domingo, 8 de octubre de 2017

SANTA CATALINA, AREQUIPA

"Aquí estoy de nuevo en el interior de un convento. Pero ¡Qué ruido ensordecedor! ¡Cuántas burras cuando entré! ¡la francesita! ¡la francesita!, gritaban de todas partes. Apenas se abrió la puerta me vi rodeada por una docena de religiosas que hablaban todas a la vez, gritando, riendo y saltando de gozo. La una me quitaba el sombrero, porque un sombrero era una pieza indecente. Me quitaron igualmente la peineta con el pretexto de que era indecente. Otra quería sacarme las mangas abuchonadas siempre con la misma acusación de ser muy indecentes. Ésta me levantaba el vestido por detrás porque quería ver cómo estaba hecho mi corsé. Una religiosa me deshizo el peinado para ver si mis cabellos eran largos. Otra me levantaba el pie para examinar mis borceguíes de París. Pero lo que excitó sobre todo su admiración fue el descubrimiento de mi calzón".

EL MONASTERIO DE SANTA CATALINA

El Monasterio de Monjas Privado de la Orden de Santa Catalina de Siena, ese era su nombre original, fue construido en un terreno de alrededor de veinte mil metros cuadrados para albergar a las hijas de las familias más distinguidas de Arequipa. Fue un convento de clausura absoluta hasta el año 1970, cuando las monjas deciden vivir en comunidad y dejar sus claustros para que estos sean visitados por los turistas. El Convento de Santa Catalina es una pequeña ciudadela construida en barro y sillar. Cuando el Virrey Toledo estuvo en Arequipa, fue informado por el Cabildo, sobre su deseo de años atrás de fundar un monasterio de monjas. Esto fue motivo para entregar las licencias necesarias para la fundación del Monasterio de Monjas Privado de la Orden de Santa Catalina de Siena, todo esto gracias a la donación de los bienes de doña María de Guzmán, viuda de don Diego Hernández de Mendoza. Ella fue la primera priora del monasterio durante los primeros seis años de funcionamiento. Así se inició la construcción del recinto hasta 1579, año en que fue inaugurado. El domingo 2 de octubre de 1580, se celebró la misa mayor en la ciudad y doña María fue reconocida como fundadora y tomó formalmente los hábitos. Las mujeres que ingresaban como monjas al monasterio eran criollas, mestizas y hasta hijas de curacas.



"Estas señoras no usan el mismo hábito que las de Santa Rosa. Su vestido es blanco, muy amplio y se arrastra por el suelo. Su velo, carmelita generalmente, es negro en los días de grandes solemnidades. No sé si su regla exige que sólo usen telas de lana, mas puedo asegurar que el vestido es la única de sus prendas hechas de lana. Es de un tejido muy fino, sedoso y de una radiante blancura. Su gorro y velo son de crespón negro. Hay que creer que esas piadosas señoras no hacen voto de silencio ni de pobreza, pues hablan bastante y casi todas gastan mucho".
El Monasterio se construyó sobre cuatro solares, su estilo arquitectónico se basa en la influencia española, pero hecho con manos indígenas. Desde 1582, el convento se ha visto afectado por los continuos terremotos que destruyeron sus primitivas construcciones y también las propiedades de los familiares de las monjas catalinas. Esta fue la causa y origen de la ciudadela existente - única en América - incluía una iglesia, claustros, celdas, calles y callejuelas en toda dirección. Los familiares de las religiosas optaron por hacer construir celdas privadas para estas pues el dormitorio común estaba dañado o era muy pequeño ya que cada día crecía el número de religiosas.
"Las celdas son pequeñas, pero ventiladas y muy claras. Las religiosas que las habitan se hallan como en pequeñas casas de campo. He visto algunas de aquellas celdas que tienen un patio de entrada bastante espacioso como para criar aves y donde se hallan la cocina y el alojamiento de los esclavos".





La celda de la superiora era grande y hermosa, con ricos tapices y blandos cojines; en una mesa y sobre una azafate, habían diferentes bizcochos y algunos vinos de España servidos en frascos de cristal cortado. En otra celda, había una linda alfombra inglesa con dibujos turcos, cortinas de seda como el color de la cereza y con bordes azules y una cama de fierro con un colchón forrado en cutí inglés cubierto por un rico tapiz cusqueño; además tenían sobre consolas con mármol blanco, flores naturales o artificiales y candelabros de plata con velas azules más su pequeño librito de misa empastado en terciopelo violeta. Sin embargo, habían novicias que en su celda no tenían sino una cama y un banquillo. El convento albergó a más de cuatrocientas monjas. La vida que llevaban era muy laboriosa pues hacían trabajos de costura, bordaban, tejían y eran reposteras; enseñaban a leer y escribir a los niños pobres además de entregar ropa a los hospitales; también distribuían pan, maíz y vestidos a los pobres. Flora Tristán menciona que "en Santa Catalina cada una de las monjas hacía poco más o menos lo que quería. La superiora era demasiado buena para molestar a las religiosas". Entre las religiosas habían tres a quienes se les consideraba como las reinas del lugar. Una de ellas - perteneciente a una de las familias más ricas de Bolivia -, había sido colocada cuando tenía apenas dos años de edad. Por aquellos tiempos prometer clausura era renunciar al mundo exterior para entregarse a Dios en el convento hasta su muerte. Podían, sí, mantener comunicación con sus familiares en los locutorios.
Cada rincón del Monasterio de Santa Catalina es una postal diferente, con hermosas fuentes que dan frescura al lugar y donde sus claustros, en su parte exterior, estaban cubiertos de viñas; sus estrechas callecitas empedradas con paredes pintadas con cal en colores encendidos que llevan a la Pinacoteca, al Claustro Mayor o al de los Naranjos, al Patio del Silencio, a la Cocina y hasta a la Lavandería que fue construida en 1770, cuando Arequipa se abastecía de agua mediante acequias, en ella hay veinte tinajas, que son grandes recipientes de barro y la iglesia, una iglesia grande donde había un órgano muy hermoso y con adornos ricos, pero mal cuidados; los coros y todo lo relativo a la música de la iglesia era objeto de cuidados muy especiales por parte de las religiosas.
Cuenta Flora Tristán que los seis días que pasó en Santa Catalina, las señoras, como ella las llamaba, pusieron todo su esmero en hacerle pasar el tiempo lo más agradablemente posible: comidas magníficas, meriendas deliciosas, paseos en los jardines y todos los sitios curiosos del convento. Las amables religiosas no omitieron nada!

Fuente:
- Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán
- Historia del Convento de Santa Catalina

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