A principios del siglo XVI, el Virrey Conde de Monterrey dispuso que en la Plaza Santa Ana, se hiciese un local de carnicería para utilidad de los vecinos de los barrios del Cercado, de Nuestra Señora del Prado, de San José y de Santa Clara, barrios correspondientes a la Parroquia de Santa Ana. El alcalde de la época, don Diego de Portugal, estableció la carnicería o rastro, pero por intereses de los beneficiadores de ganado, el local quedó abandonado. Años más tarde, el Virrey Marqués de Guadalcázar restableció aquel rastro, pero ubicándolo en las calles que posteriormente, llevaron el nombre de Rastro Viejo o de Rastro de la Huaquilla: evitando así que la gente del vecindario del oriente de la ciudad se tenga que trasladar hasta el barrio lejano de San Lázaro, ubicado en la margen derecha del río Rímac. El primer matadero de ganado vacuno se estableció en la calle Rastro de San Francisco, segunda cuadra del jirón Ancash. También estuvo la llamada Alhóndiga, local en que se depositaba el trigo, maíz y otros cereales para su venta al público, local que luego más tarde desapareció. Fue en esa calle que se estableció la mayor carnicería de la ciudad, ahí también habían dos tiendas de pulpería. En una época a la calle también se le llamó Rastro de Vaca.
En 1610, se vio ante el Cabildo de Lima la necesidad de construir un edificio para la venta de pescado, la calle asignada fue la calle de Pescadería, al costado del Palacio de Gobierno. Sin embargo, el local no funcionó como se esperaba lo que fue aprovechado por los vendedores intermediarios. Como resultado, el pescado se vendía con informalidad en la plaza y sus aledaños. En 1674, el alcalde de ese entonces, don Gil de Cabrera y Dávalos, junto a otros personajes exponen que no se puede vender el pescado en la plaza por el mal olor que despide y por el respeto a la Catedral y las casas del Arzobispado decidieron, por tanto, que este producto se vendiera en la calle de la Pescadería y aquel que no respete esa norma sería castigado con cien azotes y con la pérdida del pescado.
En siglo XVII, el barrio de San Lázaro comenzaba a transformarse y a crecer en población, en esta plazuela se estableció un mercado, más parecido a una feria, en donde cada domingo se compraba y vendía a menor precio que los corrientes. Por esos años, entre 1615 y 1673, existió un sacerdote católico, Francisco del Castillo, quien congregaba multitudes, principalmente a esclavos negros e indígenas, que realizaban sus compras en un mercado de abastos en la capital, un local de madera llamado "mercado de baratillo".
"Cuando un marido empezaba a echar una respuesta a la señora porque el sancochado -que en Lima es el santo que más devotos tiene- estaba soso, madama le interrumpía diciéndole: ya me viene usted con el sermón de la Samaritana. Cállese usted y tengamos la fiesta en paz!"
Años más tarde, la construcción del mercado de Lima señala la primera gran obra de progreso urbano en la capital durante la época republicana. En 1822, cuando se instala el Congreso en el local de la Universidad de San Marcos, frente a la Plaza de la Inquisición -hoy Plaza Bolívar-, se dispuso el traslado de este mercado a un terreno cedido por el Convento de San Agustín.
"Pues, señores, cuando yo era mozo y alegroncillo con las hijas de Eva, fui una tarde con otros camaradas a la picantería de ña Petita, en el Cercado, y allí, devoraron un bocadito de seviche en zumo de naranja agria".
Hacia 1840, se consumían en la capital veinte o treinta cabezas de ganado vacuno y entre sesenta y cien de ganado ovejuno. Eso si, no se vendía en el mercado carne de puerco, pero sí gran cantidad de aves, los pavos los traían desde Huacho. Flores, no vendían. El mercado de flores estaba en la misma Plaza Mayor, aunque por aquel entonces, habían entrado un poco en decadencia con relación a tiempos pasados. Ya no abundaban tanto los "pucheros de flores", que eran conjunto de flores ademas de frutas, muy bonitos en su presentación y estaban perfumados con "agua rica".
"Era la Plaza Mayor el mercado público o lugar donde los vecinos de Lima se proveían de los comestibles precisos para el cotidiano puchero, y frente a las gradas de la catedral ocupaban puestos las expendedoras de chicharrores vulgo las chicharroneras, ademas de otras vendedoras. Y Valentin, un ladrón incorregible, que al momento que iba a ser ahorcado se rompió la cuerda, escapándose de sus captores, y al correr hacia la catedral, le robó a una anciana un plato de plata con el que había acudido a comprar chicharrones para el almuerzo".
La construcción de la plaza del mercado quedó ordenada por decreto del 18 de noviembre de 1846 durante el gobierno del Mariscal Ramón Castilla. El terreno que se escogió fue una parte del Convento de la Concepción. A las monjas de la Concepción, sin embargo, pese a que se les prometió una indemnización, intentaron seguir un juicio para defender su propiedad. El Ministro Paz Soldán -con el apoyo de Castilla-, se negó a que se inicie esta acción, desconociendo la propiedad de las religiosas, sosteniendo que "los bienes de los conventos pertenecían al dominio publico". Amenazaron con la supresión de ese monasterio aduciendo que "los barrios de arriba y los barrios inferiores estaban incomunicados por los terrenos que se trataba de utilizar para el proyecto".
Los fondos para la construcción del proyecto fueron entregados por el Tribunal del Consulado como empréstito del Ramo de Arbitrios a la ciudad. La mayoría de las monjas se negó a entregar parte de su propiedad, pese a las promesas conciliatorias. El gobierno insistía con tener parte de este terreno. Es así, que dispuso que el Prefecto de Lima adoptase todas las medidas necesarias para la demolición de la parte escogida del convento. Pasaron dos días y los trabajadores de la Prefectura ya estaban demoliendo las paredes, abrían las calles e iniciaban la construcción del mercado. Se fijaron las características de éste, es decir, las medidas y altura de las paredes; el tamaño de las puertas y ventanas la ubicación de las tiendas. Se dispuso también que en cada uno de los lados de la plaza se haría una portada de cal y ladrillo. La fachada principal sería de más trabajo que las otras, tendría, por lo menos, a cada lado columnas de cal y ladrillo de estilo dórico y, sobre ellas, figuras alegóricas de la paz y de la abundancia. Un reloj también se colocaría y que sería costeado por el Gobierno.
Agustinos y Franciscanos, que estaban de pleito en Lima, en 1608, y que amistaron por influencia del marqués de Montesclaros. Un mes después, los dominicos daban un banquete a los reconciliados; pero, que banquete! Hubo locro de patitas y otras delicias criollas".
El mercado quedó construido y así, tal cual, salvo con algunas modificaciones posteriores, se quedó hasta 1905 pues en Lima se produjo una epidemia de peste bubónica, es así que el mercado tuvo que ser desalojado completamente y ser reconstruido nuevamente durante la gestión del alcalde Federico Elguera (1901-1908), trasladándose íntegramente a la Plaza de Santa Ana, hasta la culminación del nuevo edificio que fue devorado por un incendio en 1964, tras este incendio se construyó, en la gestión del alcalde Luis Bedoya Reyes el que hoy conocemos como Mercado Central o Mercado Ramón Castilla.
Fuente:
- Historia de la República del Perú, Jorge Basadre
- La comida tradicional del Perú en la obra de Ricardo Palma, Instituto Nacional de Cultura / Centro Nacional de Información Cultural / Cesar Coloma Porcari (2010)
- Las Viejas calles de Lima, Juan Bromley
Está propiedad fue expropiado en el año 1846 por Ramon Castilla al convento de la concepcion el justiprecio no fue cancelado al convento el supremo gobierno no le pago por qué sus rentas estaban embargadas revierte la propiedad al convento escritura del 8/11/1852 época en que fue vendido a los comerciantes, el 28/7/1905 el concejo provincial de lima inicia la administracion del mercado
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