LA CASA DEL EMBAJADOR

El distrito de Barranco tiene uno de los paseos más bonitos de Lima, el paseo Sáenz Peña, inaugurado en 1912 por el alcalde de ese entonces, Aurelio Souza. En él destacan las residencias y mansiones que allí se encuentran, que muestran diversos estilos arquitectónicos que van desde el gótico, el tudor o el republicano. Una de ellas es la residencia del Embajador de España. Fue diseñada y construida por mi abuelo, el arquitecto Ricardo de Jaxa Malachowski en 1920; la casa está ubicada en la esquina del paseo Sáenz Peña con la avenida San Martín. Originalmente fue diseñada para el doctor Miguel Checa Eguiguren. En 1922, durante el gobierno de Augusto B. Leguía, el Gobierno adquirió este solar para donarlo al Estado Español, con motivo del 430 aniversario del descubrimiento de América.

La casa de tres frentes y dos pisos; muestra en su interior, un vestíbulo que contiene la escalera principal, iluminada por un hermoso vitral de gran altura. En el techo de este vestíbulo - todo de madera - se ha desarrollado un gran trabajo en las vigas, viguetas, en el artesonado y las ménsulas con características neo-coloniales. Desde este mismo ambiente se accede a un patio interior, con un techo a doble altura; el piso y los zócalos son de azulejos sevillanos, ambientado con abundantes plantas tipo helecho y con muebles bastante ligeros; la luz del sol penetra por el techo, a través de unas claraboyas, que le dan una iluminación muy agradable. El salón principal tiene detalles de estilo francés con columnas y arcos ornamentados para separar ambientes similares. El comedor es bastante lujoso y amplio pues sólo la mesa es para veinte personas, su techo ha sido trabajado con frisos y molduras en yeso. La fachada, de estilo republicano, está rodeada por amplios jardines con cipreses y arbustos; sus volúmenes son planos con algunos detalles en piedra; es una fachada pintoresca, sus techos son inclinados y redondeados en su cúspide. El área del segundo piso está destinada a los dormitorios.

Fuente:

- Casa Peruana, Fundación BBVA

- El Comercio