martes, 3 de octubre de 2017

UNA HISTORIA DIFERENTE DE SANTA ROSA DE LIMA

La Ciudad de los Reyes, fue su ciudad natal. Era una ciudad importante. Tenía medio siglo de haber sido fundada. Una ciudad cerca al mar, de buen clima, buen viento, buena agua, buena hierba, buen puerto y un río que atravesaba el valle de este a oeste. En aquella época la iglesia predominaba en todos los ámbitos, desde la Universidad de San Marcos hasta los Colegios Mayores. Rosa (1586 - 1617) llegó a ver cinco conventos de frailes, conoció la Catedral, San Lázaro, Santo Domingo, San Marcelo, el Sagrario. La casa en que nació quedaba en la margen izquierda del río Rímac. Era modesta, la fachada miraba al río, la casa debió de tener una portada grande, muros gruesos, techos planos y un solo piso. Entrando a la ella había un patio con las habitaciones a su alrededor. Tenía una huerta y a la derecha un pozo circular. En la huerta había árboles, arbustos y hierbas. Pero lo principal allí, era un limonero y un naranjo. Como fue usual en las huertas limeñas, la regaba una acequia, y que gracias a esta acequia, los árboles eran verdes, frondosos y donde las aves y mosquitos eran sus asiduos visitantes. El terreno era de esos que en Lima se llamaban solares, es decir, la cuarta parte de una manzana, de repente hasta menos. Su frente daba a la calle, una calle que carecía de nombre. Se le conocía como la calle "abajo del Convento de Nuestra Señora de el Rosario", y mejor aún, como "la calle que va a las espaldas del Espíritu Santo". Más tarde se llamó del Santuario.
Rosa nació un miércoles a las cuatro de la tarde; en una época no muy buena para el Virreinato. En Lima se vivía la amenaza de los salteadores de viajantes en los caminos del Callao, Chancay y Pachacamac. Había una gran escasez de carne de carnero por acaparamiento de los rastreros. Su abuela materna, Isabel de Herrera de Oliva, una mujer de genio fuerte, quedó resentida al cambiarle el nombre de Isabel a Rosa, ella "deseaba que la bendita niña se conservase con el nombre de su bautismo", pero María de Oliva, la madre de Rosa, no cambió de actitud y el problema no se solucionó, porque para la abuela siguió siendo "Isabelica" y para la madre "Rosica". Esto causó muchas diferencias y discusiones entre la abuela y la madre de Rosa que duraron cerca de once años. Menos mal que a esas altura, si no antes, alguien descubrió "que en el calendario Romano había santa en el cielo que se llamaba Rosa".
Todo hace ver que Rosa era de estatura mediana, más alta que baja, erguida pero no esbelta, era proporcionada, no tenía defectos. Su figura era agradable, se podría decir que era agraciada, pudo ser bonita pero no una beldad. Hay quienes dijeron que era hermosa y que tenía el "rostro de ángel". Pretendientes no le debieron faltar, se presume que su madre quiso casarla pero ella no consintió. Su padre, Gaspar Flores, era natural de Puerto Rico. Era arcabucero en la escolta virreinal. Su madre, María de Oliva, era criolla, de carácter fuerte -no era de malos sentimientos- pero si dominante, curiosa, irascible, le temía a la oscuridad. Vestía de manera sencilla: una falda roja, blusa negra, manto verde y mantelina blanca. Era mucho más joven que su esposo. Rosa tuvo doce hermanos, ella era la cuarta, varios fallecieron de niños pues en esas épocas era común la mortandad infantil. A los cinco años su madre le tiñó el pelo de rubio. A los ocho o nueve y, conforme a lo usual, quiso que se tiñera nuevamente de rubio además que vistiera con elegancia. Rosa no quería porque sentía que ambas cosas eran frívolas. María de Oliva la castigó, aporreándola, tirándola de los cabellos y pelliscándola con todas sus fuerzas. En 1596, su padre aceptó ser administrador durante cuatro años de un obraje -que más parecía ser una mina- en el pueblo indio de Quibi, hoy Quives, en el camino a Canta. Allí conoció a Santo Toribio de Mogrovejo, fue en Quives que se confirmó con el nombre de Rosa de Santa María.
En los siglos XV y XVI se solía hablar del doncel y la doncella. El primero era el varón que no había conocido mujer y la segunda era la mujer que no había conocido varón. Rosa, en abril de 1598, a los doce años, era una doncellica. Fue, para su edad, diferente a las otras doncellicas. Era atípica pero no anormal. Tenía arrebatos de niña y pensamientos de adulta. La primera cama que tuvo fue de troncos. La segunda, era de temer pues estaba hecha de siete palos y puntas de tejas y pedazos de arcilla y la almohada era un adobe y una piedra. Guardaba ayunos raros, a pan y agua. Muchas veces pasaba todo el día sin comer ni beber cosa alguna. Ayunaba los miércoles, viernes y los sábados. Los demás días comía alimentos de origen vegetal, salvo los huevos de gallina y sal. El pan lo comía con frecuencia pero no el pan blanco sino el pan de afrecho. Algunas veces comía pescado. Desde los quince o dieciséis años dejó de comer carne, salvo circunstancias imposibles de evitar. La mesa se convirtió en un campo de batalla pues era, para ella, un problema sentarse a comer. Su padre intervenía poco, pero a su madre esto la desesperaba. Trabajaba para ayudar en la casa. Más tarde, aprendió a concurrir a la mesa, al mediodía, para repartir a todos las viandas y salsas que había preparado. Además de experta cocinera, le gustaba mucho explorar la culinaria mestiza, que le permitía -gracias a los frutos de la tierra- hacer muchas invenciones. Era también muy buena costurera. Rosa tenía una criada, Mariana, que tomó el apellido de Oliva. Ambas eran de la misma edad y más que criada era su amiga y confidente, también su "secretaria". Mariana llegó a casa de los Flores cuando Rosa tenía dos años y creció al lado de ella, siempre como criada de la familia. No como esclava. Debió ser mestiza, india o morisca.
El cabello de Rosa era oscuro pero su madre insistía en teñirselo de rubio hasta que un día, a los doce o más años, optó por una solución drástica. Se encerró en una habitación con unas tijeras. Cuando salió era otra: se había cortado la cabellera rubia. Seguramente hubo gritos y castigos por parte de su madre que, por alguna razón, no quería que su hija tuviera el pelo oscuro. Rosa tenía fuertes dolores de cabeza, asma, dolor de costado pero a los quince años empezó a tener dolor de ijada que eran unos dolores muy fuertes y con grandes calenturas que la obligaban a guardar cama.
La familia era pobre pero no al extremo, pero sí bastante lejos de ser rica. Rosa ya tenia dieciocho años, era ya una doncelleja, su padre estaba viejo y enfermo. Su madre veía que ya estaba en la edad de casarse, había que buscarle un buen hombre para marido. El día que Rosa se casara -pensaba su madre- sería un alivio para la familia pues el esposo, se encargaría de quitarle las manías y extravagancias. Por esa épocas los matrimonios no eran por amor sino por gestión de la familia. Pero Rosa, no ayudaba, su madre la perseguía, la reñía, le decía que se vistiese y arreglase mejor pero Rosa se oponía. Al no tener eco, María de Oliva, renunció a sus deseos. A Rosa no le gustaba exhibirse, no le gustaba su rostro sonrosado pues eso atraía las miradas. No le gustaba salir de su casa; apenas iba a las procesiones en Santo Domingo los domingos y fiestas. María de Oliva comenzó a comprender que su hija era distinta de las demás doncellas. No era loca, pero sí rara, no estaba dichosa pero sí desconcertada. Por ese entonces Rosa quería vestir el hábito de San Francisco de Asís, le pidió a su madre se lo dejase poner, ella no quiso. Fue donde su padre, él le respondió que no tenía plata. Hasta que pidió a un vecino plata y secretamente se hizo el hábito sin que su madre ni nadie lo supiera. Cuando su madre lo supo y la vio, Rosa le dijo que los padres confesores le habían dado permiso para ponérselo. Rosa quería ser monja pero, en realidad, no lo sabía. En su casa no la comprendían, ella quería más la soledad y la vida mística. Su hogar era difícil pero no intolerable. Su padre ya estaba viejo y enfermo, casi no intervenía; su madre intervenía más de la cuenta y sus hermanos -salvo Hernando, dos años mayor que ella y con quien más compartía-, hacían causa común con la madre. Hasta que por esos días, se hablaba en Lima de la creación del Monasterio de Santa Clara de Asís. Como consecuencia, a Rosa le entró un gran deseo de entrar de monja a dicho monasterio. Sin embargo, su madre se oponía a que su hija fuera monja y no aceptó que ingresara al monasterio. Rosa concluyó que "el ser clarisa no debía ser agradable al Señor", por tanto, sería monja más tarde, cuando Dios se lo señalara; además, tenía varios conventos para escoger aunque seguía inclinada a la orden de San Francisco. Así, regresó a su casa a seguir atendiendo a sus padres y a su abuela enferma y postrada en la cama. Rosa, no quiso ser monja clarisa, pero durante un tiempo, más o menos, entre 1604 y 1606, usó el hábito franciscano. Éste era de sayal o tela muy basta labrada de lana burda. Tenía color pardo -el matiz de la tierra- entre el blanco y el negro con toques rojizos y amarillentos. El sayal o jerga era color pardo, era más oscuro que el gris. Este era "el hábito pardo de San Francisco". En 1606 se decidió a tomar el hábito dominico pero siguió usando como túnica el franciscano que era una vestidura sin mangas, larga, amplia y toda de lana. Era la prenda que usaban las religiosas debajo de sus hábitos, como camisas o camisones. Era una costumbre y Rosa la guardó toda su vida. Para su penitencia Rosa usaba el "cilicio" que era el saco o vestidura áspera que la usaban antiguamente para estos fines. Le cubría desde los hombros hasta por debajo de las rodillas. Un día su madre la vio caminar con dificultad, le dijo: "quítate esa túnica que traes que yo veo que andas con mucha pesadumbre". A lo que Rosa le respondió: "Yo mi túnica traigo". Le gustaba mucho la lectura. Hernando, su hermano, asegura que aprendió a leer desde muy temprana edad. Prefería las lecturas que trataban de la oración, uno de sus autores favoritos era fray Luis de Granada.
En 1612, Rosa se mudó al barrio de Santa Ana, a la casa de don Gonzalo de la Maza, Contador de la Santa Cruzada. María de Oliva llegó a decir que la ida de Rosa "significaba un alivio y que se la entregaba por hija, para que dispusiese de ella y que ya deseaba verla monja, porque ella y su marido estaban viejos ......"
Fue un día jueves, el 24 de agosto de 1617, en que murió Rosa. Antes de morir, pidió le quitasen "las almohadas en que estaba incorporada y se hizo arrimar a la madera de la cama". El deceso ocurrió media hora después de la media noche del miércoles, bastante antes del amanecer. Ahí estuvo presente su madre y su hermano Hernando, entre otros.
Bibliografía:
- Santa Rosa de Lima: José Antonio del Busto Duthurburu, Fondo Editorial PUCP






No hay comentarios.:

Publicar un comentario