero
- Lima Monumento Histórico, Margarita Cubillas Soriano
- Tradiciones Peruanas, Ricardo Palma
- Andina Agencia Peruana de Noticias
- prensafranciscanaperu.blogspot. pe