domingo, 8 de octubre de 2017

LA IGLESIA DE SAN FRANCISCO

Es el conjunto arquitectónico más hermoso y por eso el más retratado de Lima, desde su primera construcción que data de 1546, está formado por el convento franciscano, el templo mayor - de estilo barroco -, el santuario de Nuestra Señora de la Soledad, cuya portada fue alterada en la época neoclásica, pero que quedó armoniosamente involucrada en todo el conjunto y la capilla del Milagro, también de corte neoclásico; es como si ambas iglesias - la de la Soledad y del Milagro - cerrasen los extremos de este conjunto con un mismo estilo. En su época de máximo esplendor, San Francisco fue el mayor conjunto conventual del Virreinato del Perú, que llegó a tener siete claustros. Después del terremoto de 1656, el templo mayor fue reconstruido por el arquitecto portugués Constantino de Vasconcellos, quien por primera vez utilizó cubiertas livianas con estructura de madera, caña y estuco, materiales que revolucionaron la arquitectura limeña, por su resistencia ante los sismos. El conjunto de San Francisco es conocido por sus bellos altares y también por sus galerías subterráneas; verdaderas y misteriosas catacumbas que sirvieron de cementerio y donde se exhiben centenares de calaveras. Mientras se terminaba la obra del templo, la comunidad franciscana levantó una capilla provisional en el lugar que hoy ocupa la de Nuestra Señora del Milagro.
"Los frailes no usaban manteles, ni colchón y sus casullas para celebrar misa eran de paño o de tafetán".


El cronista Manuel Atanasio Fuentes, en su obra, "Lima, apuntes históricos", cuenta que el mismo año de la fundación de Lima llegaron los franciscanos, y Pizarro les concedió un terreno bastante reducido, en el cual comenzaron a edificar. Pidieron luego aumento de terreno, y el Virrey, marqués de Cañete, les acordó todo el que pudieran cercar en una noche. Bajo esta promesa, los frailes colocaron estacas, tendieron cuerdas y al amanecer eran los franciscanos dueños de una extensión de cuatrocientas varas castellanas de frente, obstruyendo una calle pública. El cabildo reclamó por el abuso; pero el virrey hizo tasar todo el terreno y pagó el importe de su propio peculio.
Ricardo Palma cuenta que en Lima existía un acaudalado comerciante español, llamado Juan Jiménez Menacho, con el cual los padres acordaron un contrato para que les proveyese de madera para la obra - madera que posteriormente fue vendida a ínfimo precio para la construcción de la Casa de Pilatos -; así, empezaron a correr los días, los meses y hasta los años y no había manera de que el acreedor pudiera cobrarles la deuda. Llegó el año 1638, Jiménez Menacho, convaleciente de una enfermedad, un día fue invitado por los frailes a visitar el convento para la fiesta de San Francisco, luego del recorrido, lo hicieron pasar al refectorio donde habían preparado un pequeño refrigerio. Jiménez, cuyo estómago estaba delicado, no pudo aceptar más que una taza de chocolate. Vino el momento de abandonar la mesa, y el comerciante, a quien los frailes habían colmado de atenciones y agasajos, les dijo: "nunca bebí algo mejor y ya saben que soy conocedor, es justo que pague esta satisfacción con una limosna en bien de la orden". Y colocó junto al pocillo el legajo de documentos, todos llevaban su firma al pie de la cancelación. En conclusión, la obra de San Francisco se hizo toda de la limosna de los fieles. Y téngase en consideración que se gastaron en ella ¡dos millones doscientos cincuenta mil pesos!


"Entre los conventos de hombres el más notable es el de San Francisco. Su iglesia es la más rica, elegante y original de todas cuantas he visto. Cuando las mujeres desean visitar los conventos de religiosos o religiosas emplean un medio muy singular: dicen que están encínta. Los buenos padres profesan un santo respeto por los antojos de las mujeres en estado grávido y les abren entonces todas las puertas. Cuando estuvimos en San Francisco los monjes hacían bromas con nosotros en la forma más indecente. Subimos a las torres y como yo lo hacía con mucha vivacidad, el prior al verme delgada y ágil, me preguntó si yo también estaba encínta. Confundida por esta inesperada pregunta quedé desconcertada. Mi turbación provocó entonces, entre los monjes, risas y propósitos inconvenientes. Salí del convento escandalizada. Cuando me quejé me respondieron: ¡Oh! Esa es su costumbre. Esos monjes son muy alegres. Pasan por ser los más amables de todos".
El conjunto guarda grandes bellezas artísticas. Uno de ellos, el Claustro Mayor, es un lugar que impresiona por su amplitud y la elegancia de sus galerías; en el primer piso se observa la riqueza de sus azulejos. Azulejos que hizo traer desde España como obsequio doña Catalina Huanca, ahijada de Francisco Pizarro; de la unión de varios de ellos se formaban imágenes de santos. Pero Catalina olvidó lo principal, que era mandar traer una persona que supiera colocarlos. Fue por este motivo que estos azulejos, que datan de 1643, estuvieron almacenados por años pues no existía en Lima un Alarife (maestro de obras) capaz de colocarlos en los pilares y paredes del claustro. Hasta que una mañana, el guardián de San Francisco se enteró, a través de una confesión, que un español condenado a muerte, Alonso Godínez, tenía conocimientos en obras de alfarería. Sin pérdida de tiempo, el guardián fué a palacio y obtuvo del virrey y de los oidores el perdón para el condenado bajo la condición de que vestiría el hábito de lego y no pondría nunca los pies fuera de las puertas del convento. Alonso Godínez no sólo colocó en un año los azulejos, sino que también fabricó algunos. En la planta alta del Claustro se ubica la Biblioteca del Convento, que en el siglo XVIII llegó a tener siete mil volúmenes y que hoy deben pasar los 25 mil, algunos de un valor incalculable como el primer diccionario español publicado por la Real Academia Española, una edición de la Biblia Regia de 1571 - 1572 editada en Amberes; además de más de seis mil pergaminos, un Atlas o Teatro de todo el mundo de mediados del siglo XVII, etc.
"Cuanto escribiéramos sobre el imponderable mérito de sus techos sería insuficiente para encomiar la mano que los talló; cada ángulo es de diferente labor, y el conjunto del molduraje y de sus ensambladuras tan magníficamente trabajadas, no sólo manifiestan la habilidad de los operarios, sino que también dan una idea de la opulencia de aquella época".
El siglo XX significó el inicio del declive del conjunto franciscano. A su creciente abandono y deterioro, se sumaron los daños producidos por los terremotos de 1940, 1966, 1970 y 1974, así como la herida dejada por la ampliación, en 1961, de la avenida Abancay, que separó el convento mayor con el convento de la tercera orden. En San Francisco destaca también su amplio atrio, el que se asemeja a una gran plaza lo que permite apreciar en toda su belleza el conjunto arquitectónico. Hubo una época en que la plaza del mercado estuvo situado en este lugar y fue en este lugar también que a mediados de la Colonia se estableció allí el principal mercado donde vendían a los esclavos negros. Además del atrio y el templo principal destacan también el Coro, con una preciosa sillería tallada hacia 1674; el estanque donde se bañaba San Francisco Solano, las dieciséis fuentes, el jardín y la enfermería, todo, en fin, llama la atención del visitante.

Fuente:
- Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán
- Itinerarios de Lima de Héctor Velarde
- Pinceladas Limeñas, la Historia de Lima de Marco Antonio Capristán
- Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma

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