"Posee un poder de persuasión que se soporta y no se discute. Su nariz era larga, con la punta ligeramente arremangada. Su boca grande, pero expresiva. Su cara larga, pero llena de vida. Tenía una enorme cabeza coronada por largos y espesos cabellos que bajaban hasta la frente. Eran éstos de un castaño oscuro, brillante y sedoso. Su voz tenía un sonido sordo, duro e imperativo. Hablaba de una manera brusca y seca".
FRANCISCA GAMARRA "LA MARISCALA"
Francisca Zubiaga y Bernales nace el 11 de setiembre de 1803, en la aldea de Hurcaray en el Cusco. Su padre era un militar español de segundo rango y su madre una dama cusqueña muy rica. Ingresó al convento creyendo que tenía vocación para vestir el hábito pero tuvo que abandonarlo por su mala salud. A los 17 años sus padres la obligan a regresar a casa. La casa era frecuentada por muchos oficiales; muchos de ellos la pidieron en matrimonio pero ella no quería casarse; lo único que quería era regresar al convento. Su padre decide llevársela a Lima con el fin de curarla pues Francisca sufría de epilepsia. Los ataques que le daban la ponían en un estado espantoso. Sus facciones se descomponían y cada día la enfermedad avanzaba más. En Lima estuvo dos años, su padre la presentó en sociedad e hizo todo lo posible para distraerla. Pasados los dos años, Francisca regresó al Cusco. Luego de un tiempo renunció a la idea de ser religiosa. Más tarde, a la edad de 22 años, conoció a un capitán del ejército, tal vez, el menos agraciado de todos los oficiales que la pretendieron. Agustín Gamarra (1785-1841), era un hombre feo, de cara desencajada y muy ambicioso. Al poco tiempo, se casó con él siguiéndolo a donde la guerra lo llamaba. Con ocasión de la llegada de Simón Bolívar a la ciudad y como para estimular sus propios sueños de grandeza, a la recién casada le encargaron poner en las sienes de Bolívar una corona de oro, pero él mismo decidió que ella llevara la corona. El Mariscal Sucre le dirige una carta a Bolívar en la que le cuenta que Gamarra era su acérrimo enemigo, esto se debía a las aspiraciones de Bolívar de llegar a la presidencia.
"Tendría 34 o 36 años; era de talla mediana y de constitución robusta, aunque muy delgada. Fumaba. Su mayor diversión en las tertulias era jugar ajedrez. Nunca bailaba. Su rostro, según las reglas con que se pretende medir la belleza, no era ciertamente hermoso. Pero, a juzgar por el efecto que producía sobre todo el mundo, sobrepasaba a la más bella".
Sánchez de Velasco en sus "Memorias para la historia de Bolivia", refiere que ella fue la directora de la expedicion sobre ese país, en pleno invierno. Al lado de los soldados iban mujeres que eran sus camaradas, sus enfermeras y hasta sus bestias de carga, las llamadas rabonas. Aquella época se presentaba además otro tipo de mujer, la "tapada" limeña. Sin embargo, doña Francisca era la encarnación pura de la rabona, vino a simbolizar la venganza de las rabonas contra las orgullosas tapadas. Al año siguiente, en 1829, Gamarra depone al presidente La Mar. Doña Francisca se convierte en "presidenta" y a la vez en "La Mariscala", pues a su esposo lo habían investido de Mariscal. Eran las cinco de la tarde del 25 de noviembre de 1829, cuando el nuevo presidente hacía su entrada triunfal a la Ciudad de los Reyes acompañado de su esposa. La sociedad de Lima recibió con los brazos abiertos a la "presidenta". Después de un largo desfile de cientos de calesas, Gamarra se ciñó la banda y la pareja se instaló en el palacio.
La Mariscala se movía graciosamente; sus trajes eran ligeros, algunos, tenían bordados de seda, aunque esos trajes en realidad le molestaban; llevaba finas medias, pero las sentía frías y zapatos de raso; su vestuario era tan valioso, que habían familias que terminaban revendiéndolos cuando ya no los usaba. Llevaba sortijas en todos los dedos, collares de perlas y zarcillos de diamantes. Sin embargo, el traje que más le acomodaba era el de montar. La Mariscala prefería recorrer el país vestida con un largo pantalón de tosco paño fabricado en el Cusco, con una amplia chaqueta del mismo paño, bordada de oro y con botas de espuelas, también de oro; además, llevaba una gran capa para protegerse del frío.
De maneras un poco masculinas, solía recorrer los cuarteles y sucedió una vez que sorprende un motin en un cuarto de guardias, lo debela con su simple presencia, "Cholos ¿ustedes contra mí?" En 1830 se pone en escena la comedia "La Monja Alférez", el Gobierno impide su representación. Al año siguiente, Gamarra se dirige al sur por una amenaza de guerra con Bolivia y deja el poder a su vicepresidente La Fuente, que era, a su vez, su mano derecha. La Mariscala con el Prefecto Eléspuru, se quedan vigilándolo; ella lo acusó de estar conspirando contra su esposo y encabeza así una asonada en su contra; empieza a abrir las cartas que llegaban de provincias, seduce a los oficiales que portan mensajes, azuza a los periodistas y espías. Finalmente, lanza a las calles al pueblo que busca a La Fuente en su casa y lo hace huir por los techos para buscar refugio en un barco norteamericano anclado en el Callao. Se dice que esa no fue la causa del derrocamiento de La Fuente, al parecer, fue porque había dado una medida para levantar el arancel del comercio de harinas, medida que afectaba los intereses económicos de doña Francisca. Así, con música, cohetes, repiques y hasta misas celebran esa jornada, la "campaña de las chimeneas", hecha velozmente por el bravo La Fuente, dicen los periódicos gamarristas. Era una mujer que maneja el latigo, látigo con el que azota a un oficial que se jacta de haber recibido sus favores y con el que manda que apaleen al impresor de "El Telégrafo de Lima" porque el periódico se atreve a burlarse de ella.
"Parece que doña Francisca no aguantaba pulgas; pues es fama que cuando la mostaza se le subía a las narices, repartía bofetones y chicotillazos entre los militares insubordinados, o hacía aplicar palizas de padre y señor mío a los periodistas que osaban decir: ¡habrá desvergüenza!, en letras de molde: la mujer sólo manda en la cocina. Doña Francisca no sabía zurcir un calcetín, ni aderezar un guisado, ni dar paladeo al nene (que no lo tuvo), en cambio era hábil directora de política y su marido, el presidente, seguía a cierra ojos las inspiraciones de ella".
Llega 1833, era la hora de elegir a un nuevo presidente, la Convención Nacional escoge a José Luis de Orbegoso como candidato. Gamarra hace la figura de entregarle el poder; pero encabeza un golpe de Estado. Siguiendo la órdenes de Gamarra, Pedro Pablo Bermúdez se autoproclama Jefe Supremo. La moda de la época era ser orbegosista pero Gamarra era bermudista. Bastaba que el Gobierno dijera una cosa para que el pueblo dijera lo contrario. Al año siguiente, el pueblo de Lima se subleva contra la dictadura, sitiado en Palacio de Gobierno, Bermúdez fue salvado por las tropas al mando de La Mariscala quien, montada en un caballo - era una intrépida jinete - y cubierta con una capa azul bordada en oro, dispara a sangre y fuego incitando a los soldados a no cejar.
"En un principio la Presidenta fue recibida con entusiasmo por la sociedad de Lima, pero, poco a poco, fue decayendo este sentimiento hacia ella. Se le levantaron las más torpes calumnias, se le señalaban amantes, hacían circular caricaturas deshonestas, y se levantó una decidida y violenta oposición".
Luego de esta asonada, La Mariscala se dirigió a Arequipa pero el ocaso había llegado, el pueblo de esa ciudad también se sublevó; Gamarra pudo huir a La Paz; ella solicitó al presidente de Bolivia, Santa Cruz, que la acogiese en su territorio. Santa Cruz se lo negó. En vista de eso, doña Pancha consiguió de don Pío Tristán, Jefe Militar de Arequipa, muy amigo suyo, garantías para irse a Chile desterrada. Tuvo que salir disfrazada de clerigo, saltando desde el techo de su casa hasta un patio vecino. Luego se embarcó en Islay en el buque inglés "William Rusthon", con dirección al Callao y luego a Valparaíso. Al pasar por el Callao fue que conoció, en junio de 1834, a la escritora Flora Tristán. Durante el viaje a Chile, La Mariscala tuvo dos ataques. Antes del segundo, el más fuerte, y estando en compañía de Flora preguntó: ¿Me crees exiliada para siempre? ¿Perdida? ¿Muerta? Estaba exiliada, perdida, muerta. La Mariscala fallece a los 32 años, dentro de una pobreza espantosa en Valparaíso el 8 de mayo de 1835. Dijeron sus enemigos que debió morir de la tristeza de no mandar; más, parece, que su enfermedad mortal fue la tuberculosis y así termina, de manera trágica, esta historia que parece novelada.
"He rogado, adulado, mentido; he empleado todo, no he retrocedido en nada".
Bibliografía:
- Historia de la República del Perú de Jorge Basadre
- Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán
- La Mariscala de Abraham Valdelomar
- Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma
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