Manuel Atanasio Fuentes cuenta en sus crónicas "Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres" (1866-1867), que el paseo a las Pampas de Amancaes, una especie de longchamps, ubicadas en el antiguo distrito del Rímac, se iniciaba el 24 de junio, el día de San Juan, y concluía el día de San Miguel, a finales de setiembre. Por esas épocas, en los meses de mayo y junio, la gente concurría a este pintoresco y solitario lugar y, desde lo alto de sus cerros, cerros que se cubrían -en mayo y agosto- de una inmensa alfombra de flores grandes de un intenso color amarillo y hojas verdes, conocidas como "Amancaes". En los días más despejados se podía desde ahí, divisar el mar y todo el valle de Lima.
"El camino que conduce a estos cerros es muy ancho y la perspectiva que se tiene desde cierta altura es encantadora. En muchos lugares se arman tiendas en las cuales se venden refrescos y se ejecutan las danzas más indecentes".
Cuenta la historia que estas visitas a las pampas de Amancaes empezaron casi con la Fundación de Lima, en 1549, cuando don Andrés Cinteros, un acaudalado minero de Potosí, vino a establecerse en Lima, fundando una capilla, donde más adelante se edificó el templo de Santo Tomás, una capilla consagrada a San Juan de Letrán luego de algunas ceremonias religiosas, se dirigía con sus invitados, en paseo ecuestre a merendar en las Pampas de Amancaes.
Años más tarde, Amancaes se convirtió en un lugar de peregrinación desde la época colonial. Una mañana de febrero de 1582 ocurrió un milagro. Una india llamada Rosario encontró en la acequia de la “Alcantarilla” a un viajero que llevaba en la mano una carta, que le entregó, dirigida “al Prior de los Dominicos” y encargándose a su patrona para que edificara un templo “allí donde apareciera grabada la imagen de Jesús Nazareno”. Al cumplir su cometido y regresar con el religioso y gran cantidad de personas “en romería” se encontraron que había grabada en una roca la referida imagen, en quien la domestica reconoció al viajero que le diera el encargo. Entonces se edificó allí una capilla, que, por haberse puesto la primera piedra el 24 de junio del mismo año, se le dio el nombre de San Juan.
"El camino es muy malo. los caballos se hunden en la arena hasta las rodillas. El viento es frió y por la tarde, si uno se demora en retirarse, corre el riesgo de ser detenido por los ladrones que abundan en Lima".
Cuando en 1610 se terminó de construir el Puente de Piedra que comunicaba a Lima con "Abajo el Puente", los paseos a la Pampa de Amancaes tomaron mayor importancia y, más aún, cuando el Virrey, Marquéz de Montesclaros, hizo construir la llamada Alameda Grande, hoy de los Descalzos. Acudía numerosa, gente de todas las condiciones sociales y razas, algunos a pie, otros, que pertenecían a la aristocracia limeña y que vestían sus mejores galas con la intención de lucirse, esperaba la partida en la alameda y bajo la sombra de los árboles, se formaban dos largas filas -a la derecha y a la izquierda- de cientos de calesas arrastradas por mulas y balancines esperaban también el momento de emprender la subida a las pampas. Los balancines eran unos vehículos pesados tirados por dos caballos y manejado por un moreno alegre y simpático que cabalgaba sobre uno de ellos. Este moreno era entendido en canciones pues siempre empleaba divertidas coplas para poder alentar a sus caballos en la agotadora subida. Muchas veces, montados en un burro, la cocinera y sirvientes, llevaban todo lo necesario para que las señoritas, a las once, tomaran el lunch o para más tarde, almorzar en las pampas: gallinas, jamón, queso, aceitunas, etc.,
Arriba en las pampas existían varios ranchos, barracas o fondines cuyos dueños vendían comestibles y licores. No se encontraba de todo y lo que se encontraba lo vendían a precios fabulosos. Los jinetes trotaban al costado de las calesas y balancines y, desde las largas callejuelas, iban, alegremente, libando unas copitas de licor para hacer más llevadero el arduo y pesado camino, pues una inmensa nube de polvo se levantaba cubriéndoles la cara, el poncho y el sombrero a los jinetes, hasta dejarlos irreconocibles. En aquellos tiempos, los amantes de las jaranas y los criollos que iban a Amancaes casi por rigor, hacían bailar la zamacueca, que era el baile nacional más popular. La orquesta, compuesta por arpistas y guitarristas era acompañada, además, de una especie de tambor hecho de cajón, cuyas tablas, producían un golpe más sonoro.
La Fiesta de Amancaes tuvo mucho apogeo en los años veinte, durante el gobierno de Augusto B. Leguía. Empezó a desaparecer en la década de los años sesenta y lo que apareció fue más bien el cemento de una nueva urbanización.
Fuente:
- Rincón de la Historia
- Peregrinaciones de una paria, Flora Tristán
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Lima la Unica
- Rincón de la Historia
- Peregrinaciones de una paria, Flora Tristán
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- Lima la Unica
Excelente!
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