domingo, 22 de octubre de 2017

EL MARTIRIO DEL PRESIDENTE LEGUIA

En marzo de 1930 se produjo el ascenso del mayor Luis Miguel Sánchez Cerro al grado de comandante. En sus memorias "Yo tirano, yo ladrón", Leguía menciona  que él vaciló antes de firmar la resolución respectiva; pero tanto Foción Mariátegui -Presidente de la Cámara de Diputados-, como el general Manuel María Ponce Brousset y el mismo Sánchez Cerro le dieron al Presidente toda clase de garantías sobre su lealtad.

Pocos meses después .......

El viernes 30 de agosto de 1930 se sublevó la Guarnición de Arequipa, encabezada por el comandante Sánchez Cerro.  "El Manifiesto", suscrito por Sánchez Cerro como "Jefe Supremo",  que justificaba el golpe había sido redactado por el jurista José Luis Bustamante y Rivero. Un documento -según Basadre- "bello y lírico"; el mismo que causó un gran efecto por contener éste todas las acusaciones posibles e inimaginables sin nombrarlo.


Una fina garúa caía en Lima la mañana del domingo 24 de agosto, el Presidente Leguía se despertó esa mañana con una impactante noticia. Las Guarniciones de Cusco y Puno, secundaban el movimiento de Arequipa. Cansado, después de once años de trajines, de intensa actividad física y mental; pero, sobre todo, ansioso de evitar un derramamiento de sangre, optó por presentar su dimisión ante el Congreso. Esa mañana reunió en Palacio a su gabinete encabezado por Benjamín Huamán de los Heros, anunciándoles su intención de no luchar, de organizar un nuevo gabinete militar y de reunir al Congreso para dimitir. Esa misma tarde, el Presidente acude como todos los domingos al Hipódromo de Santa Beatríz y pudo ver a dos de sus caballos de su Stud Alianza ganar las carreras por lo que fue aplaudido por la concurrencia, a lo que respondió saludando como siempre con el sombrero en alto. Pero, sin embargo, su rostro no era el mismo de siempre, su rostro mostraba tensión, angustia, tristeza.

Su Ministro de    Gobierno le dijo en uno de esos días ya llenos de fatalidad: "Señor Presidente, lamento tener que informarle que el señor Fulano de Tal está conspirando contra usted". Leguía se quedó pensativo un rato y le                                                   contestó:"¡Que raro! No recuerdo haberle hecho nunca un favor".

La situación era complicada, cerca al Presidente reinaba el fantasma de la traición. Ese domingo en las calles grupos de gente gritaba: "¡El tirano ha huido!" "¡Se ha marchado en avión"! No. Leguía no huyóLeguía regresó a Palacio ese domingo en medio de los gritos y disparos. Al anochecer, juraba el nuevo gabinete militar encabezado por el general Fernando Sarmiento, en el salón incaico, un salón provisional y con adornos de cartón, ubicado en la esquina de las calles Palacio y Desamparados. Leguía paseaba nervioso por el salón de un lado al otro, de cuando en cuando respondía a las preguntas de sus familiares. Al rato, se presentó un jefe militar para anunciar que en la Guarnición de Lima sesionaban en el Estado Mayor con el fin de organizar otro gabinete. Horas después, fueron a avisarle que un grupo de esos jefes y oficiales llegaría a Palacio. Así fue. A las tres de la madrugada, Leguía recibió a cerca de doscientos oficiales en el mismo salón donde horas antes se había realizado el juramento al nuevo gabinete y donde aún se veía la mesa con el crucifijo y los candelabros. 


La presencia de los oficiales en Palacio creó un ambiente tenso, caldeado, uno de ellos, el Capitán Meneses, se presentó visiblemente bebido. De manera grosera y prepotente le exigió a Leguía  la renuncia. En ese momento, fue interrumpido por el comandante Bueno quien le dijo al Presidente, entre otras cosas: "que le tenia respeto y consideración pero está rodeado de un grupo de .... de un grupo de sinvergüenzas, señor". Juan, su hijo, trató de intervenir pero no lo dejaron hablar. Foción Mariátegui intentó hacer lo mismo pero Meneses le gritó: ¡calla maricón! Después de estos tensos momentos, el general Sarmiento manifestó que no tenía inconveniente en dimitir. En ese instante se leyó la composición de la nueva Junta presidida por el general Manuel María Ponce Brousset. En ese mismo instante, Leguía iba hasta la caja fuerte donde se encontraba su carta de renuncia que había redactado veinticuatro horas antes y con voz serena dio lectura al documento en el que sobresalía la frase:

"Si el Perú quiere progresar sin mí, en buena hora. Lo esencial es que ese progreso no se detenga".

La nueva Junta -al no poder garantizar la seguridad al ex Presidente- le ofreció el buque insignia Almirante Grau para salir del país. Efectivamente, en un encuentro casual que tuvo, Sánchez Cerro, ya como Presidente de la Junta de Gobierno, con el abogado civil de Leguía, Alfonso Benavides Loredo, le dijo: 

"Nada gana usted con defenderlo porque yo le fuetearé en la panza hasta reventarlo".

Al retirarse los oficiales Leguía pasó a su despacho, recibiendo al ex Canciller de Chile, Conrado Ríos Gallardo, quien, en nombre de su Gobierno, le ofreció asilo que el ex Presidente se negó a aceptar. "No acepto -dijo- por dignidad y patriotismo y para no comprometer la amistad que acaba de nacer".  Esa noche Leguía durmió en Palacio pero ya no gobernaba. En la madrugada del lunes 25 de agosto, vestido de jaquet negro, cubierto con un sobretodo oscuro, una bufanda y un sombrero hongo, el ex Presidente salió por la puerta lateral de Palacio en compañía de su hijo Juan. Subieron en un auto en el que, por precaución, su fiel edecán, el teniente Teodosio Cabada, iba montado en el estribo con revolver en mano. No sucedió nada. A las dos horas arribó al Callao, allí se le juntaron sus hijos José y Augusto además de sus dos hijos políticos. En el malecón Figueredo fue recibido por las autoridades del puerto y por el jefe de la policía; el rostro de Leguía estaba sumamente abatido. Inmediatamente fue trasladado en una lancha para ser conducido hasta el buque Almirante Grau, al llegar fue recibido por el capitán de navío Spayers y por el capitán de fragata Galdo. Una vez que estuvo a bordo se despidió de sus acompañantes excepto de Juan y su edecán que se quedaron con él, al rato levaron anclas y el buque se hizo a la mar.  

El padre Ricardo Wiesse Thorndike indica que: cuando Leguía se embarcó en el Grau, fueron los Miró Quesada quienes ordenaron el regreso del barco para llevarlo a la cárcel vestido de frac, única vestimenta que poseía, con la que salió de Palacio en la madrugada".

Efectivamente, horas más tarde, Sánchez Cerro, de manera violenta y amenazante, hizo responsables al general Ponce Brousset y al comandante del Grau por la suerte de Leguía. Ordenó que retornaran al Callao bajo pena de ser sometidos él y la tripulación a una corte marcial con el riesgo de ser fusilados. Al mismo tiempo, el estado de salud del ex Presidente se iba deteriorando,    requería   inmediata  atención médica especializada. Tras ser atendido en el Callao por su medico personal, el doctor Eugenio McComarck, y pese al diagnostico: "uremia, con retención de orina, fuertes dolores y alta fiebrey a la sonda que se le colocó, fue trasladado al penal El Frontón, en la isla San Lorenzo, donde permaneció detenido hasta el 16 de setiembre, ese día, fue trasladado  a la Penitenciaria de Lima, conocida como el "Panóptico". 

"Sin mandato judicial alguno ni sentencia de ninguna clase, Leguía es encerrado con su hijo Juan, que se había entregado voluntariamente para acompañar a su padre".

Jorge Basadre describe la celda como un lugar "bajo, húmedo, sucio y pestilente".

Era una celda fría de nueve metros cuadrados, sin ventilación ni luz natural pues la ventana había sido tapiada. No tenía un jardín y menos unos rosales. No tenía un servicio higiénico. No, ni tampoco una ducha. Como servicio -si cabe el término "servicio"- utilizaba un viejo balde oxidado cuya agua se cambiaba cada dos días. En la pared, dos ganchos servían para colgar la poca ropa que tenía. En el centro del techo, una bombilla eléctrica debía estar encendida las veinticuatro horas del día y cuya luz no le permitía conciliar el sueño.

Saqueo de la casa de la familia Leguía Swayne en la calle Pando
"El nuevo régimen de los civilistas le negaba el derecho elemental a la defensa. Sin diligencia ni proceso judicial, se le había condenado de facto a cadena perpetua; no recuperaría nunca más la libertad y moriría preso, porque se le había condenado también a una muerte lenta".

Para torturarlo, los carceleros le tiraban en su celda todos los periódicos y pasquines de la oligarquía civilista que propalaban las más terribles infamias y calumnias contra él, calumnias que no tenia la posibilidad de refutarlas. No. La incomunicación era absoluta, no se le permitía ni un lápiz ni un papel, menos una máquina de escribir. No se le permitía ninguna visita. Sus visitantes ocasionales eran su confesor y un médico pero sólo en situaciones de emergencia. No podía estar a solas con ellos, debía estar siempre presente un carcelero que podía interrumpir la conversación si esta se apartaba del tema religioso o del médico. Leguía no recibía ni la visita de sus hijos, ni sus nietos,  ni amigos o partidarios. No. Ni siquiera su abogado; la única oportunidad que él estuvo en la celda fue cuando redactó su testamento a favor de sus hijos.

"Los civilistas vivían aterrados de que Leguía pudiera delatar sus secretos. Sembraban las calumnias a través de sus periódicos y pasquines entre una población desinformada, que no tenía acceso a otras versiones".


"El ex Presidente no tiene ni una familia poderosa, ni fortuna, ni un partido, ni un diario que lo pueda defender. Y Leguía se convirtió  así en el "saco de arena" de los cobardes que, como los boxeadores, podían golpear impunemente las veces que quisieran".

"El 15 de setiembre de 1930 el diario El Comercio pide en un editorial que se retire el nombre de Leguía de todas sus obras -carreteras, terminales, avenidas, calles, etc.- y una semana después el dócil gobierno que controla atiende el pedido, aunque con mayor sustento principista, al prohibir que se de a las obras publicas el nombre de personas vivas".


A través de las rejas -porque era una celda con rejas-, los carceleros observaban todos sus movimientos, hasta los más íntimos. Desde fuera, se burlaban, se reían, lo humillaban, le decían palabras soeces y  todo ¡para qué, para ganarse unos pocos aplausos de sus nuevos gobernantes! Pero eso no era lo peor. Lo peor era el cáncer de próstata que lo aquejaba. Si, Leguía tenia cáncer. ¿Acaso iba un médico o una enfermera siquiera para saber cómo estaba? No. Podían pasar los meses y no recibía tratamiento.

Meses después ......... 

La mañana del 17 de setiembre de 1931 amaneció lluviosa y húmeda, era uno de esos días que se siente la tristeza en el ambiente. Leguía se moría en ese frío ambiente del Panóptico. Habían pasado los meses y la dolencia del ex Presidente no había sido atendida. En los seis meses que duró la Junta Militar de Sánchez Cerro, los doctores McCormack y Venero habían estado reclamando insistentemente una operación, pero igual así como había sido persistentemente solicitada había sido persistentemente denegado el pedido.
Gobernaba por ese entonces, David Samanez Ocampo, un conspirador antileguiísta; que, sin embargo, era consciente del escándalo internacional que podía causar si un ex Presidente moría en prisión; pero, al mismo tiempo también estaba sometido a la presión de los civilistas y sus órganos de prensa, que se oponían a rajatabla que saliera de prisión. McCormack ofreció llevarlo a la clínica Anglo Americana. No aceptaron. Decían que no podían trasladarlo a un lugar donde la bandera norteamericana estaba izada; podía resultar que el ex Presidente quedara bajo la protección de los Estados Unidos.

El ambiente en el Panóptico era insoportable, como un insulto a la civilización; en sus pasillos no se podía caminar sin encender la luz porque el centinela tenía orden de disparar a todo bulto que pasara. El 15 de noviembre Leguía estaba grave, le habían diagnosticado neumonía y, en la noche, un colapso cardíaco complicó la situación. Dirigiéndose al doctor Venero, el ex Presidente le dijo: 

"Vea usted como estoy, convertido en una piltrafa humana; han desecho mi honor, mi familia, mi                     propia fortuna. Mis pobres hijas ...... ni siquiera sé dónde están, quizá en la miseria". 

Traslado a Bellavista ......

Finalmente, la Junta improvisó en una vieja casa destartalada e inhabitable algo que no era una clínica ni siquiera algo parecido. Era un remedo de clínica en Bellavista, Callao; destinada a ser en el futuro el Hospital Naval. El diario El Comercio insistía desde su editorial a coaccionar al Gobierno para que no se lleve a cabo el traslado por temor a una fuga. Pasado unos días los doctores que lo atendían lanzan un boletín médico que decía lo siguiente:

"18 de noviembre de 1931. Hora 10:30 a.m. El señor Augusto B. Leguía principio a sentir un proceso pulmonar - cardíaco a las 3 de la mañana; durmió menos de dos horas, su estado general es muy deprimido".

(Fdo.) E. McCormack N.D.E.A., C.S.,J.A. Venero Guevara, MD

Como no se trataba de un simple resfrío, la Junta de Gobierno, consciente del escándalo que podría producirse si el ex Presidente moría en condiciones penosas, aceptó que sea trasladado a Bellavista. En las afueras del Panóptico cientos de personas -de todas las condiciones- enterados de la decisión esperaban la salida de la ambulancia que llevaría al ex Presidente hasta el Hospital Naval donde llegó moribundo. En las afueras se habían apostado ochenta soldados con cuatro ametralladoras. En la vieja casona se improvisó, con los instrumentos que se podían, un cuarto aséptico para operarlo. 


 Los lideres civilistas continuaban aterrados ante la idea de que Leguía sobreviviera a la operación.

La noche misma del traslado a Bellavista, una potente carga de dinamita estalló muy cerca de su cuarto; las paredes de la vieja casa fueron remecidas y el techo se resquebrajó. El rostro del ex Presidente quedó cubierto de polvo y cascote; pero sobrevivió. Pasado un año desde su encierro era la primera vez que podía ver la luz del sol; pero la rigidez carcelaria continuó, no se le permitió la visita de ninguno de sus familiares ni que recibiera ningún tipo de correspondencia que le permitiera saber de sus hijas por quienes siempre preguntaba. Nunca podía permanecer sin vigilancia, ni siquiera cuando su médico lo visitaba. Por esos días nació una de sus nietas y no hubo forma de hacerle llegar la noticia

"He puesto hace tiempo mi destino en manos de Dios. No haré nada para impedir que se cumplan sus designios. Y aunque sé que ya es tarde para ello, si por si acaso me recuperase y saliese de aquí sería para ir al Congreso a reivindicarme".

Después de dieciocho meses de martirio físico y moral, el ex Presidente pesaba apenas treinta y ocho kilos, estaba muy débil y agotado. Sabía que no iba a poder superar la operación y así se lo dijo a la única persona que lo podía visitar, el sacerdote franciscano descalzo Esteban Pérez quien le llevó el libro de Kempis, el único que lo confortaba.



A las 2:30 de la madrugada del sábado 6 de febrero de 1932, fallece el ex Presidente  Leguía. Luego de dieciocho meses de martirio su cuerpo no resistió la intervención quirúrgica y sufre un paro cardíaco. Sus hermanos, María Teresa y Eduardo, que habían estado aguardando en la habitación contigua, son autorizados recién a ingresar, porque los civilistas aún temían que les fuera a revelar algunos oscuros secretos. Encuentran el cuerpo de su hermano tendido en el piso cubierto con una frazada y cuatro velas que lo alumbraban. Al poco tiempo llegan amigos y partidarios que improvisan una colecta para comprar el ataúd de madera de ochenta soles. Leguía estaba con una extrema delgadez, no había terno que le sirviera para vestirlo. Uno de sus ex ministros ofrece el terno de uno de sus hijos.

Sus ultimas palabras fueron: ¡Olmos Olmos! , !Mis hijas, mis pobres hijas!

"El gobierno de Sánchez Cerro aplica una rígida censura para que los diarios no den la noticia del fallecimiento del ex presidente. La Crónica la divulgó y recibió luego una multa de cinco mil soles". 

El servicio de transporte al Callao se suspende, sin embargo, los taxistas llevan gratis a todo aquel que deseaba asistir y así, miles de hombres y mujeres de toda condición social, se desplaza por cualquier medio -incluso a pie- hasta las afueras del Hospital Naval de Bellavista. No hay discursos pero sí se entona el Himno Nacional; envuelto en la bandera y, bajo un fuerte sol, el ataúd es llevado en hombros hasta el cementerio Baquijano donde permanecerá allí por largos veinticinco años. 

"Su hijo Juan permaneció preso un año más, con tan solo una paquete de seis velas como única forma de alumbrarlo, esto, como castigo a su rebeldía con sus carceleros. No volvió a ver a su padre y al año partió al exilio".

El 6 de febrero de 1957, los restos del ex Presidente Leguía, son trasladados a pie, desde el nicho número ocho del cuartel San Cayetano del cementerio del Callao, donde estaba enterrado, hasta el Presbítero Matías Maestro en Lima, en el que fue colocado dentro de un mausoleo construido por sus hijas. Fue un traslado apoteósico. Sin embargo, mientras El Comercio sólo publicaba una pequeña fotografía enfocada desde un ángulo donde no se veía la concurrencia cuando retiraban el féretro; el diario La Prensa le dedicaba una página entera a este hecho y cubrió la noticia a lo largo de todo el trayecto por Lima hasta llegar a la Catedral lugar donde pasó la noche. A su paso por las calles de la ciudad, cientos de personas presenciaban el cortejo desde los balcones, principalmente en la Plaza San Martín, que lucieron abarrotados.   

Fuentes:

Leguía la Historia Oculta Vida y Muerte del Presidente Augusto B. Leguía, Carlos Alzamora
- El Saqueo Olvidado, María Delfina Álvarez Calderón  
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Diario El Comercio, 25 de agosto de 1930

4 comentarios:

  1. Así mueren los que se atreven a desafiar a los intocables dueños del Perú.

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  2. Grande Presidente Leguia mi admiración y lealtad por siempre a UD mi Presidente

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  3. Ancestro mío, siempre te tendremos en alta honra.

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  4. Muchas gracias, por tan buena publicación y detalle de un hecho que poco se conoce, el calvario y agonía de Leguía, uno de los mejores, si no el mejor presidente que nuestro país, ha tenido, La muerte que le dieron, no lo merece el peor de los criminales.

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